jueves, 31 de mayo de 2018

La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad. TRIGESIMA PRIMERA MEDITACION

TRIGESIMA PRIMERA MEDITACION 



La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Su tránsito de la tierra al Cielo. Su entrada feliz. El cielo festeja a su Reina. 









EL ALMA A SU GLORIOSA MADRE: 




Mi querida Mamá Celestial, festivamente hoy quieres darme la última lección y yo ardo en deseos más que nunca de venir entre tus brazos maternos. Veo que una dulce sonrisa aflora en tus purísimos labios; tu actitud es toda de fiesta y me parece que quieres confiarme alguna cosa sorprendente. Mamá Santa, te pido que con tus manos maternas toques mi mente y vacíes mi corazón a fin de que yo pueda atesorar tus santas enseñanzas y las ponga en práctica.








LECCION DE LA REINA DEL CIELO: 




¡Hija queridísima, hoy tu Mamá está toda de fiesta! Hoy quiero hablarte de mi partida de la tierra al Cielo, que fue el día en el que acabé de cumplir en todo de la Divina Voluntad en la tierra.

 ¡Sí, en toda mi vida no hubo nunca ni un respiro, ni un latido, ni un paso en los que el FIAT Divino no hubiera concurrido con su acto completo! 

Esto me embelleció, me enriqueció y me santificó tanto que los mismos ángeles quedaron maravillados. 

Has de saber que antes de partir para la Patria Celestial Yo volví nuevamente a Jerusalén junto con mi amado Juan. Era esa la última vez que en carne mortal caminaba en la tierra; todos los seres creados como si lo hubieran casi intuído se postraban en torno a Mí para obtener la última bendición de su Reina, y Yo a cada uno de ellos la concedía y daba mi último adiós. Habiendo llegado a Jerusalén me retiré a un lugar apartado y ahí me encerré para no salir más. Hija bendita, al final de mi vida Yo sufrí tal martirio de amor y un deseo tan ardiente de encontrarme nuevamente con mi Hijo en el Cielo que me sentí consumir... Mis deliquios se hicieron tan frecuentes y mis delirios de amor me asaltaron con tal vehemencia que me hicieron enfermar. Antes de esos momentos Yo no había conocido nunca ni enfermedades ni indisposiciones, ni siquiera ligeras, porque mi naturaleza humana concebida sin pecado y vivida toda de Voluntad Divina no tenía el germen de los males naturales. 

Querida hija, aunque Yo durante mi vida entera estuve tan cortejada por las penas, éstas fueron siempre en orden sobrenatural, y cada una sirvió para enriquecer mi Maternidad con innumerables hijos y por ésto cada una se transformó para Mí en gozo, en gloria y en corona. ¿Ves ahora cómo el vivir de Voluntad Divina significa perder el germen de los males naturales que producen no honores y triunfos, sino debilidades, miserias y derrotas? Por eso, querida mía, escucha las últimas palabras de tu Mamá que está por subir al cielo. Yo no estaría satisfecha si no te supiera al seguro. Antes de partir quiero entregarte mi testamento, te quiero dejar por dote esa misma Voluntad que poseyó tu Mamá y gracias a la Cual, Ella fue Madre del Verbo, Señora y Reina del Corazón de Jesús; y Madre y Reina de todos los hombres.

 Escucha, hija mía, en estas meditaciones Yo te he hablado con amor materno de lo que la Divina Voluntad obró en Mí y del gran bien que Ella hace; también te he explicado cómo debemos hacernos dominar por Ella y, sobre todo, te he mostrado los graves males que causa el querer humano. ¿Y crees tú acaso que Yo entreteniéndome contigo haya solamente querido hacerte una simple narración? ¡Oh, no, no, tu Mamá siempre hace don de lo que enseña!. En la hoguera de mi amor y en cada palabra que te decía, Yo ataba tu alma al FIAT Divino y te preparaba la dote para que pudieras vivir rica, feliz y fuerte, con la misma fuerza divina. Esta es mi última lección, porque estoy por partir; acoge, por tanto, mi Testamento, escribe en tu alma con la pluma de oro del amor ardiente que me consuma el Testimonio de la herencia que te hago. Hija bendita, asegúrame que no harás más tu voluntad, pon tu mano en mi Corazón Materno y júrame que quieres que Yo la encierre en El...

 Habiendo hecho esta solemne renuncia ya no tendrás más ocasión de darle vida y Yo me la llevaré al Cielo como prenda de triunfo y victoria sobre mi hija. 

Querida hija, escucha la última recomendación de tu Mamá que muere de puro amor, recibe su última bendición como sello de la Vida de la Divina Voluntad que Ella deja en ti; Vida que formará tu cielo, tu sol, tus mares de amor y de gracias. En estos sagrados instantes tu Mamá Celestial quiere colmarte de ternura, quiere fundirse en ti, siempre y cuando tú le asegures absolutamente que preferirás cualquier sacrificio y aun la muerte antes que conceder a tu voluntad un acto de vida.

 ¡Dámela, hija mía, Yo la espero...!








 EL ALMA:




 ¡Sí, Mamá santa, si Tú ves que yo esté por hacer un acto sólo de mi voluntad perversa, hazme morir y ven Tú misma a tomar mi alma en tus brazos y llévame allá arriba Contigo al Cielo! 



LA REINA DE AMOR: 

¡Hija bendita, cómo gozo! Yo no podía decidirme a narrarte mi partida al Cielo sin antes tener la certeza de que mi hija quedaba en la tierra dotada de Voluntad Divina, y has de saber que desde el Cielo no te dejaré y que tú no te quedarás huérfana porque te guiaré en todo; tanto en tus menores como en tus mayores necesidades llámame y Yo acudiré para hacerte de Mamá. 

Ahora, querida hija, escúchame: ya estaba por llegar mi última hora cuando el FIAT Divino para consolarnos permitió, casi de modo prodigioso, que todos los Apóstoles, excepto uno, vinieran a hacerme corona. Cada uno de ellos sentía un vivo dolor en su corazón y lloraba amargamente. Yo los consolé, les encomendé de modo especial la Santa Iglesia naciente, luego, impartiendo a cada uno de ellos mi materna bendición y dejando en sus corazones en virtud de ella la Paternidad de amor hacia las almas, morí en un éxtasis de amor en la interminabilidad del Querer Divino...!

 En esos mismos momentos mi amado Hijo me esperaba con ardiente deseo en el Cielo. 

