DE LAS 11 A LAS
12 DE LA NOCHE
SÉPTIMA HORA
Tercera hora de agonía en El Huerto de Getsemaní
Dulce bien mío, mi corazón no resiste...Te miro y veo
que sigues agonizando; la sangre como en arroyos te chorrea
de todo el cuerpo y con tanta abundancia que no sosteniéndote
de pie, has caído en un lago.¡Oh amor mío, se
me rompe el corazón viéndote tan débil y agotado! Tu
rostro adorable y tus manos creadoras se apoyan en la tierra
y se llenan de Sangre...; me parece que a los ríos de
iniquidad que te mandan las criaturas, quieras Tú dar ríos de sangre para hacer que todas las culpas queden en éstos
ahogadas, y dar así con tu Sangre a cada uno el perdón.
¡Más, oh Jesús mío, reanímate, ya es demasiado lo que
sufres; baste ya hasta aquí a tu amor! Y mientras parece
que mi amable Jesús muere en su propia sangre, el amor
le da de nuevo vida. Lo veo moverse penosamente, se
pone de pie y así, cubierto de sangre y fango, parece que quiere caminar, pero no teniendo fuerzas, fatigosamente
se arrastra...Dulce vida mía, déjame que te lleve entre mis
brazos...¿Es que vas, acaso, a tus amados discípulos?
¡Pero cuánto es el dolor de tu adorable corazón al encontrarlos
nuevamente dormidos! Y Tú con voz apagada y
trémula los llamas: “Hijos míos, no durmáis, la hora está
próxima.¿no veis a qué estado me he reducido? Ah ayudadme,
no me abandonéis en estas horas extremas.” Y
casi vacilante estás a punto de caerte a su lado mientras
Juan extiende sus brazos para sostenerte. Estás tan irreconocible
que de no haber sido por la suavidad y dulzura de
tu voz, no te habrían reconocido. Después, recomendándoles
que estén despiertos y que oren, vuelves al Huerto,
pero con una segunda herida en el Corazón. En esta herida
veo, oh bien mío, todas las culpas de aquellas almas
que a pesar de las manifestaciones de tus favores en
dones, caricias y besos, en las noches de la prueba, olvidándose
de tu amor y de tus dones se quedan somnolientas
y adormiladas, perdiendo así el espíritu de continua
oración y vigilancia.
Jesús mío, es cierto que después de haberte visto y
después de haber gustado tus dones, se necesita gran fuerza
para quedar privados y resistir; sólo un milagro puede
hacer que esas almas resistan la prueba. Por eso, mientras
te compadezco por esas almas, cuyas negligencias, ligerezas
y ofensas son las más amargas para tu corazón, te
ruego que en el momento que llegasen a dar un solo paso
que pudiera en lo más mínimo entristecerte, las rodees de
tanta Gracia que las detengas, para que no pierdan el espíritu de continua oración.
Dulce Jesús mío, mientras vuelves al Huerto parece que
ya no puedes más; levantas al Cielo el rostro cubierto de
sangre y de tierra y por tercera vez repites: “Padre, si es
posible, pase de Mí este cáliz...; Padre Santo, ayúdame,
tengo necesidad de consuelo; es verdad que por las culpas
que he tomado sobre Mí soy repugnante, despreciable, el
último entre los hombres ante tu Majestad infinita; tu
Justicia está airada contra Mí; pero mírame, oh Padre, pues
siempre soy tu Hijo y formo una sola cosa contigo.¡Ah,
socorro, piedad, oh Padre, no me dejes sin consuelo!”.
A continuación, oh Bien mío, me parece escuchar que
llamas en tu ayuda a la querida Mamá: “Dulce Mamá,
estréchame entre tus brazos como me estrechabas siendo
niño; dame aquella leche que tomaba de ti para darme
fuerzas y endulzar las amarguras de mi agonía; dame tu
corazón que es todo mi contento. Madre mía, Magdalena,
Apóstoles queridos, vosotros todos los que me amáis,
ayudadme, confortadme, no me dejéis solo en estos
momentos extremos, hacedme todos corona a mi alrededor,
dadme el consuelo de vuestra compañía y de vuestro
amor...
