domingo, 21 de enero de 2018

LUISA PICARRETA. SIERVA DE DIOS

LUISA PICCARRETTA.



Nació el 23 de abril de 1865 en la pequeña ciudad de Corato, en la provincia de Bari, al sur de Italia, ahí vivió siempre, y ahí murió en olor de santidad el 4 de marzo de 1947.

Ochenta y dos años de vida, sesenta y cuatro de los cuales, sí, sesenta y cuatro, los pasó en la “celda más pequeña que haya habido en el mundo”: su cama. Encima y alrededor de su cama una ligera estructura metálica de la cual por los cuatro costados pendían sendas cortinas, que hacían de su cama un claustro de escasos dos metros cuadrados; espacio suficiente para ella y su Amado: Jesús, que casi a diario la visitaba y la amaestraba para que ella modelara todo su interior a semejanza de Él. Y no sólo para Él, sino también había espacio para la Mamá- la Santísima Virgen, a quien Luisa llamaba-, la que con la misma finalidad de hacer de Luisa una copia perfecta del interior de Jesús y del de Ella, la visitaba también con frecuencia.

Luisa estuvo siempre bajo la potestad de la “Señora Obediencia”, ante la que siempre se doblegó y sometió, y que desde el Obispo le venía por medio del Confesor en turno. Nuestro Señor intervino para poner a Luisa definitivamente y sin dudas en su estado de víctima de reparación, para lo cual se sirvió de una epidemia de cólera que en 1886 cosechaba muchas víctimas en la región de Corato. Jesús le pidió que aceptara un estado de sufrimientos para poner fin a aquel flagelo, y habiendo aceptado Luisa, después de tres días de sufrimientos desapareció el cólera, que desde meses antes cundía.

Cuando ella tenía 21 años, su nuevo confesor, Don Michele de Benedictis, para conocer, probar y discernir su espíritu, le impuso por primera cosa que, si debía sufrir, debía primero pedirlo a la obediencia. Un año después, Jesús le pidió ofrecerse a sufrir, pero no ya a intervalos, como en el pasado, sino de modo continuo, y todo para reparar a la Divina Justicia, demasiado airada, y evitar a los hombres tantos castigos que cada vez más merecían y que estaban a punto de llover. Luisa hizo saber estos deseos de Jesús al Confesor y le pidió que le diera la obediencia, pues debía sufrir “por un cierto tiempo”-que ella pensaba fueran cuarenta días-; el Confesor consintió y Luisa quedó así definitivamente en cama, desde los 22 años, en el otoño de 1887. Y aún debió vivir por otros 60 años, sí, 60, en su “celda”, pues la obediencia le venía renovada, y los vivió así sin haber estado NUNCA enferma de nada y sin que jamás presentara una llaga debido a su estado.

Se inició, entonces, una nueva cadena de gracias singulares, Jesús se hacía ver frecuentísimamente, disponiéndola a los “Desposorios Místicos” y llevándola a una perfecta conformidad con la Voluntad de Dios. Jesús continuó preparándola para otros desposorios, los “Desposorios de la Cruz”, y, una mañana, mostrándose crucificado, le comunicó los dolorosísimos estigmas de su Pasión, pero, consintiendo los deseos de Luisa de dejárselos invisibles, ninguna señal externa le dejó.
Desde entonces le era renovada por Jesús mismo la crucifixión.

Luisa, que se veía consumar por un hambre insaciable de sufrir, años más tarde debió aprender que todo, voluntad de sufrir y aún el deseo de ver sensiblemente a Jesús, todo debía morir en la Divina Voluntad. Muerto este Confesor, uno nuevo, Don Gennaro di Gennaro, en 1899, la tomó a su cuidado y así fue durante 24 años. Y por primera cosa le dio la obediencia, dolorosísima para ella, de escribir todo lo que había sucedido, desde el inicio, entre Jesús y ella, y empezó a escribir en febrero de 1899.

Jesús continuó enseñándola y preparándola a su excelsa misión, a la máxima gracia y a un “estado superior”: Vivir en y de la Divina Voluntad. En 1900 le habla por primera vez de esto y da a ella por primera esta Gracia de las gracias y la constituye como la Pequeña Hija de la Divina Voluntad, iniciando así con ella, en el silencio y en lo escondido, la nueva Era de Gracia, el verdadero Reino de la Divina Voluntad en la Tierra, el cumplimiento del Pater Noster: Fíat Voluntas Tua Sicut in Coelo et in Terra. Hágase Tu Voluntad como en el Cielo en la Tierra.

Luisa escribió, a partir de entonces, 36 volúmenes acerca de esta doctrina del vivir en la Divina Voluntad, y otros escritos, entre los cuales estas Horas de la Pasión, de las que se publicaron cuatro ediciones, en 1915, 1917 y 1921. La obediencia de escribir cesó y el último capítulo del Vol.36 lo escribió el 28 de febrero de 1938.

Finalmente, el 4 de marzo de 1947, a las 6 de la mañana, murió, después de una breve pero inmensa pulmonía. Después de 4 días de veneración pública de sus restos, tuvo su primera apoteosis: sus triunfales funerales, en los que participaron innumerables personajes de la Iglesia local de Trani, diócesis a la que pertenece Corato, así como de otras partes, según se puede constatar en algunas fotografías de la época.

