DE LAS 10 A LAS
11 DE LA MAÑANA
DECIMOCTAVA HORA
Jesús mío, amor insaciable, veo que no te das tregua;
siento tus delirios de amor y tus dolores; el Corazón te
late con fuerza, y en cada latido siento explosiones, torturas,
violencias de amor; y Tú, no pudiendo contener el
fuego que te devora, te afanas, gimes, suspiras, y oigo que
en cada gemido dices “¡Cruz!”, y cada gota de tu sangre
repite “¡Cruz!”. Y todas tus penas, en las cuales nadas
como en un mar interminable, repiten entre ellas
“¡Cruz!”. Y Tú exclamas: “¡Oh Cruz amada y suspirada,
tú sola salvarás a mis hijos, y en ti concentro Yo todo mi
amor!”.
Entre tanto, tus enemigos te hacen nuevamente entrar en el pretorio y te quitan la púrpura y quieren ponerte de nuevo tus vestidos. ¡Pero ay, cuánto dolor! ¡Más dulce me sería morir que verte sufrir tanto! ¡La vestidura se atora en la corona y no pueden sacártela por arriba, así que, con crueldad jamás vista, te arrancan todo junto: la púrpura y la corona. A tan cruel tirón se rompen muchas espinas y quedan clavadas en tu cabeza; la sangre te llueve a chorros, y es tan intenso el dolor, que gimes; pero tus enemigos no teniendo en cuenta tus torturas, te ponen tus vestiduras y de nuevo vuelven a ponerte la corona, y oprimiéndola fuertemente a tu cabeza hacen que las espinas te hieran en los ojos, en las orejas... De manera que no hay parte en tu santísima cabeza en que no sientas las punzadas de ellas. Y tan intenso es el dolor bajo esas manos crueles que vacilas, te estremeces de los pies a la cabeza y entre atroces espasmos estás a punto de morir... pero con tus ojos apagados y llenos de sangre, penosamente me miras para pedirme ayuda en medio de tanto dolor...
Jesús mío, Rey de los dolores, déjame que te sostenga y te estreche a mi corazón. Quisiera tomar el fuego que te devora para hacer cenizas a tus enemigos y ponerte a salvo, pero Tú no quieres, porque las ansias de la Cruz se hacen aún más ardientes y quieres inmolarte ya sobre ella, aun para bien de tus mismos enemigos... Pero mientras te estrecho a mi corazón, Tú estrechándome al tuyo, me dices:
“Hija mía, hazme desahogar en amor y repara conmigo por aquellos que haciendo el bien me deshonran... Estos judíos me visten con mis ropas para desacreditarme aun más ante el pueblo, tratándolo de convencer de que Yo soy un malhechor. En apariencia, el acto de vestirme era bueno, pero en sí mismo era malvado... Ah, cuántos hacen obras buenas, administran Sacramentos o los frecuentan, pero lo hacen con fines humanos e incluso perversos, y como el bien, mal hecho, conduce a la dureza, Yo quiero por segunda vez ser coronado, y con dolores más atroces que en la primera, para romper esta dureza y así atraer con mis espinas a las criaturas a Mí...
Ah, hija mía, esta segunda coronación es para Mí aun más dolorosa, la cabeza me la siento nadando entre espinas, y en cada movimiento que hago y en cada golpe que me dan, otras tantas muertes crueles sufro. Y así reparo por la malicia de las ofensas, reparo por aquellos que, en cualquier estado de ánimo que estén, en lugar de ocuparse de la propia santificación, se disipan y rechazan mi Gracia, y vuelven a procurarme espinas aun más punzantes, y Yo me veo obligado a gemir, a llorar con lágrimas de sangre y a suspirar por su salvación... ¡Ah, Yo hago de todo por amar a las criaturas, y ellas hacen de todo por ofenderme! Al menos tú no me dejes solo en mis penas y en mis reparaciones”.
