miércoles, 28 de febrero de 2018

Segunda hora de agonía en el Huerto de Getsemaní . Las Horas de la Pasión

DE LAS 10 A LAS 11 DE LA NOCHE 
SEXTA HORA 

Segunda hora de agonía en el Huerto de Getsemaní 



Oh dulce Jesús mío, ya ha transcurrido una hora desde que llegaste a este Huerto. El Amor tomó la primacía sobre todo, haciéndote sufrir todo junto lo que los verdugos te harán sufrir en el curso de tu amarguísima Pasión; más aun, suplió y llegó a hacerte sufrir todo lo que ellos no podrán, y en las partes más internas de tu Divina Persona. Jesús mío, te veo ya vacilante en tus pasos, pero no obstante, quieres caminar. Dime, oh bien mío, ¿a dónde quieres ir? Ah, ya comprendo, a encontrar a tus amados discípulos...y yo también quiero acompañarte para sostenerte si Tú vacilas. Pero, oh Jesús mío, otras amarguras encuentra tu corazón: Ellos duermen y Tú siempre piadoso, los llamas, los despiertas y con paternal amor los amonestas y les recomiendas la vigilancia y la oración. Vuelves luego al Huerto, pero llevas otra herida en el Corazón, y en esta herida veo, oh amor mío, todas las heridas de las almas consagradas a ti, que, o por tentación o por estado de ánimo o por falta de mortificación, en vez de estrecharse a ti, de velar y orar, se abandonan a sí mismas y, somnolientas, en vez de progresar en el amor y en la unión contigo, retroceden...Cuánto te compadezco, oh amante apasionado, y te reparo por todas las ingratitudes de tus más fieles. Estas son las ofensas que mayormente entristecen a tu corazón adorable y es tal y tan grande su amargura que te hacen delirar. Pero, oh amor mío sin límites, tu amor que te hierve en las venas vence todo y olvida todo. Te veo postrado por tierra, y oras, te ofreces, reparas y quieres glorificar al Padre en todo por las ofensas que le hacen las criaturas. También yo, oh Jesús mío, me postro contigo y unido a ti quiero hacer lo que haces Tú... 

Oh Jesús, delicia de mi corazón, veo que la multitud de todos los pecados, nuestras miserias, nuestras debilidades, los más enormes delitos, las más negras ingratitudes, te vienen al encuentro, se arrojan sobre ti y te aplastan, te hieren, te muerden...Y Tú, ¿qué haces? La sangre que te hierve en las venas hace frente a todas estas ofensas, rompe las venas y en copiosos arroyos brota fuera, te empapa todo y corre hasta la tierra, dando sangre por ofensas, Vida por muerte...¡Ah, a qué estado te veo reducido, estás expirando ya!. Oh bien mío, dulce vida mía, no te mueras, levanta la cara de esta tierra que has mojado con tu sangre preciosísima, ven a mis brazos y haz que yo muera en vez de ti...Pero oigo la voz trémula y moribunda de mi dulce Jesús, que dice: “¡Padre, si es posible, pase de Mí este cáliz, pero hágase no mi voluntad sino la Tuya!”. 

Ya es al segunda vez que oigo esto de mi dulce Jesús.¿Pero que es lo que me quieres hacer comprender con estas palabras: “Padre, si es posible pase de Mí este cáliz?” Oh Jesús, se te hacen presentes todas las rebeliones de las criaturas, ves por casi todas rechazado aquel “Hágase tu Voluntad” que debía ser la vida de cada criatura, y éstas, en vez de encontrar la vida, encuentran la muerte; y Tú, queriendo dar la vida a todas y hacer una solemne reparación al Padre por las rebeliones de las criaturas, por tres veces repites: “¡Padre, si es posible pase de mí este cáliz”, es decir, el cáliz amargo de que las almas, separándose de nuestra Voluntad, se pierdan”...”Este cáliz es para Mí muy amargo; sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la Tuya”. 

Pero mientras dices esto, es tal y tan grande la amargura, que te reduce al extremo, te hace agonizar y estás a punto de dar el último respiro... 

Oh Jesús mío, Bien mío, ya que estás en mis brazos, yo también quiero unirme contigo, quiero reparate y compadecerte por todas las faltas, por todos los pecados que se cometen contra tu Santísimo Querer, y suplicarte que yo siempre haga todo en tu Santísima Voluntad; que tu Voluntad sea mi respiro, mi aire, que tu Voluntad sea mi latido, sea mi corazón, mi pensamiento, mi vida y mi muerte...Pero, ah, no te mueras. ¿Adónde podré ir sin ti? ¿A quién me volveré, quién me ayudará? Todo acabaría para mí. Ah, no me dejes, tenme como quieras, como a ti más te plazca, pero tenme contigo, siempre contigo; que jamás suceda que, ni por un instante, me quede separada de Ti. Es más, déjame endulzarte, repararte y compadecerte por todos, porque veo que todos los pecados, de todas las especies, pesan sobre Ti. 

Por eso, Amor mío, beso tu santísima cabeza...Pero, ¿qué veo? Todos los malos pensamientos, y Tú sientes su horror. Cada pensamiento malo es una espina para tu sacratísima cabeza, que te hiere acerbamente; ah, no se podrán comparar con la corona de espinas que te pondrán los judíos...¡Cuántas coronas de espinas te ponen en tu adorable cabeza los malos pensamientos de las criaturas!, tanto que la sangre te brota por todas partes, de la frente, y hasta de entre los cabellos...Jesús, te compadezco y quisiera ponerte otras tantas coronas de gloria y para endulzarte te ofrezco todas las inteligencias de los ángeles y tu misma inteligencia para ofrecerte una compasión y una reparación por todos. 

Oh Jesús, beso tus ojos piadosos...Y en ellos veo todas las malas miradas de las criaturas que hacen correr sobre tu rostro lágrimas de sangre...te compadezco y quisiera endulzar tu vista poniéndote delante todos los gustos que se puedan encontrar en el Cielo y en la tierra. 

Jesús, bien mío, beso tus sacratísimos oídos...Pero, ¿qué escucho? En ellos oigo el eco de las horrendas blasfemias, los gritos de venganza y de malediciencia; no hay ni una voz amante y dulce que resuene en tus sacratísimos oídos...Oh amor insaciable, te compadezco, y quiero consolarte haciendo resonar en ellos todas las armonías del Cielo, la voz dulcísima de tu querida Mamá, los encendidos acentos de la Magdalena y de todas las almas que te aman. 

