DE LAS 11 A LAS 12 DEL DÍA
DECIMONOVENA HORA
La Crucifixión de Jesús
Jesús, Madre mía, venid a escribir conmigo, prestadme
vuestras santísimas manos para que pueda escribir lo
que a Vosotros os plazca y sólo lo que queráis.
Jesús, amor mío, ya estás despojado de tus vestiduras;
tu cuerpo santísimo está tan lacerado, que pareces un cordero
desollado... Veo que de la cabeza a los pies tiemblas,
y no sosteniéndote de pie, mientras tus enemigos te preparan
la Cruz, caes por tierra en este monte. Bien mío y
Todo mío, el corazón se me oprime por el dolor al ver
cómo la sangre te diluvia de todas partes de tu santísimo
cuerpo, y todo cubierto de llagas, de la cabeza a los pies.
Tus enemigos, cansados, pero no satisfechos, al desnudarte
han arrancado de tu santísima cabeza, con indecible
dolor tuyo, la corona de espinas, y después te la han clavado
de nuevo entre dolores inauditos, traspasando con nuevas
heridas tu sacratísima cabeza... Ah, Tú reparas la perfidia y la obstinación del pecador, especialmente en el pecado de la
soberbia... Jesús, veo que si el amor no te empujase aún más
arriba, Tú ya hubieras muerto por la intensidad del dolor que
sufres en esta tercera coronación de espinas. Pero veo que
no puedes soportar el dolor, y con esos ojos velados por la
sangre miras para ver si al menos hay uno que se te acerque
para sostenerte en tanto dolor y confusión...
Dulce bien mío, aquí no estás solo como en la noche
de la Pasión, aquí está la dolorosa Mamá que, lacerada en
su Corazón sufre tantas muertes por cuantas penas sufres
Tú... Oh Jesús, también está la amante Magdalena, que
parece enloquecida por causa de tus penas; el fiel Juan,
que parece enmudecido por la intensidad del dolor de tu
Pasión... Este es el monte de los amantes... y no podías
estar solo, pero dime, Amor mío, ¿quién quisieras que te
sostuviera en tanto dolor? Ah, permíteme que sea yo
quien te sostenga. Yo soy quien tiene más necesidad de
todos... La Mamá querida, con los demás, me ceden el
puesto, y yo, oh Jesús, me acerco a ti, te abrazo y te ruego
que apoyes tu cabeza sobre mi hombro y que me hagas
sentir en mi cabeza tus espinas. Quiero poner mi cabeza
junto a la tuya„ no sólo para sentir tus espinas sino también
para lavar con tu sangre preciosísima, que de la
cabeza te chorrea, todos mis pensamientos, para que
todos puedan estar en tacto de repararte por cualquier
ofensa de pensamiento que cometan las criaturas. Oh
amor mío, estréchate a mí, pues quiero besar una por una
las gotas de tu sangre que chorrean sobre tu rostro santí-
simo; y mientras las adoro una por una, te ruego que cada gota de tu sangre sea luz para cada mente creada, para
hacer que ninguna te ofenda con pensamientos malos...
Y mientras te tengo estrechado y apoyado en mí, te
miro, oh Jesús, y veo que miras la Cruz que tus enemigos
te preparan. Oyes los golpes que dan a la Cruz para hacerle
los agujeros en los que te clavarán. Oh Jesús, siento
que el Corazón te palpita con violencia, anhelando ese
lecho, para ti el más deseado, si bien con dolor indescriptible,
con que sellarás en ti la salvación de nuestras almas;
y te oigo decir:
“Amor mío, Cruz amada, lecho mío precioso: Tú has
sido mi martirio en vida y ahora eres mi descanso. Oh
Cruz, recíbeme pronto en tus brazos; estoy impaciente en
la espera. Cruz santa, en ti daré cumplimiento a todo.
¡Pronto, oh Cruz, cumple mis ardientes deseos, que me
consumen para dar Vida a las almas, y estas Vidas serán
selladas por ti, oh Cruz! ¡Ah, no tardes, que con ansia
espero extenderme sobre ti para abrir el Cielo a todos mis
hijos y cerrarles el Infierno! Oh Cruz, es verdad que tú
eres mi batalla, pero eres también mi victoria y mi triunfo
completo. En ti concederé abundantes herencias, victorias,
triunfos y coronas a mis hijos...”
¿Pero quién podrá decir todo lo que mi dulce Jesús
dice a la Cruz?
Pero mientras Jesús se desahoga con la Cruz, sus enemigos
le mandan que se extienda sobre ella, y El inmediatamente
obedece a lo que quieren, y esto para reparar
por nuestras desobediencias.
Amor mío, antes que te extiendas sobre la Cruz déjame
que te estreche más fuerte a mi corazón y que te de, y
tú me des, un beso. Oye, Jesús, no quiero dejarte; quiero
permanecer contigo y extenderme también yo sobre la
Cruz y quedar clavada junto contigo. El verdadero amor
no soporta ninguna clase de separación. Tú perdonarás la
audacia de mi amor y me concederás quedarme crucificada
contigo... Mira, tierno amor mío, no soy yo sola
quien te lo pide, sino también te lo pide la doliente Mamá,
la amante Magdalena, el predilecto Juan; todos te dicen
que les sería más soportable quedar crucificados contigo
que sólo asistir y verte a ti solo crucificado... Por eso en
unión contigo me ofrezco al Eterno Padre, identificada
con tu Voluntad, con tu Amor, con tus reparaciones, con
tu mismo Corazón y con todas tus penas.
