LA PRUEBA DE LA VIRGEN MARÍA.
Ya te he narrado, hija mía, cómo la Divinidad festejó el instante de mi Concepción y como el cielo y la tierra me proclamaron como su Reina. Desde aquel instante, Yo permanecí en tal forma fundida con mi Creador, que me sentí dueña de sus dominios Divinos. Aquel mismo querer que reinaba en Él, reinaba ahora también en Mí y, por tanto, nos hacía inseparables.
Y si bien todo era alegría y fiesta entre Nosotros, para que Él pudiera confiar enteramente en Mí era necesario que Yo pasara una prueba. Hija mía, la prueba superada es una bandera que dice "Victoria"; y ésta es capaz de hacernos poder recibir todos los bienes que Dios nos quiere dar, y dispone al alma a grandes conquistas.
Yo comprendí como la prueba era necesaria para poder ofrecer a mi Creador, en reciprocidad de sus innumerables favores, una muestra de gran fidelidad, aún a costa del sacrificio de toda mi vida. ¡Oh, cuán bello es poder decir: "Tú me has amado y Yo te he amado". Sin una prueba, ésto nunca se podría afirmar de verdad.
Debes saber entonces, hija mía, que el FIAT Omnipotente me hizo conocer la obra de la Creación del hombre. También él había salido inocente y santo de las manos Divinas; también él había gozado de una felicidad indecible, dominando con su cetro toda la creación y todos los elementos. El Querer Divino que reinaba en él soberano, lo enriquecía con todos los bienes de la creación y lo hacía inseparable de su Creador.
Pero antes de confirmar la inocencia, la santidad y la felicidad del primer hombre, antes de concederle el dominio sobre todo el universo, Dios quiso sujetarlo a una prueba. Entre tantos frutos que se encontraban en el Paraíso Terrenal, le prohibió tocar uno solamente... Pero Adán no supo permanecer fiel, y habiendo transgredido la orden divina, el Señor no pudo fiarse más de él y, por tanto, quedó obligado a privarlo de las sublimes prerrogativas con las cuales lo había dotado. La obra de la Creación, en consecuencia, se puso, por decir así, de cabeza, se trastornó.
Cuando Yo conocí los grandes males que la voluntad humana había provocado en Adán y en toda su descendencia, en cuanto fui concebida, lloré amargamente por el hombre caído. Y de igual modo no tardó en llegar para Mí el momento de la prueba. El Querer Divino me invitó a entregarle mi voluntad. "No te pido, me dijo, "la obediencia que le pedí a Adán, no; te pido a Ti que me des tu voluntad; Tú la tendrás como si no la tuvieras, bajo el imperio de mi Querer que será tu vida."
El FIAT supremo hizo así el cuarto paso en mi alma, pidiéndome mi voluntad como prenda, esperando que pronunciara mi FIAT, como mi aceptación.
El perseverar con fidelidad en la prueba que Dios quiera de ti le permite desarrollar sus designios en tu alma y hacer de ella su obra maestra.
Quien no es fiel en la prueba, trastorna la obra de su Creador.
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Luisa Picarreta
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