VIGÉSIMA SEGUNDA HORA
De las 2 a las 3 de la tarde
Tercera hora de agonía en la Cruz. Quinta, sexta y
séptima palabra sobre la cruz. Muerte de Jesús
Mi
crucificado moribundo, abrazada a tu cruz siento el fuego que quema toda tu
santísima persona; el corazón te late tan fuerte, que levantándote las
costillas te atormenta en modo tan desgarrador y horrible, que toda tu
santísima Humanidad sufre una transformación que te hace irreconocible. El amor
que incendia tu corazón te seca y te quema, y Tú no pudiendo contenerlo,
sientes fuertemente el tormento, no sólo de la sed corporal por el
derramamiento de toda tu sangre, sino mucho más por la sed ardiente de la salud
de nuestras almas. Tú, como agua quisieras bebernos para ponernos a todos a
salvo dentro de Ti, por eso, reuniendo tus debilitadas fuerzas gritas:
“¡Tengo sed!”
¡Ah! esta
palabra la repites a cada corazón: “Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos,
de tus deseos, de tu amor; agua más fresca y dulce no puedes darme, que tu
alma. ¡Ah! no me dejes quemar, tengo sed ardiente, por lo cual no sólo me
siento quemar la lengua y la garganta, tanto que no puedo más articular
palabra, sino que me siento también secar el corazón y las entrañas. ¡Piedad de
mi sed, piedad!” Y como delirante por la gran sed te abandonas a la Voluntad
del Padre.
Ah, mi
corazón no puede vivir más al ver la impiedad de tus enemigos, que en lugar de
agua te dan hiel y vinagre, y Tú no los rechazas. Ah, comprendo, es la hiel de
tantas culpas, es el vinagre de nuestras pasiones no domadas que quieren darte,
y que en lugar de confortarte te queman de más. Oh mi Jesús, he aquí mi
corazón, mis pensamientos, mis afectos, he aquí todo mi ser a fin de que Tú
calmes tu sed y des un alivio a tu boca seca y amargada. Todo lo que tengo,
todo lo que soy, todo es para Ti, oh mi Jesús. Si fueran necesarias mis penas
para poder salvar aun una sola alma, aquí me tienes, estoy dispuesta a sufrirlo
todo. A Ti yo me ofrezco enteramente, haz de mí lo que mejor te plazca.
Quiero
reparar el dolor que Tú sufres por todas las almas que se pierden y la pena que
te dan aquellas, a las cuales, mientras Tú permites que tengan tristezas,
abandonos, ellas en vez de ofrecértelos a Ti como alivio de la sed ardiente que
te devora, se abandonan a sí mismas y así te hacen penar más.
Sexta Palabra
Moribundo
bien mío, el mar interminable de tus penas, el fuego que te consume, y más que
todo el Querer Supremo del Padre que quiere que Tú mueras, no nos permiten
esperar que puedas continuar viviendo. Y yo, ¿cómo podré vivir sin Ti? Ya te
faltan las fuerzas, tus ojos se velan, tu rostro se transforma y se cubre de
una palidez mortal, la boca está entreabierta, el respiro afanoso e
intermitente, tanto, que ya no hay esperanza de que te puedas reanimar. Al
fuego que te quema lo sustituye un hielo y un sudor frío que te baña la frente,
los músculos, y los nervios se contraen siempre más por la acerbidad de los
dolores y por las perforaciones de los clavos; las llagas se abren más y yo
tiemblo, me siento morir. Te miro, oh mi bien, y veo descender de tus ojos las
últimas lágrimas, mensajeras de la cercana muerte, mientras que fatigosamente
haces oír aún otra palabra:
“¡Todo
está consumado!”
Oh mi
Jesús, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada más, el amor ha llegado a su
término. Y yo, ¿me he consumido toda por tu amor? ¿Qué agradecimiento no deberé
yo darte, cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia Ti? Oh mi Jesús, quiero
reparar por todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu amor, y
consolarte por las afrentas que recibes de las criaturas mientras te estás
consumiendo de amor sobre la cruz.
Séptima Palabra
Mi
crucificado agonizante, Jesús, ya estás a punto de dar el último respiro de tu
vida mortal, tu santísima Humanidad está ya rígida, el corazón parece que no te
late más. Con la Magdalena me abrazo a tus pies y quisiera, si fuera posible,
dar mi vida para reanimar la tuya.
Entre
tanto, oh Jesús, veo que reabres tus ojos moribundos y miras en torno a la
cruz, como si quisieras dar el último adiós a todos, miras a tu agonizante Mamá
que no tiene más movimiento ni voz, tantas son las penas que sufre, y con tu
mirada le dices: “Adiós Mamá, Yo me voy, pero te tendré en mi corazón. Tú ten
cuidado de los hijos míos y tuyos.” Miras a la llorosa Magdalena, al fiel Juan;
y a tus mismos enemigos y con tu mirada les dices: “Yo os perdono y os doy el
beso de paz.” Nada escapa a tu mirada, de todos te despides y a todos perdonas.
Después reuniendo todas tus fuerzas y con voz fuerte y sonora gritas:
“¡Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu!”