Jesús, vida mía, un beso más encendido quiero poner en tu rostro, cuya belleza no tiene par...Ah, este es el rostro ante el cual los ángeles no se atreven a levantar la mirada, y es tal y tanta su hermosura que a ellos los arrebata, pero que las criaturas sí se atreven a ensuciarlo con salivazos, a golpearlo con bofetadas y a pisotearlo bajo los pies. ¡Amor mío, qué osadía! ¡Quisiera gritar fuertemente para ponerlos en fuga! Te compadezco, y para reparar estos insultos me dirijo a la Trinidad Sacrosanta para pedir el beso del Padre y del Espíritu Santo y las inimitables caricias de sus manos creadoras, me dirijo también a la Mamá Celestial para que me dé sus besos, las caricias de sus manos maternas y sus profundas adoraciones, me dirijo también a todas las almas consagradas a Ti y te lo ofrezco todo para repararte por las ofensas hechas a tu santísimo rostro. 

Dulce bien mío, beso tu dulcísima boca...Pero la siento amargada por las horribles blasfemias, por las náuseas de la gula y de las embriagueces, por las conversaciones obscenas, por las oraciones mal hechas, por las malas enseñanzas y por todo lo malo que hace el hombre con la palabra...Jesús, te compadezco y quiero endulzarte la boca, para lo cual te ofrezco todas las alabanzas angélicas y el buen uso de la palabra que hacen tus hijos. 

Oprimido amor mío, beso tu cuello...Y ya veo atado con las sogas y las cadenas de los apegos y los pecados de las criaturas. Te compadezco, y para aliviarte te ofrezco la unión inseparable de las Divinas Personas; y yo, fundiéndome en esta unión, extiendo a ti mis brazos y formando en torno a tu cuello dulces cadenas de amor alejar de ti las ataduras de los apegos que casi te ahogan, y para endulzarte te estrecho fuerte a mi corazón. 

Fortaleza divina, beso tus santísimos hombros...Y los veo lacerados, veo tus carnes arrancadas a pedazos por los escándalos y los malos ejemplos de las criaturas. Te compadezco, y para aliviarte te ofrezco tus santos ejemplos de la Mamá y Reina y los de todos tus santos; y yo, Jesús mío, haciendo correr mis besos en cada una de estas llagas quiero encerrar en ellas las almas que por motivo de escándalo han sido arrancadas de tu Corazón, y quiero así sanar las carnes de tu santísima Humanidad. 

Fatigado Jesús mío, beso tu pecho...Y lo veo herido por las frialdades, por las tibiezas, por las faltas de correspondencia y por las ingratitudes de todas las criaturas...Te compadezco, y para endulzarte te ofrezco el recíproco amor del Padre y del Espíritu Santo, la perfecta correspondencia entre las tres Divinas Personas; y yo, oh Jesús mío, sumergiéndome en tu amor, quiero ser defensa para impedir estas heridas que las criaturas te causan con sus pecados, y tomando tu amor, quiero con él herirlas para que ya no se atreven a ofenderte nunca más, y quiero derramarlo en tu pecho para endulzarte y sanarte. 

Oh Jesús mío, beso tus manos creadoras...Y veo todas las malas acciones de las criaturas que como otros tantos clavos traspasan tus manos santísimas, de modo que no quedas Tú crucificado sólo con tres clavos, como sobre la cruz, sino por tantos clavos por cuantas son las obras malas que hacen las criaturas...Te compadezco, y para endulzarte te ofrezco todas las obras santas, el valor de los mártires al dar su sangre y su vida por tu amor; y quisiera también, Jesús mío, ofrecerte todas las buenas obras para quitarte todos los clavos de las obras malas. 

Jesús, beso tus pies santísimos, siempre incansables en la búsqueda de las almas...Y veo que en ellos encierras todos los pasos de las criaturas, pero muchas de ellas sientes que te escapan y Tú quisieras tomarlas a todas. Por cada uno de sus malos pasos Tú te sientes traspasado por un clavo, y quieres servirte de todos estos clavos para clavarlas en tu amor...Y tal y tan intenso es el dolor que sientes y el esfuerzo que haces por clavarlas a tu amor que te estremeces todo. Oh Jesús, te compadezco, y para consolarte te ofrezco los pasos de todas las almas fieles que exponen su vida por salvar almas. 

Oh Jesús, beso tu Corazón...Y veo que sigues agonizando, no por lo que te harán sufrir los judíos, no, sino por el dolor que te causan las ofensas de las criaturas...en estas horas quieres dar el primer lugar al amor, el segundo lugar, a todos los pecados, por los cuales expías, reparas, glorificas al Padre y aplacas a la divina Justicia; y el tercer lugar, a los judíos. Y con esto me das a entender que la Pasión que te harán sufrir los judíos no será sino la sombra de la doble Pasión amarguísima que te hacen sufrir el amor y el pecado, y por esto es por lo que yo veo concentrado en tu corazón la lanza del amor, la lanza del pecado, y esperas la tercera lanza, la lanza de los judíos...Y tu Corazón sofocado por el amor sufre contradicciones violentas, afectos impacientes de amor, deseos que te consumen, latidos de fuego que quisieran dar vida a cada corazón. Y precisamente es aquí, en tu Corazón, donde sientes todo el dolor que te causan las criaturas, las cuales con sus malos deseos, con sus desordenados afectos, con sus latidos profanados, en vez de querer tu amor, buscan otros amores... 

¡Jesús mío, oh cuánto sufres! Te veo desfallecer, sumergido por las olas de nuestras iniquidades; te compadezco y quiero endulzar la amargura de tu Corazón triplemente traspasado, ofreciéndote las dulzuras eternas y el amor dulcísimo de la Mamá querida. 

Y ahora, oh Jesús, haz que mi pobre corazón tome vida de este Corazón tuyo, para que no viva más que con tu solo Corazón, y en cada ofensa que recibas, mi corazón se encuentre siempre preparado para ofrecerte un consuelo, un alivio, un acto de amor interrumpido...

