lunes, 12 de marzo de 2018

Jesús de nuevo ante Pilatos. Es pospuesto a Barrabás. Jesús es flagelado.

DE LAS 8 A LAS 9 DE LA MAÑANA 
DECIMOSEXTA HORA 

Jesús de nuevo ante Pilatos. 
Es pospuesto a Barrabás. 
Jesús es flagelado. 



Atormentado Jesús mío, mi pobre corazón atormentado te sigue entre angustias y penas, y viéndote vestido de loco y sabiendo quién eres Tú, Sabiduría infinita, que das a todos el juicio, me siento enloquecer y exclamo: ¿Cómo? ¿Jesús... loco? ¿Jesús... malhechor? ¡Y ahora vas a ser pospuesto a un gran malhechor: a Barrabás! 

Jesús mío, Santidad infinita, ya te encuentras otra vez ante Pilatos, y éste, al verte tan malamente reducido y vestido de loco, y sabiendo que tampoco Herodes te ha condenado, se indigna aún más contra los judíos y más se convence de tu inocencia y confirma que no quiere condenarte, pero queriendo contentar en algo a los judíos, y como para aplacar el odio, el furor, la rabia y la sed que tienen de tu sangre, te propone a ellos junto con Barrabás... Pero los judíos gritan: “¡No queremos libre a Jesús, sino a Barrabás!” Entonces Pilatos, no sabiendo ya qué hacer para calmarlos, te condena a la flagelación. 

Despreciado Jesús mío, el corazón se me hace pedazos al ver que mientras que los judíos se ocupan de ti para hacerte morir, Tú, concentrado en ti mismo, piensas en dar la vida por todos la Vida... Y poniendo yo atención en mis oídos, te oigo que dices: 

“Padre Santo, mira a tu hijo vestido de loco... Esto te repare por la locura de tantas criaturas caídas en el pecado. Esta vestidura blanca sea en tu presencia como la disculpa por tantas almas que se visten con la lúgubre vestidura de la culpa... ¿Ves, oh Padre, el odio, el furor, la rabia que tienen contra Mí, que les hace perder casi la luz de la razón? ¿Ves la sed que tienen de mi sangre? Pues Yo quiero repararte por todos los odios, las venganzas, las iras, los homicidios, e impetrar para todos la luz de la razón. Mírame de nuevo, Padre mío. ¿Puede haber un insulto mayor? Me han pospuesto al gran malhechor... Y yo quiero repararte por las posposiciones que se hacen... ¡Ah, todo el mundo está lleno de estas posposiciones! Hay quien nos pospone a un vil interés; quien, a los honores; quien, a las vanidades; quien, a los placeres, a los apegos, a las dignidades, a comilonas y embriagueces y hasta al mismo pecado; y todas las criaturas por unanimidad e incluso hasta en la más pequeña cosa, nos posponen... Y Yo estoy dispuesto a aceptar ser pospuesto a Barrabás para reparar por las posposiciones que nos hacen las criaturas.” 

Jesús mío, me siento morir de dolor y de confusión al ver tu grande amor en medio de tantas penas, al ver el heroísmo de tus actitudes en medio de tantas penas e insultos... Tus palabras, tus reparaciones, repercuten en mi corazón y forman otras tantas heridas, y en mi amargura repito tus plegarias y tus reparaciones... y ni siquiera un instante puedo separarme de ti, de lo contrario, se me escaparían muchas cosas de todo lo que haces Tú... 

Pero ahora, ¿qué veo? Los soldados te llevan a una columna para flagelarte. Amor mío, yo te sigo; y Tú, con tu mirada de amor mírame y dame la fuerza para asistir a tu dolorosa flagelación... 

Purísimo Jesús mío, ya estás junto a la columna. Los soldados, con ferocidad te sueltan para atarte a la columna, pero no les es suficiente, te despojan de tus vestiduras para hacer cruel carnicería de tu santísimo cuerpo... Amor mío y vida mía, me siento desfallecer de dolor viéndote casi desnudo. Te estremeces de pies a cabeza y tu santísimo rostro se tiñe de virginal pudor, y es tan grande tu confusión y tu agotamiento que no sosteniéndote en pie, estás a punto de desplomarte a los pies de la columna... Pero los soldados, sosteniéndote, no por ayudarte sino para poderte atar, no dejan que caigas... Ya toman las sogas y te atan los brazos, pero con tanta fuerza que en seguida se hinchan y de los dedos te brota sangre. Después, en torno a la columna pasan sogas que sujetan tu santísima persona hasta los pies, tan apretadamente que no puedes ni siquiera hacer un movimiento... y así poder ellos desenfrenarse sobre ti libremente.