Destrozado Bien mío, contigo reparo, contigo sufro; mas veo que tus enemigos te precipitan por la escalinata; el populacho con ansia y furor te espera; ya te hacen encontrar preparada la cruz, que con tantos suspiros ansí- as; con amor la miras y con paso decidido te acercas a abrazarla, pero antes la besas, y corriéndote un estremecimiento de alegría por tu santísima Humanidad, con sumo contento tuyo vuelves a mirarla midiendo su longitud y su anchura... En ella estableces la porción para todas y cada una de las criaturas, y las dotas suficientemente para vincularlas a la Divinidad con un vínculo nupcial y hacerlas herederas del Reino de los Cielos; y luego, no pudiendo contener el amor con que las amas, vuelves a besar la Cruz y le dices:
“Cruz adorada, por fin te abrazo... Tú eras el suspiro de mi Corazón, el martirio de mi Amor; pero tú, oh Cruz, tardaste hasta ahora, en tanto que mis pasos siempre se dirigí- an hacia ti... Cruz Santa, tú eras la meta de mis de mis deseos, la finalidad de mi existencia acá abajo. En ti concentro todo mi ser; en ti pongo a todos mis hijos... Tú serás su vida y su luz, su defensa, su protección, su fuerza... Tú los sostendrás en todo y me los conducirás gloriosos al Cielo. Oh Cruz, cátedra de Sabiduría, sólo tú enseñarás la verdadera santidad, sólo tú formarás los héroes, los atletas, los mártires, los Santos... Cruz hermosa, tú eres mi trono, y teniendo Yo que abandonar la tierra, quedarás tú en mi lugar... A ti te entrego en dote a todas las almas: ¡Custódiemelas, sálvamelas... te las confío! “.
Y diciendo esto, ansioso te la haces poner sobre tus hombros... Ah Jesús mío, la Cruz para tu amor es demasiado ligera, pero el peso de la Cruz se une al de nuestros enormes e inmensos pecados, tan enormes e inmensos como es la extensión de los cielos; y Tú, triturado bien mío, te sientes aplastar bajo el peso de tantos pecados. Tu alma se horroriza ante su vista y sientes la pena propia de cada pecado; tu Santidad queda conmocionada ante tanta fealdad, y por esto, sosteniendo la Cruz sobre tus hombros, vacilas, jadeas, y de tu Humanidad santísima brota un sudor mortal.
Ay, Amor mío, no tengo ánimo de dejarte solo; quiero dividir contigo el peso de la Cruz, y para aliviarte del peso de los pecados me estrecho a tus pies... Y en nombre de todas y de cada una de las criaturas quiero darte amor por la que no te ama; alabanzas, por la que te desprecia, y bendiciones, gratitud y obediencia, por todas. Declaro que por cualquier ofensa que recibas quiero ofrecerte todo mi ser en reparación y hacer el acto opuesto a las ofensas que las criaturas te hagan y consolarte con mis besos y con mis continuos actos de amor... Pero veo que soy demasiado miserable, por lo que tengo necesidad de ti para poder darte reparación de verdad. Por eso me uno a tu santísima Humanidad, y junto contigo uno mis pensamientos a los tuyos para reparar los pensamientos malos míos y los de todos; uno mis ojos a los tuyos para reparar por las malas miradas; uno mi boca a la tuya para reparar por las blasfemias y por las malas conversaciones; uno mi corazón al tuyo para reparar por las inclinaciones, por los deseos y por los actos malos; en una palabra, quiero reparar por todo lo que repara tu santísima Humanidad, uniéndome a la inmensidad de tu amor por todos y al bien inmenso que haces a todos. Pero no me contento aún... Quiero unirme a tu Divinidad para perder mi nada en ella y así poder dar todo...
Camino al Calvario
Pacientísimo Jesús mío, veo que das los primeros pasos bajo el enorme peso de la Cruz... Y uno mis pasos a los tuyos, y cuando Tú, débil, desangrado y agobiado, vayas a caer, a tu lado estaré yo para sostenerte, y pondré mis hombros bajo la Cruz para compartir contigo el peso. No me desdeñes, sino acéptame como tu fiel compañera...
Oh Jesús, me miras y veo que reparas por aquellos que no llevan con resignación su propia cruz, sino que reniegan, se irritan, se suicidan o cometen homicidios; y Tú impetras para todos resignación y amor a la propia cruz... Pero es tanto tu dolor, que te sientes aplastar bajo el peso de la Cruz. Son los primeros pasos apenas que das y ya caes bajo ella, y al caer te golpeas en las piedras, las espinas se clavan más profundamente aun en tu cabeza y todas tus heridas se abren y sangran nuevamente; y no teniendo fuerzas para levantarte, tus enemigos, irritados, a puntapiés y empellones tratan de ponerte en pie.
