ORACION A LA REINA DEL CIELO
ANTES DE CADA MEDITACION
Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.
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VIGESIMA SEGUNDA MEDITACION
El FIAT Divino pide a la Reina del Cielo el heróico sacrificio de ofrecer al Niño Jesús por la salvación del género humano. Huida a Egipto, exilio y regreso a Nazaret.
EL ALMA A SU MADRE CELESTIAL:
Mamá Santa, heme aquí para acompañarte al templo, al que vas para cumplir el más grande de los sacrificios, el sacrificio de ofrecer al Celeste Niño por la salvación de todas las criaturas. ¡Y no obstante, terrible es decirlo, muchas se perderán! ¡Ah, Mamá mía, pon al pequeño Jesús en mi corazón y yo te prometo solemnemente amarlo siempre y tenerlo como vida de mi pobre alma!.
LECCION DE LA REINA DEL CIELO:
Hija mía querida, sé atenta a mis lecciones y escúchame: sabes que desde hace cuarenta días estábamos en la gruta de Belem, primera habitación de mi Hijo acá abajo y en la que tantas maravillas se realizaron.
¿Quién te podrá decir, hija mía, lo que sucedió entre Jesús y Yo durante ese sagrado tiempo? El Celestial Niño que había bajado del Cielo a la tierra en una hoguera de amor buscaba a su Mamá constantemente para poner en su Corazón la Gracia que no podía ya contener y la buscaba como refugio de sus actos y de su Vida. Cada latido de su Corazón, cada respiro, cada movimiento, cada lágrima eran como tantas llamas que me herían contínuamente y me hacían presa feliz de su mismo amor. Ya la circuncisión había hecho en mi Corazón desgarros profundos, pero ahora, viendo que sus actos eran fundidos con los míos y que su Vida era la mía, Yo me sentía como nunca Reina y Madre de amor.
Transcurridos aquellos días benditos, mi dulce Unigénito, sintiéndose más que nunca vencido por su infinita ternura, quiso obedecer la ley y presentarse al Templo, para ofrecerse por la salvación de cada uno de todos los hombres. Era la Divina Voluntad la que nos llamaba al gran sacrificio y Nosotros obedecimos inmediatamente.
Hija mía, cuando el FIAT Divino encuentra pronta correspondencia en la ejecución de sus quereres pone a disposición del hombre su misma fuerza divina, su misma santidad, su misma potencia creadora y comunica al acto y al sacrificio realizado un valor infinito, capaz de pagar y satisfacer por todos.
Esta era la primera vez que San José y Yo salíamos con el dulce Niño y por eso lo envolvimos con amoroso cuidado para defenderlo de 52 los rigores del invierno. Y después de haber agradecido a Dios por los grandes misterios que se realizaron en la sagrada cueva dejamos Belem para encaminarnos a Jerusalén.
Habiendo llegado al Templo y habiendo presentado las ofrendas rituales adoramos profundamente a la Divina Majestad y he aquí que viene a atendernos el Sumo Sacerdote Simeón, quien iluminado por Dios reconoció y adoró en mi Hijo al Verbo hecho carne. Exultando de gozo lo recibió de mis manos y levantando los ojos al cielo lo ofreció como víctima al Padre Eterno por la salvación de todo el género humano. Después, dirigiéndose a Mí con palabras inspiradas, predijo todos mis dolores.
¡Oh, cómo quedó desgarrado mi Corazón de Madre ante el anuncio de la fatal tragedia que un día habría de suceder a mi Hijo! Cada palabra que el FIAT Supremo hacía resonar en mi alma repercutia en Mí con vibrante y doloroso sonido y era semejante a una espada cortante que me traspasaba y me laceraba hasta las más íntimas fibras. Sobre todo fue muy penoso para Mí escuchar que este celestial Niño habría sido puesto no sólo para salvación sino también para ruina de muchos y signo de grandes contradicciones. Si el Querer Divino no me hubiera sostenido, Yo habría muerto al instante de puro dolor; sin embargo, me dio vida para empezar a formar en Mí el Reino de los dolores del Reino de su Voluntad Divina.
