DE LAS 8 A LAS 9 DE LA MAÑANA
DECIMOSEXTA HORA
Jesús de nuevo ante Pilatos.
Es pospuesto a Barrabás.
Jesús es flagelado.
Atormentado Jesús mío, mi pobre corazón atormentado
te sigue entre angustias y penas, y viéndote vestido de
loco y sabiendo quién eres Tú, Sabiduría infinita, que das
a todos el juicio, me siento enloquecer y exclamo:
¿Cómo? ¿Jesús... loco? ¿Jesús... malhechor? ¡Y ahora vas
a ser pospuesto a un gran malhechor: a Barrabás!
Jesús mío, Santidad infinita, ya te encuentras otra vez
ante Pilatos, y éste, al verte tan malamente reducido y
vestido de loco, y sabiendo que tampoco Herodes te ha
condenado, se indigna aún más contra los judíos y más se
convence de tu inocencia y confirma que no quiere condenarte,
pero queriendo contentar en algo a los judíos, y
como para aplacar el odio, el furor, la rabia y la sed que
tienen de tu sangre, te propone a ellos junto con
Barrabás... Pero los judíos gritan: “¡No queremos libre a Jesús, sino a Barrabás!” Entonces Pilatos, no sabiendo ya
qué hacer para calmarlos, te condena a la flagelación.
Despreciado Jesús mío, el corazón se me hace pedazos
al ver que mientras que los judíos se ocupan de ti para
hacerte morir, Tú, concentrado en ti mismo, piensas en
dar la vida por todos la Vida... Y poniendo yo atención en
mis oídos, te oigo que dices:
“Padre Santo, mira a tu hijo vestido de loco... Esto te
repare por la locura de tantas criaturas caídas en el pecado.
Esta vestidura blanca sea en tu presencia como la disculpa
por tantas almas que se visten con la lúgubre vestidura
de la culpa... ¿Ves, oh Padre, el odio, el furor, la
rabia que tienen contra Mí, que les hace perder casi la luz
de la razón? ¿Ves la sed que tienen de mi sangre? Pues Yo
quiero repararte por todos los odios, las venganzas, las
iras, los homicidios, e impetrar para todos la luz de la
razón. Mírame de nuevo, Padre mío. ¿Puede haber un
insulto mayor? Me han pospuesto al gran malhechor... Y
yo quiero repararte por las posposiciones que se hacen...
¡Ah, todo el mundo está lleno de estas posposiciones!
Hay quien nos pospone a un vil interés; quien, a los honores;
quien, a las vanidades; quien, a los placeres, a los
apegos, a las dignidades, a comilonas y embriagueces y
hasta al mismo pecado; y todas las criaturas por unanimidad
e incluso hasta en la más pequeña cosa, nos posponen...
Y Yo estoy dispuesto a aceptar ser pospuesto a
Barrabás para reparar por las posposiciones que nos
hacen las criaturas.”
Jesús mío, me siento morir de dolor y de confusión al
ver tu grande amor en medio de tantas penas, al ver el
heroísmo de tus actitudes en medio de tantas penas e
insultos... Tus palabras, tus reparaciones, repercuten en
mi corazón y forman otras tantas heridas, y en mi amargura
repito tus plegarias y tus reparaciones... y ni siquiera
un instante puedo separarme de ti, de lo contrario, se
me escaparían muchas cosas de todo lo que haces Tú...
Pero ahora, ¿qué veo? Los soldados te llevan a una
columna para flagelarte. Amor mío, yo te sigo; y Tú, con
tu mirada de amor mírame y dame la fuerza para asistir a
tu dolorosa flagelación...
Purísimo Jesús mío, ya estás junto a la columna. Los
soldados, con ferocidad te sueltan para atarte a la columna,
pero no les es suficiente, te despojan de tus vestiduras
para hacer cruel carnicería de tu santísimo cuerpo... Amor
mío y vida mía, me siento desfallecer de dolor viéndote
casi desnudo. Te estremeces de pies a cabeza y tu santísimo
rostro se tiñe de virginal pudor, y es tan grande tu confusión
y tu agotamiento que no sosteniéndote en pie, estás
a punto de desplomarte a los pies de la columna... Pero
los soldados, sosteniéndote, no por ayudarte sino para
poderte atar, no dejan que caigas... Ya toman las sogas y
te atan los brazos, pero con tanta fuerza que en seguida se
hinchan y de los dedos te brota sangre. Después, en torno
a la columna pasan sogas que sujetan tu santísima persona
hasta los pies, tan apretadamente que no puedes ni
siquiera hacer un movimiento... y así poder ellos desenfrenarse
sobre ti libremente.
