sábado, 8 de julio de 2017

Paciencia en medio de las pruebas.

Esperar en Dios suele ser una experiencia apasionante, pero a la vez terrible. Cuando ya todo parece perdido y uno ha intentado hacer lo que estuvo a su alcance, se nos puede presentar esta propuesta del Señor: "¿ Y si esperas en Mi ?".

Una vez que aceptamos al decirle que sí, el "control" pasa de nuestras manos a las suyas. Es como si nos dijera: "Siéntate en el asiento de atrás que yo conduzco ahora". Al principio, nos sentimos felices de haber podido dar este paso y no es para menos ya que podemos descansar y confiar en que El se está ocupando de nuestro asunto. 

Pero con el correr de los días nuestro primer entusiasmo, confianza y alegría se empiezan a apagar. Ahora el Señor hace silencio. Ya no vemos señales que nos indiquen si vamos bien y muchas veces ni siquiera sabemos por dónde vamos. Pero El está ahí, al volante, tranquilo y sereno, conduciendo... El sí ve claro, El sabe en qué lugar nos encontramos y cómo llevarnos seguros a destino. Para nosotros llegó el momento de la confianza. Estar en medio de una situación en la que ya no tenemos el control es duro, pero si ya se lo hemos pasado a El, nuesta actitud correcta es la confianza.

El tiempo sigue corriendo y a esta confianza ciega en Aquel que "todo lo que quiere lo hace, en el cielo y en la tierra", le sigue otra virtud: la paciencia. Saber esperar en sus tiempos, creyendo que su plan es perfecto, que nada se le escapa, que bien conoce nuestra situación y sufrimientos derivados de ella.

No querer imponer nuestros criterios, ideas o sugerencias, sino más bien "darles muerte" es algo que también se nos pide. O es El quién está al volante, en el control, o somos nosotros, porque si nos ponemos a tironearle para un lado o para el otro, no sólo vamos a dificultar lo que quiere hacer en nuestras vidas sino que además lo podemos retrasar.

"La paciencia todo lo alcanza" nos repite hasta hoy santa Teresa y todo, es todo.
No se cuáles puedan ser las pruebas por las que hoy estés pasando, pero recordá: Dios es fiel, El no te va a abandonar nunca. Si le confiás el curso, la dirección y el control, El lo va a asumir y todo lo que pase tendrá un propósito que recién al final del proceso podrás ver con claridad. 

Tu fe habrá crecido entonces a niveles que no imaginabas; tu confianza se volverá más sólida, pero por sobre todas las cosas, tu vínculo con El se hará más fuerte, más profundo y podrás decir como Job después de sus pruebas: "Sólo de oídas te conocía; más ahora te ven mis ojos" (Job 42,5).

El santo rey David, no antes, sino después de haber sido librado de las manos de Saúl que buscaba matarlo pudo escribir: "Te amo, Yahvé, fortaleza mía, mi peña, mi baluarte, mi libertador. Dios mio, mi roca, mi refugio... asilo mio". (Salmo 17, 2-3).

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