TRIGESIMA PRIMERA MEDITACION
La Reina del
Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Su tránsito de la tierra al Cielo. Su entrada feliz. El cielo
festeja a su Reina.
EL ALMA A SU GLORIOSA MADRE:
Mi querida Mamá Celestial, festivamente hoy quieres darme la
última lección y yo ardo en deseos más que nunca de venir entre tus
brazos maternos. Veo que una dulce sonrisa aflora en tus purísimos
labios; tu actitud es toda de fiesta y me parece que quieres confiarme
alguna cosa sorprendente.
Mamá Santa, te pido que con tus manos maternas toques mi mente
y vacíes mi corazón a fin de que yo pueda atesorar tus santas enseñanzas
y las ponga en práctica.
LECCION DE LA REINA DEL CIELO:
¡Hija queridísima, hoy tu Mamá está toda de fiesta! Hoy quiero
hablarte de mi partida de la tierra al Cielo, que fue el día en el que acabé
de cumplir en todo de la Divina Voluntad en la tierra.
¡Sí, en toda mi vida no hubo nunca ni un respiro, ni un latido, ni
un paso en los que el FIAT Divino no hubiera concurrido con su acto
completo!
Esto me embelleció, me enriqueció y me santificó tanto que los
mismos ángeles quedaron maravillados.
Has de saber que antes de partir para la Patria Celestial Yo volví
nuevamente a Jerusalén junto con mi amado Juan. Era esa la última vez
que en carne mortal caminaba en la tierra; todos los seres creados como
si lo hubieran casi intuído se postraban en torno a Mí para obtener la
última bendición de su Reina, y Yo a cada uno de ellos la concedía
y daba mi último adiós. Habiendo llegado a Jerusalén me retiré a un
lugar apartado y ahí me encerré para no salir más. Hija bendita, al
final de mi vida Yo sufrí tal martirio de amor y un deseo tan ardiente
de encontrarme nuevamente con mi Hijo en el Cielo que me sentí
consumir... Mis deliquios se hicieron tan frecuentes y mis delirios
de amor me asaltaron con tal vehemencia que me hicieron enfermar.
Antes de esos momentos Yo no había conocido nunca ni enfermedades
ni indisposiciones, ni siquiera ligeras, porque mi naturaleza humana
concebida sin pecado y vivida toda de Voluntad Divina no tenía el
germen de los males naturales.
Querida hija, aunque Yo durante mi vida entera estuve tan
cortejada por las penas, éstas fueron siempre en orden sobrenatural, y
cada una sirvió para enriquecer mi Maternidad con innumerables hijos
y por ésto cada una se transformó para Mí en gozo, en gloria y en
corona. ¿Ves ahora cómo el vivir de Voluntad Divina significa perder
el germen de los males naturales que producen no honores y triunfos,
sino debilidades, miserias y derrotas? Por eso, querida mía, escucha las
últimas palabras de tu Mamá que está por subir al cielo. Yo no estaría
satisfecha si no te supiera al seguro. Antes de partir quiero entregarte
mi testamento, te quiero dejar por dote esa misma Voluntad que poseyó
tu Mamá y gracias a la Cual, Ella fue Madre del Verbo, Señora y Reina
del Corazón de Jesús; y Madre y Reina de todos los hombres.
Escucha, hija mía, en estas meditaciones Yo te he hablado con amor
materno de lo que la Divina Voluntad obró en Mí y del gran bien que
Ella hace; también te he explicado cómo debemos hacernos dominar
por Ella y, sobre todo, te he mostrado los graves males que causa el
querer humano. ¿Y crees tú acaso que Yo entreteniéndome contigo haya
solamente querido hacerte una simple narración? ¡Oh, no, no, tu Mamá
siempre hace don de lo que enseña!. En la hoguera de mi amor y en cada
palabra que te decía, Yo ataba tu alma al FIAT Divino y te preparaba
la dote para que pudieras vivir rica, feliz y fuerte, con la misma fuerza
divina. Esta es mi última lección, porque estoy por partir; acoge, por
tanto, mi Testamento, escribe en tu alma con la pluma de oro del amor
ardiente que me consuma el Testimonio de la herencia que te hago. Hija
bendita, asegúrame que no harás más tu voluntad, pon tu mano en mi
Corazón Materno y júrame que quieres que Yo la encierre en El...
Habiendo hecho esta solemne renuncia ya no tendrás más ocasión
de darle vida y Yo me la llevaré al Cielo como prenda de triunfo y
victoria sobre mi hija.
Querida hija, escucha la última recomendación de tu Mamá que
muere de puro amor, recibe su última bendición como sello de la Vida
de la Divina Voluntad que Ella deja en ti; Vida que formará tu cielo, tu
sol, tus mares de amor y de gracias. En estos sagrados instantes tu Mamá
Celestial quiere colmarte de ternura, quiere fundirse en ti, siempre y
cuando tú le asegures absolutamente que preferirás cualquier sacrificio
y aun la muerte antes que conceder a tu voluntad un acto de vida.
¡Dámela, hija mía, Yo la espero...!
