De las 7 a las 8 de la noche
TERCERA HORA
La Cena Legal
Oh Jesús, ya llegas al Cenáculo con tus amados discípulos y te pones a la mesa con ellos. Qué dulzura, qué
afabilidad muestras en toda tu Persona al abajarte a tomar
por última vez el alimento material. Aquí todo es amor en
Ti, y también en esto no sólo reparas por los pecados de
gula sino que nos obtienes también la santificación del
alimento; y de igual modo que éste se convierte en fuerza,
así nos obtienes la santidad hasta en las cosas más
bajas y más corrientes.
Jesús, vida mía, tu mirada dulce y penetrante parece
escrutar a todos los Apóstoles; y aún en ese acto de tomar
el alimento, tu corazón queda traspasado viendo a tus
amados Apóstoles débiles y vacilantes todavía, sobre
todo el pérfido Judas, que ya ha puesto un pie en el infierno.
Y Tú desde el fondo de tu corazón amargamente
dices: “¿Cuál es la utilidad de mi Sangre? ¡He ahí un alma, tan beneficiada por Mí: está perdida!” Y con tus
ojos resplandecientes de luz lo miras, como queriendo
hacerle comprender el gran mal cometido. Pero tu suprema
caridad te hace soportar este dolor y no lo manifiestas
ni siquiera a tus amados Apóstoles...Y mientras sufres por
Judas, tu corazón querría llenarse de alegría viendo contener
más el amor, atrayéndolo dulcemente a ti le haces
apoyar su cabeza sobre tu corazón, haciéndole probar el
Paraíso por adelantado. Es en esta hora solemne cuando
en los discípulos son representados dos pueblos, el réprobo
y el elegido. El réprobo en Judas, que ya siente el
infierno en el corazón y el elegido en Juan, que en ti reposa
y goza.
Oh dulce Bien mío, también yo me pongo a tu lado y
junto con tu discípulo amado quiero apoyar mi cabeza
cansada sobre tu corazón adorable y rogarte que a mí
también me hagas sentir sobre esta tierra las delicias del
Cielo, y así la tierra ya no sea más tierra para mí sino
Cielo, raptada por las dulces armonías de tu
corazón...Pero estas armonías dulcísimas y divinas siento
que se te escapan dolorosos latidos:¡Son por las almas
que se perderán ¡Haz que tu palpitar corriendo en el suyo
les haga sentir los latidos de la vida del Cielo como los
siente tu amado discípulo Juan y que atraídas por la suavidad
y la dulzura de tu amor puedan rendirse todas a Ti.
Oh Jesús mientras me quedo en Tu Corazón dame
también a mí el alimento como se lo diste a los Apóstoles:
El alimento de la Divina Voluntad, el alimento del amor,
el alimento de la Palabra Divina. Y Jamás, oh Jesús mío, me niegues este alimento que tanto deseas Tú darme, de
modo que forme en mí tu misma vida.
Dulce Bien mío, mientras me estoy a tu lado veo que
el alimento que tomas con tus amados discípulos no es
sino un cordero. Es el cordero que te representa, y como
en este cordero no queda ningún humor vital por la acción
del fuego, así Tú, místico cordero, que por las criaturas
debes consumirte todo por fuerza de amor, ni siquiera una
gota de tu sangre conservarás para ti, derramándola toda
por amor a nosotros. Nada hace Tú que no represente a lo
vivo tu dolorosísima Pasión, la que tienes siempre en la
mente, en el corazón, en todo, y así me enseñas que si yo
tuviera también siempre en la mente y en el corazón el
pensamiento de tu Pasión, jamás me negarías el alimento
de tu amor.
¡Cuánto te doy las gracias, oh Jesús mío! Ningún acto
se te pasa en que no me tengas presente y con el que no
pretendas hacerme un bien especial, por eso te ruego que
tu Pasión esté siempre en mi mente, en mi corazón, en
mis miradas, en mis pasos, en mis obras, a fin de que a
dondequiera que me dirija, dentro y fuera de mi te
encuentre siempre presente para mí, y dame la gracia de
que no olvide jamás lo que Tú sufriste y padeciste por mí.
Esto sea para mí como un imán que atrayendo todo mi ser
a Ti, haga que no pueda nunca jamás alejarme de Ti.
Las Horas de la Pasión
Luisa Picarreta.
Facebook: @mundocatolicoMC
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