Amor mío caído, déjame que te ayude a ponerte de pie, que te bese, que te limpie la sangre y que contigo repare por quienes pecan por ignorancia, por fragilidad y por debilidad, y te ruego que des ayuda a todas estas almas.
Vida mía Jesús, tus enemigos, haciéndote sufrir dolores inauditos, han logrado ponerte de pie... Y mientras caminas vacilante, oigo tus respiros afanosos; tu Corazón late con más fuerza y nuevas penas te lo traspasan acerbamente; y sacudes la cabeza para quitar de tus ojos la sangre que los llena, y miras con ansiedad... Ah Jesús mío, comprendo todo: Es tu Mamá, que, como gimiente paloma, va en tu búsqueda y quiere decirte una palabra y recibir una última mirada tuya; y Tú sientes sus penas, sientes en tu Corazón el suyo lacerado, y enternecido y herido por vuestro común amor la descubres abriéndose paso entre la gente, pues quiere a toda costa verte, abrazarte y darte su último adiós... Pero Tú quedas aún más traspasado al ver su palidez mortal y todas tus penas reproducidas en Ella por la fuerza del amor. Y si Ella continúa viviendo es sólo por un milagro de tu Omnipotencia... Ya diriges tus pasos al encuentro de los suyos, pero dificilmente podéis apenas cruzaros una mirada... ¡Oh dolor del corazón de ambos! Los soldados han caído en la cuenta y a empellones impiden que la Madre y el Hijo os deis un último adiós, y es tan grande el dolor y la angustia de los dos, que tu Mamá queda petrificada por el dolor y está a punto de desfallecer... Pero el fiel Juan y las piadosas mujeres la sostienen mientras Tú caes nuevamente bajo la Cruz. Entonces tu Mamá dolorosa, lo que no hace con el cuerpo porque se ve imposibilitada, lo hace con el alma: Entra en ti, hace suyo el Querer del Eterno y asociándose en todas tus penas te hace el oficio de Mamá, te besa, te repara, te cura, y en todas tus llagas derrama el bálsamo de su materno y doloroso amor.
Penante Jesús mío, yo también me uno con la traspasada Madre; hago mías todas tus penas, y en cada gota de tu sangre, en cada una de tus llagas quiero hacerte de madre, y junto con Ella y contigo reparo por todos los encuentros peligrosos y por quienes se exponen a las ocasiones de pecado, o que forzados a exponerse por necesidad, quedan atrapados por el pecado...
Y Tú entre tanto gimes caído bajo la Cruz... Los soldados temen que mueras bajo el peso de tantos tormentos y por haber perdido tanta sangre; y es por esto por lo que a fuerza de latigazos y a puntapiés tratan de ponerte en pie... Y así reparas por las repetidas caídas en el pecado, los pecados graves cometidos por toda clase de personas, y ruegas por los pecadores obstinados, llorando con lágrimas de sangre por su conversión.
Quebrantado Amor mío, mientras te sigo en las reparaciones, veo que no eres ya capaz de sostenerte bajo el peso enorme de la Cruz... Vacilas... Y a los continuos golpes que recibes, las espinas penetran cada vez más en tu santísima cabeza; y la Cruz, por su gran peso, se hunde en tu hombro, formando en él una llaga tan profunda que te descubre los huesos... A cada paso me parece que te mueres, y por todo esto te ves imposibilitado para seguir adelante... Pero tu amor, que lo puede y lo vence todo, te da nuevas fuerzas. Y al sentir que la Cruz se hunde en tu hombro reparas por los pecados ocultos, que no siendo reparados acrecientan la crudeza de tus dolores... Jesús mío, déjame que ponga mi hombro bajo la Cruz para aliviarte, y que repare contigo por todos los pecados ocultos.
