miércoles, 4 de septiembre de 2019

A veces es mejor huir que combatir, Santa Teresita

El recurso de la deserción de Santa Teresita

Madre querida, como le he dicho, mi último recurso para no ser vencida en los combates es la deserción. Este recurso lo empleaba ya durante el noviciado, y siempre me dio muy bueno resultados. Quiero, Madre, citarle un ejemplo que la va a hacer sonreír.

Durane una de sus bronquitis, fui una mañana muy despacito a dejar en su celda las llaves de la reja de la comunión, pues era sacristana. En el fondo, no me disgustaba aquella ocasión que tenía de verla a usted, incluso me agradaba mucho, aunque trataba de disimularlo. Una hermana, animada de un santo celo, pero que sin embargo me quería mucho, al verme entrar en su celda, pensó, Madre, que iba a despertarla, y quiso cogerme las llaves, pero yo era demasiado lista para dárselas y ceder de mis derechos. Le dije, lo más educadamente que pude, que yo tenía tanto interés como ella en no despertarla, y que me tocaba a mi entregar las llaves...

Ahora comprendo que habría sido mucho más perfecto ceder ante aquella hermana, joven, es cierto, pero al fin más antigua que yo. Pero entonces no lo comprendí; y por eso, queriendo a toda costa entrar a su pesar detrás detrás de ella, que empujaba la puerta para no dejarme pasar, pronto ocurrió la desgracia que las dos nos temíamos: el ruido que hacíamos le hizo a usted abrir los ojos...

Entonces, Madre, toda la culpa recayó sobre mí. La pobre hermana a la que yo habñia opuesto resistencia se puso a echar un discurso, cuyo fondo sonaba así: Ha sido sor Teresa del Nió Jesús la que ha hecho ruido... ¡Dios mío que hermana tan antipática...!, etc. Yo, que pensaba todo lo contrario, sentía unas ganas enorme de defenderme. Afortunadamente, me vino una idea luminosa: pensé en mi interior que, si empezaba a justificarme, no iba poder conservar la paz en mi alma; sabía también que no tenía la suficiente virtud como para dejarme acusar sin decir nada. Así que mi única tabla de salvación era la huida. Pensado y hecho: me fui sin decir ni mus, dejando que la hermana continuase su discurso, que se parecía a las imprecaciones de Camila contra Roma.

Me latía tan fuerte el corazón, que no pude ir muy lejos, y me senté en la escalera para disfrutar en laz los frutos de mi victoria. Aquello no era valentía, ¿verda Madre querida? Pero creo que, cuando la derrota es segura, vale más no exponerse al combate.


El pecado de impureza.

Vi al Señor Jesús atado a una columna, despojado de sus vestiduras y enseguida empezó la flagelación. Vi cuatro hombres que por turno azotab...