Ah, parece que mi dolorido Jesús me dice: “Hija mía,
has previsto mi Amor, esta es mi Voluntad: Que todos los
que me aman queden crucificados conmigo. Ah sí, ven tú
también a extenderte conmigo sobre la Cruz; te haré vida
de mi Vida y te tendré como la predilecta de mi Corazón.”
Dulce bien mío, he aquí que te extiendes sobre la
Cruz, miras a los verdugos, que tienen en las manos clavos
y martillo para clavarte, y los miras con tal amor y
dulzura que les haces dulce invitación para que pronto te
crucifiquen... Y ellos, aunque sienten repugnancia, con
ferocidad inhumana te sujetan la mano derecha, presentan
el clavo y a golpes de martillo lo hacen salir por el otro
lado de la Cruz, pero es tanto y tan tremendo el dolor que sufres, oh Jesús mío, que te estremeces; la luz de tus ojos
se eclipsa, tu rostro santísimo palidece y se hace lívido...
Diestra bendita, te beso, te compadezco, te adoro y te
agradezco, por mí y por todos... Y por cuantos fueron los
golpes que recibiste, tantas otras almas te pido en este
momento que libres de la condena del infierno; por cuantas
gotas de sangre derramaste, tantas almas te ruego que
laves en esta Sangre Preciosísima; y por el dolor atroz
que sufriste, especialmente cuando te clavaron en la Cruz,
te ruego que a todos abras el Cielo y que bendigas a
todos, y ésta tu bendición llame a la conversión a los
pecadores, y a la luz de la fe a los herejes e infieles.
Oh Jesús, dulce Vida mía, habiéndote crucificado ya la
mano derecha, los verdugos, con inaudita crueldad te toman
la izquierda y te tiran de ella tanto, para hacer que llegue al
agujero ya preparado en la Cruz, que te sientes dislocar las
articulaciones de los brazos y de los hombros, y por la violencia
del dolor, las piernas se contraen convulsamente...
Mano izquierda de mi Jesús, te beso, te compadezco,
te adoro y te agradezco... Y te ruego, por esos golpes y
por los dolores que sufriste cuando te traspasaron con el
clavo, que me concedas muchas almas que en este
momento hagamos volar del Purgatorio al Cielo; y por la
sangre que derramaste te ruego que extingas las llamas
que atormentan a esas almas, y para todas sea refrigerio y
un baño saludable que las purifique de todas las manchas
y las disponga a la visión beatifica... Amor mío y Todo
mío, por el agudísimo dolor que sufriste cuando te clavaron
el clavo en la mano izquierda te ruego que cierres el infierno a todas las almas y que detengas los rayos de la
Divina Justicia, que por nuestras culpas está por desgracia
irritada... Ah Jesús, haz que este clavo en tu izquierda
bendita sea la llave que cierre la Divina Justicia, para hacer
que no lluevan los flagelos sobre la tierra, y abra los
tesoros de la Divina Misericordia a favor de todos. Por
eso te ruego que nos estreches entre tus brazos... Ya has
quedado inmovilizado para todo, y nosotros hemos quedado
libres para poderte hacer todo; por tanto, pongo en
tus brazos el mundo y a todas las generaciones, y te
ruego, Amor mío, con las voces de tu misma sangre, que
no niegues a ninguno el perdón, y por los méritos de tu
Preciosísima Sangre te pido la salvación y la Gracia para
todos, sin excluir a ninguno.
Amor mío Jesús, tus enemigos no están todavía satisfechos;
con ferocidad diabólica toman tus pies santísimos,
siempre incansables en la búsqueda de almas, y,
contraídos como estaban por la fuerza del dolor de las
manos, tiran de ellos tan fuerte que quedan descoyuntadas
las rodillas, las caderas y todos los huesos del pecho...
Mi corazón no resiste, oh Bien mío... Veo que por la vehemencia
del dolor, tus hermosos ojos eclipsados y velados
por la sangre se ponen en blanco, tus labios lívidos e hinchados
por los golpes se tuercen, las mejillas se hunden,
los dientes entrechocan, el pecho se sofoca, y el Corazón,
por la fuerza de la tensión con que han sido estiradas las
manos y los pies, queda todo desquiciado... ¡Amor mío,
con cuánto deseo me pondría en tu lugar para evitarte
tanto dolor! Quiero extenderme en todos tus miembros para darte un alivio, un beso, un consuelo y una reparación
por todo.
Jesús mío, veo que colocan un pie sobre el otro, y te lo
traspasan con un clavo, por añadidura despuntado... Ah
Jesús mío, permíteme que mientras te los traspasa el
clavo, te ponga en el pie derecho a todos los Sacerdotes,
para que sean luz para todas las gentes, y en especial
aquellos que no llevan una vida buena y santa; y en el pie
izquierdo a todas las gentes, para que reciban la luz de los
Sacerdotes, los respeten y les sean obedientes; y en la misma
forma que el clavo te traspasa los pies, así traspase a
los Sacerdotes y a las gentes para que unos y otras no puedan
separarse de ti...
Pies benditos de mi Jesús, os beso, os compadezco, os
adoro y os agradezco... Y por los atrocísimos dolores que
sufriste cuando fuiste estirado, descoyuntándose todos los
huesos, y por la sangre que derramaste, te suplico que pongas
y encierres a todas las almas en tus llagas. No desdeñes
a ninguna, oh Jesús... Que tus clavos crucifiquen nuestras
potencias para que no se separen de ti; nuestro corazón,
para que siempre y solamente quede fijo en ti; todos
nuestros sentimientos queden clavados con tus clavos para
que no tomen ningún gusto que no provenga de ti...