Jesús, amor mío, ¿quién puede resistir viéndote en
estos extremos? ¿Qué corazón será tan duro que no se
rompa viéndote ahogado en tu sangre? ¿Quién no derramará
a torrentes amargas lágrimas al escuchar los dolorosos
acentos con que buscas ayuda y consuelo? Jesús mío,
consuélate; veo que ya el Padre te envía un ángel como
consuelo y ayuda, para que puedas salir de este estado de
agonía y puedas entregarte en manos de los judíos. Y mientras Tú estás con el ángel, yo recorreré Cielos y tierra.
Tú me permitirás que tome esta sangre que has derramado
para que pueda dársela a todos los hombres como
prenda de salvación para cada uno y llevarte el consuelo
de la correspondencia de sus afectos, latidos, pensamientos,
pasos y obras.
Celestial Madre mía, vengo a Ti para que juntas vayamos
a todas las almas y les demos la sangre de Jesús.
Dulce Mamá, Jesús quiere consuelo, y el mayor consuelo
que podemos darle es llevarle almas...Magdalena, acompáñanos;
ángeles todos, venid a ver a qué estado se ha
reducido Jesús. El quiere consuelo de todos y es tal y tan
grande el abatimiento en que se encuentra que no desdeña
a ninguno.
Jesús mío, mientras bebes el cáliz lleno de intensas
amarguras que el Padre te ha enviado, oigo que suspiras
más, que gimes y que deliras, y con voz sofocada dices:
“¡Almas, almas, venid aliviadme, tomad sitio en mi
Humanidad! ¡Os quiero, os suspiro! ¡Ah, no seáis sordas
a mi voz, no hagáis vanos mis deseos ardientes, mi sangre,
mi amor, mis penas! ¡Venid almas, venid!”.
Delirante Jesús mío, cada uno de tus gemidos y suspiros
es una herida para mi corazón, herida que no me da
reposo, por lo que hago mía tu sangre, tu Querer, tu celo
ardiente, tu amor, y recorriendo Cielos y tierra quiero ir a
todas las almas para darles tu sangre como prenda de salvación
y llevártelas a Ti para calmar tus anhelos, tus delirios
y endulzar las amarguras de tu agonía, y mientras
hago esto, acompáñame Tú mismo con tu mirada...
Madre mía, vengo a ti porque Jesús quiere almas, quiere
consuelo; dame, pues, tu mano materna y recorramos
juntas todo el mundo en busca de almas...Encerremos en
su sangre los afectos, los deseos, los pensamientos y
obras, los pasos de todas las criaturas e incendiemos sus
almas con las llamas de su Corazón para que se rindan, y
así, metidas en su sangre y transformadas en sus llamas las
conduciremos en torno a Jesús para endulzarle las penas
de su amarguísima agonía.
Ángel mío de mi guarda, precédenos tú y prepáranos
las almas que han de recibir esta Sangre para que ninguna
gota se quede sin su copioso efecto.
Madre mía, pronto, pongámonos en camino; veo que
Jesús nos sigue con su mirada, escucho sus repetidos
sollozos que nos incitan a apresurar nuestra tarea.
Y he aquí, oh Mamá, que ya a los primeros pasos nos
encontramos a las puertas de las casas donde yacen los
enfermos. ¡Cuántos miembros llagados! ¡Cuántos enfermos,
bajo la atrocidad de los dolores prorrumpen en blasfemias
e intentan quitarse la vida...¡Otros se ven abandonados
por todos y no tienen quien les dé una palabra de
consuelo ni los más necesarios socorros, y por eso más se
lamentan contra Dios y se desesperan. Ay Mamá, escucho
los sollozos de Jesús, pues ve correspondidas con ofensas
sus más delicadas predilecciones de amor, que hacen
sufrir a las almas para hacerlas semejantes a El. Ah,
démosles su Sangre para que las provea de las ayudas
necesarias y les haga comprender con su luz el bien que
hay en el sufrir y la semejanza que adquieren con Jesús.
Y tú, Madre mía, ponte a su lado y como Madre afectuosa
toca con tus manos maternas sus miembros doloridos,
alíviales sus dolores, tómalas en tus brazos y derrama de
tu Corazón torrentes de gracias sobre todas sus penas.
Haz compañía a los abandonados, consuela a los afligidos;
para quienes carecen de los medios necesarios dispón
tú las almas generosas que los socorran; a quienes se
encuentran bajo la atrocidad de los dolores obtenles consuelo
y reposo; para que así, aligerados, puedan con
mayor paciencia sobrellevar todo lo que Jesús dispone
para ellos.