Mi cuerpo permaneció durante tres días en el lecho, luego se reunió con mi alma y... Yo fui asunta entre todas las legiones de los ángeles que alababan a su Reina! Puedo decir que el Paraíso se vació para venir a mi encuentro; todos me festejaron y mirándome... quedaron tan raptados que se preguntaban a coro: “¿Quién es Esta que viene del exilio apoyada en su Señor, toda bella, toda Santa y con el cetro de Reina? ¡Es tanta su grandeza que los Cielos se han abajado para recibirla; ninguna otra criatura entró jamás en estas celestiales regiones tan adornada y graciosa, tan elegida y tan potente! ¡La misma Divinidad encuentra tal complacencia en Ella que la eleva por encima de todos los seres angélicos y humanos y la lleva hasta el trono de la Misericordia y de su Amor...!” 

Ahora, hija mía, ¿quién es Ella, a quien todo el Cielo alaba y ante la Cual queda arrobado? ¡Soy Yo misma, tu Madre, que jamás hice mi voluntad! El Querer Divino fue en tal forma abundante en mi alma que sentí en Mí los cielos más bellos, los soles más refulgentes, mares inigualables de belleza, de amor y de santidad, para por medio mío poder dar luz, amor y santidad a todos y encerrar en mi cielo todo y a todos. 

Era la Divina Voluntad operante en Mí la que había obrado prodigios tan grandes, por eso Yo fui la única criatura que entré al Paraíso por haber hecho la Divina Voluntad en la tierra como Dios mismo la hace en el Cielo y por haber formado su Reino en mi alma. Toda la corte celestial contemplándome quedaba maravillada, me veía a un mismo tiempo cielo y sol, admiraba en Mí la ternísima tierra de mi humanidad enriquecida con las más raras bellezas y raptada exclamaba: “¡Cuán bella es nuestra Reina, todas las cosas están concentradas en Ella, nada le falta, de todas las obras del Creador, Ella es la Mejor, la más perfecta!”. 

Hija mía, has de saber que esta fue la primera fiesta que se celebró en el Cielo a la Divina Voluntad que tantos prodigios había obrado en su Criatura. Sí, mi entrada en la Patria eterna fue festejada por toda la corte celestial y jamás se repetirá esta fiesta tan grande. 

Hija mía, para terminar nuestros íntimos coloquios te quiero dejar un pensamiento que te sea de consuelo y te sirva de estimulo: recuerda que tu Mamá desea y quiere que la Divina Voluntad reine en modo absoluto en las almas, para darle motivo de realizar en ellas sus inmensos prodigios y renovar para ellas sus fiestas maravillosas en el Paraíso! 



EL ALMA: 

Madre, Reina de Amor, Emperatriz Soberana, ¡ah, desde el Cielo donde gloriosamente Reinas dirige una mirada de piedad a la tierra y ten piedad de mí! Sin ti me falta la vida y todas las cosas parecen morir. Por eso, no me dejes a mitad del camino, continúa guiándome hasta que en mí todo se haya convertido en Voluntad de Dios; es decir, el día en el cual Ella haya formado en mí su Reino y su Vida! 


PRACTICA: 

Para honrarme recitarás tres Glorias a la Santísima Trinidad, para agradecerle en mi nombre, por la gloria que me dio en el instante de mi Asunción al Cielo y para pedirme que venga a asistirte en la hora de tu muerte. 


JACULATORIA:

 Mamá Celeste, guarda mi voluntad en tu Corazón y encierra en mi alma el Sol de la Divina Voluntad.

miércoles, 30 de mayo de 2018

La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad. TRIGÉSIMA MEDITACIÓN

ORACION A LA REINA DEL CIELO 
ANTES DE CADA MEDITACION 



Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.



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TRIGÉSIMA MEDITACIÓN 

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. 

La Maestra de los Apóstoles. Sede y centro de la Iglesia naciente. Barca de Refugio. Pentecostés. 






EL ALMA A SU MAMA DEL CIELO: 

Soberana del Cielo, yo me siento en tal modo atraída por Ti que cuento los minutos en espera de que tu bondad me llame para darme tus sorprendentes lecciones. Tu ternura de Madre me rapta, y pensando que Tú me amas mi corazón se llena de gozo, de confianza y de esperanza. 

¡Oh, sí! Yo estoy segura de que mi Mamá me dará tanto amor y tantas gracias para poder sojuzgar mi voluntad, y que el Querer Divino, gracias a su dulce intercesión, extenderá sus mares de luz en mi alma y pondrá el sello de su FIAT en todos mis actos. ¡Ah, Mamá Santa, no me dejes más sola, sino haz que en mí descienda el Espíritu Santo y queme y consuma todo lo que no pertenece a la Divina Voluntad! 


LECCION DE LA REINA DEL CIELO: 

Hija mía bendita, tus palabras hacen eco en mi Corazón, y sintiendo que me hieren, Yo pongo en ti mares de gracia y te doy la Vida de la Divina Voluntad. Si tú me eres fiel Yo no te dejaré nunca más, estaré siempre unida a ti para darte en cada acto tuyo, en cada palabra y latido, el alimento del Supremo Querer. 

Querida mía, he aquí que nuestro Sumo Bien Jesús parte para el Cielo, donde El está rogando continuamente ante su Padre Celestial por sus hijos y hermanos que dejó en la tierra. Desde la Patria Celestial El vigila a todos y ninguno queda fuera de su mirada de misericordia.  Su amor hacia estos sus redimidos por El fue tan grande que dejó a su Mamá en la tierra para que Ella fuera su guía, su ayuda y su consuelo. 

Una vez que mi Hijo partió para el Cielo, Yo me recogí con los Apóstoles en el Cenáculo esperando la venida del Espíritu Santo. Todos estaban junto a Mí, orábamos unidos y nada se hacía sin mi consejo. Cuando Yo tomaba la palabra para instruirlos o para narrarles algún particular ignorado de mi Jesús en relación, por ejemplo, de su nacimiento, de sus lágrimas infantiles, de sus amorosos tratos, de los incidentes en Egipto, de las innumerables maravillas de su vida oculta en Nazaret..., ellos tomaban las palabras de mis labios y raptados las fijaban en su mente y en su corazón. 

Hija mía, estando en medio de mis Apóstoles Yo los iluminé más que un sol; para ellos fui el áncora, el timón, la barca donde ellos encontraban refugio y quedaban defendidos de todo peligro. Puedo, por lo tanto, asegurar haber dado a luz la Iglesia naciente y haberla guiado a puerto seguro, como la guío aún ahora. 

