miércoles, 28 de febrero de 2018

Segunda hora de agonía en el Huerto de Getsemaní . Las Horas de la Pasión

DE LAS 10 A LAS 11 DE LA NOCHE 
SEXTA HORA 

Segunda hora de agonía en el Huerto de Getsemaní 



Oh dulce Jesús mío, ya ha transcurrido una hora desde que llegaste a este Huerto. El Amor tomó la primacía sobre todo, haciéndote sufrir todo junto lo que los verdugos te harán sufrir en el curso de tu amarguísima Pasión; más aun, suplió y llegó a hacerte sufrir todo lo que ellos no podrán, y en las partes más internas de tu Divina Persona. Jesús mío, te veo ya vacilante en tus pasos, pero no obstante, quieres caminar. Dime, oh bien mío, ¿a dónde quieres ir? Ah, ya comprendo, a encontrar a tus amados discípulos...y yo también quiero acompañarte para sostenerte si Tú vacilas. Pero, oh Jesús mío, otras amarguras encuentra tu corazón: Ellos duermen y Tú siempre piadoso, los llamas, los despiertas y con paternal amor los amonestas y les recomiendas la vigilancia y la oración. Vuelves luego al Huerto, pero llevas otra herida en el Corazón, y en esta herida veo, oh amor mío, todas las heridas de las almas consagradas a ti, que, o por tentación o por estado de ánimo o por falta de mortificación, en vez de estrecharse a ti, de velar y orar, se abandonan a sí mismas y, somnolientas, en vez de progresar en el amor y en la unión contigo, retroceden...Cuánto te compadezco, oh amante apasionado, y te reparo por todas las ingratitudes de tus más fieles. Estas son las ofensas que mayormente entristecen a tu corazón adorable y es tal y tan grande su amargura que te hacen delirar. Pero, oh amor mío sin límites, tu amor que te hierve en las venas vence todo y olvida todo. Te veo postrado por tierra, y oras, te ofreces, reparas y quieres glorificar al Padre en todo por las ofensas que le hacen las criaturas. También yo, oh Jesús mío, me postro contigo y unido a ti quiero hacer lo que haces Tú... 

Oh Jesús, delicia de mi corazón, veo que la multitud de todos los pecados, nuestras miserias, nuestras debilidades, los más enormes delitos, las más negras ingratitudes, te vienen al encuentro, se arrojan sobre ti y te aplastan, te hieren, te muerden...Y Tú, ¿qué haces? La sangre que te hierve en las venas hace frente a todas estas ofensas, rompe las venas y en copiosos arroyos brota fuera, te empapa todo y corre hasta la tierra, dando sangre por ofensas, Vida por muerte...¡Ah, a qué estado te veo reducido, estás expirando ya!. Oh bien mío, dulce vida mía, no te mueras, levanta la cara de esta tierra que has mojado con tu sangre preciosísima, ven a mis brazos y haz que yo muera en vez de ti...Pero oigo la voz trémula y moribunda de mi dulce Jesús, que dice: “¡Padre, si es posible, pase de Mí este cáliz, pero hágase no mi voluntad sino la Tuya!”. 

Ya es al segunda vez que oigo esto de mi dulce Jesús.¿Pero que es lo que me quieres hacer comprender con estas palabras: “Padre, si es posible pase de Mí este cáliz?” Oh Jesús, se te hacen presentes todas las rebeliones de las criaturas, ves por casi todas rechazado aquel “Hágase tu Voluntad” que debía ser la vida de cada criatura, y éstas, en vez de encontrar la vida, encuentran la muerte; y Tú, queriendo dar la vida a todas y hacer una solemne reparación al Padre por las rebeliones de las criaturas, por tres veces repites: “¡Padre, si es posible pase de mí este cáliz”, es decir, el cáliz amargo de que las almas, separándose de nuestra Voluntad, se pierdan”...”Este cáliz es para Mí muy amargo; sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la Tuya”. 

Pero mientras dices esto, es tal y tan grande la amargura, que te reduce al extremo, te hace agonizar y estás a punto de dar el último respiro... 