Sigamos nuestro recorrido y entremos en la estancia
de los moribundos...¡Madre mía, qué terror! ¡Cuántas
almas hay a punto de caer en el infierno! ¡Cuántas, después
de una vida de pecado quieren dar el último dolor a
ese Corazón repetidamente traspasado, sellando su último
respiro con un último acto de desesperación! Muchos
demonios están en torno a ellas infundiendo en su corazón
terror y espanto de los divinos juicios, dándoles así el
último asalto para llevarlas al infierno; desearían avivar
las llamas del infierno para envolverlas a ellas y no dar
así lugar a la esperanza...Otras, atadas por los apegos de
la tierra no saben resignarse a dar el último paso...Ah
Mamá son los últimos momentos, tienen mucha necesidad
de ayuda, ¿no ves cómo tiemblan, cómo se debaten
entre los espasmos de la agonía, cómo piden ayuda y piedad?
La tierra ya ha desaparecido para ellas. Mamá Santa,
ponles tu mano materna sobre sus heladas frentes y acoge
Tú sus últimos respiros. Demos a cada moribundo la sangre
de Jesús, la que poniendo en fuga a todos los demonios, disponga a todos a recibir los últimos Sacramentos
y los prepare a una buena y santa muerte. Démosles el
consuelo de la agonía de Jesús, sus besos, sus lágrimas y
sus llagas; rompamos las ataduras que los tienen sujetos;
hagamos oír a todos las palabras del perdón y pongámosles
tal confianza en el corazón que hagamos que se arrojen
en los brazos de Jesús. Y así El, cuando los juzgue, los
encuentre cubiertos con su Sangre y abandonados en sus
brazos haga que quieran recibir todo su perdón.
Pero continuemos, oh Mamá. Tus ojos maternos miren
con amor la tierra y se muevan a compasión por tantas
pobres criaturas que necesitan esta Sangre...Madre mía,
me siento incitada por la mirada indagadora de Jesús a
correr, porque quiere almas. Siento sus gemidos en el
fondo de mi corazón que repiten: “Hija mía, ayúdame,
dame almas...”
Mira, Mamá, como está llena la tierra de almas que
están a punto de caer en el pecado, y cómo Jesús rompe
en llanto viendo su Sangre sufrir nuevas profanaciones...Hace
falta un milagro que les impida la caída;
démosles pues, la Sangre de Jesús para que encuentren en
ella la fuerza y la gracia para no caer en el pecado.
Un paso más, Madre mía, y he aquí otras almas ya caí-
das en culpa, las cuales necesitan una mano que las levante.
Jesús las ama pero las mira horrorizado porque están
enfangadas, y su agonía se hace aún más intensa.
Démosles la Sangre de Jesús para que encuentren así esa
mano que las levante...Mira, Mamá, son almas que tienen
necesidad de esta Sangre, almas muertas a la gracia. ¡Oh, qué lamentable es su estado! El Cielo las mira y llora con
dolor, la tierra las mira con repugnancia; todos los elementos
están contra ellas y quisieran destruirlas, porque
son enemigas del Creador. Oh Mamá, la Sangre de Jesús
contiene la vida: démosela pues, para que a su contacto
estas almas resuciten y resurjan más hermosas, y hagan
así sonreír a todo el Cielo y la tierra.
Pero sigamos, oh Mamá. Mira, hay almas que llevan
la marca de la perdición, almas que pecan y huyen de
Jesús, que lo ofenden y desesperan de su perdón...Son los
nuevos Judas dispersos por la tierra, que traspasan ese
corazón tan amargado. Démosles la Sangre de Jesús para
que esta Sangre borre en ellos la marca de la perdición y
les imprima la de la salvación; para que ponga en sus
corazones tanta confianza y amor después de la culpa que
los haga correr a los pies de Jesús y estrecharse a esos
pies divinos para no separarse jamás...Mira, oh Mamá,
hay almas que corren locamente hacia la perdición y no
hay quien detenga su carrera. Ah, pongamos esa Sangre
ante sus pies para que al tocarla, ante su luz y ante sus
voces suplicantes, que quieren salvarlas, puedan retroceder
y ponerse en el camino de la salvación...