Las Horas de la Pasión.
Luisa Picarreta

F: mundocatolicoMC

lunes, 26 de febrero de 2018

Primera hora de agonía en El Huerto de Getsemaní. Las Horas de la Pasión

DE LAS 9 A LAS 10 DE LA NOCHE 
QUINTA HORA 

Primera hora de agonía en El Huerto de Getsemaní 



Afligido Jesús mío, como por una corriente eléctrica me siento atraída a este huerto...Ah, comprendo que Tú me llamas, y como por un potente imán siento atraído mi herido corazón, y yo corro pensando para mí: “¿Qué cosa es esta atracción de amor que siento en mí? ¡Ah, es mi perseguido Jesús que se encuentra en tal estado de amargura que siente necesidad de mi compañía.” Y yo corro, vuelo, ¿pero qué?, me siento sobrecogida al entrar en este Huerto...es la oscuridad de la noche, la intensidad del frío, el moverse lento de las hojas que como voces lastimeras presagian penas, tristezas y muerte para mi dolorido Jesús. El dulce centellear de las estrellas, que como ojos llorosos están mirando atentas, y haciendo eco a las lágrimas de Jesús me reprochan mis ingratitudes. Yo tiemblo, y en la oscuridad lo voy buscando y lo llamo: Jesús, ¿dónde estás? ¿Me llamas y no te dejas ver? ¿Me llamas y te escondes?”. Todo es terror, todo es espanto y silencio profundo...Pongo toda mi atención en mis oídos y percibo su respirar afanoso...y es precisamente a Jesús a quien encuentro. ¡Pero qué cambio funesto ha habido! Ya no es el dulce Jesús de la Cena Eucarística, cuyo rostro resplandecía con una hermosura arrebatadora y deslumbrante, sino que ahora está triste, con una tristeza mortal que eclipsa su belleza...Ya está en agonía, y yo me siento turbada al pensar que no escucharé más su voz, pues parece que muere, y por eso me abrazo a sus pies, y haciéndome más atrevida me acerco a sus brazos, le pongo la mano en la frente para sostenerlo y en voz baja lo llamo: “Jesús, Jesús”. 

Y entonces Él respondiendo a mi voz, me mira y me dice:

 “Hija, ¿estás aquí? Te estaba esperando, pues el completo abandono de todos es la tristeza que más me oprime. Y te esperaba a ti para hacerte espectadora de mis penas y para hacerte beber conmigo el cáliz de las amarguras que mi Padre Celestial me enviará dentro de poco por medio de un ángel. Lo beberemos juntos, no será un cáliz de consuelo sino de intensa amargura, y siento la necesidad de que las almas que me aman beban alguna gota al menos...Por eso te he llamado, para que tú lo aceptes y compartas conmigo mis penas y me asegures que no me vas a dejar solo en tanto abandono.” 

Ah sí, angustiado Jesús mío, bebamos juntos el cáliz de tus amarguras, suframos juntos tus penas, yo no me separaré jamás de estar a tu lado. Entonces mi afligido Jesús, después de habérselo asegurado, entra en agonía mortal y sufre penas jamás vistas ni escuchadas. Y yo, no pudiendo resistir y queriendo compadecerlo y aliviarlo, le digo: Dime, ¿por qué estás tan triste, tan afligido y solo en este Huerto y en esta noche? Es la última noche de tu vida en la tierra, pocos momentos te quedan para comenzar tu Pasión...Yo pensaba encontrar al menos a la Celestial Mamá, a la amante Magdalena, a tus fieles Apóstoles, pero por el contrario, solo, solo te encuentro, abrumado por una tristeza que te da muerte despiadada, pero sin hacerte morir. Oh Bien mío y todo mío, ¿no me respondes?, háblame. Pero parece que te falta la palabra, tan grande es la tristeza que te oprime...Oh Jesús mío, esa mirada tuya, llena de luz, sí, pero afligida e inquieta, que parece que busca ayuda...Ese tu rostro tan pálido, esos tus labios tan abrasados por el amor, esa tu Divina Persona que tiembla toda de pies a cabeza, ese tu corazón que te palpita tan fuerte y esos latidos tuyos que buscan almas y que te dan tal afán que parece que de un momento a otro vayas a expirar...me dicen que Tú estás solo y que quieres mi compañía...¡Y aquí me tienes, Jesús toda para ti y contigo! Pero mi corazón no resiste al verte tirado por tierra; entre mis brazos te tomo y te estrecho a mi corazón; quiero contar uno a uno tus afanes, una por una las ofensas que se te presentan ante tu mente, para darte por todo, alivio, por todo, reparación, y por todo darte mi compasión por lo menos. Pero oh Jesús mío, mientras te tengo entre mis brazos tus sufrimientos aumentan; siento correr en tus venas un fuego, siento que la sangre te hierve y te quiere romper las venas para salir fuera. Dime, Amor mío, ¿qué tienes? No veo azotes ni espinas ni clavos ni Cruz, y sin embargo, apoyando mi cabeza sobre tu corazón siento que crueles espinas te traspasan la cabeza, ¿qué flagelos tan despiadados son esos que no te dejan a salvo ninguna partícula, ni dentro ni fuera de tu Divina Persona y que hacen que tus manos están contraídas y desfiguradas más que si fuera por clavos? Dime, dulce Bien mío, ¿quién es el que tanto poder tiene, hasta en tu interior, para atormentarte tanto y hacerte sufrir tantas muertes por cuantos tormentos te da? Y parece que Jesús bendito abriendo sus labios exánimes y moribundos me dice: 

“Hija mía, ¿quieres saber quién es el que me atormenta más que los mismos verdugos, es más, que ellos serán nada en comparación con él? ¡Es el amor eterno!, que queriendo tener la supremacía en todo, me está haciendo sufrir todo junto y hasta en lo más íntimo, lo que los verdugos me harán sufrir poco a poco.¡Ah hija mía! Es el amor que prevalece por entero sobre Mí y en Mí. El amor es para Mí clavo, el amor es para Mí flagelo, el amor es para Mí corona de espinas, el amor es para Mí todo, el amor es para Mí mi Pasión perenne, mientras que la Pasión que los hombres me darán es temporal...Ah hija mía, entra en mi corazón y vente a perder en mi Amor y sólo en mi Amor comprenderás cuánto he sufrido y cuánto te he amado, y aprenderás a amarme y a sufrir sólo por amor”. 

Oh Jesús mío, ya que Tú me llamas adentro de tu Corazón para hacerme ver lo que el amor te hizo sufrir, yo entro en él, y al entrar encuentro los portentos del amor, que no te corona la cabeza con espinas materiales – 66 – sino con espinas de fuego, que no te flagela con cuerdas sino con flagelos de fuego, que te crucifica no con clavos de hierro sino de fuego...todo él es fuego que te penetra en tus huesos hasta la médula, y que destilando en fuego a toda tu Santísima Humanidad te causa penas mortales, evidentemente más que en la misma Pasión, y prepara un baño de amor para todas las almas que hayan de querer lavarse de cualquier mancha y adquirir el derecho de ser hijas del amor. 

