María es la sonrisa de la vida
Mi devoción a la santísima Virgen era también como un remo que empujaba mi barquita. Ella parecía una sonrisa en medio del negror de la vida salvaje y de la opresión que llevábamos. Por eso una vez me dijo una hermana que le diera un buen pensamiento y le dije: Mire, no piense bueno, es mejor que guste bueno; guste éste: MARIA ES LA SONRISA DE MI VIDA. Esta hermana la gustó tanto, que después la puso en verso.
Para los indios, María fue su primer conocimiento y su primer amor puro. Era para ellos todo. Su imagen, en un cuadro, era lo primero que veían y aprendían a estimar como elemento civilizado; su nombre lo aprendían antes que el de Dios. Delante de su imagen se les daban todos los conocimientos. Antes que todo, aprendían a repetir maquinalmente la dulce jaculatoria brotada de mi alma, sin pensarla, desde la primera vez que, feliz, estuve delante del primer infiel:¡ María Madre mía, sálvame!
De modo que en la mayor parte de ellos, la primera palabra que pronunciaron en castellano fue ¡MARIA! En fin, padre, en su dificultad para pronunciar el castellano, decían las cosas más graciosas, pero el nombre de María, jamás lo dañaron. Se les confundían las hermanas con su jaculatoria, de modo que, frecuentemente creían saludar una hermana, diciéndole: María Madre mía, sálvame.
Hasta los indios recios que desechaban el cristianismo, se apegaron a Ella desde el principio, de modo que muchas veces al encontrarlos en los montes, les daba queja porque no iban a la casa y me decían: Yo tu ley no gusta, ¡Dios no necesita! ¡No quiere bautismo! ¡No quiere vos! ¡Yo gusta Antomiá!*- Luego, ¿usted tampoco quiere a María madre mía? les decía, y con gran expresión replicaban : ¡Ése sí quiere yo, ése mucho querido!
Hasta llegaron a tenerle algún miedo de que los llegara a volver cristianos. Una vez, le dije a uno muy recio y perverso:
- Andresito, cuándo usted encuentra un venado que corre mucho y es muy arisco, ¿qué hace?
- Echa perro bueno, me dijo, pa que corra más que él y lo coja.
- Pues mire: yo tengo un venado muy arisco y no tengo perro bueno;¿qué hago?
- Con la mayor viveza, me contestó:
- Yo es venado arisco tuyo. Vos mucho gusta pa coger a yo, pa hacer cristiano. ¡Yo mucho arisco!
Adivinó Andresito, le dije, pero dígame, ¿cómo consigo perro bueno para echárselo?
- María Madre mía ése tu perro, ¡echalo, que ése sí coge a yo! Se rió y le prometí echarle el buen perro que él mismo me había indicado. Al día siguiente decía:
- Anoche yo quiere durmir, pero no pude pensando: ¿ese infierno de Madre, será verdad? Eso fue, Madre echó perro bueno y ése María Madre mía, será no deja durmir yo; ¿será ése metiendo pensamiento de infierno? En fin, padre, Ella era el anzuelo con que los pescábamos, el nombre primero que les mostraba nuestro afecto y el embeleso de nuestra vida misionera. Sin Ella, nuestros métodos de catequización, no hubieran tenido éxito y es la letra inicial de ellos, así como su término.
En los bohíos un retrato de María Madre mía, como dicen ellos, no puede faltar. A los jaibanaes o brujos, cuando se les exige que no tengan el retrato de María Madre mía, junto a los jayes* de su oficio, se afligen y hasta hubo uno que les hiciera altares separados, a los unos y a la otra, diciendo: Yo pone así, pa que pelen mi alma, a ver de quién queda. Yo no soy capaz de botar a ninguno, ¡Ella, María Madre mía, escoja!.
En esta vez, triunfó María, padre, y llegó el momento en que este jaibaná perverso le dejara su bohío a Ella completo y ¡abriera las puertas de su corazón al cristianismo!
¡Es que ¡jamás está ocioso el amor de María en los corazones! Con su nombre endulzamos los caracteres más ásperos de los salvajes y a la hora de la muerte, espantaba los demonios, como puede verse en la historia de la muerte de una india Celia, que está escrita.
En fin, padre, imposible decirle hasta qué punto fue el elemento de conversión en esta obra mariana. Ante una estatua de María, se recibían los indios Caribes, en nuestra fundación de Unguía, porque como habían puesto por condición, que no se les hablara de religión, buscábamos que ellos empezaran la conversación. Pues llegaban y al ver la estatua preguntaban quién era, de quién y para qué servía y ya las hermanas tenían la puerta abierta de su enseñanza, sin que ellos pensaran que se les enseñaba. En estas preguntas y sobre la enseñanza de María, engranaban todos los misterios de la religión, y de conversación en conversación, al pie de la Reina de nuestras almas, aprendían hasta hacerse cristianos, de modo que sin que las hermanas los molestaran para nada, ellos, acababan pidiendo el santo bautismo.
Los fuertes ataques que el protestantismo ha hecho posteriormente a la Misión, han encallado contra ese amor a María de los pobres salvajes. Una capillita protestante es para ellos, lo más frío del mundo, porque no hay María Madre mía, y cuando se les pregunta, por qué no van a la capilla de los protestantes dicen: Porque María Madre mía, es que quiere nosotros y ése no hay.
Es la razón porque odian el protestantismo. Y es para ellos, la razón de todo. Bendito sea Dios que con tiempo me dio ese amor a la Virgen, en previsión de la necesidad del alma de los pobres salvajes. Pocos meses hacía que estábamos en Dabeiba, cuando las hermanas atravesaban un bosque oscuro y húmedo, iban heladas por aquella senda cuando oyeron unas voces que, muy altas cantaban: María Madre mía, sálvame. Creyeron, por lo pronto, que aquello venía del cielo y dicen que hasta el frío se les quitó y les pareció el monte menos oscuro. Después de avanzar un poco, miraron hacia arriba y se encontraron con un grupo de indiecitas, que meciéndose en las ramas de un árbol cantaban la bella jaculatoria, con música que ellas mismas le habían acomodado. Sintieron tanta ternura que lloraron. Hicieron que bajaran las indiecitas, las abrazaron con delicadeza y siguieron cantando con ellas hasta llegar al bohío que buscaban. Estas indiecitas apenas habían estado en la casa y oído la jaculatoria unas pocas veces. Sin embargo, ya la llama había prendido. Hoy son unas cristianas de primera clase. ¡Imposible que no!.
Fuente: Beata Laura Montoya Upegui
Autobiografía
"Historia de las misericordias de Dios en un alma".