EL ALMA:
¡Sí, Mamá santa, si Tú ves que yo esté por hacer un acto sólo de mi
voluntad perversa, hazme morir y ven Tú misma a tomar mi alma en tus
brazos y llévame allá arriba Contigo al Cielo!
LA REINA DE AMOR:
¡Hija bendita, cómo gozo! Yo no podía decidirme a narrarte mi
partida al Cielo sin antes tener la certeza de que mi hija quedaba en
la tierra dotada de Voluntad Divina, y has de saber que desde el Cielo
no te dejaré y que tú no te quedarás huérfana porque te guiaré en todo;
tanto en tus menores como en tus mayores necesidades llámame y Yo
acudiré para hacerte de Mamá.
Ahora, querida hija, escúchame: ya estaba por llegar mi última
hora cuando el FIAT Divino para consolarnos permitió, casi de modo
prodigioso, que todos los Apóstoles, excepto uno, vinieran a hacerme
corona. Cada uno de ellos sentía un vivo dolor en su corazón y lloraba
amargamente. Yo los consolé, les encomendé de modo especial la Santa
Iglesia naciente, luego, impartiendo a cada uno de ellos mi materna
bendición y dejando en sus corazones en virtud de ella la Paternidad de
amor hacia las almas, morí en un éxtasis de amor en la interminabilidad
del Querer Divino...!
En esos mismos momentos mi amado Hijo me esperaba con
ardiente deseo en el Cielo.
Mi cuerpo permaneció durante tres días en el lecho, luego se reunió
con mi alma y... Yo fui asunta entre todas las legiones de los ángeles
que alababan a su Reina! Puedo decir que el Paraíso se vació para
venir a mi encuentro; todos me festejaron y mirándome... quedaron
tan raptados que se preguntaban a coro: “¿Quién es Esta que viene
del exilio apoyada en su Señor, toda bella, toda Santa y con el cetro
de Reina? ¡Es tanta su grandeza que los Cielos se han abajado para
recibirla; ninguna otra criatura entró jamás en estas celestiales regiones
tan adornada y graciosa, tan elegida y tan potente! ¡La misma Divinidad
encuentra tal complacencia en Ella que la eleva por encima de todos los
seres angélicos y humanos y la lleva hasta el trono de la Misericordia
y de su Amor...!”
Ahora, hija mía, ¿quién es Ella, a quien todo el Cielo alaba y ante
la Cual queda arrobado? ¡Soy Yo misma, tu Madre, que jamás hice mi
voluntad! El Querer Divino fue en tal forma abundante en mi alma
que sentí en Mí los cielos más bellos, los soles más refulgentes, mares
inigualables de belleza, de amor y de santidad, para por medio mío
poder dar luz, amor y santidad a todos y encerrar en mi cielo todo y a
todos.
Era la Divina Voluntad operante en Mí la que había obrado
prodigios tan grandes, por eso Yo fui la única criatura que entré al
Paraíso por haber hecho la Divina Voluntad en la tierra como Dios
mismo la hace en el Cielo y por haber formado su Reino en mi alma.
Toda la corte celestial contemplándome quedaba maravillada, me veía
a un mismo tiempo cielo y sol, admiraba en Mí la ternísima tierra de mi
humanidad enriquecida con las más raras bellezas y raptada exclamaba:
“¡Cuán bella es nuestra Reina, todas las cosas están concentradas en
Ella, nada le falta, de todas las obras del Creador, Ella es la Mejor, la
más perfecta!”.
Hija mía, has de saber que esta fue la primera fiesta que se celebró
en el Cielo a la Divina Voluntad que tantos prodigios había obrado en
su Criatura. Sí, mi entrada en la Patria eterna fue festejada por toda la
corte celestial y jamás se repetirá esta fiesta tan grande.
Hija mía, para terminar nuestros íntimos coloquios te quiero
dejar un pensamiento que te sea de consuelo y te sirva de estimulo:
recuerda que tu Mamá desea y quiere que la Divina Voluntad reine en
modo absoluto en las almas, para darle motivo de realizar en ellas sus
inmensos prodigios y renovar para ellas sus fiestas maravillosas en el
Paraíso!
EL ALMA:
Madre, Reina de Amor, Emperatriz Soberana, ¡ah, desde el Cielo
donde gloriosamente Reinas dirige una mirada de piedad a la tierra y
ten piedad de mí! Sin ti me falta la vida y todas las cosas parecen morir.
Por eso, no me dejes a mitad del camino, continúa guiándome hasta que
en mí todo se haya convertido en Voluntad de Dios; es decir, el día en
el cual Ella haya formado en mí su Reino y su Vida!
PRACTICA:
Para honrarme recitarás tres Glorias a la Santísima Trinidad, para
agradecerle en mi nombre, por la gloria que me dio en el instante de mi
Asunción al Cielo y para pedirme que venga a asistirte en la hora de tu
muerte.
JACULATORIA:
Mamá Celeste, guarda mi voluntad en tu Corazón y encierra en mi
alma el Sol de la Divina Voluntad.
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