miércoles, 30 de mayo de 2018

La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad. TRIGÉSIMA MEDITACIÓN

ORACION A LA REINA DEL CIELO 
ANTES DE CADA MEDITACION 



Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.



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TRIGÉSIMA MEDITACIÓN 

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. 

La Maestra de los Apóstoles. Sede y centro de la Iglesia naciente. Barca de Refugio. Pentecostés. 






EL ALMA A SU MAMA DEL CIELO: 

Soberana del Cielo, yo me siento en tal modo atraída por Ti que cuento los minutos en espera de que tu bondad me llame para darme tus sorprendentes lecciones. Tu ternura de Madre me rapta, y pensando que Tú me amas mi corazón se llena de gozo, de confianza y de esperanza. 

¡Oh, sí! Yo estoy segura de que mi Mamá me dará tanto amor y tantas gracias para poder sojuzgar mi voluntad, y que el Querer Divino, gracias a su dulce intercesión, extenderá sus mares de luz en mi alma y pondrá el sello de su FIAT en todos mis actos. ¡Ah, Mamá Santa, no me dejes más sola, sino haz que en mí descienda el Espíritu Santo y queme y consuma todo lo que no pertenece a la Divina Voluntad! 


LECCION DE LA REINA DEL CIELO: 

Hija mía bendita, tus palabras hacen eco en mi Corazón, y sintiendo que me hieren, Yo pongo en ti mares de gracia y te doy la Vida de la Divina Voluntad. Si tú me eres fiel Yo no te dejaré nunca más, estaré siempre unida a ti para darte en cada acto tuyo, en cada palabra y latido, el alimento del Supremo Querer. 

Querida mía, he aquí que nuestro Sumo Bien Jesús parte para el Cielo, donde El está rogando continuamente ante su Padre Celestial por sus hijos y hermanos que dejó en la tierra. Desde la Patria Celestial El vigila a todos y ninguno queda fuera de su mirada de misericordia.  Su amor hacia estos sus redimidos por El fue tan grande que dejó a su Mamá en la tierra para que Ella fuera su guía, su ayuda y su consuelo. 

Una vez que mi Hijo partió para el Cielo, Yo me recogí con los Apóstoles en el Cenáculo esperando la venida del Espíritu Santo. Todos estaban junto a Mí, orábamos unidos y nada se hacía sin mi consejo. Cuando Yo tomaba la palabra para instruirlos o para narrarles algún particular ignorado de mi Jesús en relación, por ejemplo, de su nacimiento, de sus lágrimas infantiles, de sus amorosos tratos, de los incidentes en Egipto, de las innumerables maravillas de su vida oculta en Nazaret..., ellos tomaban las palabras de mis labios y raptados las fijaban en su mente y en su corazón. 

Hija mía, estando en medio de mis Apóstoles Yo los iluminé más que un sol; para ellos fui el áncora, el timón, la barca donde ellos encontraban refugio y quedaban defendidos de todo peligro. Puedo, por lo tanto, asegurar haber dado a luz la Iglesia naciente y haberla guiado a puerto seguro, como la guío aún ahora. 

Hasta que al fin llegó el día de que el Espíritu Santo prometido por mi Hijo descendió... ¡Qué transformación, hija mía, en el día de Pentecostés...! 

En cuanto los Apóstoles fueron investidos por el Espíritu Divino adquirieron ciencia maravillosa, fortaleza invencible y amor ardiente; una nueva vida corrió en ellos y los hizo en tal forma valerosos que se esparcieron por todo el mundo para dar a conocer la doctrina de su Maestro Divino aun a costa del martirio. 

Yo seguí viviendo con el amado Juan, pero habiendo comenzado la tempestad de la persecución fui obligada a alejarme de Jerusalén. Queridísima hija, has de saber que Yo continúo siempre mi magisterio en la Iglesia. No hay cosa que no descienda de Mí; Yo me vuelco por amor de mis hijos y los nutro con mi alimento materno. Y en estos tiempos quiero mostrar un amor particularísimo haciéndoles conocer cómo toda mi vida fue formada en el Reino de la Divina Voluntad; por eso te invito a venir a mis rodillas, entre mis brazos maternos que como barca te llevarán segura en el mar de la Divina Voluntad. Gracia más grande no sabría hacerte; por eso te pido que contentes a tu Mamá y vengas a vivir en este Reino tan santo. Cuando sientas que tu voluntad quisiera tener algún acto de vida corre inmediatamente a refugiarte en la segura barca de mis brazos diciéndome: “Mamá, mi voluntad me quiere traicionar, yo te la entrego a fin de que Tú me la cambies por la Divina Voluntad”. ¡Oh, cómo seré feliz si puedo decir: “La hija mía es toda mía, porque ella vive también de Voluntad Divina!” 

Entonces Yo haré descender al Espíritu Santo a tu alma para que El queme todo lo que hay de humano con su soplo, impere en ti y te confirme en el Divino Querer.  



EL ALMA: 

Maestra divina, hoy tu pequeña hija tiene el corazón tan henchido que siente la necesidad de desahogarse en llanto y bañar con sus lágrimas tus manos maternas. Un velo de tristeza me invade porque temo no poder sacar provecho de tus enseñanzas y de tus delicadezas más que maternas. Mamá mía, ayúdame, fortifica mi debilidad, quita mis temores, y yo, abandonándome en tus brazos, tendré la certeza de vivir toda de Voluntad Divina.



 PRACTICA: 

Para honrarme recitarás siete Gloria en honor al Espíritu Santo y me pedirás que renueve sus prodigios sobre toda la Iglesia. 



JACULATORIA: 

Mamá Celestial, pon en mi corazón fuego y llamas para que consuman y quemen en mí todo lo que no es Voluntad de Dios.

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