Entonces tus enemigos, por temor de que mueras bajo la Cruz, obligan al Cirineo a ayudarte a llevar la Cruz, y él te ayuda, pero de mala gana y vociferando; no por amor, sino por fuerza... Y ante esto, en tu Corazón resuenan como un inmenso eco todos los lamentos de quienes sufren, las faltas de resignación, las rebeliones, los enojos y los desprecios en el sufrir; pero quedas aun más dolorido al ver que las almas consagradas a ti, a quienes llamas por compañeras y ayudas en tu dolor, te huyen, y si Tú con el dolor las estrechas a ti, ah, se liberan de tus brazos para ir en busca de placeres y te dejan a ti solo en el sufrir...
Jesús mío, mientras reparo contigo, te ruego que me estreches entre tus brazos, y tan fuerte, que no haya ninguna pena que Tú sufras en la que yo no tome parte, para transformarme en ellas y para compensarte por el abandono de todas las criaturas.
Quebrantado Jesús mío, a duras penas y todo encorvado caminas... pero veo que te detienes y tratas de mirar. Corazón mío, ¿qué pasa, qué quieres? Ah, es la Verónica que, sin temor a nada; valientemente te enjuga con un paño el rostro, cubierto todo de sangre. Y Tú se lo dejas estampado en señal de gratitud... Generoso Jesús mío, también yo quiero enjugarte, pero no con un paño, sino que quiero presentar todo mi ser para aliviarte, quiero entrar en tu interior y darte, oh Jesús mío, latidos por latidos, respiros por respiros, afectos por afectos, deseos por deseos... Quiero arrojarme en tu santísima inteligencia, y haciendo correr todos esos latidos, respiros, afectos y deseos en la inmensidad de tu Voluntad, quiero multiplicarlos infinitamente... Quiero, oh Jesús mío, formar olas de latidos para hacer que ningún otro latido malo repercuta en tu Corazón, y así poderte aliviar todas tus amarguras íntimas; quiero formar olas de afectos y de deseos para alejar todos los afectos y deseos malos que pudieran entristecer en lo más mínimo a tu Corazón; y deseo así mismo formar oleadas de respiros y de pensamientos que pongan en fuga cualquier respiro y pensamiento que pudiesen desagradarte en lo más mínimo... Estaré bien atenta, oh Jesús, para que nada más te aflija y añada otras amarguras a tus penas internas... Oh Jesús mío, haz que todo mi interior nade en la inmensidad del tuyo; así podré encontrar amor suficiente y voluntad capaz de hacer que no entre en tu interior un amor malo ni una voluntad que pudieran desagradarte.
Entre tanto, tus enemigos te hacen nuevamente entrar en el pretorio y te quitan la púrpura y quieren ponerte de nuevo tus vestidos. ¡Pero ay, cuánto dolor! ¡Más dulce me sería morir que verte sufrir tanto! ¡La vestidura se atora en la corona y no pueden sacártela por arriba, así que, con crueldad jamás vista, te arrancan todo junto: la púrpura y la corona. A tan cruel tirón se rompen muchas espinas y quedan clavadas en tu cabeza; la sangre te llueve a chorros, y es tan intenso el dolor, que gimes; pero tus enemigos no teniendo en cuenta tus torturas, te ponen tus vestiduras y de nuevo vuelven a ponerte la corona, y oprimiéndola fuertemente a tu cabeza hacen que las espinas te hieran en los ojos, en las orejas... De manera que no hay parte en tu santísima cabeza en que no sientas las punzadas de ellas. Y tan intenso es el dolor bajo esas manos crueles que vacilas, te estremeces de los pies a la cabeza y entre atroces espasmos estás a punto de morir... pero con tus ojos apagados y llenos de sangre, penosamente me miras para pedirme ayuda en medio de tanto dolor...
Jesús mío, Rey de los dolores, déjame que te sostenga y te estreche a mi corazón. Quisiera tomar el fuego que te devora para hacer cenizas a tus enemigos y ponerte a salvo, pero Tú no quieres, porque las ansias de la Cruz se hacen aún más ardientes y quieres inmolarte ya sobre ella, aun para bien de tus mismos enemigos... Pero mientras te estrecho a mi corazón, Tú estrechándome al tuyo, me dices:
“Hija mía, hazme desahogar en amor y repara conmigo por aquellos que haciendo el bien me deshonran... Estos judíos me visten con mis ropas para desacreditarme aun más ante el pueblo, tratándolo de convencer de que Yo soy un malhechor. En apariencia, el acto de vestirme era bueno, pero en sí mismo era malvado... Ah, cuántos hacen obras buenas, administran Sacramentos o los frecuentan, pero lo hacen con fines humanos e incluso perversos, y como el bien, mal hecho, conduce a la dureza, Yo quiero por segunda vez ser coronado, y con dolores más atroces que en la primera, para romper esta dureza y así atraer con mis espinas a las criaturas a Mí...
