viernes, 23 de agosto de 2019

Encadenada por dos demonios. Cura de Ars


Una parisiense pasó por Ars, de regreso a la capital. Un eclesiástico, que conocía su vida de desorden, le había aconsejado aquella parada.
"Verá usted allí, señora, algo extraordinario: un cura rural que está llenando el mundo con su fama... No le sabrá a usted mal este pequeño rodeo en su viaje."
La predicción se cumplió de una manera singular. Por la tarde se paseaba la señora por la plaza con una desconocida encontrada al acaso. El cura de Ars se cruzó con ellas al volver de visitar a un enfermo.
"Señora, dijo a la parisiense, sígame usted." Y a la otra: "Usted puede retirarse: usted no tiene necesidad de mi ministerio." Y tomando aparte a la pecadora, fue descubriendo a aquella Samaritana el velo de todas sus torpezas.
Espantada por tales revelaciones, guardaba silencio. Al fin dijo: "Señor cura, ¿quiere oír usted mi confesión?.
¿Su confesión?, replicó el santo; sería bien inútil. Yo leo en su alma y la veo encadenada por dos demonios: el demonio del orgullo y el de la impureza. Yo no la puedo absolver sino en el caso de que no vuelva a París, y, como conozco sus disposiciones, sé que volverá usted."
Después, con intuición profética, el hombre de Dios le hizo ver que descendería hasta los últimos límites del mal.
"¡Pero señor cura, yo soy incapaz de cometer tales abominaciones!... ¡Entonces estoy condenada!
No digo esto; pero en adelante, ¡cuán duro le será poderse salvar! Venga mañana, por la mañana se lo diré."
Durante la noche, para conjurar la pérdida de un alma que Dios había criado para las alturas y que se iba hundiendo en el fango, el cura de Ars oró largamente y tomó una sangrienta disciplina.
Por la mañana concedió a aquella penitente tan frívola una audiencia de favor, y le dijo la respuesta:
"Pues bien: a pesar suyo, dejará usted París y volverá a aquella casa de allá abajo de donde viene usted. Allí, si quiere usted salvar su pobre alma, hará tales y tales mortificaciones."
La señora salió de Ars, no absuelta todavía. París la recuperó un instante, pero ella vio aterrada, cómo se iba abriendo a sus pies el abismo del pecado. Se apoderó de su alma un gran hastío; llamó a Dios y huyó de la capital... Oculta en su casa, en la región mediterránea, a pesar de los embates de una naturaleza dañada por las pasiones, demasiado tiempo satisfechas, resolvió emprender el camino del bien. Se acordó de los consejos del santo de Ars. Una gracia interior muy poderosa la empujó y la ayudó a seguirlos.
"En el camino de la abnegación, decía el cura de Ars, sólo cuesta el primer paso, cuando se ha entrado en él, todo se anda por sí mismo...!


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