martes, 27 de agosto de 2019

viernes, 23 de agosto de 2019

Encadenada por dos demonios. Cura de Ars


Una parisiense pasó por Ars, de regreso a la capital. Un eclesiástico, que conocía su vida de desorden, le había aconsejado aquella parada.
"Verá usted allí, señora, algo extraordinario: un cura rural que está llenando el mundo con su fama... No le sabrá a usted mal este pequeño rodeo en su viaje."
La predicción se cumplió de una manera singular. Por la tarde se paseaba la señora por la plaza con una desconocida encontrada al acaso. El cura de Ars se cruzó con ellas al volver de visitar a un enfermo.
"Señora, dijo a la parisiense, sígame usted." Y a la otra: "Usted puede retirarse: usted no tiene necesidad de mi ministerio." Y tomando aparte a la pecadora, fue descubriendo a aquella Samaritana el velo de todas sus torpezas.
Espantada por tales revelaciones, guardaba silencio. Al fin dijo: "Señor cura, ¿quiere oír usted mi confesión?.
¿Su confesión?, replicó el santo; sería bien inútil. Yo leo en su alma y la veo encadenada por dos demonios: el demonio del orgullo y el de la impureza. Yo no la puedo absolver sino en el caso de que no vuelva a París, y, como conozco sus disposiciones, sé que volverá usted."
Después, con intuición profética, el hombre de Dios le hizo ver que descendería hasta los últimos límites del mal.
"¡Pero señor cura, yo soy incapaz de cometer tales abominaciones!... ¡Entonces estoy condenada!
No digo esto; pero en adelante, ¡cuán duro le será poderse salvar! Venga mañana, por la mañana se lo diré."
Durante la noche, para conjurar la pérdida de un alma que Dios había criado para las alturas y que se iba hundiendo en el fango, el cura de Ars oró largamente y tomó una sangrienta disciplina.
Por la mañana concedió a aquella penitente tan frívola una audiencia de favor, y le dijo la respuesta:
"Pues bien: a pesar suyo, dejará usted París y volverá a aquella casa de allá abajo de donde viene usted. Allí, si quiere usted salvar su pobre alma, hará tales y tales mortificaciones."
La señora salió de Ars, no absuelta todavía. París la recuperó un instante, pero ella vio aterrada, cómo se iba abriendo a sus pies el abismo del pecado. Se apoderó de su alma un gran hastío; llamó a Dios y huyó de la capital... Oculta en su casa, en la región mediterránea, a pesar de los embates de una naturaleza dañada por las pasiones, demasiado tiempo satisfechas, resolvió emprender el camino del bien. Se acordó de los consejos del santo de Ars. Una gracia interior muy poderosa la empujó y la ayudó a seguirlos.
"En el camino de la abnegación, decía el cura de Ars, sólo cuesta el primer paso, cuando se ha entrado en él, todo se anda por sí mismo...!


HNO. MARCEL VAN. Vietnamita. Siervo de Dios

Marcel Van, joven redentorista vietnamita, nació en 1928 en un pueblo católico del norte de Vietnam. Hermanito espiritual de santa Teresa de Lisieux, descubrió con ella que la santidad es para todos.