Hasta que al fin llegó el día de que el Espíritu Santo prometido por mi Hijo descendió... ¡Qué transformación, hija mía, en el día de Pentecostés...! 

En cuanto los Apóstoles fueron investidos por el Espíritu Divino adquirieron ciencia maravillosa, fortaleza invencible y amor ardiente; una nueva vida corrió en ellos y los hizo en tal forma valerosos que se esparcieron por todo el mundo para dar a conocer la doctrina de su Maestro Divino aun a costa del martirio. 

Yo seguí viviendo con el amado Juan, pero habiendo comenzado la tempestad de la persecución fui obligada a alejarme de Jerusalén. Queridísima hija, has de saber que Yo continúo siempre mi magisterio en la Iglesia. No hay cosa que no descienda de Mí; Yo me vuelco por amor de mis hijos y los nutro con mi alimento materno. Y en estos tiempos quiero mostrar un amor particularísimo haciéndoles conocer cómo toda mi vida fue formada en el Reino de la Divina Voluntad; por eso te invito a venir a mis rodillas, entre mis brazos maternos que como barca te llevarán segura en el mar de la Divina Voluntad. Gracia más grande no sabría hacerte; por eso te pido que contentes a tu Mamá y vengas a vivir en este Reino tan santo. Cuando sientas que tu voluntad quisiera tener algún acto de vida corre inmediatamente a refugiarte en la segura barca de mis brazos diciéndome: “Mamá, mi voluntad me quiere traicionar, yo te la entrego a fin de que Tú me la cambies por la Divina Voluntad”. ¡Oh, cómo seré feliz si puedo decir: “La hija mía es toda mía, porque ella vive también de Voluntad Divina!” 

Entonces Yo haré descender al Espíritu Santo a tu alma para que El queme todo lo que hay de humano con su soplo, impere en ti y te confirme en el Divino Querer.  



EL ALMA: 

Maestra divina, hoy tu pequeña hija tiene el corazón tan henchido que siente la necesidad de desahogarse en llanto y bañar con sus lágrimas tus manos maternas. Un velo de tristeza me invade porque temo no poder sacar provecho de tus enseñanzas y de tus delicadezas más que maternas. Mamá mía, ayúdame, fortifica mi debilidad, quita mis temores, y yo, abandonándome en tus brazos, tendré la certeza de vivir toda de Voluntad Divina.



 PRACTICA: 

Para honrarme recitarás siete Gloria en honor al Espíritu Santo y me pedirás que renueve sus prodigios sobre toda la Iglesia. 



JACULATORIA: 

Mamá Celestial, pon en mi corazón fuego y llamas para que consuman y quemen en mí todo lo que no es Voluntad de Dios.

martes, 29 de mayo de 2018

La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad. VIGESIMA NOVENA MEDITACION

ORACION A LA REINA DEL CIELO 
ANTES DE CADA MEDITACION 



Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.



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VIGESIMA NOVENA MEDITACION 

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.

 La hora del triunfo. Apariciones de Jesús. Los Apóstoles, que habían huido, regresan en derredor de la Santísima Virgen como a su arca de salvación y como a su medianera de perdón. 
La Ascensión. 




EL ALMA A SU MADRE CELESTIAL: 

Madre admirable, heme aquí de nuevo sobre tus rodillas maternas para unirme a Ti en la fiesta y en el triunfo de la Resurrección de nuestro querido Jesús. ¡Qué hermoso es hoy tu aspecto; es todo amabilidad, todo dulzura y todo alegría! En verdad me parece verte resucitada junto con Jesús. ¡Ah, Mamá Santa, en medio de tanta alegría y triunfo no olvides a tu hija! Encierra en mi alma el germen de la Resurrección de Jesús, a fin de que en virtud de ella yo resurja plenamente en la Divina Voluntad y así viva unida siempre a Ti y a mi dulce Salvador. 



LECCION DE LA REINA DEL CIELO: 

Hija bendita de mi corazón materno, grande fue mi alegría y mi triunfo en la Resurrección de mi Hijo Divino. Yo me sentí renacida y resucitada en El; todos mis dolores se cambiaron en gozos y en mares de gracia, de luz, de amor y de perdón para las criaturas que habían sido confiadas a mi maternidad por Jesús en el supremo momento de su agonía y que Yo había sellado en mi Corazón con el indeleble sello de mis martirios. 

Debes saber, querida mía, que después de la muerte de mi dulce Hijo, Yo me retiré al Cenáculo junto con el amado Juan y con Magdalena. Mi Corazón sufría mucho al ver que únicamente Juan estaba Conmigo, y en mi dolor preguntaba: “Y los demás Apóstoles... ¿dónde están?” 

En cuanto ellos supieron que Jesús había resucitado, tocados por gracias especiales se conmovieron y llorando vinieron uno por uno a Mí, y me pidieron perdón con lágrimas por haber abandonado a su Maestro con su huida vil. Yo los acogí maternalmente en el arca de refugio y de salvación de mi corazón; aseguré a cada uno el perdón de mi Hijo y les di valor para no temer, pues su suerte estaba en mis manos por haberlos recibido como hijos míos. 

Si bien Yo estuve presente en la Resurrección de Jesús, no dije nada a ninguno esperando que El mismo se manifestara a todos glorioso y triunfante. La primera que lo vio fue la afortunada Magdalena, después lo vieron las piadosas mujeres, quienes llenas de alegría vinieron a anunciarme que lo habían contemplado resucitado y que el sepulcro estaba vacío, y mientras Yo las escuchaba con semblante de triunfo las confirmaba en la fe de la Resurrección. 

Durante ese día casi todos los Apóstoles vieron a su Maestro adorado y cada uno de ellos exultó por haber sido llamado a su seguimiento. Este cambio de comportamiento, querida hija, simboliza y demuestra a lo vivo la triste inconstancia a la que está sujeto el hombre que se deja sojuzgar por su propia voluntad. En realidad ella fue la causa por la que los Apóstoles huyeron abandonando a su Señor, y por la que sintieron tal temor que debieron ocultarse y... aún negarlo, como sucedió con Pedro. Pero si en cambio ellos hubieran estado dominados por la Divina Voluntad, no sólo no se hubieran alejado de su Maestro, sino que, valerosos e intrépidos, habrían permanecido siempre a su lado, sintiéndose honrados en dar su propia vida para defenderlo! 