Oh Jesús mío crucificado, te veo todo ensangrentado,
nadas en un baño de sangre, y estas gotas de sangre no te
gritan sino: ¡Almas! Más aún, en cada una de estas gotas
de tu sangre veo presentes a todas las almas de todos los
siglos; de manera, que a todas nos contenías en ti, oh Jesús. Y por la potencia de esta Sangre te pido que ninguna
huya nunca más de ti.
Oh Jesús mío, terminando los verdugos de clavarte los
pies, yo me acerco a tu Corazón. Veo que ya no puedes
más, pero el amor grita más fuerte y exige: “¡Más penas
aún!”. Jesús mío, abrazo tu Corazón, te beso, te compadezco,
te adoro y te agradezco, por mí y por todos... Oh
Jesús, quiero apoyar mi cabeza sobre tu Corazón para
sentir lo que sufres en esta dolorosísima crucifixión... Ah,
siento que cada golpe de martillo resuena en tu Corazón.
Tu Corazón es el centro de todo, y por él empiezan los
dolores y en él terminan ...Ah, si no fuera porque esperas
una lanza para ser traspasado, las llamas de tu Amor y la
sangre que hierve en torno a tu Corazón, se hubieran
abierto camino y te lo habrían ya traspasado. Estas llamas
y esta sangre llaman a las almas amantes a hacer su feliz
morada en tu Corazón, y yo, oh Jesús, por amor de este
Corazón y por tu sacratísima Sangre, te suplico, te pido la
santidad de todas tus almas amantes... Oh Jesús, no las
dejes salir jamás de tu Corazón, y con tu Gracia multiplica
las vocaciones de almas amantes y víctimas que continúen
tu vida sobre la tierra. Tú quisieras dar un puesto
especial en tu Corazón a las almas que te aman; haz que
este puesto no lo pierdan jamás.
Oh Jesús, que las llamas de tu Corazón me abrasen y
me consuman, que tu sangre me embellezca, que tu Amor
me tenga siempre clavada al Amor, con el dolor y con la
reparación.
Oh Jesús mío, ya los verdugos han clavado tus manos
y tus pies a la Cruz, y volteándola para remachar los clavos
obligan a tu rostro adorable a tocar la tierra empapada
por tu misma sangre, y Tú, con tu boca divina, la
besas... Y con este beso, oh dulce Amor mío, quieres
besar a todas las almas y vincularlas a tu amor, sellando
su salvación. Oh Jesús, déjame que tome yo tu lugar para
que tu sacratísimo cuerpo no toque esa tierra, aunque esté
empapada por tu preciosísima sangre; déjame que te
estreche entre mis brazos, y mientras los verdugos doblan
a golpes los clavos, haz que estos golpes me hieran también
a mí y me crucifiquen por entero a tu Amor.
Jesús mío, mientras las espinas se van hundiendo cada
vez más en tu cabeza, quiero ofrecerte todos mis pensamientos,
para que como besos afectuosos te consuelen y
mitiguen la amargura de tus espinas.
Oh Jesús, veo que tus enemigos aún no se han hartado
de insultarte y de escarnecerte, y yo quiero confortar tus
divinas miradas con mis miradas de amor.
Tu lengua está pegada casi a tu paladar por la amargura
de la hiel y por la sed abrasadora. Para aplacar tu sed
quisieras todos los corazones de las criaturas rebosantes de
amor, pero no teniéndolos, te abrasas cada vez más por
ellas... Dulce amor mío, quiero enviarte ríos de amor para
mitigar de algún modo la amargura de la hiel y la sed
ardiente... Oh Jesús, veo que a cada movimiento que haces,
las llagas de tus manos se van abriendo más y el dolor se
hace más intenso y acerbo. Querido Bien mío, para confortar
y endulzar este dolor te ofrezco las obras santas de todas las criaturas... ¡Oh Jesús mío, ay! ¡Cómo está destrozado
tu pobre Corazón! ¿Cómo podré confortarte en tanto
dolor? Me difundiré en ti, pondré mi corazón en el tuyo, en
tus ardientes deseos pondré los míos para que sea destruido
cualquier deseo malo; difundiré mi amor en el tuyo a fin
de que con tu fuego sean abrasados los corazones de todas
las criaturas y destruidos los amores profanos y pecaminosos.
Y así tu Corazón sacratísimo quedará reconfortado. Yo
prometo desde ahora, oh Jesús, mantenme siempre clavada
a este Corazón amorosísimo con los clavos de tus
deseos, de tu Amor y de tu Voluntad. ¡Oh Jesús mío:
Crucificado Tú, crucificada yo en ti! No permitas que me
desclave lo más mínimo de ti; sino que quede siempre clavada,
para poder amarte y repararte por todos y mitigar- el
dolor que te dan las criaturas con sus pecados...
Jesús clavado en la Cruz
En esta hora, en íntima unión
con Jesús, el alma, ejerciendo
el oficio de víctima, quiere desarmar
a la Justicia Divina.
Mi buen Jesús, veo que tus enemigos levantan el pesado
madero de la Cruz y lo dejan caer en el hoyo que han
preparado; y Tú, dulce Amor mío, quedas suspendido
entre el Cielo y la tierra. En este solemne momento te
diriges al Padre, y con voz débil y apagada le dices:
“Padre Santo, héme aquí cargado con todos los pecados
del mundo; no hay pecado que no recaiga sobre Mí.
