DE LAS 3 A LAS 4 DE LA MAÑANA
UNDÉCIMA HORA
Jesús en casa de Caifás
Afligido y abandonado Bien mío, mientras mi débil
naturaleza duerme en tu dolorido corazón divino, yo,
entre la vigilia y el sueño siento los golpes que te dan y
despertándome te digo: ¡Pobre Jesús mío...abandonado
por todos, sin nadie que te defienda! Pero desde dentro de
tu Corazón yo te ofrezco mi vida para servirte de apoyo
en el momento en que te hacen tropezar...; y me adormezco
de nuevo. Pero otra sacudida de amor de tu Corazón
divino me despierta, y me siento ensordecer por los insultos
que te hacen, por las voces, por los gritos, por el correr
de la gente...Amor mío,¿cómo es que están todos contra
ti?¿Qué has hecho que como tantos lobos feroces te quieren
despedazar? Siento que la sangre se me hiela al oír los
preparativos de tus enemigos; tiemblo y estoy triste pensando
qué podré hacer para defenderte.
Pero mi afligido Jesús teniéndome en su corazón, me
estrecha más fuerte y me dice: “Hija mía, no he hecho
nada de mal...Oh, el delito del amor contiene todos los
sacrificios, el amor de precio ilimitado...Aún estamos al
principio; mantente en mi corazón, observa todo, ámame,
calla y aprende. Haz que tu sangre helada corra en mis
venas para dar descanso a mi Sangre, que es toda llamas.
Haz que tu temblor esté en mis miembros para que fundida
tú conmigo, puedas estar firme y calentarte, para que
sientas parte de mis penas y al mismo tiempo adquieras
fuerza al verme tanto sufrir. Esta será la más hermosa
defensa que me hagas; séme fiel y atenta.
Dulce Amor mío, el escándalo de tus enemigos es tal
y tan grande que no me permite dormir más; los golpes se
hacen cada vez más violentos...Oigo el rumor de las cadenas
con las que te han atado tan fuertemente que te hacen
sangrar por las muñecas, y vas dejando las huellas de tu
Sangre en aquellas calles. Recuerda que mi sangre está en
la tuya, y al derramarla, mi sangre te la besa, la adora y la
repara; y mientras te arrastran y el ambiente ensordece
por los gritos y los silbidos, haz que mi sangre sea luz
para aquellos que de noche te ofenden, y un imán que
atraiga a todos los corazones en torno a ti, amor mío y
todo mío.
Ya llegas ante Caifás, y te muestras todo mansedumbre,
modestia, humildad...Tu dulzura y tu paciencia es
tanta como para aterrorizar a tus mismos enemigos, y
Caifás, todo una furia, quisiera devorarte...¡Ah, que bien
se distingue a la inocencia y al pecado! Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más culpable, como quien va a
ser condenado. Caifás pregunta a los testigos cuáles son
tus delitos.¡Ah, mejor hubiera hecho preguntando cuál es
tu amor! Y hay quien te acusa de una cosa y quien, de
otra, diciendo necedades y contradiciéndose ente ellos; y
mientras ellos te acusan, los esbirros que están junto a ti
te tiran de los cabellos, descargan sobre tu rostro santísimo
horribles bofetadas que resuenan en toda la sala, te
tuercen los labios, te golpean..., y Tú callas, sufres y, si
los miras, la luz de tus ojos desciende a sus corazones, y
ellos no pudiendo sostener tu mirada se alejan de ti pero
otros intervienen para hacerte sufrir más...
Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo que aguzas
el oído y que el corazón te late con mayor violencia,
como si fuese a estallar por el dolor...Dime, afligido Bien
mío, ¿qué sucede ahora? Porque veo que todo eso que te
están haciendo tus enemigos, es tan grande tu amor que
con ansia lo esperas y lo ofreces por nuestra salvación; y
tu corazón repara con toda calma las calumnias, los odios,
los falsos testimonios, el mal que se hace a los inocentes
con premeditación, y reparas por aquellos que te ofenden
por instigación de sus jefes, y por las ofensas de los eclesiásticos...Pero
ahora, mientras en unión contigo sigo tus
mismas reparaciones, siento en ti un cambio, un nuevo
dolor no sentido nunca hasta ahora. Dime, dime, ¿qué
pasa? Hazme partícipe en todo, oh Jesús.
“Hija, ¿quieres saberlo? Oigo hasta aquí la voz de
Pedro que dice no conocerme, y ha jurado y ha perjurado
por tercera vez, que no me conoce...¡Oh Pedro! ¿Cómo? ¿No me conoces? ¿No recuerdas con cuántos bienes te he
colmado? ¡Oh, si los demás me hacen morir de penas, tú
me haces morir de dolor! ¡Oh, cuánto mal has hecho al
seguirme desde lejos y exponiéndote después a la ocasión!”
Negado Bien mío, cómo se conocen inmediatamente
las ofensas de los tuyos más queridos. Oh Jesús, quiero
hacer correr mis latidos en los tuyos más queridos. Oh
Jesús, quiero hacer correr mis latidos en los tuyos para
mitigar el dolor atroz que sufres, y mi palpitar en el tuyo te
jura fidelidad y amor; y yo con él, mil y mil veces repito y
juro que te conozco...Pero tu amor no se calma todavía y
tratas de mirar a Pedro. A tus miradas amorosas, llenas de
lágrimas por su negación, Pedro se enternece, llora y se
retira de allí; y Tú, habiéndolo puesto a salvo te clamas y
reparas las ofensas de los Papas y de los jefes de la Iglesia,
sobre todo de aquellos que se exponen a las ocasiones.
Pero tus enemigos continúan acusándote, y viendo
Caifás que nada respondes a sus acusaciones, te dice: “Te
conjuro por el Dios vivo: Dime, ¿eres tú verdaderamente
el Hijo de Dios?”
Y tú, Amor mío, teniendo siempre en tus labios palabras
de verdad, con una actitud de majestad suprema y
con voz sonora y suave, ante lo cual quedan todos asombrados
y los mismos demonios se hunden en el abismo,
respondes: “Tú lo has dicho: ¡Sí, Yo soy el verdadero
Hijo de Dios! Y un día vendré en las nubes del Cielo para
juzgar a todas las naciones.”
Ante tus palabras, todos quedan en silencio, sintiendo
escalofríos de espanto...Pero Caifás, después de algunos
instantes de espanto, reaccionando furibundamente, más
que una bestia feroz, dice a todos: “¿Qué necesidad tenemos
ya de testigos? ¡Ha dicho una inmensa blasfemia!
¿Qué esperamos para condenarlo? ¡Ya es reo de muerte!”.Y
para dar mayor fuerza a sus palabras se rasga las
vestiduras, con tanta rabia y furor, que todos, como si fuesen
uno solo, se lanzan contra ti, Bien mío; y hay quien te
da puñetazos en la cabeza, quien te tira por los cabellos,
quien te da bofetadas; unos te escupen en la cara, otros te
pisotean con los pies. Los tormentos que te dan son tales y
tantos que la tierra tiembla y los cielos quedan sacudidos...
Amor mío y vida mía, al ver que tanto te atormentan,
mi pobre corazón queda lacerado por el dolor. Ah, permíteme que salga de tu dolorido corazón, y que yo en tu
lugar afronte todos estos ultrajes. Ah, si me fuese posible,
quisiera arrebatarte de entre las manos de tus enemigos,
pero tú no quieres, porque esto lo exige la salvación de
todos. Y yo me veo obligada a resignarme.
Pero, dulce Amor mío, déjame que al menos te limpie,
que te arregle los cabellos, que te quite los salivazos, que
te limpie y te seque la sangre, y que me encierre en Ti.
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