Mi amado Jesús después de la Resurrección estuvo aún en la tierra por cuarenta días y continuamente se aparecía a los Apóstoles y a los discípulos para confirmarlos en la fe y para aumentar su certeza en la Resurrección, y cuando no estaba con los Apóstoles permanecía Conmigo en el Cenáculo rodeado por las santas almas que había sacado del Limbo. 

Transcurridos los cuarenta días mi dulce Jesús enseñó por última vez a sus Apóstoles y después de haberme elegido como su Maestra y Guía y de haber prometido el envío del Espíritu Santo, bendiciéndonos a todos tomó el vuelo hacia el Cielo con el cortejo maravilloso de las almas por El liberadas. ¡Yo también tuve el gozo indecible de seguirlo y asistir a la gran fiesta preparada para El en el Cielo! Para Mí la Patria Celestial no era desconocida y sin mi presencia, la fiesta de mi Hijo no hubiera podido ser completa. 

Querida hija, todo lo que has escuchado y admirado no ha sido otra cosa que efecto de la Potencia del Divino Querer obrante en Mí y en mi Hijo. ¿Comprendes ahora la razón por la cual Yo ardo en el deseo de encerrar en ti la vida obrante del Divino Querer? Todas las criaturas poseen el Divino Querer pero lo tienen sofocado, como si fuera su siervo, mientras que si le dieran vida en ellos, El podría obrar prodigios de santidad y de gracia y realizar en ellos obras dignas de su Potencia; pero está, en cambio, obligado a permanecer inoperante, su acción está limitada y obstaculizada y las más de las veces en realidad impedida! 

Por eso sé atenta y coopera con todas tus fuerzas a fin de que el Cielo de la Divina Voluntad se extienda en ti y con su poder obre como quiera todo lo que quiera. 



EL ALMA: 

Mamá Santísima, tus bellas lecciones me arrebatan y despiertan en mí el vehemente deseo de poseer la vida operante de la Divina Voluntad en mi alma. Sí, Mamá queridísima, quiero ser también yo inseparable de mi Jesús y de Ti! Pero para tener la mayor seguridad te pido que tomes a tu cargo el trabajo de mantener mi voluntad encerrada en tu materno Corazón; de otra manera las mías serán siempre solamente palabras que nunca se convertirán en hechos. Por ésto, a Ti me encomiendo y de Ti espero todo. 


PRACTICA: 

 Para honrarme harás una visita a Jesús Sacramentado como obsequio a su Ascensión al Cielo y le pedirás que te haga ascender en su Divina Voluntad. 



JACULATORIA: 

Mamá Querida, con tu poder triunfa en mi alma y hazme renacer en la Voluntad de Dios.

lunes, 28 de mayo de 2018

La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad. VIGESIMA OCTAVA MEDITACION

ORACION A LA REINA DEL CIELO 
ANTES DE CADA MEDITACION 



Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.



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VIGÉSIMA OCTAVA MEDITACIÓN 

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. 


El Limbo. La espera. La victoria sobre la muerte. La Resurrección. 






EL ALMA A SU MAMA REINA: 

Mamá traspasada por el dolor, sabiéndote privada del amado bien Jesús quiero estrecharme a Ti para hacerte compañía en tu amarguísima desolación. ¡Sin Jesús todo se cambia en dolor! El recuerdo de sus desgarradoras penas, del dulce acento de su voz, que aún resuena en tus oídos, de su fascinante mirada, ahora dulce, ahora majestuosa, ahora llena de lágrimas... son espadas cortantes que traspasan de lado a lado tu afligido Corazón. Desolada Mamá, tu querida hija quiere darte consuelo y compadecerte por cada una de tus penas; quiere ser Jesús mismo para poder ofrecerte todo el amor, todos los consuelos, los alivios que te hubiera dado El en este estado de amarga desolación. El dulce Jesús me ha entregado a Ti como hija, ponme, por tanto, en su lugar en tu Corazón Materno y yo te secaré las lágrimas, te haré siempre compañía y seré toda tuya.


 LECCION DE LA MADRE DESOLADA: 

Queridísima hija: te agradezco tu compañía, pero si quieres que sea para Mí dulce y sea portadora de consuelo a mi herido Corazón es necesario que Yo encuentre la Divina Voluntad dominante y reinante en ti, entonces... te cambiaré por mi Hijo Jesús, porque con su Voluntad obrante en ti, Yo encontraré a Jesús en tu corazón. ¡Oh, cómo seré feliz al poseer en ti el primer fruto de sus penas y de su muerte y cuánto gozaré al encontrar en mi hija al amado Jesús! Sólo así mis penas se cambiarán en gozos y mis dolores en conquistas. 

Ahora escucha, hija de mis dolores: en cuanto mi dulce Jesús expiró bajó al Limbo como triunfador y portador de gloria y de felicidad a aquella prisión, en la que se encontraban con el primer padre Adán, todos los patriarcas, los profetas, mis santos padres, el querido San José, y todos los que se habían salvado mediante la fe en el futuro Redentor. 

Yo era inseparable de mi Jesús y por tanto ni siquiera la muerte me podía privar de El, y si bien estaba Yo sumergida en el océano de mis dolores, lo seguí al Limbo y ahí fui espectadora de la fiesta y de los agradecimientos que toda aquella muchedumbre de almas prodigó a mi Hijo, que había ido a ellos para hacerlos bienaventurados y llevarlos con El a la gloria celestial! 

Como ves, en cuanto murió, inmediatamente tuvieron principio sus conquistas. Lo mismo sucede, querida hija, a la criatura humana: desde el mismo instante en el cual ella hace morir su propia voluntad y acoge en su lugar a la Divina comienzan para ella las conquistas en el orden divino, la gloria y el gozo aún en medio de los más grandes dolores. 

Entre tanto, si bien los ojos de mi alma siguieron siempre a mi Hijo y nunca lo perdieron de vista durante los tres días que permaneció en el sepulcro, Yo tenía tales ansias de verlo resucitado que continuamente repetía en la hoguera de mi amor: “¡Resucita, Gloria mía; resucita, Gloria mía...!” Mis suspiros eran de fuego, mis deseos eran tan ardientes que me sentía consumir. Finalmente vi a mi querido Hijo llegarse en triunfo al sepulcro acompañado de la innumerable muchedumbre de las almas liberadas del Limbo. 