Teresa le reveló su vocación: él no sería sacerdote; aprendió en su escuela a ser el Apóstol oculto del amor, con el gran deseo de hacer presente a Dios donde no estuviera. Murió a los 31 años en un campo comunista, donde había sido condenado a 15 años de trabajos forzados.
El padre Gilles Berceville, dominico francés, autor de “Marcel Van ou l’infinie pauvreté de l’Amour” (“Marcel Van o la infinita pobreza del Amor”) (Ed. de l’Emmanuel/Les Amis de Van, 2009), evoca para ZENIT la figura de este joven vietnamita en quien se encuentran Oriente y Occidente.
– ¿Se puede separar Marcel Van de la figura de santa Teresa del Niño Jesús, que se considera hoy un poco como su gran hermana espiritual?
Gilles Berceville: Van es un niño muy creyente que siempre ha tenido una relación íntima con Cristo, una práctica eucarística regular, la convicción de que Dios es amor y una gran vinculación a la Santísima Virgen.
A los 14 años, descubre “Historia de un alma” de santa Teresa y poco después oye a Teresa hablarle. Este intercambio misterioso dura hasta el final de su noviciado.
– ¿Qué descubrió con ella?
Gilles Berceville: Con Teresa, descubre que su deseo de santidad se puede cumplir porque también es el deseo de Dios.
Dios es “condescendiente”: no es un Dios que pudiera pensarse que nos castiga con rigor exigiendo lo que nosotros no podemos hacer, sino un Dios que piensa cómo ayudarnos y en cierta manera se adapta a lo que somos para que nos adaptemos a lo que Él es.
Cuando Van lee “Historia de un alma”, se siente unido a lo que ya ha vivido. Es liberado de su miedo a Dios.
En la escuela de Teresa, aprende también una nueva manera de rezar: como un hijo habla a su padre. Todo lo que vive un niño interesa a un padre como Dios.
Teresa le revela también su vocación: él no será sacerdote. Debe entonces renunciar al proyecto de vida que había tenido hasta el momento.
Conoce este ideal de ser el apóstol del Amor en una vida oculta a los ojos del mundo: una vida de oración, de intercesión por los sacerdotes y los pecadores, por los niños, por la Iglesia.
Él comparte después con Dios, según su expresión, “la infinita pobreza del Amor”.
– Marcel Van era redentorista. ¿Qué nos dice sobre el misterio de la redención?
Gilles Berceville: Marcel Van tiene un gran deseo de hacer a Dios presente allá donde no está. Ésta es una intuición fuerte.
Durante su noviciado, sus hermanos le preguntan en broma si le gustaría vivir con los comunistas. Él asiente. Sus compañeros se burlan.
Pero él no bromea: quiere realmente amar a Dios con los comunistas para que al menos haya una persona que ama a Dios con los “sin Dios”.
Él se une en la fe a la obra redentora de Cristo, experimentando a menudo una gran soledad.
Durante sus años de postulantado y noviciado, conoció una gran intimidad con Cristo, y ahora debe atravesar las tentaciones, la sequedad y la noche.
Van se une también a los pecadores allá donde están. Vive sus noches, pero vive esta noche en el amor.
Siente que esto le va a permitir transmitir el amor de Jesús a otros. Es su entrada en el corazón de Cristo redentor.
Él se une a Cristo en la obra de salvación que se lleva a cabo todavía hoy y participa en la comunión de los santos.
– Durante su vida, Van recibió la misión de rezar por Francia. Su país vive una fase turbulenta (el fin de la Indochina francesa). ¿Qué relación tiene él con Francia y con los franceses?
Gilles Bercevill: Van tiene una relación compleja con Francia. Solidario con sus compatriotas humillados por la colonización, es espontáneamente anti-francés.
Pero no olvida que su Iglesia ha nacido y se ha desarrollado gracias a los misioneros franceses (también está en el norte la acción de los españoles).
Francia es el país de Teresa. Y él recibe la misión -que se encuentra en sus escritos- de rezar para que Francia se ponga al servicio del amor de Jesús.
Pero yo creo que eso va más allá del destino únicamente de Francia. Se trata del destino de todas las naciones: cada pueblo tiene valor a los ojos de Dios.
Hay algo simbólico en lo que Van dice de las relaciones entre Vietnam y Francia. Es realmente sobre la relación entre todos los pueblos, naciones y culturas. Es un mensaje de paz.
– ¿Y un mensaje universal?
Gilles Berceville: La universalidad no es un ideal abstracto. En el amor, hay un enriquecimiento concreto de todos para todos. Esto es un poco lo que Van nos permite vivir. Él nos hace descubrir, gracias al Evangelio, lo que debería ser el encuentro entre Oriente y Occidente.
Su mensaje es de mucha actualidad. Por primera vez, se descubre un cristiano del lejano Oriente que vive intensamente su fe, cuyo mensaje es original y de tal magnitud que un teólogo francés como yo se pone a estudiar vietnamita para aprender algo más del Evangelio.
En el siglo XVII, el Papa Inocente XI, beatificado por Pío XII, dijo: “Oriente nos ha dado el Evangelio. Hoy, Occidente debe devolverlo”.
Con Van, Oriente dice de nuevo algo del Evangelio a Occidente. Es un magnífico ejemplo de intercambio entre dos Iglesias