¡Oh amor sin fin yo me siento retroceder ante tal inmensidad de amor, y veo que para poder entrar en el amor y comprenderlo, debo ser toda Amor! ¡Y, oh Jesús mío, no lo soy! Pero ya que Tú quieres mi compañía y quieres que entre en Ti, te suplico que me hagas convertirme toda en amor; te suplico que corones mi cabeza y cada uno de mis pensamientos con la corona del amor; te pido, oh Jesús, que con el flagelo del amor flageles mi alma, mi cuerpo, mis potencias, mis sentimientos, mis deseos, mis afectos, en suma, todo, y en todo quede flagelada y sellada por el amor. Haz, oh amor interminable, que no haya cosa alguna en mí que no tome vida del amor...Oh Jesús, centro de todos los amores, te suplico que claves mis manos y mis pies con los clavos del amor para que enteramente clavada por el Amor, en Amor me convierta, el amor entienda, de amor me vista, de amor me alimente, y el amor me tenga toda clavada en Ti a fin de que ninguna cosa, ni dentro ni fuera de mí, se atreva a desviarme y alejarme del amor, oh Jesús”. 

Las Horas de la Pasión.
Luisa Picarreta.

F: @mundocatolicoMC

La Cena Eucarística. Las Horas de la Pasión

DE LAS 8 A LAS 9 DE LA NOCHE 
CUARTA HORA 

La Cena Eucarística 



Dulce amor mío, incontentable siempre en tu amor, veo que al terminar la Cena Legal, junto con tus amados discípulos te levantas de la mesa y en unión con ellos elevas el himno de agradecimiento al Padre por haberos dado el alimento, queriendo con esto reparar todas las faltas de gratitud y suplir por el agradecimiento que no tienen las criaturas por tantos medios como nos das para la conservación de la vida corporal. Por eso Tú, oh Jesús, en todo lo que haces, tocas o ves, tienes siempre en tus labios las palabras:”¡Gracias, oh Padre, por mí y por todos”, para continuar yo la reparación por las faltas de agradecimiento. 

Más, oh Jesús, tu amor parece no darse tregua, veo que de nuevo haces sentarse a tus amados discípulos, tomas una palangana con agua y ciñéndote una blanca toalla te postras a los pies de los Apóstoles en un acto tan humilde que atrae la atención de todo el Cielo y lo hace quedar estático. Los mismos Apóstoles se quedan casi sin movimiento al verte postrado a sus pies...Pero dime, amor mío ¿qué quieres, qué pretendes con este acto tan humilde? ¡Humildad nunca vista y que jamás se verá! “

¡Ah hija mía, quiero todas las almas y postrado a sus pies como un pobre mendigo las pido, las importuno y llorando les tiendo mis insidias de amor para ganarlas! Quiero, postrado a sus pies, con este recipiente de agua mezclada con mis lágrimas lavarlas de cualquier imperfección y prepararlas a recibirme en el Sacramento. Me importa tanto este acto que no quiero confiar este oficio a los ángeles, y ni aún a mi querida Mamá, sino que Yo mismo quiero purificar hasta las fibras más íntimas de los Apóstoles, para disponerlos a recibir el fruto del Sacramento, y en ellos es mi intención preparar a todas las almas. 

Quiero reparar por todas las obras santas, por la administración de los Sacramentos y en especial por las cosas hechas por los Sacerdotes con espíritu de soberbia, vacías de Espíritu Divino y de desinterés.¡Ah, cuántas obras buenas me llegan más para deshonrarme que para darme honor! ¡Más para amargarme que para complacerme! ¡Más para darme muerte que para darme vida! Estas son las ofensas que más me entristecen. Ah sí, hija mía, hija mía, enumera todas las ofensas más íntimas que se me hacen y dame reparación con mis mismas reparaciones y consuela mi Corazón amargado”.

¡Oh afligido bien mío! Tu vida la hago mía y junto contigo quiero repararte por todas esas ofensas. Quiero entrar en todos esos lugares más íntimos de tu Corazón divino y reparar con tu mismo Corazón por las ofensas más íntimas y secretas que recibes de tus predilectos. Quiero, oh Jesús mío, seguirte en todo, y en unión contigo quiero girar por todas las almas que te han de recibir en la Eucaristía y entrar en sus corazones. Y junto con tus manos las mías y con esas lágrimas tuyas y con el agua con que lavaste los pies a tus Apóstoles lavemos las almas que te han de recibir, purifiquemos sus corazones, incendiémoslos, sacudamos de ellos el polvo con que están manchados, a fin de que, al recibirte, Tú puedas encontrar en ellas tus complacencias en lugar de tus amarguras. 

Pero mientras estás todo atento lavando los pies de los Apóstoles, te miro y veo otro dolor que traspasa tu Corazón santísimo. Estos Apóstoles representan para ti a todos los futuros hijos de la Iglesia. Cada uno de ellos representa la serie de cada uno de los males que iban a haber en la Iglesia y, por tanto, la serie de cada uno de tus dolores...En uno, las debilidades; en otro, los engaños; en otro, las hipocresías; en otro, el amor desmedido a los intereses...En San Pedro, la falta a los buenos propósitos y todas las ofensas de los Jefes de la Iglesia; en San Juan, las ofensas de tus más fieles; en Judas, todos los apóstatas, con la serie de los graves males causados por ellos...Ah, tu corazón está sofocado por el dolor y por el amor, tanto que no pudiendo sostenerte, te detienes a los pies de cada Apóstol, rompes en llanto y ruegas y reparas por cada una de esas ofensas y para todos imploras el  remedio oportuno. Jesús mío, también yo me uno contigo, hago mías tus suplicas, tus reparaciones, tus oportunos remedios para cada alma y quiero mezclar mis lágrimas con las tuyas para que nunca estés solo sino que me tengas siempre contigo para dividir tus penas. 

Pero mientras prosigues lavando los pies de los Apóstoles veo que ya estás a los pies de Judas. Siento tu respiro afanoso, veo que no sólo lloras, sino que sollozas, y mientras lavas esos pies los besas, te los estrechas al corazón y no pudiendo hablar con la voz, porque te ahoga el llanto lo miras con tus ojos hinchados por las lágrimas y con el corazón le dices: “¡Hijito mío, ah, te ruego con la voz de mis lágrimas: No te vayas al infierno, dame tu alma, que a tus pies postrado te pido! Dime, ¿qué quieres? ¿Qué pretendes? Todo te daré con tal de que no te pierdas. ¡Ah, evítame este dolor, a Mí tu Dios!”Y te estrechas de nuevo esos pies a Tu Corazón...Pero viendo la dureza de Judas, tu corazón se ve en apuros, tu amor te ahoga y está a punto de desfallecer....Corazón mío y vida mía, permíteme que te sostenga entre mis brazos. Me doy cuenta de que estás son tus estratagemas amorosas que usas con cada pecador obstinado...Ah, te ruego, corazón mío, mientras te compadezco y te doy reparación por las ofensas que recibes de las almas que se obstinan en no quererse convertir, que recorramos juntos la tierra y donde hay pecadores obstinados démosles tus lágrimas para enternecerlos, tus besos y tus abrazos de amor para encadenarlos a Ti, de manera que no te puedan huir, y así te consolaré por el dolor de la pérdida de Judas.

