jueves, 15 de marzo de 2018

LAS GLORIAS DE MARIA. Resucitada por la oración del marido

San Alfonso María de Ligorio



Se cuenta en el Tesoro Del Rosario que un caballero casado y muy devoto de la Madre de Dios, habiendo hecho en su palacio un oratorio, pasaba en él mucho tiempo delante de una imagen de la misma Señora, no sólo de día, sino también de noche, quitándoselo del sueño. Su mujer que le sentía levantarse a deshora, salir del cuarto y volver tarde entró en sospechas, y con esa inquietud un día se atrevió a preguntarle resueltamente si, fuera de ella, amaba a alguna otra mujer. El respondió, sonriéndose, que amaba a una Señora, la más amable del mundo, a quien había dado todo su corazón, y que primero moriría que dejar de quererla. “Tú misma, si la conocieses –añadió-, me estimularías a tenerle más amor aún”, entendiéndolo de la Virgen Santísima a quien realmente amaba con ternura. Entrando su esposa entonces en mayores recelos, para acabar de asegurarse, le volvió a preguntar si cuando salía de la alcoba iba a caso a buscarla. El caballero, que no sabía lo que pasaba por el interior de su mujer, respondió que sí. Con esto, persuadida de lo que no era, una noche, luego que se vio sola, tomó un cuchillo, y, desesperada, se degolló.
Cuando el caballero volvió, después de sus devociones, notó que la cama estaba muy humedecida. Llamó a su mujer, y no respondió; la mueve, pero está insensible. Busca una luz, y ve el lecho bañado en sangre y muerta a la infeliz, con la cuchilla en la garganta. Entonces conoció que los celos la habían arrebatado a cometer aquella maldad. Echa la llave, vuelve a la capilla, y, postrado delante de la Virgen Santísima, comenzó a llorar amargamente y a decir: Madre mía, ya veis en qué aflicción tan grande me veo. Si ahora Vos no me consoláis, ¿a quién he de acudir? Por mi devoción he tenido este infortunio de ver a mi mujer muerta y condenada. ¡Vos, Señora, podéis remediarlo: hacedlo por vuestra bondad!
¡Oh, y cuán cierto es que todo el que acude a esta madre de misericordia halla el consuelo y remedio que desea! Al acabar la súplica, oye la voz de una criada, diciéndole que le estaba llamando la señora. Apenas, de alegría, lo podía creer, y le mandó que se enterase bien si era cierto. Ella volvió asegurándolo, y que viniese pronto, pues la señora le esperaba. Va corriendo, abre la puerta y halla viva y sana a su mujer, la cual, llorando se le echa a los pies y pidiéndole mil perdones le dice: ¡Ah esposo mío! Por tus ruegos me ha librado del infierno la Madre de Dios. Empezó él también a llorar, y fueron juntos a la capilla a dar a la virgen las debidas gracias. Al otro día hubo convite, al que asistieron todos los parientes, en cuya presencia le mandó el marido que contase lo que había pasado. Ella lo hizo, mostrando la cicatriz que había quedado en el cuello para testimonio de la verdad, y a vista de tan gran prodigio, todos sintieron en sus corazones nuevos deseos y estímulos al amor y devoción para con la Sacratísima Virgen.

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