E
inclinando la cabeza expiras. Mi Jesús, a este grito toda la naturaleza se
trastorna y llora tu muerte, la muerte de su Creador. La tierra tiembla
fuertemente y con su temblor parece que llore y quiera sacudir las almas de
todos para que te reconozcan como el verdadero Dios. El velo del templo se
rasga, los muertos resucitan, el sol que hasta ahora ha llorado tus penas,
retira horrorizado su luz. Tus enemigos a este grito se arrodillan, se golpean
el pecho y dicen: “Verdaderamente este es el Hijo de Dios.” Y tu Madre,
petrificada y moribunda, sufre penas más duras que la muerte.
Muerto
Jesús mío, con este grito Tú nos pones también a todos nosotros en las manos
del Padre, para que no se nos rechace; por eso gritas fuerte no sólo con la
voz, sino con todas tus penas y con las voces de tus sangre:
“¡Padre,
en tus manos pongo mi espíritu y a todas las almas!”
Mi Jesús,
también yo me abandono en Ti, y dame la gracia de morir toda en tu amor, en tu
Querer, rogándote que no permitas jamás, ni en la vida ni en la muerte, que yo
salga de tu Santísima Voluntad. Quiero reparar por todos aquellos que no se
abandonan perfectamente a tu Santísima Voluntad, perdiendo así, o reduciendo el
precioso fruto de tu Redención. ¿Cuál no será el dolor de tu corazón, oh mi
Jesús, al ver tantas criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí
mismas? Piedad por todos, oh mi Jesús, piedad por mí. Beso tu cabeza coronada
de espinas y te pido perdón por tantos pensamientos míos de soberbia, de
ambición y de propia estima, y te prometo que cada vez que me venga un
pensamiento que no sea todo para Ti, oh Jesús, y me encuentre en las ocasiones
de ofenderte, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma
mía!”
Oh Jesús,
beso tus hermosos ojos bañados aún por las lágrimas y cubiertos por sangre
coagulada, y te pido perdón por cuantas veces te ofendí con miradas malas e
inmodestas; te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados a mirar
cosas de la tierra, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el
alma mía!”
Oh Jesús
mío, beso tus sacratísimos oídos, aturdidos hasta los últimos momentos por
insultos y horribles blasfemias. Y te pido perdón por cuantas veces he
escuchado y he hecho escuchar conversaciones que nos alejan de Ti, y por tantas
conversaciones malas que hacen las criaturas, y te prometo que cada vez que me
encuentre en la ocasión de oír aquello que no conviene, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús
mío, beso tu santísimo rostro, pálido, lívido, ensangrentado, y te pido perdón
por tantos desprecios, insultos y afrentas que recibes de nosotros, vilísimas
criaturas, por nuestros pecados. Yo te prometo que cada vez que me venga la
tentación de no darte toda la gloria, el amor y la adoración que se te deben,
gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús
mío, beso tu santísima boca, ardida y amargada. Te pido perdón por cuantas
veces te he ofendido con mis malas conversaciones, por cuantas veces he
concurrido a amargarte y a acrecentar tu sed; te prometo que cada vez que me
venga el pensamiento de decir cosas que podrían ofenderte, gritaré
inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús
mío, beso tu cuello santísimo y veo aún las marcas de las cadenas y de las
cuerdas que te han oprimido, te pido perdón por tantas ataduras y por tantos
apegos de las criaturas, que han añadido sogas y cadenas a tu santísimo cuello.
Te prometo que cada vez que me sienta turbado por apegos, deseos y afectos que
no sean para Ti, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma
mía!”
Jesús
mío, beso tus santísimos hombros y te pido perdón por tantas ilícitas
satisfacciones, perdón por tantos pecados cometidos con los cinco sentidos de
nuestro cuerpo; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de tomarme
algún placer o satisfacción que no sea para tu gloria, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Jesús
mío, beso tu santísimo pecho y te pido perdón por tantas frialdades,
indiferencias, tibiezas e ingratitudes horrendas que recibes de las criaturas,
y te prometo que cada vez que me sienta enfriar en tu amor, gritaré
inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Jesús
mío, beso tus sacratísimas manos; te pido perdón por todas las obras malas e
indiferentes, por tantos actos envenenados por el amor propio y por la propia
estima; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no obrar
solamente por tu amor, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo
el alma mía!”
Oh Jesús
mío, beso tus santísimos pies y te pido perdón por tantos pasos, por tantos
caminos recorridos sin recta intención, por tantos que se alejan de Ti para ir
en busca de los placeres de la tierra. Te prometo que cada vez que me venga el
pensamiento de apartarme de Ti, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os
encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús
mío, beso tu sacratísimo corazón y quiero encerrar en Él, junto con mi alma, a
todas las almas redimidas por Ti, para que todas sean salvas, sin excluir
ninguna. Oh Jesús, enciérrame en tu corazón y cierra las puertas de él, de modo
que yo no pueda ver otra cosa que a Ti solo. Te prometo que cada vez que me
venga el pensamiento de querer salir de este corazón, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, a ustedes doy mi corazón y el alma mía!”
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