Continuemos, Mamá, nuestro recorrido. Mira, hay
almas buenas, almas inocentes en las que Jesús encuentra
sus complacencias y su descanso de la Creación, pero las
criaturas están en torno a ellas con tantas insidias y escándalos
para arrancar esta inocencia y convertir las complacencias
y el descanso de Jesús en lágrimas y amarguras,
como si no tuvieran más fin que el de dar continuos dolores a ese Corazón divino...Sellemos y circundemos pues
su inocencia con la Sangre de Jesús, para que sea como
un muro de defensa para que en ellas no entre la culpa:
pon en fuga, con su Sangre, a quienes quisieran contaminarlas,
y consérvalas puras y sin mancha para que en ellas
Jesús encuentre su descanso de la Creación y todas sus
complacencias, y por amor de ellas se mueva a piedad de
tantas otras pobres criaturas...
Madre mía, pongamos estas almas en la Sangre de
Jesús, atémoslas una y otra vez con el Santo Querer de
Dios, llevémoslas a sus brazos y con las dulces cadenas
de su amor atémoslas a su Corazón para endulzar las
amarguras de su mortal agonía...
Pero escucha, oh Mamá esta sangre grita y quiere todavía
más almas...Corramos juntas y vayamos a las regiones
de herejes y de infieles...¡Cuánto dolor siente Jesús en
estas regiones! El, siendo vida de todos, no recibe en
correspondencia ni siquiera un pequeño acto de amor y no
es conocido por sus mismas criaturas...Ah Mamá, démosles
esta Sangre para que les disipe las tinieblas de la ignorancia
o de la herejía, para que les haga comprender que
tienen un alma, y abra para ellas el Cielo. Después pongámoslas en torno a El como tantos hijos huérfanos y desterrados
que al fin encuentran a su Padre, y así Jesús se sentirá
confortado en su amarguísima agonía.
Pero parece que Jesús no está aún contento, porque
quiere más almas. En estas regiones de paganos e infieles
siente que de sus brazos le son arrancadas las almas de los
moribundos para ir a precipitarse en el infierno. Estas almas están ya a punto de expirar y caer en el abismo, no
hay nadie a su lado para salvarlas. ¡El tiempo apremia, los
momentos son extremos y se perderán sin duda! No,
Mamá, esta Sangre no será derramada inútilmente por
ellas, por tanto volemos inmediatamente hacia ellas y
derramemos sobre su cabeza la sangre de Jesús para que
les sirva de Bautismo e infunda en ellas la Fe, la
Esperanza y la Caridad...Ponte a su lado, Mamá, y suple
Tú todo lo que les falta; más aún, déjate ver; en tu rostro
resplandece la belleza de Jesús, tus modos son en todo
iguales a los suyos, y por eso, viéndote, podrán conocer
con certeza a Jesús. Estréchalas después a tu corazón
materno, infúndeles la vida de Jesús que tú posees, diles
que siendo Tú su madre, las quieres para siempre felices
contigo en el Cielo, y así, mientras expiran, recíbelas en
tus brazos y haz que de los tuyos pasen a los de Jesús. Y
si Jesús mostrase, según los derechos de la justicia, que
no puede recibirlas, recuérdale el amor con el que te las
confió bajo la Cruz, y reclama tus derechos de Madre, de
manera que a tu amor y a tus plegarias El no pueda resistir,
y mientras contentará tu Corazón, contentará también
tus ardientes deseos.
Y ahora, oh Mamá, tomemos esta Sangre y démosla a
todos: A los afligidos, para que sean consolados; a los
pobres, para que sufran su pobreza resignados y agradecidos;
a los que son tentados, para que obtengan la victoria;
a los incrédulos, para que en ellos triunfe la virtud de
la Fe; a los blasfemos, para que cambien sus blasfemias
en bendiciones; a los Sacerdotes, para que comprendan su
misión y sean dignos ministros de Jesús; toca sus labios con esta Sangre para que no digan palabras que no sean
de gloria de Dios; toca sus pies para que corran y vuelen
en busca de almas y las conduzcan a Jesús...Demos esta
Sangre a quienes rigen los pueblos, para que estén unidos
y tengan mansedumbre y amor hacia sus súbditos.
