miércoles, 2 de mayo de 2018

La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad. SEGUNDA MEDITACION

ORACION A LA REINA DEL CIELO 
ANTES DE CADA MEDITACION 



Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.

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SEGUNDA MEDITACIÓN 

El segundo paso de la Divina Voluntad 
en la Reina del Cielo. 

La primera sonrisa de la Trinidad Sacrosanta ante su Concepción Inmaculada. 





EL ALMA A SU INMACULADA REINA: 

Heme aquí de nuevo en tus rodillas maternas para escuchar tus lecciones. Mamá Celestial, esta pobre hija tuya se confía a tu potencia. Conozco muy bien que soy muy pobre; pero ahora sé que Tú me amas con amor materno; por eso, con confianza y fuerza me arrojo entre tus brazos. Ten compasión de mí y hazme oir tu voz dulcísima y tus sublimes lecciones. Mamá Santa, purifica mi corazón con tu ternura y pon en él el celeste rocío de tus celestiales enseñanzas. 


LECCION DE LA REINA DEL CIELO: 

Hija mía, escúchame, si tú supieras cuánto te amo, confiarías mayormente en Mí y no dejarías escapar ni siquiera una sílaba de todo lo que te digo. 

Has de saber que no sólo te llevo escrita en mi Corazón, sino que en él poseo una fibra especial para ti, por lo cual te amo más que una madre. 

Ahora quiero hacerte conocer el inmenso prodigio obrado en Mí por el FIAT Supremo, para que tú, imitándome, puedas conseguir el gran honor de llegar a ser no sólo mi hija querida, sino mi hija reina. ¡Oh, cómo mi Corazón inflamado de amor suspira por estar rodeado de una noble legión de hijas reinas! Por tanto, escúchame, hija queridísima: 

En cuanto el Querer Divino se vertió en mi principio humano para impedir los tristes efectos de la culpa, la Divinidad se puso en fiesta porque descubrió en Mí una humanidad pura y santa, tal como había sido la del primer hombre. El FIAT Divino hizo entonces su segundo paso en Mí llevando este principio humano mío, por El mismo santificado y purificado, ante la Divinidad, con el fin de que ella vertiera a torrentes sobre mi pequeñez los tesoros de sus divinas gracias. 

La Divinidad, descubriendo entonces en Mí su obra creadora bella y casta, sonrió de complacencia y para mejor festejarme: El Padre Celestial vertió en Mí mares de Potencia, el Hijo, mares de Sabiduría y el Espíritu Santo, mares de Amor. Así que Yo fui engendrada en la Luz interminable de la Divina Voluntad, entre esos mares Divinos. Mi pequeñez, no pudiéndolos contener todos, formaba a su vez olas altísimas para enviarlas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como homenajes de ternura y de devoción. La Divinidad era todo ojos para Mí, y para no dejarse vencer en amor, sonriéndome y acariciándome me enviaba otros mares, los cuales me embellecían tanto que conferían a mi pequeña humanidad la virtud de raptar a mi Creador, de modo que entre Dios y Yo hubo siempre fiesta. ¡Nosotros no nos negábamos nada! 

¿Pero sabes tú quién me comunicaba esta fuerza raptora? ¡Era la Divina Voluntad, cuya Vida reinaba en Mí! Poseyendo la misma fuerza del Ser Supremo, Yo estaba en grado de competir con El, y, por tanto, nos raptábamos recíprocamente con igual vigor. 

Ahora, hija mía, escucha a tu Mamá: Has de saber que Yo te amo muchísimo y quisiera ver tu alma llena de mis mismos mares. Estos mares míos son desbordantes y quieren verterse en ti, pero para lograrlo se necesita que tú te despojes de tu querer humano, a fin de que el Querer Divino pueda hacer su segundo paso en ti y pueda constituirse principio de vida de tu alma, raptando así tú la atención del Padre Celestial, del Hijo y del Espíritu Santo, los Cuales verterán también en ti sus mares de amor. Pero para esto, Ellos quieren encontrar en ti su mismo Querer, porque de otra manera no podrán confiar a tu voluntad humana sus indecibles tesoros de Potencia, de Sabiduría, de Amor y de Belleza... 

Hija queridísima, escucha a tu Mamá, pon las manos en tu corazón, confíame tus secretos y dime: ¿Cuántas veces te has sentido infeliz, torturada, amargada... y por qué todo esto? Porque has hecho tu voluntad, y en esta forma has rechazado a la Divina y has caído en el laberinto de todos los males. Ella quería hacerte pura y santa, feliz y bella, con una belleza encantadora; en cambio tú, al hacer tu voluntad la cambiaste y, con su dolor, la echaste fuera de tu alma, que es su habitación predilecta. 

Escucha, hija de mi Corazón, Yo sufro al descubrir en ti no el Sol del FIAT Divino sino las densas tinieblas de la noche de tu voluntad humana. Pero... ten valor, si tú me prometes confiarme tu voluntad, Yo que soy tu Mamá Celestial, te tomaré entre mis brazos, te pondré sobre mis rodillas y haré surgir en ti la Vida de la Divina Voluntad, y tú, finalmente, después de tantas lágrimas mías, formarás mi sonrisa y mi fiesta, fiesta y sonrisa que serán también de la misma Trinidad Sacrosanta. 


EL ALMA: 

Mamá Celestial, puesto que soy tan querida para ti, nunca permitas que yo me baje de tus rodillas maternas. Cuando veas que estoy por hacer mi voluntad vigila sobre mi pobre alma, enciérrame en tu Corazón y con la fuerza de tu amor obliga al Divino Querer a triunfar en mí. Sólamente así me será dado cambiar tus lágrimas en sonrisas de complacencia. 


PRACTICA: 

Para honrarme, vendrás tres veces sobre mis rodillas para entregarme tu querer y me dirás: “Mamá, quiero que mi voluntad sea Tuya, dame a cambio la Voluntad Divina.” 


JACULATORIA: 

Soberana Reina, con tu imperio divino abate mi querer, a fin de que surja en mí el alba de la Divina Voluntad.

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