Por eso no descargues sobre los hombres los flagelos de tu Divina Justicia, sino sobre Mí, tu Hijo. Oh Padre, ¿no
ves a qué estado me he reducido? Por esta Cruz y en virtud
de estos dolores, concede a todos el perdón, verdadera
conversión, paz y santidad. Detén tu indignación contra
la pobre humanidad, contra mis hijos; están ciegos y
no saben lo que hacen... Por eso mírame bien, cómo he
quedado reducido por causa de ellos. Si no te mueves a
compasión por ellos, enternécete al manos al ver mi rostro
escupido y cubierto de sangre, lívido e hinchado por
tantas bofetadas y golpes que he recibido... ¡Piedad,
Padre mío! Yo era el más hermoso de todos, y ahora estoy
tan desfigurado que ya no me reconozco. He llegado a ser
la abominación de todos. ¡Por eso, a cualquier precio
quiero salvar a la pobre criatura!”.
Crucificado Amor mío, yo también quiero seguirte ante
el Trono del Eterno. y junto contigo quiero desarmar a la
Divina Justicia. Hago mía tu santísima Humanidad, me
uno con mi voluntad a la Tuya y junto contigo quiero
hacer lo que haces Tú... Es más, permíteme que corran mis
pensamientos en los tuyos; mi amor, mi voluntad, mis
deseos en los tuyos; mis latidos corran en tu Corazón y
todo mi ser, en ti, a fin de que no deje escapar nada y repita
acto por acto y palabra por palabra todo lo que haces Tú.
Pero veo, crucificado Bien mío, que Tú, viendo al
Divino Padre grandemente indignado contra las criaturas,
te postras ante El y ocultas a todas las criaturas dentro de
tu santísima Humanidad, poniéndolos al seguro, para que
el Padre, mirándonos en ti, no nos eche a las criaturas de
Sí. Y si las mira airado, es porque todas las almas han desfigurado la bella imagen que El creó, y no tienen más
pensamientos que para desconocerlo y ofenderlo, y de su
inteligencia, que debía ocuparse en comprenderlo, forman
por el contrario una guarida donde anidan todos los
pecados... Y Tú. oh Jesús mío, para aplacarlo, atraes la
atención del Divino Padre a que mire tu santísima cabeza
traspasada en medio de atroces dolores, que en tu mente
tienen cono clavadas a todas las inteligencias de las criaturas,
y por las cuales y por cada una ofreces una expiación
para satisfacer a la Divina Justicia. ¡Oh, cómo estas
espinas son ante la Majestad Divina voces piadosas que
excusan todos los malos pensamientos de las criaturas!
Jesús mío, mis pensamientos sean uno solo con los
tuyos; por eso contigo ruego, imploro, reparo y excuso
ante la Divina Majestad por todo el mal que hacen todas
las criaturas con la inteligencia. Permíteme que tome tus
espinas y tu misma Inteligencia, y que vaya recorriendo
contigo todas las criaturas y una tu Inteligencia a las
suyas, y que con la santidad de tu Inteligencia les devuelva
la primera Inteligencia, tal como fue por ti creada;
que con la santidad de tus pensamientos reordene todos
los pensamientos de las criaturas en ti, y que con tus espinas
traspase la mente de todas y de cada una de las criaturas
y te devuelva el dominio y el gobierno de todas... Ah
sí, oh Jesús mío, Tú solo sé el dominador de cada pensamiento,
de cada acto de todas las gentes; rige Tú solo
cada cosa, y sólo así la faz de la tierra, que causa horror
y espanto, será renovada.
Mas me doy cuenta, crucificado Jesús, que aún ves al
Divino Padre indignado, que mira a las pobres criaturas y
las ve a todas tan enfangadas de pecados y cubiertas con
las más repugnantes asquerosidades, que dan asco a todo
el Cielo. ¡Oh, cómo queda horrorizada la pureza de la
mirada divina, casi no reconociendo como obra de sus
manos santísimas a la pobre criatura! Es más, parece que
sean otros tantos monstruos ocupan la tierra y que atraen
la indignación de la mirada del Padre... Pero Tú, oh Jesús
mío, para aplacarlo tratas de endulzarlo cambiando sus
ojos por los tuyos, haciéndole verlos cubiertos de sangre
e hinchados de lágrimas; y lloras ante la Divina Majestad
para moverla a compasión por la desgracia de tantas
pobres criaturas, y oigo que le dices:
“Padre mío, es cierto que la ingrata criatura cada vez
más se va enfangando con pecados, hasta no merecer ya tu
mirada paterna; pero mírame, oh Padre: Yo quiero llorar
tanto ante Ti, que forme un baño de lágrimas y de sangre
para lavar todas las inmundicias con que se han cubierto
las criaturas. Padre mío, ¿querrás acaso Tú rechazarme?
¡No, no puedes; soy tu Hijo! Y a la vez que soy tu Hijo
soy también la Cabeza de todas las criaturas, y ellas son
mis miembros... ¡Salvémoslas, oh Padre, salvémoslas!”.
Jesús mío, amor sin fin, quisiera tener tus ojos para
llorar ante la Majestad Suprema por la pérdida de tantas
pobres criaturas... y por estos tiempos tan tristes.
Permíteme que tome tus lágrimas y tus mismas miradas,
que son una con las mías, y recorra todas las criaturas. Y
para moverlas a compasión por sus almas y por tu amor, les hará ver que Tú lloras por su causa, y que mientras se
van enfangando Tú tienes preparadas tus lágrimas y tu
sangre para lavarlas... y así, al verte llorar, se rendirán.
Ah, con estas tus lágrimas permíteme que lave todas las
inmundicias de las criaturas; que haga descender estas
lágrimas en sus corazones y ablande a tantas almas endurecidas
en el pecado, venza la obstinación de los corazones
y haga penetrar en ellos tus miradas, haciéndoles
levantar al Cielo sus miradas para amarte, y no las dejen
más vagar sobre la tierra para ofenderte. Así el Divino
Padre no desdeñará mirar a la pobre humanidad.