Volemos ahora hacia el Purgatorio y demos también
esta Sangre a las almas penantes, pues ellas lloran y suplican
esta Sangre para su liberación...¿No escuchas, Mamá,
sus gemidos y sus delirios de amor que las torturan, y
cómo continuamente se sienten atraídas hacia el Sumo
Bien? ¿Ves cómo Jesús mismo quiere purificarlas para
tenerlas cuanto antes consigo? El las atrae con su amor, y
ellas le corresponden con continuos ímpetus de amor
hacia El, pero al encontrarse en su presencia, no pudiendo
aún sostener la pureza de la divina mirada, no pueden
sino retroceder y caer de nuevo en las llamas de amor
purificadoras...Madre mía, descendamos en esta profunda
cárcel y derramando sobre ellas esta Sangre, llevémosles
la luz, mitiguemos sus delirios de amor, extingamos el
fuego que las abrasa, purifiquémoslas de sus manchas,
para que así, libres de toda pena, vuelen a los brazos del
Sumo Bien; demos esta Sangre a las almas más abandonadas
y olvidadas, para que encuentren en Ella todos los
sufragios que las criaturas le niegan; demos a todas, oh
Mamá esta Sangre, no privemos a ninguna, para que en
virtud de Ella todas encuentren alivio y liberación. Haz de
Reina en estas regiones de llantos y de lamentos, extiende
tus manos maternas y saca de estas llamas ardientes,
una por una a todas las almas, haciéndolas emprender a
todas el vuelo hacia el Cielo...
Y ahora hagamos también nosotras un vuelo hacia el
Cielo. Pongámonos a las puertas eternas y...permíteme,
oh Mamá, que también a ti te dé esta Sangre para tu
mayor gloria. Esta Sangre te inunde de nueva Luz y de
nuevos contentos...y haz que esta luz descienda en beneficio
de todas las criaturas para darles a todas la gracia de
la salvación.
Ahora, Madre mía, dame también Tú a mí esta
Sangre...Tú sabes cuánto la necesito. Con tus mismas
manos maternas retoca todo mi ser con esta Sangre y
retocándome, purifícame de mis manchas, cura mis llagas,
enriquece mi pobreza, haz que esta Sangre circule
por mis venas y me dé toda la Vida de Jesús, que descienda
a mi corazón y me lo transforme en su mismo
Corazón, que me embellezca tanto que Jesús pueda
encontrar todas sus complacencias en mí.
Ahora sí, oh Mamá, entremos en las regiones del Cielo
y demos esta Sangre a todos los bienaventurados, a todos
los ángeles, para que puedan tener mayor gloria, para que
prorrumpan en himnos y acciones de gracias a Jesús y
rueguen por nosotros, viadores, para que en virtud de esta
Sangre podamos un día reunirnos con ellos.
Y después de haber dado a todos esta Sangre vayamos
de nuevo a Jesús. Ángeles y santos, venid con nosotras.
Ah, El suspira las almas y quiere hacerla entrar todas en
su Humanidad para darles a todas los frutos de su Sangre.
Pongámoslas, pues, en torno a El y se sentirá volver la
Vida y recompensar por la amarguísima agonía que ha
sufrido.
Y ahora, Mamá santa, llamemos a todos los elementos
a hacerle compañía a fin de que ellos rindan también
honor a Jesús...Oh luz del sol, ven a disipar las tinieblas
de esta noche paa dar consuelo a Jesús. Oh estrellas, con
vuestras centelleantes luces descended del cielo y venid a
consolar a Jesús. Flores de la tierra, venid con vuestros
perfumes; Pajarillos de los aires, venid con vuestros trinos;
elementos todos de la tierra, venid a confortar a
Jesús. Ven, oh mar , a refrescar y a lavar a Jesús...El es
nuestro creador, nuestra vida, nuestro todo; venid todos a
confortarlo, a rendirle homenaje como a nuestro soberano
Señor...
Pero, ay, Jesús no busca luz, ni estrellas, ni flores, ni
aves...¡El quiere almas, almas!
Helas aquí, dulce bien mío, a todas junto conmigo: A
tu lado está nuestra Mamá querida...descansa Tú entre sus
brazos; también ella tendrá consuelo al estrecharte a su
regazo, pues ha participado intensamente en tu dolorosa
agonía...También está aquí Magdalena, está Marta, y
están todas las almas que te aman de todos los siglos...Oh
Jesús, acéptalas, y a todas di una palabra de amor y de
perdón; en tu amor átalas a todas para que no vuelva a
huirte ningún alma...pero parece que me dices: “¡Ah hija,
cuántas almas por la fuerza huyen de Mí y se precipitan
en la ruina eterna! ¿Cómo podrá, entonces, calmarse mi
dolor, si Yo amo tanto a una sola alma cuanto amo a todas
las almas juntas?...”