Ah, hija mía, esta segunda coronación es para Mí aun más dolorosa, la cabeza me la siento nadando entre espinas, y en cada movimiento que hago y en cada golpe que me dan, otras tantas muertes crueles sufro. Y así reparo por la malicia de las ofensas, reparo por aquellos que, en cualquier estado de ánimo que estén, en lugar de ocuparse de la propia santificación, se disipan y rechazan mi Gracia, y vuelven a procurarme espinas aun más punzantes, y Yo me veo obligado a gemir, a llorar con lágrimas de sangre y a suspirar por su salvación... ¡Ah, Yo hago de todo por amar a las criaturas, y ellas hacen de todo por ofenderme! Al menos tú no me dejes solo en mis penas y en mis reparaciones”.
Destrozado Bien mío, contigo reparo, contigo sufro; mas veo que tus enemigos te precipitan por la escalinata; el populacho con ansia y furor te espera; ya te hacen encontrar preparada la cruz, que con tantos suspiros ansí- as; con amor la miras y con paso decidido te acercas a abrazarla, pero antes la besas, y corriéndote un estremecimiento de alegría por tu santísima Humanidad, con sumo contento tuyo vuelves a mirarla midiendo su longitud y su anchura... En ella estableces la porción para todas y cada una de las criaturas, y las dotas suficientemente para vincularlas a la Divinidad con un vínculo nupcial y hacerlas herederas del Reino de los Cielos; y luego, no pudiendo contener el amor con que las amas, vuelves a besar la Cruz y le dices:
“Cruz adorada, por fin te abrazo... Tú eras el suspiro de mi Corazón, el martirio de mi Amor; pero tú, oh Cruz, tardaste hasta ahora, en tanto que mis pasos siempre se dirigí- an hacia ti... Cruz Santa, tú eras la meta de mis de mis deseos, la finalidad de mi existencia acá abajo. En ti concentro todo mi ser; en ti pongo a todos mis hijos... Tú serás su vida y su luz, su defensa, su protección, su fuerza... Tú los sostendrás en todo y me los conducirás gloriosos al Cielo. Oh Cruz, cátedra de Sabiduría, sólo tú enseñarás la verdadera santidad, sólo tú formarás los héroes, los atletas, los mártires, los Santos... Cruz hermosa, tú eres mi trono, y teniendo Yo que abandonar la tierra, quedarás tú en mi lugar... A ti te entrego en dote a todas las almas: ¡Custódiemelas, sálvamelas... te las confío! “.
Y diciendo esto, ansioso te la haces poner sobre tus hombros... Ah Jesús mío, la Cruz para tu amor es demasiado ligera, pero el peso de la Cruz se une al de nuestros enormes e inmensos pecados, tan enormes e inmensos como es la extensión de los cielos; y Tú, triturado bien mío, te sientes aplastar bajo el peso de tantos pecados. Tu alma se horroriza ante su vista y sientes la pena propia de cada pecado; tu Santidad queda conmocionada ante tanta fealdad, y por esto, sosteniendo la Cruz sobre tus hombros, vacilas, jadeas, y de tu Humanidad santísima brota un sudor mortal.