Y así, con mis propios martirios, Yo adquirí verdaderamente la moneda para pagar la deuda de mis hijos, tanto buenos como ingratos.
Cuando habían pasado apenas pocos días del rito de la presentación fui golpeada por un nuevo y acerbo dolor: el rey Herodes habiendo sabido por medio de los Santos Reyes a su paso por Jerusalén que el Rey de Israel había nacido, por temor a perder su trono dio la cruel orden de matar a todos los niños y así entre ellos matar a mi dulce Jesús, mi querida Vida.
Querida hija, ¡qué dolor!, ¡se quería hacer morir a Aquél que había venido a dar Vida a todos y a traer al mundo la nueva era de paz, de felicidad y de gracia! ¡Qué ingratitud, qué perfidia...! ¡Ah!, hija mía, ¿comprendes ahora hasta dónde puede llegar la ceguera de la voluntad humana? Esta puede ser tan feroz hasta querer atar las manos de su mismo Creador y pretender hacerse dueña de la Vida de quien la ha creado! Por eso, compadéceme y trata de consolar el llanto de mi dulce Niño. El gime por la ingratitud de los hombres, quienes ya lo quieren muerto, siendo que apenas ha nacido. Para poderlo salvar de la matanza fuimos compelidos a huir con el querido San José, quien había sido advertido por el ángel que huyéramos a Egipto. Tú, ahora, acompáñanos, querida hija, no nos dejes solos y Yo continuaré dándote mis lecciones sobre los graves males que son causados por la voluntad humana.
Has de saber que el hombre en cuanto se sustrajo a la Divina Voluntad perdió todos los derechos, no supo más a dónde dirigir sus pasos, se convirtió en un pobre exiliado y en un peregrino errante.
Hija mía, ¿ves cuánto te amó mi querido Niño? En los primeros albores de su vida El se refugia en tierra extranjera para liberarte del exilio en el cual te confinó el querer humano y para hacerte vivir no ya en país extranjero sino en la Patria que Dios te concedió al crearte, es decir, en el Reino del FIAT Supremo!
Entonces llegamos a Egipto y ahí permanecimos por varios años, hasta que el ángel del Señor advirtió nuevamente a San José que podíamos regresar a la casa de Nazaret, pues el impío tirano había muerto.
Ahora escucha, hija mía, Egipto simboliza a la voluntad humana, tierra llena de ídolos. Por todas partes por donde pasaba el pequeño Jesús echaba por tierra los falsos dioses y los arrojaba al infierno. ¡Cuántos ídolos no posee también la miserable tierra de la voluntad humana! Idolos de vanagloria, ídolos de amor propio, ídolos de pasiones...; por eso, si tú no quieres dejarte tiranizar por ellos, sé atenta y escucha a tu Mamá: vive solamente de Voluntad Divina y Esta, como Jesús en Egipto, te liberará de la esclavitud de los falsos dioses, ídolos de tu corazón, los echará por tierra para siempre y te hará santamente feliz.
EL ALMA:
Mamá Dulcísima, ¡cuánto te agradezco que hayas querido hacerme comprender el gran mal que está encerrado en el querer humano! Por el dolor que sufriste en el exilio en Egipto te pido que hagas salir mi alma del exilio de mi voluntad y me hagas volver al querido Reino del Divino Querer.
PRACTICA:
Para honrarme me ofrecerás tus acciones y tus penas unidas a las mías, pidiendo al Niño Jesús que entre en el egipto de tu corazón para cambiarlo todo en Voluntad de Dios.
JACULATORIA:
Mamá mía, encierra al pequeño Jesús en mi corazón para que ahí El forme el reino de la Divina Voluntad.
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