Conclusión de la Agonía
Agonizante Jesús, parece que está por apagarse tu
vida, oigo ya el estertor de tu agonía y veo tus hermosos
ojos eclipsados por la cercana muerte y tus santísimos
miembros abandonados, y siento cada vez más como que
ya no respiras, y siento que el corazón se me rompe por
el dolor. Te abrazo y te siento helado; te toco y no das
señales de vida...¡Jesús! ¿Estás muerto?
Afligida Mamá, ángeles del Cielo, venid a llorar a
Jesús; y no permitáis que siga yo viviendo sin El, porque
no puedo. Y me lo estrecho más fuete y siento que da otro
respiro, y luego que otra vez no da señales de vida...Y lo
llamo: ¡Jesús, Jesús, vida mía, no te mueras! Ya oigo el
ruido de tus enemigos que vienen a prenderte...¿Quién te
defenderá en el estado en que te encuentras?”
Y El, sacudido, parece que resurge de la muerte a la
vida. Me mira y me dice: “Hija, ¿estás aquí? ¿Has sido
espectadora de mis penas y de tantas muertes como he
sufrido? Pues bien, debes saber, oh hija, que en estas tres
horas de amarguísima agonía he reunido en Mí todas las
vidas de las criaturas, y he sufrido todas sus penas y hasta
sus mismas muertes, dándoles a cada una mi misma
Vida...Mis agonías sostendrán las suyas; mis amarguras y
mi muerte se tornarán para ellas en fuente de dulzura y de
vida. ¡Cuánto me cuestan las almas! ¡Si fuese al menos
correspondido! Es por eso que has visto cómo, mientas
moría, volvía a respirar...Eran las muertes de las criaturas
que sentía en Mí.”
Fatigado Jesús mío, ya que has querido encerrar en ti
también mi vida, y por lo tanto también mi muerte, te
ruego que por esta amarguísima agonía tuya, vengas a
asistirme en el momento de mi muerte. Yo te he dado mi
corazón como refugio y reposo, mis brazos para sostenerte
y todo mi ser a tu disposición y oh, con cuánto deseo
me entregaría en manos de tus enemigos para poder morir
yo en lugar tuyo...Ven, oh vida de mi corazón, en aquel
momento extremo, a darme lo que te he dado, tu compañía,
tu Corazón como lecho y descanso, tus brazos como
sostén, tus respiros afanosos para aliviar mis afanes, de
modo que al respirar lo haré por medio de tu respiración,
que como aire purificador me purificará de toda mancha
y me prepararás la entrada en la felicidad eterna...Más
aún, dulce Jesús mío, aplicarás a mi alma toda tu
Humanidad santísima, de modo que al mirarme me verás
a través de ti mismo y viéndote a ti mismo en mí, no
hallarás nada de qué juzgarme; luego me bañarás en tu
Sangre, me vestirá con la blanca vestidura de tu Santísima
Voluntad, me trasfigurarás en el sol de tu Amor y dándome
el último beso me harás emprender el vuelo de la tierra
al Cielo...
Y ahora te ruego que hagas esto que quiero para mí, a
todos los agonizantes; estréchatelos a todos en el abrazo
de tu amor y dándoles el beso de la unión sálvalos a todos
y no permitas que ninguno se pierda.
Afligido Bien mío, te ofrezco esta hora, en la que he
hecho memoria de tu Pasión y de tu muerte, para desarmar
la justa ira de Dios por tantos pecados, por la conversión de los pecadores, por la paz de los pueblos, por nuestra
santificación y en sufragio de las almas del Purgatorio.
Pero veo que tus enemigos están ya cerca y Tú quieres
dejarme para ir a su encuentro. Jesús, permíteme que te
bese en la mejilla, donde Judas osará besarte con su beso
infernal. Permíteme que te limpie el rostro bañado en sangre,
sobre el cual van a llover bofetadas y salivazos. Y Tú,
estrechándome fuerte a tu corazón, no dejarás que te deje
jamás, sino que harás que te siga en todo...¡Bendíceme!
Las Horas de la Pasión.
Luisa Picarreta.
F: mundocatolicoMC
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