Ay, Amor mío, no tengo ánimo de dejarte solo; quiero dividir contigo el peso de la Cruz, y para aliviarte del peso de los pecados me estrecho a tus pies... Y en nombre de todas y de cada una de las criaturas quiero darte amor por la que no te ama; alabanzas, por la que te desprecia, y bendiciones, gratitud y obediencia, por todas. Declaro que por cualquier ofensa que recibas quiero ofrecerte todo mi ser en reparación y hacer el acto opuesto a las ofensas que las criaturas te hagan y consolarte con mis besos y con mis continuos actos de amor... Pero veo que soy demasiado miserable, por lo que tengo necesidad de ti para poder darte reparación de verdad. Por eso me uno a tu santísima Humanidad, y junto contigo uno mis pensamientos a los tuyos para reparar los pensamientos malos míos y los de todos; uno mis ojos a los tuyos para reparar por las malas miradas; uno mi boca a la tuya para reparar por las blasfemias y por las malas conversaciones; uno mi corazón al tuyo para reparar por las inclinaciones, por los deseos y por los actos malos; en una palabra, quiero reparar por todo lo que repara tu santísima Humanidad, uniéndome a la inmensidad de tu amor por todos y al bien inmenso que haces a todos. Pero no me contento aún... Quiero unirme a tu Divinidad para perder mi nada en ella y así poder dar todo...
Camino al Calvario
Pacientísimo Jesús mío, veo que das los primeros pasos bajo el enorme peso de la Cruz... Y uno mis pasos a los tuyos, y cuando Tú, débil, desangrado y agobiado, vayas a caer, a tu lado estaré yo para sostenerte, y pondré mis hombros bajo la Cruz para compartir contigo el peso. No me desdeñes, sino acéptame como tu fiel compañera...
Oh Jesús, me miras y veo que reparas por aquellos que no llevan con resignación su propia cruz, sino que reniegan, se irritan, se suicidan o cometen homicidios; y Tú impetras para todos resignación y amor a la propia cruz... Pero es tanto tu dolor, que te sientes aplastar bajo el peso de la Cruz. Son los primeros pasos apenas que das y ya caes bajo ella, y al caer te golpeas en las piedras, las espinas se clavan más profundamente aun en tu cabeza y todas tus heridas se abren y sangran nuevamente; y no teniendo fuerzas para levantarte, tus enemigos, irritados, a puntapiés y empellones tratan de ponerte en pie.
Amor mío caído, déjame que te ayude a ponerte de pie, que te bese, que te limpie la sangre y que contigo repare por quienes pecan por ignorancia, por fragilidad y por debilidad, y te ruego que des ayuda a todas estas almas.
Vida mía Jesús, tus enemigos, haciéndote sufrir dolores inauditos, han logrado ponerte de pie... Y mientras caminas vacilante, oigo tus respiros afanosos; tu Corazón late con más fuerza y nuevas penas te lo traspasan acerbamente; y sacudes la cabeza para quitar de tus ojos la sangre que los llena, y miras con ansiedad... Ah Jesús mío, comprendo todo: Es tu Mamá, que, como gimiente paloma, va en tu búsqueda y quiere decirte una palabra y recibir una última mirada tuya; y Tú sientes sus penas, sientes en tu Corazón el suyo lacerado, y enternecido y herido por vuestro común amor la descubres abriéndose paso entre la gente, pues quiere a toda costa verte, abrazarte y darte su último adiós... Pero Tú quedas aún más traspasado al ver su palidez mortal y todas tus penas reproducidas en Ella por la fuerza del amor. Y si Ella continúa viviendo es sólo por un milagro de tu Omnipotencia... Ya diriges tus pasos al encuentro de los suyos, pero dificilmente podéis apenas cruzaros una mirada... ¡Oh dolor del corazón de ambos! Los soldados han caído en la cuenta y a empellones impiden que la Madre y el Hijo os deis un último adiós, y es tan grande el dolor y la angustia de los dos, que tu Mamá queda petrificada por el dolor y está a punto de desfallecer... Pero el fiel Juan y las piadosas mujeres la sostienen mientras Tú caes nuevamente bajo la Cruz. Entonces tu Mamá dolorosa, lo que no hace con el cuerpo porque se ve imposibilitada, lo hace con el alma: Entra en ti, hace suyo el Querer del Eterno y asociándose en todas tus penas te hace el oficio de Mamá, te besa, te repara, te cura, y en todas tus llagas derrama el bálsamo de su materno y doloroso amor.
Penante Jesús mío, yo también me uno con la traspasada Madre; hago mías todas tus penas, y en cada gota de tu sangre, en cada una de tus llagas quiero hacerte de madre, y junto con Ella y contigo reparo por todos los encuentros peligrosos y por quienes se exponen a las ocasiones de pecado, o que forzados a exponerse por necesidad, quedan atrapados por el pecado...