Era el alba del tercer día, y así como toda la naturaleza había llorado por su muerte, así también gozaba ahora por su inminente Resurrección. ¡Oh, maravilla! Antes de salir de la tumba Jesús mostró a aquella multitud de almas su Santísima Humanidad sangrante, toda llagada y desfigurada, tal como había quedado por amor a ellos y a todo el género humano. ¡Cómo quedaron admiradas y conmovidas aquellas almas santas contemplando los suplicios y los tormentos inflingidos a ese Cuerpo Divino, sus excesos de amor y el gran portento de la Redención! 

Hija mía, cómo me habría gustado que tú hubieras estado Conmigo en el momento de la Resurrección de mi Divino Hijo. El era todo Majestad, de su Divinidad brotaban mares de Luz y de belleza encantadores, capaces de llenar Cielo y tierra. 

Haciendo uso de Su propia Potencia ordenó a su muerta Humanidad que acogiera nuevamente a su Alma y que resucitara gloriosa a vida inmortal. ¡Qué acto tan solemne! Mi querido Jesús triunfaba sobre la muerte diciéndole: “Muerte, de ahora en adelante tú no serás ya más muerte, sino que serás vida!” Así, con este acto de sobrehumano imperio El confirmaba su Divinidad, su doctrina, sus milagros, la vida de los Sacramentos y la de toda la Iglesia! 

El, además, triunfaba también sobre las voluntades humanas debilitadas y casi muertas en el verdadero bien, para hacer surgir en ellas la Vida del Querer Divino que habría traído a las criaturas la plenitud de la santidad y de todos los bienes. 

El, en virtud de su Resurrección, ponía en nuestros cuerpos el germen de la futura inmortalidad y de la gloria imperecedera. Querida hija, la Resurrección de mi Hijo es la coronación de todas sus obras y es el acto más solemne que El haya realizado por amor a la criatura. 

Ahora escúchame porque quiero hablarte como Madre amantísima, quiero decirte qué cosa significa hacer la Voluntad de Dios y vivir en Ella, y el ejemplo te lo damos mi Hijo y Yo. Es verdad que nuestra vida fue llena de penas y de humillaciones, pero como en Nosotros corría la Divina Voluntad nos sentíamos ser en tal forma triunfadores y conquistadores de poder cambiar en vida a la misma muerte. Conociendo el bien que se habría derivado, voluntariamente nos ofrecíamos a sufrir e invocábamos el sufrimiento como medio poderoso e infalible de alimento y de triunfo de la Redención para el mundo entero. 

Querida hija, si tu existencia y tus penas tienen por centro de vida a la Divina Voluntad está segura de que el dulce Jesús se servirá de ti y de tus dolores para dar ayuda, luz y gracias a todo el mundo. Por eso, ¡ten valor! La Divina Voluntad sabe hacer cosas grandes donde reina. En todas las circunstancias mírate en el espejo que somos Jesús y Yo y camina hacia delante. 


EL ALMA: 

Mamá santa, si Tú me ayudas y me defiendes bajo tu manto yo estoy cierta de convertir en Voluntad Divina todas mis aflicciones y de seguirte paso a paso en los caminos interminables del FIAT Supremo. Entonces tu amor fascinante de Madre y tu Potencia vencerán mi voluntad, y teniéndola en tu Poder, Tú la cambiarás por la Divina. Por ésto, Mamá mía, a Ti me confío y en tus brazos me abandono. 



PRACTICA: 

Para honrarme me ofrecerás mis mismos dolores para que tú puedas cumplir siempre la Divina Voluntad. 



JACULATORIA: 

Mamá mía, por la Resurrección de tu Hijo hazme resurgir en la Voluntad de Dios.

sábado, 26 de mayo de 2018

La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad. VIGESIMA SEPTIMA MEDITACION

ORACION A LA REINA DEL CIELO 
ANTES DE CADA MEDITACION 



Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.



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VIGESIMA SEPTIMA MEDITACION 

La Reina de los dolores en el Reino de la Divina Voluntad. 

Llega la hora del dolor. La Pasión. Llanto de toda la naturaleza. 





EL ALMA A SU MAMA DOLIENTE: 

Querida Mamá dolorosa, tus sublimes lecciones me hacen sentir la extrema necesidad de estar junto a Ti; hoy no me iré de tu lado para ser espectadora de tus acerbos dolores. Te pido la gracia de que pongas en mí tus dolores y los de tu Hijo Jesús y también su misma muerte. Deseo que mi voluntad muera continuamente y que en ella surja la Vida de la Divina Voluntad. 


LECCION DE LA REINA DEL CIELO: 

Querida hija, no me niegues tu compañía en mi amargura tan grande. La Divinidad ha ya decretado el último día de vida de mi Hijo Jesús. Ya un apóstol lo traiciona entregándolo en manos de los judíos para hacerlo morir, y mientras, El, en un exceso de amor, se oculta en el Sacramento de la Eucaristía para no dejar huérfanos a los hijos que con tanta ansia vino a buscar a la tierra. 

He aquí que Jesús está por morir y por tomar el vuelo hacia su Patria Celestial. ¡Oh, hija querida, el FIAT Divino me lo dio, en el FIAT Divino Yo lo recibí, y ahora al mismo FIAT lo entrego! ¡El Corazón se me desgarra, mares inmensos de dolor me inundan y siento que mi vida se acaba por los más atroces espasmos de dolor! 

Nada, nada habría podido negar al FIAT Divino y... si hubiera sido necesario, Yo no habría dudado en sacrificar a mi Hijo con mis mismas manos. El Divino Querer es omnipotente y Yo sentía en Mí misma, tal fortaleza, que prefería la muerte antes que negarle algo. Hija mía, mi Corazón Materno quedaba sofocado por penas inauditas al sólo pensar que mi Jesús, mi Dios, mi Vida, debía morir...! 

Este pensamiento era para tu Mamá el más cruel de todos los martirios. Qué heridas tan profundas de dolor se abrían en mi Corazón y como espadas cortantes lo traspasaban de lado a lado. 

Sin embargo, querida hija, me duele decirlo, en estos terribles dolores y en las angustias de mi Hijo amado estaba tu alma y tu voluntad humana. Nosotros la cubríamos con nuestros mismísimos dolores, la embalsamábamos, la fortificábamos a fin de que se dispusiera a recibir la Vida de la Divina Voluntad. 