Despojado Jesús mío, permíteme que me desahogue, pues de lo contrario no podré continuar viéndote sufrir tanto... ¿Cómo? Tú, que vistes a todas las cosas creadas, al sol de la luz, al cielo de estrellas, a las plantas de hojas y de flores y a los pajarillos de plumas... Tú, ¿desnudo? ¡Qué osadía, qué atrevimiento! 

Pero mi amantísimo Jesús, con la luz que irradia de sus ojos, me dice: “Calla, oh hija. Era necesario que Yo fuese desnudado para reparar por tantos que se despojan de todo pudor, de candor y de inocencia; que se desnudan de todo bien y virtud y de mi Gracia, y se visten de toda brutalidad, viviendo a la manera de las bestias. En mi virginal confusión quise reparar por tantas deshonestidades y lascivias y placeres bestiales... Pero sigue atenta a todo lo que hago, ora y repara conmigo y... cálmate.” 

Despojado Jesús, tu amor pasa de exceso en exceso. Veo que los verdugos toman los flagelos y te azotan sin piedad, tanto, que todo tu santísimo cuerpo queda lívido; y con tanta ferocidad y furor te golpean que están ya cansados, pero otros dos verdugos los sustituyen... toman otros flagelos y te azotan tanto que en seguida comienza a chorrear sangre de tu santísimo cuerpo a torrentes... y lo continúan golpeando todo, abriendo surcos... haciéndolo todo una llaga. Pero aún no les basta, otros dos continúan, y con nuevos flagelos más agudos y pesados prosiguen la dolorosa carnicería. A los primeros golpes esas carnes llagadas se desgarran y a pedazos caen por tierra; los huesos quedan al descubierto y la sangre chorrea y cae al suelo formando un verdadero lago en torno a la columna... 

Jesús, flagelado amor mío, mientras te encuentras bajo esta tempestad de golpes me abrazo a tus pies para poder tomar parte en tus penas y quedar toda cubierta con tu preciosísima Sangre. Y cada golpe que recibes es una nueva herida para mi corazón, y mucho más, pues poniendo atención en mis oídos, percibo tus ahogados gemidos, los cuales no se escuchan bien porque la tempestad de golpes ensordece el ambiente, y en esos gemidos oigo que dices: “Vosotros, todos los que me amáis, venid a aprender del heroísmo del verdadero amor; venid a saciar en mi sangre la sed de vuestras pasiones, la sed de tantas ambiciones, de tantos deseos de placeres... de tanta sensualidad. En esta sangre mía hallaréis el remedio para todos vuestros males.” 

Y con tus gemidos continúas: “Mírame, oh Padre, hecho todo una llaga bajo esta tempestad de golpes, pero no me basta, pues quiero formar en mi cuerpo tantas llagas que en el Cielo de mi Humanidad sean suficientes moradas para todas las almas, de modo que conforme en Mí mismo su salvación, para hacerlos pasar luego al Cielo de la Divinidad... Padre mío, cada golpe de flagelo repare ante ti, una por una, cada especie de pecado, y al golpearme a Mí, sean excusa para quienes los cometen... Que estos golpes golpeen los corazones de las criaturas y les hablen de mí amor por ellas, tanto que las forcen a rendirse a Mí.”  Y mientras así dices, es tan grande tu amor que incitas casi a los verdugos a que te azoten aún más. 

Descarnado Jesús mío, tu amor me aplasta y me siento enloquecer. Y aunque tu amor no está cansado, los verdugos no tienen. ya más fuerzas y no pueden proseguir tan dolorosa carnicería... Te sueltan las cuerdas, y Tú, casi muerto, caes en tu propia sangre. Y al ver los pedazos de tus carnes te sientes morir de dolor, pues ves en esas carnes arrancadas de ti a las almas perdidas... y es tan inmenso tu dolor que agonizas en tu propia sangre. 

Jesús mío, déjame que te tome entre mis brazos para restaurarte un poco con mi amor. Te beso, y con mi beso encierro a todas las almas en ti; así ninguna se perderá... Y mientras tanto, Tú me bendices...

Las horas de la Pasión.
Luisa Picarreta

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