Y Tú entre tanto gimes caído bajo la Cruz... Los soldados temen que mueras bajo el peso de tantos tormentos y por haber perdido tanta sangre; y es por esto por lo que a fuerza de latigazos y a puntapiés tratan de ponerte en pie... Y así reparas por las repetidas caídas en el pecado, los pecados graves cometidos por toda clase de personas, y ruegas por los pecadores obstinados, llorando con lágrimas de sangre por su conversión.
Quebrantado Amor mío, mientras te sigo en las reparaciones, veo que no eres ya capaz de sostenerte bajo el peso enorme de la Cruz... Vacilas... Y a los continuos golpes que recibes, las espinas penetran cada vez más en tu santísima cabeza; y la Cruz, por su gran peso, se hunde en tu hombro, formando en él una llaga tan profunda que te descubre los huesos... A cada paso me parece que te mueres, y por todo esto te ves imposibilitado para seguir adelante... Pero tu amor, que lo puede y lo vence todo, te da nuevas fuerzas. Y al sentir que la Cruz se hunde en tu hombro reparas por los pecados ocultos, que no siendo reparados acrecientan la crudeza de tus dolores... Jesús mío, déjame que ponga mi hombro bajo la Cruz para aliviarte, y que repare contigo por todos los pecados ocultos.
Entonces tus enemigos, por temor de que mueras bajo la Cruz, obligan al Cirineo a ayudarte a llevar la Cruz, y él te ayuda, pero de mala gana y vociferando; no por amor, sino por fuerza... Y ante esto, en tu Corazón resuenan como un inmenso eco todos los lamentos de quienes sufren, las faltas de resignación, las rebeliones, los enojos y los desprecios en el sufrir; pero quedas aun más dolorido al ver que las almas consagradas a ti, a quienes llamas por compañeras y ayudas en tu dolor, te huyen, y si Tú con el dolor las estrechas a ti, ah, se liberan de tus brazos para ir en busca de placeres y te dejan a ti solo en el sufrir...
Jesús mío, mientras reparo contigo, te ruego que me estreches entre tus brazos, y tan fuerte, que no haya ninguna pena que Tú sufras en la que yo no tome parte, para transformarme en ellas y para compensarte por el abandono de todas las criaturas.
Quebrantado Jesús mío, a duras penas y todo encorvado caminas... pero veo que te detienes y tratas de mirar. Corazón mío, ¿qué pasa, qué quieres? Ah, es la Verónica que, sin temor a nada; valientemente te enjuga con un paño el rostro, cubierto todo de sangre. Y Tú se lo dejas estampado en señal de gratitud... Generoso Jesús mío, también yo quiero enjugarte, pero no con un paño, sino que quiero presentar todo mi ser para aliviarte, quiero entrar en tu interior y darte, oh Jesús mío, latidos por latidos, respiros por respiros, afectos por afectos, deseos por deseos... Quiero arrojarme en tu santísima inteligencia, y haciendo correr todos esos latidos, respiros, afectos y deseos en la inmensidad de tu Voluntad, quiero multiplicarlos infinitamente... Quiero, oh Jesús mío, formar olas de latidos para hacer que ningún otro latido malo repercuta en tu Corazón, y así poderte aliviar todas tus amarguras íntimas; quiero formar olas de afectos y de deseos para alejar todos los afectos y deseos malos que pudieran entristecer en lo más mínimo a tu Corazón; y deseo así mismo formar oleadas de respiros y de pensamientos que pongan en fuga cualquier respiro y pensamiento que pudiesen desagradarte en lo más mínimo... Estaré bien atenta, oh Jesús, para que nada más te aflija y añada otras amarguras a tus penas internas... Oh Jesús mío, haz que todo mi interior nade en la inmensidad del tuyo; así podré encontrar amor suficiente y voluntad capaz de hacer que no entre en tu interior un amor malo ni una voluntad que pudieran desagradarte.