¡Oh, si el FIAT Divino no me hubiera sostenido con su Potencia, Yo habría muerto tantas veces por cuantas fueron las penas que sufrió mi querido Jesús! ¡Cómo me sentí despedazar el Corazón cuando Lo vi por última vez, antes de la Pasión, pálido, con una tristeza de muerte en su Rostro! Con Voz temblorosa, como si quisiera sollozar me dijo: “Mamá, adiós, bendice a tu Hijo y dame la obediencia de morir; el tuyo y mío FIAT Divino me hizo concebirme en Ti; el mío y tuyo FIAT Divino me debe ahora hacer morir; pronto, Mamá querida, pronuncia tu FIAT y dime: te bendigo y te doy la obediencia de morir crucificado, así quiere el Eterno y así quiero también Yo”. 

Hija mía, qué dolor vivísimo sufrí en aquel instante y, sin embargo, pronuncié sin titubear mi FIAT, porque en Mí no existían penas forzadas, sino que todas eran voluntarias. 

Recíprocamente nos dimos la bendición, nos dirigimos una última mirada y luego... mi querido Hijo, mi dulce Vida partió, y Yo, tu doliente Mamá, quedé sola con mis penas. 

Pero si me quedé con mi dolor, con los ojos del alma no lo perdí nunca de vista; lo seguí al Huerto de los Olivos en su tremenda agonía y... ¡oh, cómo me sangró el Corazón al verlo abandonado por todos, aun por los más fieles y queridos Apóstoles! 

Hija mía, el abandono por parte de las personas amadas es uno de los mayores tormentos que el corazón humano puede sufrir en las horas tempestuosas de la vida. Pero mucho más íntimo fue aquel que sufrió mi Unigénito que tanto había amado y cubierto de beneficios a sus Apóstoles, y por los cuales estaba ahora a punto de dar su propia vida! 

Al verlo sudar sangre me sentía agonizar con El y lo sostenía entre mis brazos maternos. Siendo Yo inseparable de El, sus amarguras se reflejaban en mi Corazón despedazado por el dolor y por el amor con mayor intensidad que si hubieran sido propios. Y así lo seguí toda la noche: no hubo pena ni ofensa que le hicieran que no resonara en mi Corazón. Y al alba, no pudiendo resistir más, acompañada por Juan, por Magdalena y por otras piadosas mujeres, lo quise seguir paso a paso, de un tribunal a otro, aun corporalmente. 

Querida hija, Yo sentía los golpes de los flagelos que llovían sobre el Cuerpo desnudo de mi Hijo, sentía las burlas, escuchaba las risas satánicas de los verdugos, sentía las heridas que le hacían en la cabeza cuando lo coronaron de espinas; lo vi cuando Pilatos lo mostró al pueblo con el Rostro desfigurado e irreconocible y me sentí aturdir por el grito de la plebe: “¡Crucifícale, crucifícale...!” Lo vi echarse la Cruz en sus espaldas, extenuado... 

No pudiendo soportar más apuré el paso para darle el último abrazo y limpiarle el rostro, todo bañado de sangre. Pero... para Nosotros no había piedad; los crueles soldados me lo alejaron, lo golpearon con las sogas y lo hicieron caer por tierra. Habiéndolo seguido hasta el Calvario asistí a los dolores inauditos y a las contorsiones horribles que El sufrió mientras lo crucificaban y lo levantaban en la cruz. 

Querida hija, ¡oh, con qué dolor inhumano y desgarrador sentí lacerar mi Corazón por no poder socorrer en tantas penas a mi Divino Hijo! Cada uno de sus espasmos repercutia en Mí y abría nuevos mares de dolor en mi sangrante Corazón. Solamente hasta que Jesús fue levantado me fue concedido estar a sus pies y en aquel instante supremo Yo recibí de sus labios en agonía el sagrado don de todos mi hijos, el sello de mi Maternidad y el soberano derecho sobre todas las criaturas. 

Poco después, entre tormentos inauditos, expiró... 

Toda la naturaleza se vistió de luto y lloró la muerte de su Creador: lloró el sol oscureciéndose y retirando horrorizado su luz de la faz de la tierra; lloró la tierra con un fuerte terremoto, abriéndose en diferentes  partes para anunciar la muerte de Aquél que la había sacado de la nada; las tumbas se abrieron, los muertos resucitaron y el velo del Templo se rasgó. Ante tal espectáculo todos fueron invadidos por el pánico y el terror, mientras que Yo, única entre todos, quedaba como petrificada, esperando a que depositaran entre mis brazos a mi Hijo muerto, antes de llevarlo a sepultar. 

Ahora escúchame, en mi intenso dolor quise hablarte de las penas que Jesús soportó, para mostrarte los graves males provocados por tu voluntad humana. Míralo en mi regazo...¡cómo está desfigurado! El es el verdadero retrato de los males que el humano querer causa en las pobres criaturas. Mi Dulce Hijo quiso sufrir tantos dolores para levantar a todas las voluntades humanas del abismo de todas las miserias en las cuales yacían; en cada una de sus penas y en cada uno de mis dolores. Nosotros incitábamos a los hombres a resurgir en la Divina Voluntad. Nuestro amor fue tan grande que para poner a salvo la voluntad humana la colmamos con nuestros sufrimientos y la encerramos en los mares inmensos de nuestros dolores. Este día de mística muerte para tu Mamá dolorosa es todo para Ti, tú depón a cambio en mis manos tu voluntad, a fin de que Yo la encierre en la llaga sangrante del costado de Jesús como la más bella victoria obtenida por su Pasión y Muerte y como el triunfo de mis acerbísimos dolores. 


EL ALMA: 

Mamá Dolorosa, tus palabras me hieren el corazón, porque me hacen ver que fue mi voluntad rebelde la primera causa de tantos padecimientos tuyos y de tu querido Hijo. Te pido que la encierres en las llagas de Jesús y la nutras con sus penas y con tus amargos dolores! 


PRACTICA: 

Para honrarme besarás las llagas de Jesús haciendo cinco actos de amor y me pedirás que mis dolores sellen tu voluntad en la herida de su Sagrado Costado. 


JACULATORIA: 

Las llagas de Jesús y los dolores de mi Mamá me den la gracia de hacer resurgir mi voluntad en la Voluntad de Dios.

La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad. VIGESIMA SEXTA MEDITACION

ORACION A LA REINA DEL CIELO 
ANTES DE CADA MEDITACION 



Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.



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VIGESIMA SEXTA MEDITACION 

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.

La hora del dolor se aproxima. 
Separación dolorosa. Jesús en su Vida pública.




EL ALMA A LA CELESTE MAMA: 

Heme aquí contigo nuevamente, Mamá Reina. Hoy mi dulce Jesús está por despedirse de Ti para dar principio a su Vida pública. Mamá Santa, permite que yo asista a la despedida. Durante estas horas tan tristes deseo que mi compañía sea consuelo a tu soledad, y mientras estamos juntas Tú continuarás dándome tus bellas lecciones sobre la Divina Voluntad. 


