ORACION A LA REINA DEL CIELO
ANTES DE CADA MEDITACION
Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.
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DECIMA TERCERA MEDITACION
La Reina del Cielo sale del Templo.
Se desposa con San José y santifica
así también el estado conyugal.
EL ALMA A SU MAMA CELESTIAL:
Mamá Santa, siempre siento fuertemente la necesidad de permanecer estrechada entre tus brazos, para que el Divino Querer que reina en Ti forme el dulce encanto a mi voluntad. Tus lecciones me han hecho comprender qué terrible es la cárcel a la que la voluntad humana arroja a la pobre criatura y yo temo que la mía vuelva a tomar vida en mí. Por eso, me confío a Ti, Mamá, a fin de que Tú me vigiles incesantemente y por amor me hagas vivir siempre de Voluntad Divina.
LECCION DE LA REINA DEL CIELO:
Hija mía, ánimo, ten confianza en tu Mamá y mantén el propósito firme de no dar nunca más vida a tu voluntad. ¡Oh, cómo me gustaría escuchar de tus labios: “Mamá mía, mi voluntad se acabó, el FIAT Divino tiene en mí todo su imperio”!. Por eso, confía en mi protección y ten valor. La desconfianza es patrimonio de los viles y de todos aquéllos que no están verdaderamente decididos a obtener la victoria. Estos permanecen sin armas, y como sin armas no se puede vencer, así están siempre vacilantes en el bien.
Ahora, hija mía, escúchame: Dios me hizo saber que era su Voluntad que Yo saliera del Templo para unirme en desposorios, según el uso de aquellos tiempos, con un hombre santo llamado José, para retirarme después con él en la casa de Nazaret. Hija mía, en este momento de mi existencia podría parecer que Dios quisiera ponerme una trampa. Yo nunca había amado a ninguno en el mundo, porque la Voluntad Divina ocupaba todo mi ser, y puesto que mi voluntad no había tenido nunca un acto de vida, la semilla del amor humano no existía en Mí; ¿cómo habría entonces podido amar a un hombre, por santo que fuera? Es verdad que yo conservaba a todas y a cada una de las criaturas en mi Corazón materno escritas con caracteres de fuego imborrable, pero este amor era en orden al Amor Divino. El afecto humano, comparado con el Divino, puede llamarse sombra, humo, átomo de amor...
Sin embargo, querida hija, ésto que aparentemente parecía obstáculo a la Santidad de mi vida, sirvió admirablemente al Señor para cumplir sus designios y para concederme la gracia tan suspirada por Mí: el descendimiento del Verbo a la tierra. Dios me daba la salvaguardia, la defensa, la ayuda para que ninguno pudiera dudar de mi honestidad. San José debía ser mi cooperador, el tutor que se debía ocupar de lo poco de material para vivir que se iba a necesitar, la sombra de la divina Paternidad, el encargado de asumir el oficio de padre en nuestra pequeña familia celestial en la tierra.
Cuando entonces Dios me comunicó su Voluntad, Yo, si bien sorprendida, pronuncié inmediatamente mi FIAT, sabiendo que el Divino Querer no me habría hecho ningún mal ni habría menoscabado mi santidad. Pero si en cambio Yo hubiera obrado en mi espontánea voluntad con el pretexto, de todas maneras plausible, de no querer conocer ningún hombre, hubiera arruinado los planes de la venida del Verbo a la tierra.
Por lo tanto, no es ya la diversidad de los estados lo que perjudica la santidad, sino la falta de sumisión a la Divina Voluntad en el cumplimiento de los propios deberes, en la situación y circunstancias en las cuales Dios llama a la criatura. Todos los estados son santos, sin excluir el del matrimonio, siempre que la criatura esté animada por la Divina Voluntad en la observancia de sus propios deberes.
En cuanto conocí que debía salir del Templo, Yo no hice ningún movimiento y esperé que Dios mismo moviera las circunstancias externas para hacerme cumplir su adorable Querer. Y... ¡así sucedió! Los superiores me llamaron y me dijeron que era voluntad de ellos, y también el uso de aquellos tiempos, que Yo debía prepararme a los esponsales; acepté. Milagrosamente la elección recayó, entre tantos, en San José; así que se celebraron los esponsales y Yo salí del Templo.
Hija de mi Corazón, si quieres que los designios divinos se cumplan también en ti, busca de corazón en todas las cosas solamente la Divina Voluntad.
EL ALMA:
Reina Celestial, yo me confío a Ti y con esta confianza de hija pido siempre a tu materno Corazón que reine y triunfe en mí la Divina Voluntad.
PRACTICA:
Para honrarme vendrás a mis rodillas y recitarás quince Gloria Patri para agradecer al Señor todas las gracias que me concedió hasta los quince años de mi vida.
JACULATORIA:
Reina poderosa, concédeme las armas para ganar la batalla a mi voluntad.
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