Crucificado Jesús, veo que el Divino Padre aún no se
aplaca en su indignación, porque mientras su paterna
bondad, movida por tanto Amor a la pobre criatura, Amor
que ha llenado Cielo y tierra de tantas pruebas de amor y
de beneficios hacia ella, tantas que se pueda decir que en
cada paso y acto de la criatura se siente correr el Amor y
las gracias de ese Corazón Paterno, y la criatura, siempre
ingrata, no quiere reconocerlo sino que hace frente a tanto
Amor llenando cielos y tierra de insultos, de desprecios y
de ultrajes, y llega a pisotearlo bajo sus inmundos pies,
queriendo destruirlo si pudiera, y todo por idolatrarse a sí
misma ¡Ah, todas esas ofensas penetran hasta en los
Cielos y llegan ante la Majestad Divina, la Cual, oh cómo
se indigna viendo a la vilísima criatura que llega hasta
insultarla y ofenderla en todos los modos posibles!
Pero Tú, oh Jesús mío, siempre atento a defendernos,
con la fuerza arrebatadora de tu Amor fuerzas al Padre a que mire tu santísimo rostro, cubierto de todos estos
insultos y desprecios, y le dices:
“Padre mío, no rechaces a las pobres criaturas; si las
rechazas a ellas, a Mí me rechazas. ¡Ah, aplácate! Todas
estas ofensas las tengo sobre mi rostro, que te responde
por todas... Padre mío, detén tu furor contra la pobre
humanidad; son ciegos y no saben lo que hacen. Por eso
mírame bien cómo he quedado reducido por su causa. Si
no te mueves a compasión por la mísera humanidad, que
te enternezca mi rostro lleno de salivazos, cubierto de
sangre, amoratado e hinchado por tantas bofetadas y golpes
como he recibido... ¡Piedad, Padre mío! Yo era el más
bello de los hijos de los hombres y ahora estoy tan desfigurado
que soy irreconocible; soy oprobio para todos.
¡Por eso, a cualquier precio quiero a la criatura salva! “.
Jesús mío, ¿pero es posible que nos ames tanto? Tu
amor tritura mi pobre corazón, pero queriéndote seguir en
todo, déjame que tome este tu rostro santísimo para tenerlo
en mi poder, para mostrarlo continuamente así desfigurado
al Padre, con el fin de moverlo a compasión por la
pobre humanidad, que tan oprimida está bajo el látigo de
la Divina Justicia que yace como moribunda; y permíteme
que vaya en medio de las criaturas y les haga ver tu
rostro tan desfigurado por su causa, y las mueva a compasión
de sus almas y de tu amor; y que con la luz que
brota de ese rostro y con la fuerza arrebatadora de tu amor
les haga comprender Quién eres Tú y quiénes son ellas
que se atreven a ofenderte, y haga resurgir sus almas de
en medio de tantos pecados en que viven muertas a la Gracia, y les haga postrarse ante ti a todas, en acto de adorarte
y de glorificarte.
Jesús mío, Crucificado adorable, la criatura continúa
irritando sin cesar a la Divina Justicia, y de su lengua
hace resonar el eco de horribles blasfemias, voces de
imprecaciones y maldiciones, conversaciones malas, tramas
para preparar cómo destrozarse mejor entre ellas y
llevar a cabo horribles matanzas y asesinatos... Ah, todas
estas voces ensordecen la tierra y penetrando hasta en los
Cielos ensordecen los oídos divinos, y Dios, cansado de
estos ecos malignos que las criaturas le envían, siente que
querría deshacerse de ellas y arrojarlas lejos de Sí, porque
todas estas voces malignas imprecan y claman venganza
y justicia contra ellas mismas... ¡Oh, cómo la Divina
Justicia se siente constreñida a descargar flagelos! ¡Oh,
cómo encienden su furor contra la criatura tantas blasfemias
horrendas! Pero Tú, oh Jesús mío, amándonos con
sumo amor, haces frente a estas voces malignas con tu
voz omnipotente y creadora y haces resonar tu dulcísima
voz en los oídos del Padre para repararlo por las molestias
que le dan las criaturas, con otras tantas voces de bendiciones,
de alabanzas, y clamas: “¡Misericordia, Gracias,
Amor para la pobre criatura!” Y para aplacarlo más, le
demuestras tu santísima boca y le dices:
“Padre mío, mírame de nuevo; no oigas las voces de
las criaturas sino escucha la mía; soy Yo quien te da satisfacción
por todas; por eso te ruego que mires a las criaturas,
pero que las mires en Mí, pues si las miras fuera de
Mí, ¿qué sería de ellas? Son débiles, ignorantes, capaces sólo de hacer el mal, llenas de todas las miserias. Piedad,
piedad de las pobres criaturas. Yo te respondo por ellas
con mi lengua amargada por la hiel, reseca por la sed y
quemada y abrasada por el Amor...”
Amargado Jesús mío, mi voz en la tuya también quiere
hacer frente a todas esas ofensas. Déjame que tome tu
lengua, tus labios y que recorra todas las criaturas y toque
sus lenguas con la tuya, para que sintiendo ellas en el
momento de ofenderte la amargura de la tuya, no vuelvan
a blasfemar, si no por amor, al menos por la amargura que
sientan...; déjame que toque sus labios con los tuyos a fin
de que, haciéndoles sentir en sus labios el fuego de la
culpa, y haciendo resonar tu voz omnipotente en todos los
pechos, pueda detener la corriente de todas las voces
malas, y cambiar a todas las voces humanas en voces de
bendiciones y alabanzas.
