DE LAS 10 A LAS 11
DE LA NOCHE
SEXTA HORA
Segunda hora de agonía en el Huerto de Getsemaní
Oh dulce Jesús mío, ya ha transcurrido una hora desde
que llegaste a este Huerto. El Amor tomó la primacía
sobre todo, haciéndote sufrir todo junto lo que los verdugos
te harán sufrir en el curso de tu amarguísima Pasión;
más aun, suplió y llegó a hacerte sufrir todo lo que ellos
no podrán, y en las partes más internas de tu Divina
Persona. Jesús mío, te veo ya vacilante en tus pasos, pero
no obstante, quieres caminar. Dime, oh bien mío, ¿a
dónde quieres ir? Ah, ya comprendo, a encontrar a tus
amados discípulos...y yo también quiero acompañarte
para sostenerte si Tú vacilas. Pero, oh Jesús mío, otras
amarguras encuentra tu corazón: Ellos duermen y Tú
siempre piadoso, los llamas, los despiertas y con paternal
amor los amonestas y les recomiendas la vigilancia y la
oración. Vuelves luego al Huerto, pero llevas otra herida
en el Corazón, y en esta herida veo, oh amor mío, todas las heridas de las almas consagradas a ti, que, o por tentación
o por estado de ánimo o por falta de mortificación,
en vez de estrecharse a ti, de velar y orar, se abandonan a
sí mismas y, somnolientas, en vez de progresar en el amor
y en la unión contigo, retroceden...Cuánto te compadezco,
oh amante apasionado, y te reparo por todas las ingratitudes
de tus más fieles. Estas son las ofensas que mayormente
entristecen a tu corazón adorable y es tal y tan
grande su amargura que te hacen delirar. Pero, oh amor
mío sin límites, tu amor que te hierve en las venas vence
todo y olvida todo. Te veo postrado por tierra, y oras, te
ofreces, reparas y quieres glorificar al Padre en todo por
las ofensas que le hacen las criaturas. También yo, oh
Jesús mío, me postro contigo y unido a ti quiero hacer lo
que haces Tú...
Oh Jesús, delicia de mi corazón, veo que la multitud
de todos los pecados, nuestras miserias, nuestras debilidades,
los más enormes delitos, las más negras ingratitudes,
te vienen al encuentro, se arrojan sobre ti y te aplastan, te
hieren, te muerden...Y Tú, ¿qué haces? La sangre que te
hierve en las venas hace frente a todas estas ofensas,
rompe las venas y en copiosos arroyos brota fuera, te
empapa todo y corre hasta la tierra, dando sangre por
ofensas, Vida por muerte...¡Ah, a qué estado te veo reducido,
estás expirando ya!. Oh bien mío, dulce vida mía,
no te mueras, levanta la cara de esta tierra que has mojado
con tu sangre preciosísima, ven a mis brazos y haz que
yo muera en vez de ti...Pero oigo la voz trémula y moribunda
de mi dulce Jesús, que dice: “¡Padre, si es posible, pase de Mí este cáliz, pero hágase no mi voluntad sino la
Tuya!”.
Ya es al segunda vez que oigo esto de mi dulce
Jesús.¿Pero que es lo que me quieres hacer comprender
con estas palabras: “Padre, si es posible pase de Mí este
cáliz?” Oh Jesús, se te hacen presentes todas las rebeliones
de las criaturas, ves por casi todas rechazado aquel
“Hágase tu Voluntad” que debía ser la vida de cada criatura,
y éstas, en vez de encontrar la vida, encuentran la
muerte; y Tú, queriendo dar la vida a todas y hacer una
solemne reparación al Padre por las rebeliones de las criaturas,
por tres veces repites: “¡Padre, si es posible pase de
mí este cáliz”, es decir, el cáliz amargo de que las almas,
separándose de nuestra Voluntad, se pierdan”...”Este cáliz
es para Mí muy amargo; sin embargo, no se haga mi
voluntad, sino la Tuya”.
Pero mientras dices esto, es tal y tan grande la amargura,
que te reduce al extremo, te hace agonizar y estás a
punto de dar el último respiro...
