viernes, 23 de agosto de 2019

HNO. MARCEL VAN. Vietnamita. Siervo de Dios

Marcel Van, joven redentorista vietnamita, nació en 1928 en un pueblo católico del norte de Vietnam. Hermanito espiritual de santa Teresa de Lisieux, descubrió con ella que la santidad es para todos.

Teresa le reveló su vocación: él no sería sacerdote; aprendió en su escuela a ser el Apóstol oculto del amor, con el gran deseo de hacer presente a Dios donde no estuviera. Murió a los 31 años en un campo comunista, donde había sido condenado a 15 años de trabajos forzados.
El padre Gilles Berceville, dominico francés, autor de “Marcel Van ou l’infinie pauvreté de l’Amour” (“Marcel Van o la infinita pobreza del Amor”) (Ed. de l’Emmanuel/Les Amis de Van, 2009), evoca para ZENIT la figura de este joven vietnamita en quien se encuentran Oriente y Occidente.
– ¿Se puede separar Marcel Van de la figura de santa Teresa del Niño Jesús, que se considera hoy un poco como su gran hermana espiritual?
Gilles Berceville: Van es un niño muy creyente que siempre ha tenido una relación íntima con Cristo, una práctica eucarística regular, la convicción de que Dios es amor y una gran vinculación a la Santísima Virgen.
A los 14 años, descubre “Historia de un alma” de santa Teresa y poco después oye a Teresa hablarle. Este intercambio misterioso dura hasta el final de su noviciado.
– ¿Qué descubrió con ella?
Gilles Berceville: Con Teresa, descubre que su deseo de santidad se puede cumplir porque también es el deseo de Dios.
Dios es “condescendiente”: no es un Dios que pudiera pensarse que nos castiga con rigor exigiendo lo que nosotros no podemos hacer, sino un Dios que piensa cómo ayudarnos y en cierta manera se adapta a lo que somos para que nos adaptemos a lo que Él es.
Cuando Van lee “Historia de un alma”, se siente unido a lo que ya ha vivido. Es liberado de su miedo a Dios.
En la escuela de Teresa, aprende también una nueva manera de rezar: como un hijo habla a su padre. Todo lo que vive un niño interesa a un padre como Dios.
Teresa le revela también su vocación: él no será sacerdote. Debe entonces renunciar al proyecto de vida que había tenido hasta el momento.
Conoce este ideal de ser el apóstol del Amor en una vida oculta a los ojos del mundo: una vida de oración, de intercesión por los sacerdotes y los pecadores, por los niños, por la Iglesia.
Él comparte después con Dios, según su expresión, “la infinita pobreza del Amor”.
– Marcel Van era redentorista. ¿Qué nos dice sobre el misterio de la redención?
Gilles Berceville: Marcel Van tiene un gran deseo de hacer a Dios presente allá donde no está. Ésta es una intuición fuerte.
Durante su noviciado, sus hermanos le preguntan en broma si le gustaría vivir con los comunistas. Él asiente. Sus compañeros se burlan.
Pero él no bromea: quiere realmente amar a Dios con los comunistas para que al menos haya una persona que ama a Dios con los “sin Dios”.
Él se une en la fe a la obra redentora de Cristo, experimentando a menudo una gran soledad.
Durante sus años de postulantado y noviciado, conoció una gran intimidad con Cristo, y ahora debe atravesar las tentaciones, la sequedad y la noche.
Van se une también a los pecadores allá donde están. Vive sus noches, pero vive esta noche en el amor.
Siente que esto le va a permitir transmitir el amor de Jesús a otros. Es su entrada en el corazón de Cristo redentor.
Él se une a Cristo en la obra de salvación que se lleva a cabo todavía hoy y participa en la comunión de los santos.
– Durante su vida, Van recibió la misión de rezar por Francia. Su país vive una fase turbulenta (el fin de la Indochina francesa). ¿Qué relación tiene él con Francia y con los franceses?
Gilles Bercevill: Van tiene una relación compleja con Francia. Solidario con sus compatriotas humillados por la colonización, es espontáneamente anti-francés.
Pero no olvida que su Iglesia ha nacido y se ha desarrollado gracias a los misioneros franceses (también está en el norte la acción de los españoles).
Francia es el país de Teresa. Y él recibe la misión -que se encuentra en sus escritos- de rezar para que Francia se ponga al servicio del amor de Jesús.
Pero yo creo que eso va más allá del destino únicamente de Francia. Se trata del destino de todas las naciones: cada pueblo tiene valor a los ojos de Dios.
Hay algo simbólico en lo que Van dice de las relaciones entre Vietnam y Francia. Es realmente sobre la relación entre todos los pueblos, naciones y culturas. Es un mensaje de paz.
– ¿Y un mensaje universal?
Gilles Berceville: La universalidad no es un ideal abstracto. En el amor, hay un enriquecimiento concreto de todos para todos. Esto es un poco lo que Van nos permite vivir. Él nos hace descubrir, gracias al Evangelio, lo que debería ser el encuentro entre Oriente y Occidente.
Su mensaje es de mucha actualidad. Por primera vez, se descubre un cristiano del lejano Oriente que vive intensamente su fe, cuyo mensaje es original y de tal magnitud que un teólogo francés como yo se pone a estudiar vietnamita para aprender algo más del Evangelio.
En el siglo XVII, el Papa Inocente XI, beatificado por Pío XII, dijo: “Oriente nos ha dado el Evangelio. Hoy, Occidente debe devolverlo”.
Con Van, Oriente dice de nuevo algo del Evangelio a Occidente. Es un magnífico ejemplo de intercambio entre dos Iglesias


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