Crucificado Bien mío, ante tanto amor y dolor tuyo la
criatura no se rinde aún; por el contrario, despreciándote,
va añadiendo pecados y pecados, cometiendo enormes
sacrilegios, homicidios, suicidios, fraudes, engaños,
crueldades y traiciones... Ah, todas estas obras malas
hacen más pesados los brazos paternos, y el Padre, no
pudiendo sostener su peso, está a punto de dejarlos caer,
haciendo llover sobre la tierra cólera y destrucción. Y Tú,
oh Jesús mío, para librar a la criatura de la cólera divina,
temiendo ver a la criatura destruida, tiendes tus brazos al
Padre para que El no los deje caer y destruya a la criatura,
y ayudándolo con los tuyos a sostener el peso, lo desarmas
e impides a la Justicia que actúe. Y para moverlo a compasión por la mísera humanidad y enternecerlo, con
voz más conmovedora le dices:
“Padre mío, mira mis manos destrozadas y estos clavos
que me las traspasan, que me tienen clavado junto
con todas estas obras malas. Ah, en estas manos siento
todos los dolores que me dan todas estas malas obras.
¿No estás contento, oh Padre mío, con mis dolores? ¿No
son acaso capaces de satisfacerte? Ah, estos mis brazos
descoyuntados y descarnados sean para siempre cadenas
que tengan atadas a todas las pobres criaturas a fin de que
ninguna me huya, sólo la que quisiera arrancarse de Mí a
viva fuerza; y estos mis brazos sean las cadenas amorosas
que te aten también a ti, Padre mío, para impedirte que
destruyas a la pobre criatura; más aún, te atraigan siempre
más hacia ella para que derrames abundantemente
sobre ella tus gracias y tus misericordias.”
Jesús mío, tu amor es un dulce encanto para mí, y me
mueve a hacer todo lo que haces Tú; por eso dame tus
brazos, pues quiero impedir junto contigo, a costa de
cualquier pena, que intervenga la Justicia Divina contra la
pobre humanidad. Con la sangre que escurre de tus manos
quiero extinguir el fuego de la culpa que la enciende y
aplacar su furor; y para mover al Padre a más piedad por
las criaturas, permíteme que en tus brazos ponga tantos
miembros destrozados, los gemidos de tantos pobres heridos,
tantos corazones doloridos y oprimidos, y déjame
que recorra todas las criaturas y las estreche a todas en tus
brazos para que todas vuelvan a tu Corazón. Permíteme
que con la potencia de tus manos creadoras detenga la corriente de tantas obras malas y pecaminosas e impida a
todos hacer el mal.
Amable Jesús mío crucificado, la criatura no está
satisfecha aún de ofenderte; quiere beber hasta el fondo
todas las heces del pecado y corre como enloquecida por
el camino del mal; se precipita cada vez más de pecado en
pecado, desobedece y desconoce tus Leyes, y desconociéndote
a ti, se rebela más contra ti , y casi sólo por darte
dolor quiere irse al infierno... ¡Oh, cómo se indigna la
Majestad Suprema! Y Tú, oh Jesús mío, triunfando sobre
todo, para aplacar al Divino Padre le muestras toda tu
santísima Humanidad lacerada, descoyuntada, descarnada
y destrozada en modo horrible, y tus santísimos pies
traspasados, en los que contienes todos los pasos de las
criaturas, que te dan dolores de muerte, tanto que están
deformes por la atrocidad de los dolores; y oigo tu voz
más que nunca conmovedora, como a punto de extinguirse,
que a fuerza de amor y de dolor quiere vencer a la
criatura y triunfar sobre el Corazón del Padre diciendo:
“Padre mío, mírame de la cabeza a los pies: No hay
parte sana en Mí. Ya no tengo donde hacerme abrir nuevas
llagas y procurarme otros dolores. Si no te aplacas
ante este espectáculo de amor y de dolor, ¿quién va a
poder aplacarte? ¡Oh criaturas, si no os rendís ante tanto
amor, ¿qué esperanza de conversión os queda? Estas mis
llagas y esta Sangre mía sean siempre voces que hagan
descender del Cielo a la tierra gracias de arrepentimiento,
de perdón y de compasión hacia la pobre humanidad...”
Jesús mío, te veo en estado de violencia para aplacar al
Padre y para vencer a la pobre criatura; por lo cual permíteme que tome tus santísimos pies y vaya a todas las criaturas
y ate sus pasos a tus pies para que si quieren caminar
por el camino del mal, sintiendo las ataduras que has puesto
entre Tú y ellas, no puedan. Ah, con estos tus pies hazles
echarse atrás del camino del mal y ponlas en el sendero
del bien, haciéndolas más dóciles a tus Leyes; y con tus
clavos cierra el infierno para que nadie más caiga en él.
Jesús mío, amante crucificado, veo que ya no puedes
más... La tensión terrible que sufres sobre la Cruz, el continuo
moverse de tus huesos, que cada vez más se dislocan
a cada pequeño movimiento, las carnes que cada vez
más se abren, las repetidas ofensas que te añaden, repitiéndote
una pasión y muerte más dolorosa, la sed ardiente
que te consume, las penas interiores que te ahogan de
amargura, de dolor y de amor, y en tantos martirios tuyos
la ingratitud humana que te hace frente y que penetra
como una ola impetuosa hasta dentro de tu Corazón traspasado,
ay, te aplastan de tal manera que tu santísima
Humanidad, no resistiendo bajo el peso de tantos martirios,
está a punto de sucumbir, y como delirando por el
amor y por el sufrimiento suplica ayuda y piedad...