Despojado Jesús mío, permíteme que me desahogue,
pues de lo contrario no podré continuar viéndote sufrir
tanto... ¿Cómo? Tú, que vistes a todas las cosas creadas,
al sol de la luz, al cielo de estrellas, a las plantas de hojas
y de flores y a los pajarillos de plumas... Tú, ¿desnudo?
¡Qué osadía, qué atrevimiento!
Pero mi amantísimo Jesús, con la luz que irradia de
sus ojos, me dice: “Calla, oh hija. Era necesario que Yo
fuese desnudado para reparar por tantos que se despojan
de todo pudor, de candor y de inocencia; que se desnudan
de todo bien y virtud y de mi Gracia, y se visten de toda
brutalidad, viviendo a la manera de las bestias. En mi virginal
confusión quise reparar por tantas deshonestidades
y lascivias y placeres bestiales... Pero sigue atenta a todo
lo que hago, ora y repara conmigo y... cálmate.”
Despojado Jesús, tu amor pasa de exceso en exceso.
Veo que los verdugos toman los flagelos y te azotan sin
piedad, tanto, que todo tu santísimo cuerpo queda lívido;
y con tanta ferocidad y furor te golpean que están ya cansados,
pero otros dos verdugos los sustituyen... toman
otros flagelos y te azotan tanto que en seguida comienza
a chorrear sangre de tu santísimo cuerpo a torrentes... y lo
continúan golpeando todo, abriendo surcos... haciéndolo
todo una llaga. Pero aún no les basta, otros dos continúan, y con nuevos flagelos más agudos y pesados prosiguen
la dolorosa carnicería. A los primeros golpes esas
carnes llagadas se desgarran y a pedazos caen por tierra;
los huesos quedan al descubierto y la sangre chorrea y cae al suelo formando un verdadero lago en torno a la columna...
Jesús, flagelado amor mío, mientras te encuentras bajo
esta tempestad de golpes me abrazo a tus pies para poder
tomar parte en tus penas y quedar toda cubierta con tu
preciosísima Sangre. Y cada golpe que recibes es una
nueva herida para mi corazón, y mucho más, pues
poniendo atención en mis oídos, percibo tus ahogados
gemidos, los cuales no se escuchan bien porque la tempestad
de golpes ensordece el ambiente, y en esos gemidos
oigo que dices: “Vosotros, todos los que me amáis,
venid a aprender del heroísmo del verdadero amor; venid
a saciar en mi sangre la sed de vuestras pasiones, la sed
de tantas ambiciones, de tantos deseos de placeres... de
tanta sensualidad. En esta sangre mía hallaréis el remedio
para todos vuestros males.”
Y con tus gemidos continúas: “Mírame, oh Padre,
hecho todo una llaga bajo esta tempestad de golpes, pero
no me basta, pues quiero formar en mi cuerpo tantas llagas
que en el Cielo de mi Humanidad sean suficientes
moradas para todas las almas, de modo que conforme en
Mí mismo su salvación, para hacerlos pasar luego al
Cielo de la Divinidad... Padre mío, cada golpe de flagelo
repare ante ti, una por una, cada especie de pecado, y al
golpearme a Mí, sean excusa para quienes los cometen...
Que estos golpes golpeen los corazones de las criaturas y
les hablen de mí amor por ellas, tanto que las forcen a
rendirse a Mí.” Y mientras así dices, es tan grande tu amor que incitas
casi a los verdugos a que te azoten aún más.
Descarnado Jesús mío, tu amor me aplasta y me siento
enloquecer. Y aunque tu amor no está cansado, los verdugos
no tienen. ya más fuerzas y no pueden proseguir
tan dolorosa carnicería... Te sueltan las cuerdas, y Tú, casi
muerto, caes en tu propia sangre. Y al ver los pedazos de
tus carnes te sientes morir de dolor, pues ves en esas carnes
arrancadas de ti a las almas perdidas... y es tan inmenso
tu dolor que agonizas en tu propia sangre.
Jesús mío, déjame que te tome entre mis brazos para
restaurarte un poco con mi amor. Te beso, y con mi beso
encierro a todas las almas en ti; así ninguna se perderá...
Y mientras tanto, Tú me bendices...
Las horas de la Pasión.
Luisa Picarreta
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