martes, 13 de agosto de 2019

Venerable Anne de Guigné

El 29 de julio de 1915, la Sra de Guigné ve al cura de Annecy-le-Vieux, Don Métral, viniendo llamar a la puerta de su casa, entendió que su marido, ya herido en tres ocasiones, nunca más volvería

«Anne, si quieres consolarme, tienes que ser buena» le dijo a su hija de cuatro años y mayor de sus cuatro hijos. 

Desde aquel momento la niña, a menudo desobediente, soberbia y celosa, llevará una lucha continua y acérrima para ser buena. 
Saldrá victoriosa del combate para lograr su transformación interior gracias a su voluntad pero sobre todo – según sus propias palabras – por la oración y los sacrificios que se impone. 

Se la ve ponerse colorada y apretar sus pequeños puños para dominar su genio ante las contrariedades encontradas: luego poco a poco se espaciaron las crisis y en su entorno todos llegaron a pensar que todo le resulta agradable. 
Su camino hacia Dios es su amor por su madre que quiere consolar.

Las balizas de su camino son los pensamientos de Anne que reflejan la intensidad de su vida espiritual, y los numerosos testimonios de su entorno relatando los continuos esfuerzos que hacía para progresar en su conversión. 

Ella vive, reza, sufre por los demás. Padeció de reuma muy joven, supo lo que era el sufrimiento y lo hizo ofrenda: «Jesús, se lo ofrezco»; o bien: «Oh no, no sufro, aprendo a sufrir». Pero en diciembre 1921 sufrió una enfermedad cerebral, probablemente una meningitis, que la obligó a quedarse en la cama. Repetía sin cesar: «Dios mío, quiero todo lo que Tu quieras», añadiendo sistemáticamente a las oraciones que hacían para su cura: «… y cure también a los demás enfermos».

Anne de Guigné falleció al alba del 14 de enero 1922, después de un último intercambio con la monja que la acompañaba: «Hermana, ¿puedo ir con los ángeles? – Si, mi niña bonita – ¡Gracias, hermana, oh gracias!»

Las investigaciones realizadas en Roma sobre la heroicidad de las virtudes de la infancia se concluyeron positivamente en 1981 y el 3 de marzo 1990 el Papa Juan Pablo II firmó el decreto reconociendo la heroicidad de las virtudes de Anne de Guigné y proclamándola «Venerable».

Fuente: Sitio oficial de la asociación Los Amigos de Anne de Guigné




A la hora de tu muerte

Cuando se muere alguien la gente suele decir: ya está con el Señor.
Esto es un problema, por qué?
De los salvados, muy pocos van directo al cielo, la mayoría, casi todos, van al Purgatorio.
El problema de pensar que la persona cuando muere ya está con el Señor, es que la privan de las oraciones y las Misas, penitencias etc. que la ayudarían a salir antes del Purgatorio, a acortarle la pena que le tocó.
Hay muchas almas olvidadas en el Purgatorio porque sus familiares creen que ya están con el Señor, sobre todo niños. Y estas almas tienen que cumplir con los años de purificación que les ha tocado y al no recibir Misas y oraciones, no se les acorta la pena y quedan en el Purgatorio por mucho tiempo.
Cuando se muere una persona, no pensemos que ya está con el Señor, porque no le ayudamos con ese pensamiento. Hagamos Misas, oraciones, penitencias, limosnas, sacrificios, etc.


El pecado de impureza.

Vi al Señor Jesús atado a una columna, despojado de sus vestiduras y enseguida empezó la flagelación. Vi cuatro hombres que por turno azotab...