LECCION DE LA REINA DEL CIELO: 


Querida hija mía, tu compañía me será muy agradable porque veré en ti el primer don de Jesús. Don formado por puro amor, fruto tanto de su sacrificio como del mío, don que un día costará la misma Vida de mi Unigénito. 

Escúchame, hija, he aquí que a tu Mamá se aproxima un periodo de dolor, de soledad y de largas separaciones del sumo Bien Jesús. Los años de su vida oculta habían llegado a su término y el amor le hacía sentir la irresistible necesidad de salir para ir en busca del mísero hombre perdido en el laberinto de su voluntad y preso en todos los males. El querido San José había ya muerto, mi querido Jesús se iba a ausentar y Yo quedaba sola en la tranquila casita. 

Cuando mi amado Jesús me pidió la obediencia de partir Yo sentí un intenso dolor en mi Corazón; pero sabiendo que esa era la Voluntad de Dios no dudé ni un instante y pronuncié de inmediato mi FIAT. Y nos separamos así: en la hoguera de su ternísimo amor El me bendijo y me dejó; Yo lo acompañé con mi mirada hasta que pude y después, retirándome, me abandoné al Supremo Querer que era mi Vida, pero, ¡oh Potencia del FIAT Divino!, este Santo Querer no me dejaba perder nunca de vista a mi Hijo, ni El me perdía de vista a Mí. Yo sentía sus latidos en los míos y Jesús sentía mis latidos en los suyos...  

Querida hija, lo que el Santo Querer de Dios concede no está sujeto ni a acabar ni a sufrir separación, sus dones son permanentes y eternos; por eso, nada me hubiera podido privar de mi Jesús, ni la muerte, ni el dolor, ni la distancia, porque el Querer Divino me lo había dado. Nuestra separación era sólo aparente, pero en realidad permanecíamos fundidos el uno en el otro porque estábamos animados por un solo Querer! 

La luz de la Divina Voluntad me hacía ver con cuánta ingratitud los hombres acogían a mi Hijo. El había tomado camino hacia Jerusalén y su primera visita la había dedicado al Templo santo en el cual se iniciaba su predicación. 

Pero... ¡oh dolor!, su palabra, llena de vida, portadora de paz, de amor y de orden era falsamente interpretada, era escuchada con desconfianza y con malicia, especialmente por parte de los sabios y los doctos de aquellos tiempos. Cuando mi Hijo afirmaba que era el Hijo de Dios, que era el Verbo del Padre, que era Aquél que había venido a salvarlos, ellos se irritaban hasta el punto de querer aniquilarlo con sus miradas furibundas. 

¡Oh, cómo sufría entonces mi amado Jesús! Viendo que su palabra creadora era rechazada, El sufría dolores y heridas de muerte. Y Yo, que todo observaba, no pudiendo resistir el espectáculo de aquel Corazón Divino que sangraba le ofrecía mi corazón materno para consolarlo, para no dejarlo sucumbir y para recibir en su lugar esas mismas heridas. ¡Oh, cuántas veces después de que había hablado a las muchedumbres Yo lo veía olvidado por todos, sin ningún consuelo, solo, solo..., fuera de los muros de la ciudad! Bajo el manto del cielo estrellado El lloraba e imploraba la salvación de todos. Y tu Mamá, hija mía querida, desde su casita participaba en sus dolores y mediante la luz del FIAT Divino le enviaba sus lágrimas para consolarlo, sus abrazos y sus besos para confortarlo. 

Mi dulce Jesús viéndose rechazado por los grandes y los doctos no se detuvo, su amor quería, exigía almas y, por eso, El se rodeó de pobres, de afligidos, de enfermos, de cojos, de ciegos, de mudos, de oprimidos, quienes no eran otra cosa que las imágenes vivientes de los innumerables males que el humano querer había producido en ellos. Y Jesús, sanando, consolando e instruyendo a todos, vino a ser pronto el Amigo, el Padre, el Médico y el Maestro de los pobres. 

Hija mía, así como fueron los pastores los que primeramente dieron la bienvenida a Jesús, así fueron también los pobres quienes lo siguieron en los últimos años de su vida terrena. Los indigentes, los ignorantes son los más sencillos, los más desapegados de sus propios juicios y por eso son los más favorecidos, los mayormente bendecidos y los amigos más queridos de mi Hijo. ¿No escogió acaso El como sus Apóstoles y como sólidos cimientos de su Iglesia naciente a un pequeño grupo de pobres pescadores? 

Querida mía, es imposible narrarte detalladamente todo lo que Jesús y Yo obramos y sufrimos juntos durante estos tres años de su vida pública...! 

Lo que te recomiendo es que el FIAT Divino sea el principio, el medio y el fin de cada uno de tus actos; y así como en el FIAT Yo encontré la fuerza para alejarme de mi Hijo y cumplir el sacrificio, así tú también encontrarás la fuerza para soportar cualquier pena, aun a costa de tu vida! 

Da tu palabra a tu Mamá que te encontrarás siempre en la Divina Voluntad y Yo te aseguro que también tú sentirás la inseparabilidad de Mí y de nuestro Sumo Bien Jesús. 


EL ALMA: 

Mamá dulcísima, te compadezco al verte sufrir tanto. ¡Ah, te pido que derrames tus lágrimas y las de Jesús en mi alma para purificarla y encerrarla en el FIAT Divino! 


PRACTICA: 

Para honrarme y para hacerme compañía en mi soledad me darás todas tus penas, y por cada una de ellas repetirás: “Te amo, Jesús mío; te amo, Mamá mía...” 


JACULATORIA: 

Mamá divina, tus palabras y las de Jesús desciendan a mi corazón y formen en mí el Reino del Divino Querer.

jueves, 24 de mayo de 2018

La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad. VIGESIMA QUINTA MEDITACION

ORACION A LA REINA DEL CIELO 
ANTES DE CADA MEDITACION 



Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.



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VIGESIMA QUINTA MEDITACION 

La Reina del Cielo en las Bodas de Caná fue constituída Reina de las familias, Reina de los milagros y vínculo de unión entre el FIAT Divino y la criatura.