Oh Jesús mío, Bien mío, ya que estás en mis brazos, yo también quiero unirme contigo, quiero reparate y compadecerte por todas las faltas, por todos los pecados que se cometen contra tu Santísimo Querer, y suplicarte que yo siempre haga todo en tu Santísima Voluntad; que tu Voluntad sea mi respiro, mi aire, que tu Voluntad sea mi latido, sea mi corazón, mi pensamiento, mi vida y mi muerte...Pero, ah, no te mueras. ¿Adónde podré ir sin ti? ¿A quién me volveré, quién me ayudará? Todo acabaría para mí. Ah, no me dejes, tenme como quieras, como a ti más te plazca, pero tenme contigo, siempre contigo; que jamás suceda que, ni por un instante, me quede separada de Ti. Es más, déjame endulzarte, repararte y compadecerte por todos, porque veo que todos los pecados, de todas las especies, pesan sobre Ti. 

Por eso, Amor mío, beso tu santísima cabeza...Pero, ¿qué veo? Todos los malos pensamientos, y Tú sientes su horror. Cada pensamiento malo es una espina para tu sacratísima cabeza, que te hiere acerbamente; ah, no se podrán comparar con la corona de espinas que te pondrán los judíos...¡Cuántas coronas de espinas te ponen en tu adorable cabeza los malos pensamientos de las criaturas!, tanto que la sangre te brota por todas partes, de la frente, y hasta de entre los cabellos...Jesús, te compadezco y quisiera ponerte otras tantas coronas de gloria y para endulzarte te ofrezco todas las inteligencias de los ángeles y tu misma inteligencia para ofrecerte una compasión y una reparación por todos. 

Oh Jesús, beso tus ojos piadosos...Y en ellos veo todas las malas miradas de las criaturas que hacen correr sobre tu rostro lágrimas de sangre...te compadezco y quisiera endulzar tu vista poniéndote delante todos los gustos que se puedan encontrar en el Cielo y en la tierra. 

Jesús, bien mío, beso tus sacratísimos oídos...Pero, ¿qué escucho? En ellos oigo el eco de las horrendas blasfemias, los gritos de venganza y de malediciencia; no hay ni una voz amante y dulce que resuene en tus sacratísimos oídos...Oh amor insaciable, te compadezco, y quiero consolarte haciendo resonar en ellos todas las armonías del Cielo, la voz dulcísima de tu querida Mamá, los encendidos acentos de la Magdalena y de todas las almas que te aman. 

Jesús, vida mía, un beso más encendido quiero poner en tu rostro, cuya belleza no tiene par...Ah, este es el rostro ante el cual los ángeles no se atreven a levantar la mirada, y es tal y tanta su hermosura que a ellos los arrebata, pero que las criaturas sí se atreven a ensuciarlo con salivazos, a golpearlo con bofetadas y a pisotearlo bajo los pies. ¡Amor mío, qué osadía! ¡Quisiera gritar fuertemente para ponerlos en fuga! Te compadezco, y para reparar estos insultos me dirijo a la Trinidad Sacrosanta para pedir el beso del Padre y del Espíritu Santo y las inimitables caricias de sus manos creadoras, me dirijo también a la Mamá Celestial para que me dé sus besos, las caricias de sus manos maternas y sus profundas adoraciones, me dirijo también a todas las almas consagradas a Ti y te lo ofrezco todo para repararte por las ofensas hechas a tu santísimo rostro. 

Dulce bien mío, beso tu dulcísima boca...Pero la siento amargada por las horribles blasfemias, por las náuseas de la gula y de las embriagueces, por las conversaciones obscenas, por las oraciones mal hechas, por las malas enseñanzas y por todo lo malo que hace el hombre con la palabra...Jesús, te compadezco y quiero endulzarte la boca, para lo cual te ofrezco todas las alabanzas angélicas y el buen uso de la palabra que hacen tus hijos. 

Oprimido amor mío, beso tu cuello...Y ya veo atado con las sogas y las cadenas de los apegos y los pecados de las criaturas. Te compadezco, y para aliviarte te ofrezco la unión inseparable de las Divinas Personas; y yo, fundiéndome en esta unión, extiendo a ti mis brazos y formando en torno a tu cuello dulces cadenas de amor alejar de ti las ataduras de los apegos que casi te ahogan, y para endulzarte te estrecho fuerte a mi corazón. 

