martes, 8 de mayo de 2018

La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad. OCTAVA MEDITACIÓN

ORACION A LA REINA DEL CIELO 
ANTES DE CADA MEDITACION 



Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.


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OCTAVA MEDITACION 

La Reina del Cielo en el Reino 
de la Divina Voluntad.

 Recibió de su Creador el mandato de poner 
a salvo la suerte del género humano. 




EL ALMA A LA DIVINA MANDATARIA: 

Heme aquí, Mamá Celestial. Siento que no puedo estar sin mi querida Mamá; mi pobre corazón, inquieto, goza solamente cuando me encuentro en tu regazo, cual pequeña, estrechada a tu Corazón para escuchar tus lecciones. Tu acento materno endulza todas mis amarguras y con inmensa suavidad somete a mi voluntad a la Divina, la Cual, haciéndome sentir su dulce imperio me hace partícipe de su misma felicidad. 


LECCION DE LA CELESTE MANDATARIA: 

¡Hija mía queridísima, oh, cuánto te amo! Confía en tu Mamá y ten la seguridad de que lograrás la victoria sobre tu voluntad. Si tú me eres fiel, Yo me comprometo contigo a lograrla. Y para mejor persuadirte escucha lo que Yo hice por ti ante el Altísimo. Era aún pequeñísima, no había nacido aún y ya me estaba sobre las rodillas de mi Padre Celestial, porque el Querer Divino, del Cual Yo poseía la Vida, me hacía tener libre acceso a mi Creador; para Mí las puertas y los caminos del Cielo estaban todos abiertos y Yo no tenía temor de El. Solamente la voluntad humana es la que infunde miedo, infunde desconfianza y aleja a la pobre criatura de Aquél que tanto la ama. Cuando la criatura no sabe estar como hija junto a su propio Padre, a su Creador, es signo de que la Divina Voluntad no reina en ella y por ésto se convierte en víctima de su propio querer. Por ésto, hija mía, te exhorto a no querer más torturarte a ti misma sujetándote a tu querer. Esto sería el más terrible y horrible de los martirios y permanecerías privada de toda fuerza y de todo sostén. 

Pero volvamos a nuestra narración: La Santísima Trinidad, que ya me esperaba y hacía fiesta por haber aparecido, me amaba tanto que derramaba otros mares de amor y de santidad en mi alma. Yo no recuerdo haberme alejado de su abrazo sin haber recibido nuevos dones y sorprendentes favores. Ante El rogaba por el género humano y con lágrimas y suspiros imploraba por ti, hija mía, y por todos. Yo lloraba sobre tu voluntad rebelde y sobre tu triste condición de esclava. Viendo infeliz a mi hija, derramaba lágrimas tan amargas como para bañar las manos de mi Padre Celestial, el Cual, enternecido, me decía: “Querida Hija nuestra, tu amor nos conmueve, tus lágrimas apagan el fuego de la Divina Justicia, tus oraciones nos atraen de tal modo a la criatura que nos hace incapaces de resistir a tus súplicas. Hemos acordado darte a Ti la misión de poner a salvo la suerte del género humano. Tú serás nuestra Mandataria en medio de los pueblos; a ti confiamos sus almas, Tú defenderás nuestros derechos lesionados por sus culpas y harás de Intermediaria entre Nosotros y ellas, para hacer regresar al hombre de donde partió. Sentimos en ti la fuerza invencible de nuestra misma Voluntad Divina que por medio tuyo ora y llora. ¿Quién podría resistir a tus dulcísimos lamentos? Tus oraciones son para Nosotros órdenes, tus lágrimas imperan sobre nuestro Ser Divino, por eso, cumple este mandato”.

 Querida hija, mi pequeño Corazón se sintió consumar ante tan amoroso hablar Divino, de buena gana acepté el mandato y humildemente respondí: “Padre mío y Dios mío, estoy aquí ante vuestros brazos, disponed de Mí como queráis; Yo sacrificaré con gusto hasta mi vida, y si tuviera más vidas, por cuantas son las criaturas que existen, las pondría todas a disposición de ellas, con tal de traerlas a todas salvas a vuestros brazos paternos”. Y si bien Yo aún ignoraba que habría de ser la Madre del Verbo Encarnado, sin embargo sentía en Mí una doble Maternidad: una Maternidad para Dios, la que me impulsaba a defender sus justísimos derechos conculcados, y otra Maternidad para los hombres, por los cuales ardía en el deseo de llevarles la remisión de sus pecados y la salvación. Y en esta forma me sentía Madre de todos. 

El Querer Divino que reinaba en Mí y que no sabe hacer obras aisladas confiaba al mismo tiempo a mi amor, a Dios y a las criaturas de todos los siglos; en mi Corazón materno sentía a mi Dios, ofendido y que quería recibir satisfacción, y sentía también a las criaturas, que yacían bajo el imperio de la Divina Justicia. 

¡Oh, cuántas lágrimas derramé! Las hubiera querido hacer descender sobreabundantemente sobre cada corazón para hacerles sentir a todos mi Maternidad de amor... Y lloré también por ti, hija mía, por ésto escúchame, ten piedad de mi dolor, sírvete de mis lágrimas para apagar tus pasiones y hacer que tu voluntad pierda su vida. Mi ardiente Corazón materno desea que tú hagas siempre la Voluntad de tu Creador. 



EL ALMA: 

Mamá Querida, mi pobre corazón se consuma de amor al escuchar cuán predilecta soy de ti. ¡Oh, me amaste tanto hasta llegar aun a llorar por mí! Yo siento que tus lágrimas bajan a mi corazón, que me hieren y me hacen comprender la grandeza de tu amor. También yo quiero unir mis lágrimas a las tuyas, también yo quiero suplicarte, llorando, que no me dejes más sola y que me vigiles en todo. Sé severa conmigo, castígame si se necesita, hazme de Mamá. Y yo como pequeña hija tuya todo lo aceptaré de ti a fin de obtener que Tú cumplas en mí tu mandato divino y me ofrezcas con tus mismas manos al Padre Celestial.


PRACTICA: 

Para honrarme, me entregarás tu voluntad, tus penas, tus lágrimas, tus ansias, tus dudas y temores, a fin de que como Mamá tuya las custodie en mi Corazón materno y a cambio te dé, como preciosa prenda, la Divina Voluntad. 


JACULATORIA: 

Mamá Celestial, derrama tus lágrimas en mi alma para que ellas curen las heridas producidas por mi voluntad.

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