Oh Jesús mío, Bien mío, ya que estás en mis brazos,
yo también quiero unirme contigo, quiero reparate y compadecerte
por todas las faltas, por todos los pecados que
se cometen contra tu Santísimo Querer, y suplicarte que
yo siempre haga todo en tu Santísima Voluntad; que tu
Voluntad sea mi respiro, mi aire, que tu Voluntad sea mi
latido, sea mi corazón, mi pensamiento, mi vida y mi
muerte...Pero, ah, no te mueras. ¿Adónde podré ir sin ti?
¿A quién me volveré, quién me ayudará? Todo acabaría
para mí. Ah, no me dejes, tenme como quieras, como a ti
más te plazca, pero tenme contigo, siempre contigo; que
jamás suceda que, ni por un instante, me quede separada
de Ti. Es más, déjame endulzarte, repararte y compadecerte
por todos, porque veo que todos los pecados, de
todas las especies, pesan sobre Ti.
Por eso, Amor mío, beso tu santísima cabeza...Pero,
¿qué veo? Todos los malos pensamientos, y Tú sientes su
horror. Cada pensamiento malo es una espina para tu
sacratísima cabeza, que te hiere acerbamente; ah, no se
podrán comparar con la corona de espinas que te pondrán
los judíos...¡Cuántas coronas de espinas te ponen en tu
adorable cabeza los malos pensamientos de las criaturas!,
tanto que la sangre te brota por todas partes, de la frente,
y hasta de entre los cabellos...Jesús, te compadezco y quisiera
ponerte otras tantas coronas de gloria y para endulzarte
te ofrezco todas las inteligencias de los ángeles y tu
misma inteligencia para ofrecerte una compasión y una
reparación por todos.
Oh Jesús, beso tus ojos piadosos...Y en ellos veo todas
las malas miradas de las criaturas que hacen correr sobre
tu rostro lágrimas de sangre...te compadezco y quisiera
endulzar tu vista poniéndote delante todos los gustos que
se puedan encontrar en el Cielo y en la tierra.
Jesús, bien mío, beso tus sacratísimos oídos...Pero,
¿qué escucho? En ellos oigo el eco de las horrendas blasfemias,
los gritos de venganza y de malediciencia; no hay
ni una voz amante y dulce que resuene en tus sacratísimos
oídos...Oh amor insaciable, te compadezco, y quiero consolarte
haciendo resonar en ellos todas las armonías del Cielo, la voz dulcísima de tu querida Mamá, los encendidos
acentos de la Magdalena y de todas las almas que te
aman.
Jesús, vida mía, un beso más encendido quiero poner
en tu rostro, cuya belleza no tiene par...Ah, este es el rostro
ante el cual los ángeles no se atreven a levantar la
mirada, y es tal y tanta su hermosura que a ellos los arrebata,
pero que las criaturas sí se atreven a ensuciarlo con
salivazos, a golpearlo con bofetadas y a pisotearlo bajo
los pies. ¡Amor mío, qué osadía! ¡Quisiera gritar fuertemente
para ponerlos en fuga! Te compadezco, y para
reparar estos insultos me dirijo a la Trinidad Sacrosanta
para pedir el beso del Padre y del Espíritu Santo y las
inimitables caricias de sus manos creadoras, me dirijo
también a la Mamá Celestial para que me dé sus besos,
las caricias de sus manos maternas y sus profundas adoraciones,
me dirijo también a todas las almas consagradas
a Ti y te lo ofrezco todo para repararte por las ofensas
hechas a tu santísimo rostro.
Dulce bien mío, beso tu dulcísima boca...Pero la siento
amargada por las horribles blasfemias, por las náuseas
de la gula y de las embriagueces, por las conversaciones
obscenas, por las oraciones mal hechas, por las malas
enseñanzas y por todo lo malo que hace el hombre con la
palabra...Jesús, te compadezco y quiero endulzarte la
boca, para lo cual te ofrezco todas las alabanzas angélicas
y el buen uso de la palabra que hacen tus hijos.
Oprimido amor mío, beso tu cuello...Y ya veo atado
con las sogas y las cadenas de los apegos y los pecados de las criaturas. Te compadezco, y para aliviarte te ofrezco la
unión inseparable de las Divinas Personas; y yo, fundiéndome
en esta unión, extiendo a ti mis brazos y formando
en torno a tu cuello dulces cadenas de amor alejar de ti las
ataduras de los apegos que casi te ahogan, y para endulzarte
te estrecho fuerte a mi corazón.