 Jesús mío, gozo y delicia mía, veo que tu amor corre, que rápidamente corre. Doliente como estás te levantas y casi corres a la mesa, donde está preparado el pan y el vino para la consagración. Veo que tomas un aspecto todo nuevo y nunca antes visto, tu Divina Persona toma un aspecto tierno, amoroso, afectuoso; tus ojos resplandecen de luz más que si fueran soles; Tu Rostro, encendido, resplandece; tus labios, sonrientes, abrasados de amor; y tus manos, creadoras, se ponen en actitud de crear...Te veo, amor mío, todo transformado. Parece como si tu Divinidad se desbordara fuera de tu Humanidad. Ah Jesús, este aspecto tuyo, nunca visto, llama la atención de todos los Apóstoles, quienes subyugados por tan dulce encanto no se atreven ni siquiera a respirar. La dulce Mamá corre en espíritu al pie de la mesa, del altar, a contemplar y a participar en los prodigios de tu amor. Los ángeles descienden del Cielo y entre ellos se preguntan, “¿qué pasa?...”Son verdaderas locuras, auténticos excesos: ¡Es Dios que crea, no el cielo o la tierra, sino a Sí mismo...¿Y dónde? En la vilísimas materia de un poco de pan y un poco de vino. Y mientras están todos en torno a Ti, oh amor insaciable, veo que tomas el pan en tus manos...lo ofreces al Padre...y oigo tu dulcísima voz que dice: “Padre Santo, gracias te sean dadas, pues siempre escuchas a Tu Hijo. Padre Santo, concurre conmigo.Tú, un día me enviaste del Cielo a la tierra a encarnarme en el seno de mi Mamá para venir a salvar a nuestros hijos. Ahora permíteme que me encarne en cada hostia para continuar la salvación de ellos y para ser vida de cada uno de mis hijos...Mira, oh Padre, pocas horas quedan de mi – 53 – vida y ¿cómo tendré corazón para dejar solos y huérfanos a mis hijos? Sus enemigos son muchos: las tinieblas, las pasiones, las debilidades a que están sujetos...¿Quién los ayudará? ¡Ah, te suplico me quede en cada hostia para ser vida de cada uno, para poner en fuga a sus enemigos y ser para ellos luz, fuerza y ayuda en todo. Pues de lo contrario ¿a dónde irán? ¿Quién los ayudará? Nuestras obras son eternas, mi amor es irresistible, por eso no puedo ni quiero dejar a mis hijos.” 

El Padre se enternece a la voz tierna y afectuosa del Hijo y desciende del Cielo...y ya está sobre el altar, unido con el Espíritu Santo, para concurrir con el Hijo. Y Jesús, con voz sonora y conmovedora, pronuncia las palabras de la consagración, y sin dejarse a Sí mismo, se crea a Sí mismo en ese pan y vino... 

Después te das en comunión a tus Apóstoles, y seguro que nuestra Madre Celestial no se vio privada de recibirte. ¡Ah Jesús, los Cielos se postran y todos te envían un acto de adoración en tu nuevo estado de tan profundo anonadamiento! Y así tu amor queda saciado y satisfecho, no teniendo ya nada más que hacer. 

Y yo veo sobre ese altar, en tus manos, todas las hostias consagradas que se perpetuarán hasta el fin de los siglos, y en cada hostia, toda tu dolorosa Pasión desplegada, pues las criaturas, a los excesos de tu amor, te preparan excesos de ingratitud y de enormes delitos. Y yo, corazón de mi corazón, quiero estar siempre contigo en cada sagrario, en todos los copones y en cada hostia consagrada que habrá hasta el fin de los tiempos, para darte mis actos de reparación a medida que recibes las ofensas. 

Por eso, corazón mío, me pongo ante ti y te beso la frente majestuosa...Pero al besarte siento en mis labios el dolor de las espinas que rodean tu cabeza, porque en esta hostia santa, oh Jesús mío, no te limitan las espinas como en la Pasión...pues veo que las criaturas vienen a tu presencia y en vez de ofrecerte el homenaje de sus pensamientos, te envían pensamientos malos, y Tú bajas de nuevo la cabeza, como en la Pasión, para recibir las espinas de los malos pensamientos que se tienen en tu presencia. Oh amor mío, también yo la bajo contigo para compartir tus penas y pongo todos mis pensamientos en tu mente para sacarte esas espinas que tanto te duelen y te entristecen, y quiero que cada pensamiento mío corra en cada uno de los tuyos para formarte una acto de reparación por cada pensamiento malo de las criaturas y endulzar así tus afligidos pensamientos. 

Jesús, bien mío, beso tus hermosos ojos...Te veo en esta hostia santa, con esos ojos amorosos en espera de todos aquellos que vienen a tu presencia, para mirarlos con tus miradas de amor y para obtener la correspondencia de amor de sus miradas, pero, cuántos vienen a tu presencia y en vez de mirarte y buscarte a Ti, miran cosas que las distraen de Ti y te privan del gusto del intercambio de miradas entre Tú y ellas,,,y Tú lloras. Por eso, al besarte siento mis labios empapados por tus lágrimas. Ah Jesús mío, no llores. Quiero poner mis ojos en los tuyos para compartir estas penas tuyas, llorar contigo y darte reparación por las miradas frías y distraídas, ofreciéndote mis miradas y manteniéndolas fijas siempre en Ti. 

Jesús, amor mío, beso tus santísimos oídos...Ah, te veo todo atento, escuchando lo que quieren de Ti las criaturas, para consolarlas, pero ellas, por el contrario, hacen llegar a tus oídos oraciones mal echas, llenas de recelos, sin verdadera confianza; oraciones, en su mayor parte, por rutina y sin vida...Y tus oídos en esta hostia santa son más molestados que en la misma Pasión. Oh Jesús mío, quiero tomar todas las armonías del Cielo y ponerlas en tus oídos para repararte por estas molestias; quiero poner en mis oídos en los tuyos, no sólo para compartir estas molestias sino para estar siempre atenta a lo que quieres, a lo que sufres y darte inmediatamente mi acto de reparación y consolarte.

