De las 6 a las 7 de la tarde
Segunda hora
Jesús se aleja de su Madre Santísima
Jesús mío adorable, mientras tomo parte junto contigo
en tus dolores y en los de tu afligida Madre, veo que te
decides a partir para encaminarte adonde el Querer del
Padre te llama. Es tan grande el dolor entre Hijo y Madre,
que os hace inseparables, por lo que Tú te quedas en el
corazón de tu Mamá y la dulce Mamá y Reina se deja en
el tuyo, de lo contrario os hubiera sido imposible separaros.
Pero después, bendiciéndoos mutuamente, Tú le das
tu último beso para darle fuerzas en los amargos dolores
que va a sufrir, le dices Tu último adiós y partes. Pero la
palidez de Tu Rostro, los labios temblorosos, tu voz sofocada,
como si fueras a romper en llanto al decirle
Adiós...ah, todo esto me dice cuánto la amas y lo que
sufres al dejarla. Pero para cumplir la Voluntad del Padre,
con vuestros corazones fundidos el uno en el otro, a todo
os sometéis queriendo reparar por aquellos que por no vencer las ternuras de los familiares o amigos o los vínculos
y los apegos a las criaturas no se preocupan por
cumplir el Querer Santo de Dios y corresponder al estado
de santidad al que Dios los llama. Qué dolor te dan estas
almas al rechazar de sus corazones al amor que quieres
darles y se contentan con el amor de las criaturas...
Amable amor mío, mientras reparo contigo permite
que me quede con tu Mamá para consolarla y sostenerla
mientras Tú te alejas, después apresuraré mis pasos para
alcanzarte.
Pero con sumo dolor mío veo que mi angustiada
Mamá tiembla, y es tanto su dolor que mientras trata de
decir adiós al Hijo, la voz se le apaga en los labios y no
puede articular palabra alguna; se siente desfallecer y en
su delirio de amor dice:”Hijo mío, Hijo mío, te bendigo!
¡Qué amarga separación, más cruel que cualquier muerte!”
Pero el dolor le impide hablar y la enmudece...
¡Desconsolada Reina, deja que te sostenga, que te
enjugue las lágrimas, que te compadezca en tu amargo
dolor! Madre mía, no te dejaré sola. Tú tómame contigo
y enséñame, en este momento tan doloroso para Jesús y
para Ti, lo que debo hacer, cómo debo defenderlo, cómo
debo repararlo y consolarlo, y si debo exponer mi vida
para defender la suya...No, no me separaré de debajo de
tu manto, a una señal tuya volaré a Jesús y llevaré tu
amor, tus afectos, y tus besos junto con los míos y los
pondré en cada llaga, en cada gota de su sangre, en cada
pena e insulto, a fin de que sintiendo en cada pena los
besos y el amor de su Mamá, sus penas queden endulzadas, y después volveré bajo tu manto trayéndote sus besos
para endulzar Tu Corazón traspasado.
Madre mía, el corazón me palpita, quiero ir a Jesús, y
mientras beso tus manos maternas bendíceme como has
bendecido a Jesús y permíteme que vaya a Él.
Dulce Jesús mío, el amor me descubre tus pasos y te
alcanzo mientras recorres las calles de Jerusalén con tus
amados discípulos, te miro y te veo todavía pálido, oigo
tu voz, dulce, sí, pero triste, con una tristeza que rompe el
corazón de tus discípulos, que están turbados.” Es la última
vez -dices- que recorro estas calles por Mí mismo,
mañana las recorreré atado y arrastrado entre mil insultos.
“ Y distinguiendo los lugares en los que serás más insultado
y maltratado sigues diciendo: “ Mi vida está por terminar
acá abajo, como está por ponerse el sol, y mañana,
a esta hora, ya no existiré...Pero como sol resucitaré al
tercer día.”Al oír tus palabras, los Apóstoles más se
entristecen y no saben qué responder. Pero Tú añades:
“Ánimo, no os abatáis, Yo no os dejo, siempre estaré con
vosotros, pero es necesario que Yo muera por el bien de
todos.” Y así diciendo te conmueves y con voz temblorosa
continúas instruyéndolos. Antes de entrar en el
Cenáculo miras el sol que ya se pone, así como está por
ponerse tu Vida y ofreces tus pasos por aquellos que se
encuentran en el ocaso de su vida y das la gracia de que
la hagan ponerse en Ti y reparas por aquellos que a pesar
de los sinsabores y de los desengaños de la vida se obstinan
en no rendirse a ti. Después miras de nuevo a
Jerusalén, el centro de tus milagros y de las predilecciones de tu corazón, y que en pago ya te está preparando la
Cruz y afilando los clavos para cometer el deicidio, y te
estremeces, y se te rompe el corazón y lloras por su destrucción.
Y con esto reparas por tantas almas consagradas
a Ti, almas que con tanto cuidado tratabas de convertir en
portentos de tu amor y que ellas, ingratas, no te corresponden
y te hacen así padecer mayores amarguras...y yo
quiero reparar contigo para endulzar esta herida de tu
corazón. Pero veo que te quedas horrorizado ante la vista
de Jerusalén y retirando de ella tus miradas entras ya en
el Cenáculo...Amor mío, estréchame a Tu Corazón para
que haga mías tus amarguras y las ofrezca junto Contigo.
Y Tú mira piadoso mi alma y derramando tu amor en ella
bendíceme.
Las Horas de la Pasión. Luisa Picarreta
Facebook: @mundocatolicoMC
Las Horas de la Pasión. Luisa Picarreta
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