Fortaleza divina, beso tus santísimos hombros...Y los
veo lacerados, veo tus carnes arrancadas a pedazos por
los escándalos y los malos ejemplos de las criaturas. Te
compadezco, y para aliviarte te ofrezco tus santos ejemplos
de la Mamá y Reina y los de todos tus santos; y yo,
Jesús mío, haciendo correr mis besos en cada una de estas
llagas quiero encerrar en ellas las almas que por motivo
de escándalo han sido arrancadas de tu Corazón, y quiero
así sanar las carnes de tu santísima Humanidad.
Fatigado Jesús mío, beso tu pecho...Y lo veo herido
por las frialdades, por las tibiezas, por las faltas de correspondencia
y por las ingratitudes de todas las criaturas...Te
compadezco, y para endulzarte te ofrezco el recíproco
amor del Padre y del Espíritu Santo, la perfecta correspondencia
entre las tres Divinas Personas; y yo, oh Jesús
mío, sumergiéndome en tu amor, quiero ser defensa para
impedir estas heridas que las criaturas te causan con sus
pecados, y tomando tu amor, quiero con él herirlas para
que ya no se atreven a ofenderte nunca más, y quiero
derramarlo en tu pecho para endulzarte y sanarte.
Oh Jesús mío, beso tus manos creadoras...Y veo todas
las malas acciones de las criaturas que como otros tantos
clavos traspasan tus manos santísimas, de modo que no quedas Tú crucificado sólo con tres clavos, como sobre la
cruz, sino por tantos clavos por cuantas son las obras
malas que hacen las criaturas...Te compadezco, y para
endulzarte te ofrezco todas las obras santas, el valor de
los mártires al dar su sangre y su vida por tu amor; y quisiera
también, Jesús mío, ofrecerte todas las buenas obras
para quitarte todos los clavos de las obras malas.
Jesús, beso tus pies santísimos, siempre incansables
en la búsqueda de las almas...Y veo que en ellos encierras
todos los pasos de las criaturas, pero muchas de ellas
sientes que te escapan y Tú quisieras tomarlas a todas.
Por cada uno de sus malos pasos Tú te sientes traspasado
por un clavo, y quieres servirte de todos estos clavos para
clavarlas en tu amor...Y tal y tan intenso es el dolor que
sientes y el esfuerzo que haces por clavarlas a tu amor
que te estremeces todo. Oh Jesús, te compadezco, y para
consolarte te ofrezco los pasos de todas las almas fieles
que exponen su vida por salvar almas.
Oh Jesús, beso tu Corazón...Y veo que sigues agonizando,
no por lo que te harán sufrir los judíos, no, sino
por el dolor que te causan las ofensas de las criaturas...en
estas horas quieres dar el primer lugar al amor, el segundo
lugar, a todos los pecados, por los cuales expías, reparas,
glorificas al Padre y aplacas a la divina Justicia; y el
tercer lugar, a los judíos. Y con esto me das a entender
que la Pasión que te harán sufrir los judíos no será sino la
sombra de la doble Pasión amarguísima que te hacen
sufrir el amor y el pecado, y por esto es por lo que yo veo
concentrado en tu corazón la lanza del amor, la lanza del pecado, y esperas la tercera lanza, la lanza de los judíos...Y tu Corazón sofocado por el amor sufre contradicciones
violentas, afectos impacientes de amor, deseos que
te consumen, latidos de fuego que quisieran dar vida a
cada corazón. Y precisamente es aquí, en tu Corazón,
donde sientes todo el dolor que te causan las criaturas, las
cuales con sus malos deseos, con sus desordenados afectos,
con sus latidos profanados, en vez de querer tu amor,
buscan otros amores...
¡Jesús mío, oh cuánto sufres! Te veo desfallecer,
sumergido por las olas de nuestras iniquidades; te compadezco
y quiero endulzar la amargura de tu Corazón triplemente
traspasado, ofreciéndote las dulzuras eternas y el
amor dulcísimo de la Mamá querida.
Y ahora, oh Jesús, haz que mi pobre corazón tome
vida de este Corazón tuyo, para que no viva más que con
tu solo Corazón, y en cada ofensa que recibas, mi corazón
se encuentre siempre preparado para ofrecerte un consuelo,
un alivio, un acto de amor interrumpido...
Las Horas de la Pasión.
Luisa Picarreta
F: mundocatolicoMC
No hay comentarios.:
Publicar un comentario