 Jesús, vida mía, beso tu santísimo rostro...Lo veo sangrante, lívido e hinchado. Ah, las criaturas vienen ante esta hostia santa y con sus posturas indecentes, con sus conversaciones malas que tienen ante Ti, en vez de darte honor, te dan bofetadas y salivazos, y Tú, como en la Pasión, con toda paz, con toda paciencia los recibes y lo soportas todo...Oh Jesús, quiero poner mi rostro no sólo junto al tuyo, para acariciate y besarte cuando te dan esas bofetadas y limpiarte los salivazos, sino que quiero ponerlo en tu mismo rostro para compartir contigo estas penas; y aún más, quiero hacer de mi ser tantos diminutos pedacitos para ponerlos ante Ti como otras tantas estatuas arrodilladas, en continua genuflexión, para repararte por tantos deshonores como te dan ante Tu presencia.

Jesús mío, beso tu dulcísima boca...Y veo que Tú, al descender al corazón de las criaturas, el primer sitio donde te apoyas es sobre la lengua y oh, cómo quedas amargado al encontrar muchas lenguas mordaces, impuras, malas...Ah, te sientes como ahogar por esas lenguas...y peor aún cuando desciendes a los corazones. Oh Jesús, si me fuera posible quisiera encontrarme en la boca de cada criatura para endulzarte por cada ofensa que recibes de ellas. 

Fatigado bien mío, beso tu santísimo cuello...pero te veo cansado, agotado y todo ocupado en tu quehacer de amor. Dime ¿qué haces?... 

Y Jesús: “Hija mía, Yo, en esta hostia trabajo desde la mañana hasta la noche, formando continuas cadenas de amor, a fin de que al venir las almas a mí, encuentren ya preparadas mis cadenas de amor para encadenarlas a mi corazón. Pero, ¿sabes tú lo que a cambio ellas me hacen? Muchas toman a mal estas cadenas mías y se liberan de ellas por la fuerza y las rompen, y como estas cadenas están atadas a mi corazón, Yo me siento torturado y doy en delirio...Y mientras hacen pedazos mis cadenas, haciendo fracasar el trabajo que hago en el Sacramento, buscan las cadenas de las criaturas y de los pecados...y esto aún en mi presencia, sirviéndose de Mí para lograr su intento. Esto me da tanto dolor que me da una fiebre tan violenta que me hace desfallecer y delirar.” 

¡Cuánto te compadezco, oh Jesús! Tu amor se ve en un extremo agobio...Ah, te ruego, para consolarte por tu trabajo y para repararte cuando son despedazadas tus cadenas amorosas, que encadenes mi corazón con todas estas cadenas para poder darte por todos mi correspondencia de amor. 

Jesús mío, flechero divino, beso tu pecho...Y es tanto y tan grande el fuego que contiene que, para dar un poco de desahogo a tus llamas, que tan en alto se elevan, Tú, queriendo descansar un poco en tu trabajo, en el Sacramento quieres entretenerte también, y tu entretenimiento es formar flechas, dardos, saetas, para que cuando las almas vengan a Ti, Tú te entretengas con ellas haciendo salir de tu pecho tus flechas para herirlas, y cuando las reciben, forman tu fiesta y Tú formas tu entretenimiento. Pero muchas, oh Jesús, te las rechazan, enviándote a su vez, flechas de frialdad, dardos de tibieza y saetas de ingratitud. Y Tú te quedas tan afligido que lloras porque las criaturas te hacen fracasar en tus entretenimientos de amor. Oh Jesús, he aquí mi pecho, dispuesto a recibir no sólo las flechas preparadas para mí, sino también todas las que las demás rechazan...Así no volverás ya a fracasar en tus entretenimientos, y por correspondencia quiero darte reparación por las frialdades, por las tibiezas y por las ingratitudes que recibes. 

Oh Jesús, beso tu mano izquierda...Y quiero reparar por todos los tocamientos ilícitos y no santos hechos en tu presencia y te ruego que con esta mano me tengas siempre estrechada a Tu Corazón. 

O Jesús, beso tu mano derecha...Y quiero repararte por todos los sacrilegios, en particular por las misas celebradas malamente...¡Cuántas veces, amor mío, te ves forzado a descender del Cielo a las manos del Sacerdote, que en virtud de su potestad te llama, y encuentras esas manos llenas de fango, que chorrean inmundicia, y Tú, aunque sientes náusea de esas manos, te ves obligado por tu amor a permanecer en ellas! Es más, en algunos Sacerdotes es peor, en ellos encuentras a los sacerdotes aquellos de tu Pasión, que con sus enormes delitos y sacrilegios renuevan el deicidio...Jesús mío, es espantoso pensarlo: otra vez te encuentras, como en la Pasión, en esas manos indignas, como un corderito, aguardando de nuevo tu muerte. ¡Ah Jesús, cuánto sufres! ¡Cómo quisieras una mano amorosa para librarte de esas manos sanguinarias! ¡Ah, cuando te encuentres en esas manos, te ruego que hagas que me encuentre presente también yo para darte mi reparación. Quiero cubrirte con la pureza de los ángeles y perfumarte con sus virtudes para neutralizar el hedor de esas manos, y darte mi corazón como consuelo y refugio y mientras estés en mí, yo te rogaré por los Sacerdotes, para que sean dignos ministros tuyos, y así no pongan en peligro tu vida sacramental. 

Oh Jesús, beso tu pie izquierdo...Y quiero repararte por quienes te reciben por rutina y sin las debidas disposiciones. 

Oh Jesús, beso tu pie derecho...Y quiero repararte por aquellos que te reciben para ultrajarte. Cuando eso se atreven a hacer, ah, te ruego que renueves el milagro que hiciste cuando Longinos te atravesó el corazón con la lanza, que al fluir de aquella sangre que brotó, abriéndole los ojos, lo convertiste y lo sanaste; que así al contacto tuyo sacramental, conviertas esas ofensas en amor. 

Oh Jesús, beso tu Corazón, el lugar donde se concentran las ofensas...Y quiero darte mi reparación de todo y por todos, quiero corresponderte con amor, y en unión contigo, compartir tus penas. Ah, te suplico que si olvido repararte por alguna ofensa, me hagas prisionera en tu Corazón y en tu Voluntad para que nada se me escape...A nuestra dulce Mamá suplicaré que me haga atenta, y en unión con Ella te repararemos por todo y por todos, juntas te besaremos y haciéndonos tu defensa, alejaremos de ti las olas de amarguras que por desgracia recibes de las criaturas. 

