martes, 15 de mayo de 2018

La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad. DÉCIMO QUINTA MEDITACIÓN

ORACION A LA REINA DEL CIELO 
ANTES DE CADA MEDITACION 



Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.



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DECIMA QUINTA MEDITACION 

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. 

Las puertas del Cielo se abren. El Verbo Eterno envía a su Ángel para anunciar a la Santísima Virgen que la hora de Dios ha llegado. 






EL ALMA A SU MAMA CELESTIAL: 

Mamá Santa, heme aquí de nuevo sobre tus rodillas, tu hija desea el alimento de tu palabra dulcísima, el bálsamo que sana todas las heridas producidas por su miserable voluntad. Mamá mía, háblame, 34 tus potentes palabras desciendan a mi corazón, pongan el germen de la Divina Voluntad en él y formen en mí una nueva creación. 


LECCION DE LA REINA SOBERANA: 

Querida hija, esta es la finalidad que Yo busco al hacerte oir los arcanos celestiales del FIAT Divino: que puedas estimar los portentos que El puede obrar en quien se abandona completamente y... también temas el gran mal que le viene a quien se hace dominar del querer humano. 

Mientras Yo continuaba mi serena vida en Nazaret, el FIAT Supremo continuaba extendiendo en Mí su Reino, se servía de los más pequeños e indiferentes actos míos, como eran por ejemplo: mantener el orden en nuestra casita, encender el fuego, barrer, y, en una palabra, todos los demás servicios que se hacen en la familia, para hacerme sentir su propia Vida palpitante en el fuego, en el agua, en el alimento, en el aire, en todas partes... 

Yo entonces aprovechaba todas mis acciones, aun las más pequeñas, para formar océanos de Gracia y de Santidad. El Querer Divino donde reina tiene la prerrogativa de extraer de cualquier acto, nuevos cielos de belleza encantadora, pues siendo inmenso no sabe hacer cosas pequeñas, sino que con su Potencia da valor a las cosas que no lo tienen, haciéndolas tan grandes de hacer temblar el Cielo y la tierra. 

Todo es santo, todo es sagrado para quien vive de Voluntad Divina. Ahora, hija de mi Corazón, escúchame y pon atención: unos días antes de que el Verbo descendiera a la tierra, Yo vi que el cielo se abrió y en él vi al Sol del Verbo Divino que estaba como contemplando la tierra para escoger a la Mujer Bendita hacia la Cual tomar el vuelo y hacerse su prisionero. ¡Oh, cómo era bello verlo en esta actitud: El miraba hacia la tierra para espiar a la afortunada criatura que debía albergar a su mismo Creador! La Santísima Trinidad no miraba más a la tierra como si le fuera extraña, no, porque estaba Yo, que poseyendo su misma Voluntad, había formado en Mí el Reino Divino en el cual el Verbo podía descender. La Divinidad tuvo como una explosión de amor y quitándose el manto de Justicia que desde hacía tantos siglos había mantenido, en relación a la criatura, se cubrió con el manto de la Misericordia infinita y decretó el descendimiento de su Verbo. 

¡He aquí que ya viene la hora de la Concepción! Ante esta llamada, Cielos y tierra quedaron estupefactos y se pusieron en actitud atenta para ser espectadores de este exceso de Amor Divino incomparable y de un prodigio inaudito. 

Yo, tu Mamá, me sentía incendiada por un fuego devorador y formando a mi vez mares de amor, suplicaba al Verbo que quisiera descender en ellos a la tierra. Y... he aquí que mientras estaba dirigiendo  al Cielo mis más tiernas e incesantes oraciones, apareció un Angel en mi habitación como mensajero del Gran Rey: “Dios te salve, María, Reina nuestra”, me saludó inclinándose profundamente, “el FIAT Divino te ha llenado de Gracia y para hacer descender al Verbo, Dios quiere tu FIAT, para dar cumplimiento al Suyo”. 

Ante tal anuncio, tan inesperado pero muy deseado, me turbé. Nunca había supuesto que Yo era la elegida entre todas las criaturas y me maravillé por un instante, y el Angel del Señor agregó: “No temas, ¡Reina nuestra!, porque has hallado gracia delante de Dios, Tú has vencido a tu Creador y para dar cumplimiento a la victoria pronuncia tu FIAT”. Incliné la cabeza y dije: “FIAT, he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su Palabra”. ¡Oh maravilla, en cuanto hube pronunciado mi FIAT, el FIAT Divino se fundio con el mío y el Verbo Eterno descendió en 

Mí! Mi FIAT, con la Potencia comunicada por el FIAT Divino, había formado por medio de mi misma carne, el germen de la Humanidad del Hijo de Dios y así se cumplía la encarnación del Verbo. 

¡Oh Potencia del FIAT Supremo, Tú me elevaste tanto, hasta hacerme capaz de formar en Mí la Humanidad que debía encerrar al Omnipotente, a Aquél a Quien Cielo y tierra no pueden contener! 

Los Cielos se sacudieron y toda la creación exultó en un himno de alegría. Mirando la humilde casita de Nazaret y con el deseo de ofrecer las primicias de sus homenajes al Creador humanado todos decían en su mudo lenguaje: “¡Oh prodigio de los prodigios que sólo un Dios podía hacer: La Inmensidad se ha empequeñecido, la Potencia ha quedado impotente, la Altura inenarrable se ha abajado hasta el abismo del Seno de una Virgen, permaneciendo a un mismo tiempo pequeño e inmenso, potente e impotente, fuerte y débil!” 

Querida hija, tú no puedes comprender lo que tu Mamá sintió en el momento de la Encarnación del Verbo. Y si no puedes comprender tanto, esfuérzate por lo menos en poner en práctica mis santos consejos. Mi potencia sigue y seguirá existiendo todavía; invítame a pronunciar mi FIAT en ti, Yo aceptaré si tú me cedes totalmente el tuyo. Por sí mismo el hombre no puede hacer ningún bien verdadero, pues para hacer las mayores empresas se necesitan siempre que concurran otros hombres. Dios mismo para formar el gran prodigio de la Encarnación no quiso obrar solo sino que me quiso junto; fue su FIAT y el mío juntos, en los que se formó la Vida del Hombre Dios y en los que se reparó el destino del género humano. El Cielo ya no estuvo cerrado y todos los bienes se vincularon y se circunscribieron en nuestros dos FIAT. 

Hija mía, pronunciemos, pues, juntas: “¡FIAT, FIAT!” si quieres que mi amor materno encierre en ti la Vida de la Divina Voluntad. 


EL ALMA: 

Mamá, yo me siento maravillada al escuchar tus sublimes lecciones y te pido que pronuncies tu FIAT en mí y yo pronunciaré también el mío, a fin de que la Vida de la Divina Voluntad reine y viva en mí; ¡FIAT, FIAT! 


PRACTICA: 

Para honrarme vendrás frecuentemente a dar los primeros besos a Jesús y le dirás que quieres vivir siempre de su Santísima Voluntad. 


JACULATORIA: 

Reina Poderosa, pronuncia tu FIAT para que viva en mí la Voluntad de Dios.

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