Entre tanto, tus enemigos, viendo mal este acto de la
Verónica, te empujan, te azotan y te hacen proseguir el
camino... Otros pocos pasos y de nuevo te detienes, pero
tu amor, bajo el peso de tantas penas, no se detiene, y
viendo a las piadosas mujeres que lloran por tus penas, te
olvidas de ti mismo y las consuelas diciéndoles: “Hijas,
no lloréis mis penas, sino por vuestros pecados y los de
vuestros hijos.”
¡Qué enseñanza sublime! ¡Qué dulce es tu. palabra!
Oh Jesús, contigo reparo por las faltas de caridad y te
pido la gracia de olvidarme de mí misma para que no me
acuerde sino sólo de ti.
Pero tus enemigos; al oírte hablar se llenan de furor,
tiran de ti con las cuerdas y te empujan con tanta rabia
que te hacen caer, y cayendo te golpeas en las piedras. El
peso de la Cruz te oprime, te tortura y te sientes morir...
Déjame que te sostenga y que con mis manos alivie tu
santísimo rostro... Veo que tocas la tierra y te ahogas en
tu misma sangre.
Pero tus enemigos te quieren poner de
pie, tiran de ti con las cuerdas, te levantan por los cabellos,
te dan empellones y puntapiés... pero todo es en
vano. ¡Te mueres, Jesús mío! ¡Qué pena! ¡El corazón se
me rompe por el dolor! Y casi arrastrándote te llevan al monte Calvario; y mientras te arrastran, siento que reparas
por todas las ofensas de las almas consagradas a ti,
que te dan tanto peso, que Tú, por más que te esfuerzas
por levantarte, te resulta imposible... Y así, arrastrado y
pisoteado llegas al Calvario, dejando por donde pasas
rojas huellas de tu sangre preciosa.
Jesús es despojado de Sus vestiduras
Y aquí en el Calvario te esperan nuevos dolores. Te
desnudan de nuevo y te arrancan vestidura y corona de
espinas. Ah, gimes al sentir que de tu cabeza te arrancan
las espinas; y arrancándote tus ropas, te arrancan también
tus pocas carnes laceradas que aún te quedan y que están
adheridas a ellas. Las llagas se abren de nuevo, la sangre
corre a ríos hasta el suelo, y es tan grande el dolor que
caes casi muerto. Y nadie se mueve a compasión por ti,
bien mío... al contrario, con bestial furor te ponen de
nuevo la corona de espinas, te la clavan a golpes y son tan
insoportables los dolores por las laceraciones y al arrancarte
los cabellos amasados en la sangre ya coagulada,
que sólo los ángeles podrían decir lo que sufres, mientras
horrorizados retiran sus angélicas miradas y lloran...
Desnudado Jesús mío, déjame que te estreche a mi
corazón para calentarte, porque veo que tiemblas y que un
gélido sudor de muerte invade tu santísima Humanidad.
¡Cuánto quisiera darte mi vida y mi sangre para sustituir
a la tuya, la que has perdido para darme Vida!
Y Jesús, mientras, mirándome con sus lánguidos y
agonizantes ojos parece decirme: “¡Hija mía, cuánto me
cuestan las almas! Aquí es el lugar donde las espero a
todas para salvarlas, donde quiero reparar los pecados de
aquellos que llegan a degradarse por debajo de las bestias
y que se obstinan tanto en ofenderme que llegan a no
saber vivir sin cometer pecados. Su razón queda ciega y
pecan frenéticamente, y por eso me coronan de espinas
por tercera vez. Y siendo desnudado reparo por quienes
llevan vestidos de lujo e indecentes, por los pecados contra
la modestia y el pudor y están atados a las riquezas, a
los honores y a los placeres, que de todo eso hacen un
dios para sus corazones... Ah sí, cada una de estas ofensas
es una muerte que siento, y si no muero es sólo porque
el Querer de mi Padre Eterno no ha decretado aún el
momento de mi muerte.”
Desnudado bien mío, mientras reparo contigo, te
suplico me despojes de todo con tus santísimas manos y
no permitas que ningún afecto malo entre en mi corazón;
vigílamelo, rodéamelo con tus penas y llénamelo con tu
Amor. Haz que mi vida no sea sino la repetición de tu
Vida, y confianza mi despojamiento con tu bendición.
Bendíceme de corazón y dame la fuerza de asistir a tu
dolorosa crucifixión para quedar crucificada yo también
contigo.
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