Fortaleza divina, beso tus santísimos hombros...Y los veo lacerados, veo tus carnes arrancadas a pedazos por los escándalos y los malos ejemplos de las criaturas. Te compadezco, y para aliviarte te ofrezco tus santos ejemplos de la Mamá y Reina y los de todos tus santos; y yo, Jesús mío, haciendo correr mis besos en cada una de estas llagas quiero encerrar en ellas las almas que por motivo de escándalo han sido arrancadas de tu Corazón, y quiero así sanar las carnes de tu santísima Humanidad. 

Fatigado Jesús mío, beso tu pecho...Y lo veo herido por las frialdades, por las tibiezas, por las faltas de correspondencia y por las ingratitudes de todas las criaturas...Te compadezco, y para endulzarte te ofrezco el recíproco amor del Padre y del Espíritu Santo, la perfecta correspondencia entre las tres Divinas Personas; y yo, oh Jesús mío, sumergiéndome en tu amor, quiero ser defensa para impedir estas heridas que las criaturas te causan con sus pecados, y tomando tu amor, quiero con él herirlas para que ya no se atreven a ofenderte nunca más, y quiero derramarlo en tu pecho para endulzarte y sanarte. 

Oh Jesús mío, beso tus manos creadoras...Y veo todas las malas acciones de las criaturas que como otros tantos clavos traspasan tus manos santísimas, de modo que no quedas Tú crucificado sólo con tres clavos, como sobre la cruz, sino por tantos clavos por cuantas son las obras malas que hacen las criaturas...Te compadezco, y para endulzarte te ofrezco todas las obras santas, el valor de los mártires al dar su sangre y su vida por tu amor; y quisiera también, Jesús mío, ofrecerte todas las buenas obras para quitarte todos los clavos de las obras malas. 

Jesús, beso tus pies santísimos, siempre incansables en la búsqueda de las almas...Y veo que en ellos encierras todos los pasos de las criaturas, pero muchas de ellas sientes que te escapan y Tú quisieras tomarlas a todas. Por cada uno de sus malos pasos Tú te sientes traspasado por un clavo, y quieres servirte de todos estos clavos para clavarlas en tu amor...Y tal y tan intenso es el dolor que sientes y el esfuerzo que haces por clavarlas a tu amor que te estremeces todo. Oh Jesús, te compadezco, y para consolarte te ofrezco los pasos de todas las almas fieles que exponen su vida por salvar almas. 

Oh Jesús, beso tu Corazón...Y veo que sigues agonizando, no por lo que te harán sufrir los judíos, no, sino por el dolor que te causan las ofensas de las criaturas...en estas horas quieres dar el primer lugar al amor, el segundo lugar, a todos los pecados, por los cuales expías, reparas, glorificas al Padre y aplacas a la divina Justicia; y el tercer lugar, a los judíos. Y con esto me das a entender que la Pasión que te harán sufrir los judíos no será sino la sombra de la doble Pasión amarguísima que te hacen sufrir el amor y el pecado, y por esto es por lo que yo veo concentrado en tu corazón la lanza del amor, la lanza del pecado, y esperas la tercera lanza, la lanza de los judíos...Y tu Corazón sofocado por el amor sufre contradicciones violentas, afectos impacientes de amor, deseos que te consumen, latidos de fuego que quisieran dar vida a cada corazón. Y precisamente es aquí, en tu Corazón, donde sientes todo el dolor que te causan las criaturas, las cuales con sus malos deseos, con sus desordenados afectos, con sus latidos profanados, en vez de querer tu amor, buscan otros amores... 

¡Jesús mío, oh cuánto sufres! Te veo desfallecer, sumergido por las olas de nuestras iniquidades; te compadezco y quiero endulzar la amargura de tu Corazón triplemente traspasado, ofreciéndote las dulzuras eternas y el amor dulcísimo de la Mamá querida. 

Y ahora, oh Jesús, haz que mi pobre corazón tome vida de este Corazón tuyo, para que no viva más que con tu solo Corazón, y en cada ofensa que recibas, mi corazón se encuentre siempre preparado para ofrecerte un consuelo, un alivio, un acto de amor interrumpido...

Las Horas de la Pasión.
Luisa Picarreta

F: mundocatolicoMC

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