Crucificado Jesús. ¿Será posible que Tú, que riges todo
y das vida a todos, pidas ayuda? ¡Ah, cómo quisiera penetrar
en cada gota de tu Sangre y derramar la mía para
endulzarte cada llaga, para mitigar el dolor de cada espina
y hacer menos dolorosas sus punzadas, y para aliviar en
cada pena interior de tu Corazón la intensidad de tus amar guras! Quisiera darte vida por vida y, si me fuera posible,
quisiera desclavarte de la Cruz para substituirte... Pero veo
que soy nada y que no puedo nada; soy demasiado insignificante,
por eso, dame a ti mismo; tomaré Vida en ti, te
daré a ti mismo, sólo así mis ansias quedarán satisfechas.
Destrozado Jesús, veo que tu santísima Humanidad se
agota para dar en todo cumplimiento a nuestra redención...
Tienes necesidad de ayuda, pero de ayuda divina y
por eso te arrojas en los brazos del Padre y le pides ayuda
y piedad. ¡Oh, cómo se enternece el Divino Padre mirando
la horrenda destrucción de tu santísima Humanidad, la
terrible obra que el pecado ha hecho en tus sagrados
miembros! Y El, para satisfacer tus ansias de amor, te estrecha
a su Corazón paterno y te da los auxilios necesarios
para dar cumplimiento a nuestra redención. Y mientras
te estrecha, en tu Corazón sientes más fuerte repetirse
los martillazos y los clavos, los rayos de los flagelos,
el abrirse las llagas, las punzadas de las espinas... ¡Oh,
cómo queda conmovido el Padre! ¡Cómo se indigna viendo
que todas estas penas te las dan en tu Corazón hasta las
almas a ti consagradas! Y en su dolor te dice:
“¿Pero es posible, Hijo mío, que ni siquiera la parte por
ti elegida esté contigo? Al contrario, parece que sean almas
que piden refugio y ocultarse en este tu Corazón para
amargarte y darte una muerte más dolorosa y, lo que es
peor, todos estos dolores que te dan, van ocultos y cubiertos
con hipocresías. ¡Ah, Hijo, no puedo contener más mi
indignación por la ingratitud de estas almas que me dan
más dolor que las de todas las demás criaturas juntas!”.
Pero Tú, oh Jesús mío, triunfando en todo, defiendes a
estas almas y con el amor inmenso de tu Corazón das
reparación por las oleadas de amarguras y de heridas
mortales que estas almas te envían; y para aplacar al
Padre le dices:
“Padre mío, mira este mi Corazón: Que todos estos
dolores te satisfagan, y por cuanto más amargos, tanto más
potentes sean sobre tu Corazón de Padre para obtenerles
gracia, luz, perdón... Padre mío, no las rechaces: Ellas serán
mis defensoras y continuarán mi Vida sobre la tierra”.
“Oh Padre amorosísimo, considera que si bien mi
Humanidad ha llegado ahora al colmo de sus sufrimientos,
también este mi Corazón estalló por las amarguras y por
las íntimas penas e inauditos tormentos que he sufrido a lo
largo de casi 34 años, desde el primer instante de mi
Encarnación... Tú conoces, oh Padre, la intensidad de
estas penas interiores, tan dolorosas que hubieran sido
capaces de hacerme morir a cada momento de puro dolor
si nuestra Omnipotencia no me hubiera sostenido para
prolongar mi padecer hasta esta extrema agonía... Ah, si
todas las penas de mi santísima Humanidad, que te he
ofrecido hasta ahora para aplacar tu Justicia sobre todos y
para atraer sobre todos tu misericordia triunfadora, no te
bastan, ahora de un modo particular Yo te presento, por las
faltas y los extravíos de las almas consagradas a Nosotros,
este mi Corazón despedazado, oprimido y triturado,
pisoteado en el lagar de todos los instantes de mi vida
mortal... Ah, observa, Padre mío, que éste es el Corazón
que te ha amado con infinito amor, que siempre ha vivido abrasado de amor por mis hermanos, hijos tuyos en Mí...
Este es el Corazón generoso con el que he anhelado sufrir
para darte la completa satisfacción por todos los pecados
de los hombres. Ten piedad de sus desolaciones, de su
continuo penar, de sus tedios, de sus angustias, de sus
tristezas hasta la muerte... ¿Acaso ha habido, oh Padre
mío, un solo latido de mi corazón que no haya buscado tu
Gloria, aun a costa de penas y de sangre, y la salvación de
todos mis hermanos? ¿No ha salido de este mi Corazón
siempre oprimido las ardientes suplicas, los gemidos, los
suspiros, los clamores, con que durante casi 34 años he
llorado y clamado Misericordia en tu presencia? Tú me
has escuchado, oh Padre mío, una infinidad de veces y por
una infinidad de almas, y te doy gracias infinitas..., pero
mira, oh Padre mío, cómo mi Corazón no puede calmarse
en sus penas, aun por una sola alma que haya de escapar a
su amor, porque Nosotros amamos a un alma sola tanto
como a todas las almas juntas... ¿Y se dirá que habré de
dar el último respiro sobre este doloroso patíbulo viendo
perecer miserablemente incluso almas a Nosotros consagradas?
Yo estoy muriendo en un mar de angustias por la
iniquidad y por la pérdida eterna del pérfido Judas, que me
fue tan duro e ingrato que rechazó todas mis finuras amorosas
y delicadas, y al que Yo hice tanto bien que llegué a
hacerlo Sacerdote y Obispo, como a los demás Apóstoles
míos. ¡Ah Padre mío, baste este abismo de penas, baste...