Pero dejemos ahora la palabra a uno de sus Confesores, uno con el que estuvo en contacto por 17
años, si bien solo casi 2 años fue su confesor extraordinario, hasta la muerte de él en 1927; aquel que se interesó de tal manera en la persona, en los escritos de Luisa y en la doctrina de la Divina Voluntad, que fue quien publicó estas Horas de la Pasión: San Annibale María de Francia.

El P. Annibale Maria di Francia llegó a Corato en 1910, iniciando una serie de visitas y un frecuente e íntimo contacto espiritual con Luisa. Conocerla, para él significó un viraje trascendental en su vida, y el conocimiento de la Divina Voluntad fue decisivo en su espiritualidad.

El Arzobispo de Trani lo nombró Censor eclesiástico de su diócesis y director en lo que se relacionaba con los escritos de Luisa, en vista de la publicación que el Padre
deseaba hacer.

Entonces el P. Di Francia se dedicó, con todos sus deseos y energías, a la publicación de estas Horas de la Pasión, para las que escribió una larga introducción, e hizo cuatro ediciones, siempre con el Imprimatur y el Nihil Obstat. El Padre, como Censor de los escritos de Luisa obtuvo de S.E: el Azobispo de Trani el Imprimatur para los primeros 19 volúmenes escritos por Luisa, que eran los que a la sazón había escrito.

Dejémosle, pues, la palabra a él, transcribiendo parte del válido testimonio que de Luisa dejó escrito:

“...Ella quiere vivir solitaria, oculta y desconocida.
Por ninguna razón habría puesto por escrito las íntimas y
prolongadas comunicaciones con Jesús adorable, desde
su más tierna edad hasta hoy, y que continúan quién sabe
hasta cuándo, si Nuestro Señor mismo no la hubiera obligado,
ya sea directamente por Él o por medio de la santa
obediencia a sus directores, obediencia a la que siempre
se rinde con gran violencia por su parte, junto con una
grande fortaleza y generosidad, porque el concepto que
ella tiene de la Obediencia le haría rehusar aún la entrada
al Paraíso...” “Y esto constituye uno de los más importantes
caracteres de un espíritu verdadero, de una virtud sólida
y probada, y además se trata de cuarenta años en los
que con la más fuerte violencia contra sí misma se somete
a la gran Señora Obediencia, la que la domina...”

“Esta Alma Solitaria es una virgen purísima, toda de
Dios, objeto de singular predilección del Divino Redentor
Jesús Nuestro Señor, que de siglo en siglo acrecienta
siempre más las maravillas de su amor, parece que de esta
virgen, a quien Él llama la más pequeña que haya encontrado
en la tierra, desprovista de toda instrucción, ha querido
formar un instrumento apto para una misión tan
sublime que NINGUNA OTRA se le puede comparar,
esto es, para el triunfo de la Divina Voluntad en la tierra,
de conformidad con lo que está dicho en el Pater Noster:
Fiat Voluntas Tua Sicut in Coelo et in Terra”.

“Esta Virgen del Señor, desde hace más de cuarenta
años, desde que era adolescente, fue puesta en cama como
víctima del Amor Divino. Y durante todo este tiempo ha
vivido una larga serie de dolores naturales y sobrenaturales,
de embelesamientos de la Caridad eterna del Corazón
de Jesús. Origen de dolores que exceden todo orden ha
sido una casi continua y alternada “privación de Dios...”.
“A los sufrimientos del alma se agregan también los del
cuerpo, todos originados por el estado místico: sin que ninguna
señal aparezca en las manos, en los pies, en el costado
o en la frente, ella recibe de Nuestro Señor mismo una
frecuente crucifixión... Y si Jesús no lo hiciera así, sería
para esta alma un sufrimiento espiritual inmensamente más
grande... Y esta es otra señal de verdadero espíritu...”.

“Después de cuanto hemos dicho acerca de la larga y
continua vida de años y años en una cama en calidad de
víctima, con participación de tantos dolores espirituales y
corporales, podría parecer que la vista de tal desconocida
virgen debería ser una cosa dolorosa y afligente, pues
sería ver a una persona que yace con todas las señales de
los dolores sufridos...pero aquí hay otra cosa admirable:
Esta Esposa de Jesús Crucificado, que pasa las noches en
éxtasis dolorosos y en sufrimientos de todo género, al
verla luego en el día, medio sentada en su cama, trabajando
en sus bordados, nada, nada se transparenta, ni lo más
mínimo, de una que en la noche haya sufrido tanto.

Ninguno, ningún aire de extraordinareidad o de sobrenaturalidad.
Se ve en todo con el aspecto de una persona
sana, alegre y jovial; habla, discurre y a veces ríe, si bien
recibe a pocas personas amigas...”.


Y para terminar esta Presentación, diré que el Padre Di Francia, que con tanto fervor publicó esta obra y cuyo testimonio acerca de LUISA en parte he reproducido, fue BEATIFICADO por el Papa Juan Pablo II el pasado 7 de octubre de 1990 y fue por Él elogiado y puesto como ejemplo para los sacerdotes de nuestros días.

José Luis Acuña Enero de 1991

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

El pecado de impureza.

Vi al Señor Jesús atado a una columna, despojado de sus vestiduras y enseguida empezó la flagelación. Vi cuatro hombres que por turno azotab...