Ah Jesús, recuerda que yo también soy una pobre encarcelada, si bien es cierto que tus cárceles son mucho más estrechas, como lo es el breve espacio de una hostia. Así pues, enciérrame en tu Corazón, y con las cadenas de tu amor no sólo aprisióname sino ata a Ti uno por uno mis pensamientos, mis afectos, mis deseos. Inmovilízame las manos y los pies, encadenándolos a tu Corazón; mis cadenas, el amor; las rejas que me impidan absolutamente salir, tu voluntad Santísima; y tus llamas de amor serán mi alimento, mi respiración, mi todo...Así que ya no veré otra cosa sino llamas, y no tocaré sino fuego, que me dará muerte y vida, como Tú lo sufres en la Hostia, y así te daré mi vida. Y mientras yo quedo prisionera en Ti, Tú quedarás libre en mí. ¿No ha sido este tu propósito al encarcelarte en la hostia: Ser desencarcelado por las almas que te reciben, recibiendo vida en ellas, así pues, bendíceme como señal de tu amor y dame un beso, y yo te abrazaré y me quedaré en Ti. 

Pero veo, oh dulce Corazón mío, que después de que has instituido el Santísimo Sacramento y de que has visto la enorme ingratitud y las innumerables ofensas de las criaturas ante tantos excesos de amor tuyos, aunque quedas herido y amargado, sin embargo no te haces para atrás, al contrario, en la inmensidad de tu amor quisieras ahogarlo todo... 

Te veo, oh Jesús, que te das en comunión a tus Apóstoles, y que después agregas que eso que has hecho Tú, lo deben hacer también ellos, dándoles así el poder de consagrar. De esta manera los ordenas Sacerdotes e instituyes este otro Sacramento. Y así lo reparas todo: las predicaciones mal hechas, los Sacramentos administrados y recibidos sin disposiciones y que quedan, por lo tanto, sin sus efectos buenos; las vocaciones equivocadas de algunos Sacerdotes, tanto por parte de ellos como por parte de quienes los ordenan, no usando todos los medios para conocer las verdaderas vocaciones...Ah Jesús, nada se te olvida...Y yo quiero seguirte y repararte por todas estas faltas y ofensas. 

Y después de que has dispuesto y hecho todo esto, en compañía de tus Apóstoles te encaminas al Huerto de Getsemaní para continuar tu dolorosa Pasión. Y yo en todo te seguiré para hacerte fiel compañía...

sábado, 24 de febrero de 2018

LA CENA LEGAL. Las Horas de la Pasón

De las 7 a las 8 de la noche 
TERCERA HORA 

La Cena Legal 



Oh Jesús, ya llegas al Cenáculo con tus amados discípulos y te pones a la mesa con ellos. Qué dulzura, qué afabilidad muestras en toda tu Persona al abajarte a tomar por última vez el alimento material. Aquí todo es amor en Ti, y también en esto no sólo reparas por los pecados de gula sino que nos obtienes también la santificación del alimento; y de igual modo que éste se convierte en fuerza, así nos obtienes la santidad hasta en las cosas más bajas y más corrientes.

 Jesús, vida mía, tu mirada dulce y penetrante parece escrutar a todos los Apóstoles; y aún en ese acto de tomar el alimento, tu corazón queda traspasado viendo a tus amados Apóstoles débiles y vacilantes todavía, sobre todo el pérfido Judas, que ya ha puesto un pie en el infierno. Y Tú desde el fondo de tu corazón amargamente dices: “¿Cuál es la utilidad de mi Sangre? ¡He ahí un alma, tan beneficiada por Mí: está perdida!” Y con tus ojos resplandecientes de luz lo miras, como queriendo hacerle comprender el gran mal cometido. Pero tu suprema caridad te hace soportar este dolor y no lo manifiestas ni siquiera a tus amados Apóstoles...Y mientras sufres por Judas, tu corazón querría llenarse de alegría viendo contener más el amor, atrayéndolo dulcemente a ti le haces apoyar su cabeza sobre tu corazón, haciéndole probar el Paraíso por adelantado. Es en esta hora solemne cuando en los discípulos son representados dos pueblos, el réprobo y el elegido. El réprobo en Judas, que ya siente el infierno en el corazón y el elegido en Juan, que en ti reposa y goza. 

Oh dulce Bien mío, también yo me pongo a tu lado y junto con tu discípulo amado quiero apoyar mi cabeza cansada sobre tu corazón adorable y rogarte que a mí también me hagas sentir sobre esta tierra las delicias del Cielo, y así la tierra ya no sea más tierra para mí sino Cielo, raptada por las dulces armonías de tu corazón...Pero estas armonías dulcísimas y divinas siento que se te escapan dolorosos latidos:¡Son por las almas que se perderán ¡Haz que tu palpitar corriendo en el suyo les haga sentir los latidos de la vida del Cielo como los siente tu amado discípulo Juan y que atraídas por la suavidad y la dulzura de tu amor puedan rendirse todas a Ti. 

Oh Jesús mientras me quedo en Tu Corazón dame también a mí el alimento como se lo diste a los Apóstoles: El alimento de la Divina Voluntad, el alimento del amor, el alimento de la Palabra Divina. Y Jamás, oh Jesús mío, me niegues este alimento que tanto deseas Tú darme, de modo que forme en mí tu misma vida. 

Dulce Bien mío, mientras me estoy a tu lado veo que el alimento que tomas con tus amados discípulos no es sino un cordero. Es el cordero que te representa, y como en este cordero no queda ningún humor vital por la acción del fuego, así Tú, místico cordero, que por las criaturas debes consumirte todo por fuerza de amor, ni siquiera una gota de tu sangre conservarás para ti, derramándola toda por amor a nosotros. Nada hace Tú que no represente a lo vivo tu dolorosísima Pasión, la que tienes siempre en la mente, en el corazón, en todo, y así me enseñas que si yo tuviera también siempre en la mente y en el corazón el pensamiento de tu Pasión, jamás me negarías el alimento de tu amor. 

¡Cuánto te doy las gracias, oh Jesús mío! Ningún acto se te pasa en que no me tengas presente y con el que no pretendas hacerme un bien especial, por eso te ruego que tu Pasión esté siempre en mi mente, en mi corazón, en mis miradas, en mis pasos, en mis obras, a fin de que a dondequiera que me dirija, dentro y fuera de mi te encuentre siempre presente para mí, y dame la gracia de que no olvide jamás lo que Tú sufriste y padeciste por mí. Esto sea para mí como un imán que atrayendo todo mi ser a Ti, haga que no pueda nunca jamás alejarme de Ti. 

Las Horas de la Pasión
Luisa Picarreta.

Facebook: @mundocatolicoMC

viernes, 23 de febrero de 2018

Jesús se aleja de su Madre Santísima y se encamina al Cenáculo. Las Horas de la Pasión

De las 6 a las 7 de la tarde
Segunda hora 

Jesús se aleja de su Madre Santísima 
y se encamina al Cenáculo.