Oh, cuántas almas veo, elegidas por nosotros a esta vocación
sagrada, que quieren imitar a Judas... cual más, cual
menos! ¡Ayúdame, Padre mío, ayúdame; no puedo soportar
todas estas penas! ¡Mira si hay una fibra en mi Corazón, una sola fibra que no esté atormentada más que
todos los destrozos de mi cuerpo divino! ¡Mira si toda la
sangre que estoy derramando no brote, más que de mis llagas,
de mi Corazón, que se deshace de amor y de dolor!
Piedad, Padre mío, piedad, no para Mí, que quiero sufrir y
padecer hasta lo infinito por las pobres criaturas, sino piedad
de todas las almas, especialmente de las llamadas a ser
mis Esposas, a ser mis Sacerdotes. Escucha, oh Padre, mi
Corazón, que sintiéndose faltar la vida acelera sus encendidos
latidos y grita: ¡Padre mío, por mis innumerables
penas te pido gracias eficaces de arrepentimiento y de verdadera
conversión para todas estas infelices almas; que
ninguna se pierda! ¡Tengo sed, Padre mío, tengo sed de
todas las almas... pero especialmente de éstas; tengo sed
de más sufrir por cada una de estas almas! Siempre he
hecho tu Voluntad, Padre mío, y ahora, ésta es mi Voluntad,
que es también la Tuya, ah, haz que sea cumplida
perfectamente por amor a Mí, tu Hijo amadísimo en quien
has encontrado todas tus complacencias!”
Oh Jesús mío, me uno a tus súplicas, a tus padecimientos,
a tu amor penante. Dame tu Corazón para que sienta
tu misma sed por las almas consagradas a ti y te restituya
el amor y los afectos de todas... Permíteme ir a todas y
que les lleve tu Corazón, para que a su contacto se enfervoricen
las frías, se conmuevan las tibias, se sientan llamar
de nuevo las extraviadas y lleguen a ellas de nuevo
las gracias que han rechazado. Tu Corazón está sofocado
por el dolor y por la amargura al ver incumplidos, por su
incorrespondencia, tantos designios que tenías sobre
ellas, y al ver a tantas otras almas, que deberían tener vida y salvación por medio de aquellas, que sufren las tristes
consecuencias... Por eso quiero mostrarles tu Corazón tan
amargado por causa suya, y arrojar en ellas dardos de
fuego de tu Corazón; quiero hacer que escuchen tus súplicas y todos tus padecimientos por ellas, y así no será
posible que no se rindan a ti; así volverán arrepentidas a
tus pies y tus designios amorosos sobre ellas se verán
cumplidos; estarán en torno a ti y en ti, no ya para ofenderte
sino para repararte, para consolarte y defenderte.
Crucificado Jesús, Vida mía, veo que continúas agonizando
en la Cruz, pero que no está aún satisfecho tu amor y
que quieres dar cumplimiento a todo. También yo agonizo
contigo y llamo a todos: “Angeles, Santos, venid al
Calvario a contemplar los excesos y las locuras de amor de
un Dios! Besemos sus llagas sangrantes, adorémoslas, sostengamos
esos miembros lacerados y agradezcamos a Jesús
por nuestra Redención. Mirad también a la traspasada
Mamá, que tantas penas y muertes siente en su Corazón Inmaculado
por cuantas penas ve en su Hijo y Dios; sus mismos
vestidos están llenos de sangre, sangre que está derramada
por todo el Calvario, y nosotros, todos juntos tomemos
esta sangre, suplicando a la dolorida Mamá que se una
a nosotros, recorramos todo el mundo y vayamos en ayuda
de todos; socorramos a los que están en peligro de muerte,
para que no perezcan; a los caídos en el pecado, para que se
levanten de nuevo; y a aquellos que están por caer, para que
no caigan. Demos esta Sangre a tantos pobres ciegos para
que en ellos resplandezca la luz de la verdad; vayamos
especialmente en medio de los pobres combatientes, seamos
para ellos vigilantes centinelas, y si van a caer alcanzados por las balas, recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos;
si se ven abandonados por todos o si están impacientes
por su triste suerte démosles esta Sangre para que se
resignen y se mitigue la atrocidad de sus dolores... Y si
vemos que hay almas a punto de caer en el Infierno, démosles
esta Sangre divina que contiene el precio de la
Redención, y arrebatémoslas a Satanás... Y mientras tengo
a Jesús estrechado a mi corazón para tenerlo defendido de
todo y reparado por todo, estrecharé a todos a este Corazón
a fin de que todos puedan obtener gracias eficaces de conversión,
de fuerza y de salvación”.
Oh Jesús, veo que la sangre te chorrea de tus manos y
de tus pies... Los ángeles, llorando y haciéndote corona,
admiran los portentos de tu inmenso amor. Veo al pie de
la Cruz a tu dulce Mamá, traspasada por el dolor, a tu predilecto
Juan... todos petrificados en un éxtasis de estupor,
de amor y de dolor... Oh Jesús, me uno a ti y me estrecho
a tu Cruz, tomo toda tu Sangre y la derramo en mi corazón.
Y cuando vea tu Justicia irritada contra los pecadores,
para aplacarla le mostraré esta Sangre. Cuando quiera
la conversión de almas obstinadas en el pecado, te
mostraré a ti esta Sangre y en virtud de ella no podrás
rechazar mi plegaria, porque en mis manos tengo ya la
prenda para ser escuchada...
Y ahora, Crucificado Bien mío, en nombre de todas las
generaciones, pasadas, presentes y futuras, junto con nuestra
Mamá y con todos los ángeles, me postro profundamente
ante ti diciéndote: “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
porque por tu Santa Cruz has redimido al mundo.”
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