EL ALMA A SU MADRE CELESTIAL: 

Mamá Santa, heme aquí Contigo y con tu Hijo en las Bodas de Caná, para admirar en el prodigio de Jesús tu potencia y tu ilimitado amor materno por mí y por todos tus hijos. ¡Ah, Madre mía, toma mi mano en las tuyas, ponme en tus rodillas, lléname de amor, purifica mi inteligencia y hazme comprender el gran misterio que encierra el primer milagro de Jesús!.



 LECCION DE LA REINA DEL CIELO: 

Queridísima hija, mi corazón lleno de amor quiere satisfacer tu deseo y explicarte el motivo por el cual Yo quise asistir con mi Hijo Jesús a las Bodas de Caná. ¿Crees tú que Yo haya intervenido por simple conveniencia? ¡Ah no, hija mía! En este milagro están encerrados profundos misterios. Pon atención y te diré cosas nuevas; te haré comprender cómo mi amor de Madre demostró su intensidad y cómo el amor de mi Hijo demostró verdadera señal de paternidad hacia los hombres. 

Mi Jesús había regresado del desierto y estaba a punto de iniciar su Vida Pública, pero primero quiso asistir a estas bodas y permitió que Yo fuera también invitada. 

No fuimos para gozar de la fiesta, sino para obrar grandes cosas en favor de las generaciones humanas. Mi Hijo tomaba su lugar de padre y rey de las familias humanas y Yo el puesto de madre y reina. Con nuestra presencia renovamos la santidad, la belleza y el orden del matrimonio que Dios había instituido en el Edén, uniendo con vínculo indisoluble a Adán y Eva para poblar la tierra y multiplicar las futuras generaciones. 

Como ves, hija mía, el matrimonio es la esencia de la que brota la vida del género humano, es el medio por el cual la tierra es poblada. A causa del pecado nuestros progenitores, al haberse sustraido de la Divina Voluntad destruyeron la integridad de la familia y por eso Yo, tu Madre y nueva Eva inocente, participé en las Bodas de Caná con mi Hijo Divino para restituir la santidad al matrimonio y reordenar los planes que Dios había preordenado en el Edén. 

Además, deseando que todas las familias Me pertenecieran y que por medio mío se instaurara en ellas el Reino del FIAT Divino, Yo me constituí su Reina. 

Pero ésto no es todo aún. Nuestro amor ardía en deseos de manifestarse a los hombres y darles la más sublime entre las lecciones, y de este modo logramos nuestro deseo: hacia el final del banquete faltó el vino, por lo que mi corazón de Madre, que amaba intensamente, se sintió enternecer. Queriendo ir en ayuda de los esposos y sabiendo que mi Hijo podía todo, me dirigí a El con acento suplicante: “Hijo mío, los esposos no tienen ya vino...” “Mi hora no ha llegado aún”, me respondió entonces El. A pesar del aparente rechazo, Yo sabía que Jesús nada me habría negado, y por eso dije a los que servían la mesa: “haced todo lo que El os diga”. 

 Hija mía, con éstas pocas palabras Yo di a los hombres de todos los siglos, una entre las más útiles, más necesarias y más sublimes de las lecciones. Yo les hablaba a ellos con corazón de Madre y les decía: “Hijos míos, ¿queréis ser santos? ¡Haced la Voluntad de mi Hijo!, no os separéis jamás de lo que El os enseña y tendréis en vuestro poder su semejanza y su santidad. ¿Queréis que todos vuestros males cesen? ¿deseáis obtener cualquier gracia, por muy difícil que sea? ¿pedís las cosas que son indispensables para la vida natural? ¡Haced todo lo que mi Hijo os dice y quiere y obtendréis no sólo lo que os es necesario, sino más, superabundantemente!, en sus palabras El tiene encerrada la Potencia misma de su Querer y las gracias que os quiere conceder”. 

¡Cuántos hay, desgraciadamente, que a pesar de todas sus oraciones permanecen siempre débiles, afligidos y miserables! Parece que el cielo esté cerrado para ellos y que su voz no es escuchada. Estos no hacen lo que les dice mi Hijo y por lo tanto, con sumo dolor mío, se mantienen lejanos de la fuente de la Voluntad Divina en la que residen todos los bienes. 

Los sirvientes, en cambio, hicieron puntualmente lo que les dijo Jesús: “Llenad las tinajas con agua y llevadlas a la mesa...” ¡Y las llenaron hasta el borde! y con ésto obtuvieron que el agua se convirtiera en vino exquisito. 

¡Oh, mil y mil veces bienaventurado quien hace lo que Jesús dice y quiere! 

Con haber querido mi cooperación y con haber escuchado mi petición, Jesús demostró haberme elegido como Reina de los milagros y, si no con palabras sí con los hechos, El dijo a todos y a cada uno de los hombres: “Si queréis Gracias y milagros venid a mi Madre, recurrid a su intercesión, a Ella jamás le niego nada de cuanto me pide”. 

Hija mía, asistiendo a estas bodas Yo miraba a todas las familias de los siglos futuros y les impetraba la gracia de ser en la tierra los representantes de la Santísima Trinidad. Como Madre y Reina anhelaba hacer triunfar en el santuario de la familia a la adorable Voluntad de Dios y ponía a su disposición todas las gracias, los auxilios y la santidad que se necesitan para vivir en un Reino tan santo. 

Querida hija, también a ti te hago la misma recomendación: escucha lo que te dice mi Hijo y solamente haz lo que El quiere. Si sigues este mi consejo, Yo haré el trabajo de formar los desposorios entre ti y el FIAT Divino, te daré por dote la misma Vida de mi Unigénito y por don mi maternidad con el cortejo de todas Mis Virtudes. 



EL ALMA: 

Mamá Celeste, ¡cuánto te debo agradecer por el gran amor que me tienes! En todo lo que haces tienes un pensamiento para mí y me preparas tales dones y favores que dejan asombrados a cielos y tierra. Con ellos yo te alabo y te digo: gracias. ¡Ah, Mamá buena, graba en mi corazón tus santas palabras: “haz lo que te dice mi Hijo”, a fin de que sea generada en mí la Vida de la Divina Voluntad que tan ardientemente suspiro y quiero!.


 PRACTICA: 

En todas nuestras acciones escuchemos a nuestra Mamá Celestial que nos dice suavemente al oído: “Haz lo que te dice mi Hijo”. 


JACULATORIA: 

Mamá santa, ven a mi alma y obra el milagro de convertir mi voluntad humana en Voluntad Divina.

El pecado de impureza.

Vi al Señor Jesús atado a una columna, despojado de sus vestiduras y enseguida empezó la flagelación. Vi cuatro hombres que por turno azotab...