¿Por qué Dios no contesta nuestras oraciones?
Muchas veces, pedimos a Dios, clamamos, imploramos, lloramos y parece que Dios estuviera sordo, que no nos escucha porque no nos contesta como nosotros quisiéramos.
¡Él siempre escucha nuestras oraciones! Antes que comencemos a hablar ya sabe lo que vamos a decir. Pero Dios... Tiene otros ¡planes! Otros caminos. Él es el que ve el principio y el fin. Él sabe lo que necesitamos, cómo y cuándo. Pero nosotros que no podemos ver mas allá, nos enojamos cuando no vemos el cumplimiento de nuestras oraciones y solo porque no sabemos pedir bien, como dice san Pablo:
No sabemos orar como es debido.
(Rom 8,26)
(Rom 8,26)
El Señor es el que conoce nuestros caminos. El sabe que planes tiene para nosotros:
Yo sólo se que planes tengo para ustedes, planes de bien y no de mal, para que tengan un futuro lleno de esperanza.
(Jeremías 29,11)
(Jeremías 29,11)
Muchas veces nos enojamos cuando le pedimos por la sanación de una persona y no sucede. No sabemos que el Señor tiene un plan para esa persona, con esa enfermedad, aunque sea feo y doloroso ver a un ser querido enfermo, puede ser que Dios esté utilizando esa enfermedad para la conversión de esa persona, para su purificación y santificación, puede estar restando días en el Purgatorio, puede Dios también con eso hacer que personas a su alrededor, como familiares, amigos, médicos se conviertan y así alcancen su salvación.
Puede la persona estar pagando las penas que debería pagar en el Purgatorio. Nosotros no sabemos, por eso nos enojamos. Pero tenemos que saber que Dios es el Dios que lo ve todo y tiene todo bajo control. Él ve el principio y el fin.
Cuando una enfermedad o una tribulación llega a nuestras vidas y es bien recibida y aceptada, Dios hace grandes cosas con eso. La persona puede ofrecer su sufrimiento por ella misma, por la conversión de los pecadores, por algún alma que esté en peligro de caer o por las almas del purgatorio.
Es difícil aceptar las pruebas, pero como igual hay que pasarlas, mejor aprovechemos esa ocasión y después vamos a ver cuánto bien nos hizo. Habremos ganado también grados de gloria en el ¡cielo!
Una anécdota de San Agustín nos muestra como Dios siempre tiene sus planes cuando nosotros aún no los vemos:
De las confesiones de San Agustín:
También fue obra tuya para conmigo el que me persuadiesen de irme a Roma y allí enseñar lo que enseñaba en Cartago. Más no dejaré de confesarte el motivo que me movió, porque aún en estas cosas se descubre la profundidad de tu designio y merece ser meditada y ensalzada tu presentísima misericordia para con nosotros...
A fin de que cambiase de lugar para la salud de mi alma me ponías espinas en Cartago para arrancarme de allí y deleites en Roma para atraerme allá.
El verdadero porqué de salir yo de aquí e irme de allí sólo tú lo sabías, oh Dios, sin indicarmelo a mi ni a mi madre, que lloró atrozmente mi partida y me siguió hasta el mar...
¿Y que era lo que te pedía mi madre, Dios mío, con tantas lágrimas sino que no me dejases navegar?. Pero tú, mirando las cosas desde un punto más alto y escuchando en el fondo su deseo, no cuidaste de lo que entonces te pedía para hacerme tal como siempre te pedía ( la conversión de Agustín)
Sopló el viento, hinchó nuestras velas y desapareció de nuestra vista la playa, en la que mi madre, a la mañana siguiente, enloquecida de dolor, llenando de quejas y gemidos tus oídos, que no los atendían. Deseaba tenerme junto a sí, sin saber los grandes gozos que tú le preparabas con mi ausencia. No lo sabía, y por eso lloraba y se lamentaba. (Conf 8,15)
En conclusión:
¿Dios escucha nuestras oraciones?
¡Claro que sí!
¡Claro que sí!
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