Jesús mío adorable, mientras tomo parte junto contigo en tus dolores y en los de tu afligida Madre, veo que te decides a partir para encaminarte adonde el Querer del Padre te llama. Es tan grande el dolor entre Hijo y Madre, que os hace inseparables, por lo que Tú te quedas en el corazón de tu Mamá y la dulce Mamá y Reina se deja en el tuyo, de lo contrario os hubiera sido imposible separaros. Pero después, bendiciéndoos mutuamente, Tú le das tu último beso para darle fuerzas en los amargos dolores que va a sufrir, le dices Tu último adiós y partes. Pero la palidez de Tu Rostro, los labios temblorosos, tu voz sofocada, como si fueras a romper en llanto al decirle Adiós...ah, todo esto me dice cuánto la amas y lo que sufres al dejarla. Pero para cumplir la Voluntad del Padre, con vuestros corazones fundidos el uno en el otro, a todo os sometéis queriendo reparar por aquellos que por no vencer las ternuras de los familiares o amigos o los vínculos y los apegos a las criaturas no se preocupan por cumplir el Querer Santo de Dios y corresponder al estado de santidad al que Dios los llama. Qué dolor te dan estas almas al rechazar de sus corazones al amor que quieres darles y se contentan con el amor de las criaturas... 

Amable amor mío, mientras reparo contigo permite que me quede con tu Mamá para consolarla y sostenerla mientras Tú te alejas, después apresuraré mis pasos para alcanzarte. 

Pero con sumo dolor mío veo que mi angustiada Mamá tiembla, y es tanto su dolor que mientras trata de decir adiós al Hijo, la voz se le apaga en los labios y no puede articular palabra alguna; se siente desfallecer y en su delirio de amor dice:”Hijo mío, Hijo mío, te bendigo! ¡Qué amarga separación, más cruel que cualquier muerte!” Pero el dolor le impide hablar y la enmudece... 

¡Desconsolada Reina, deja que te sostenga, que te enjugue las lágrimas, que te compadezca en tu amargo dolor! Madre mía, no te dejaré sola. Tú tómame contigo y enséñame, en este momento tan doloroso para Jesús y para Ti, lo que debo hacer, cómo debo defenderlo, cómo debo repararlo y consolarlo, y si debo exponer mi vida para defender la suya...No, no me separaré de debajo de tu manto, a una señal tuya volaré a Jesús y llevaré tu amor, tus afectos, y tus besos junto con los míos y los pondré en cada llaga, en cada gota de su sangre, en cada pena e insulto, a fin de que sintiendo en cada pena los besos y el amor de su Mamá, sus penas queden endulzadas, y después volveré bajo tu manto trayéndote sus besos para endulzar Tu Corazón traspasado. 

Madre mía, el corazón me palpita, quiero ir a Jesús, y mientras beso tus manos maternas bendíceme como has bendecido a Jesús y permíteme que vaya a Él. 

Dulce Jesús mío, el amor me descubre tus pasos y te alcanzo mientras recorres las calles de Jerusalén con tus amados discípulos, te miro y te veo todavía pálido, oigo tu voz, dulce, sí, pero triste, con una tristeza que rompe el corazón de tus discípulos, que están turbados.” Es la última vez -dices- que recorro estas calles por Mí mismo, mañana las recorreré atado y arrastrado entre mil insultos. “ Y distinguiendo los lugares en los que serás más insultado y maltratado sigues diciendo: “ Mi vida está por terminar acá abajo, como está por ponerse el sol, y mañana, a esta hora, ya no existiré...Pero como sol resucitaré al tercer día.”Al oír tus palabras, los Apóstoles más se entristecen y no saben qué responder. Pero Tú añades: “Ánimo, no os abatáis, Yo no os dejo, siempre estaré con vosotros, pero es necesario que Yo muera por el bien de todos.” Y así diciendo te conmueves y con voz temblorosa continúas instruyéndolos. Antes de entrar en el Cenáculo miras el sol que ya se pone, así como está por ponerse tu Vida y ofreces tus pasos por aquellos que se encuentran en el ocaso de su vida y das la gracia de que la hagan ponerse en Ti y reparas por aquellos que a pesar de los sinsabores y de los desengaños de la vida se obstinan en no rendirse a ti. Después miras de nuevo a Jerusalén, el centro de tus milagros y de las predilecciones de tu corazón, y que en pago ya te está preparando la Cruz y afilando los clavos para cometer el deicidio, y te estremeces, y se te rompe el corazón y lloras por su destrucción. Y con esto reparas por tantas almas consagradas a Ti, almas que con tanto cuidado tratabas de convertir en portentos de tu amor y que ellas, ingratas, no te corresponden y te hacen así padecer mayores amarguras...y yo quiero reparar contigo para endulzar esta herida de tu corazón. Pero veo que te quedas horrorizado ante la vista de Jerusalén y retirando de ella tus miradas entras ya en el Cenáculo...Amor mío, estréchame a Tu Corazón para que haga mías tus amarguras y las ofrezca junto Contigo. Y Tú mira piadoso mi alma y derramando tu amor en ella bendíceme.

Las Horas de la Pasión. Luisa Picarreta

Facebook: @mundocatolicoMC

jueves, 22 de febrero de 2018

Nos merecíamos el infierno

Nosotros nos merecíamos el infierno. Dios mandó a su único Hijo a morir en una Cruz para salvarnos.

Jesús, fue humillado, burlado, lo escupieron, lo desnudaron, fue golpeado, lo flagelaron a tal punto que en su cuerpo faltaban pedazos de carne y se le podían ver los huesos; fue atado; encadenado; coronado de espinas, las espinas se le clavaron tanto que LE llegaron hasta el ojo y las de la nuca, hasta la boca...

Y después de todo eso, tuvo que cargar con la cruz, sobre su hombro llagado, pero, NO FUE LA CRUZ LO QUE LO APLASTABA, ERAN NUESTROS PECADOS!!

Fue aplastado por nuestros pecados, triturado por nuestras rebeliones, y todo, para SALVARNOS!

Esto hizo Jesús por nosotros, soportó el peso de nuestros pecados, se hizo maldito por nuestra causa, y el dolor más grande, fue la separación de Dios, porque al estar maldito por nuestras culpas, por haber asumido todos los pecados de la humanidad, la Santidad de Dios no podía estar junto al pecado, por eso Dios de aparata de Jesús, se separan : 
"Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado"

¿Y quién es Dios?
Dios, el Supremo, el Todopoderoso, entregó a su único Hijo para que el hombre se salvará. ¡Cuánto amor te tiene Dios para haber entregado a su Hijo a morir crucificado!
Dios quería salvar a la humanidad, Dios te quería salvar, por eso le dijo a su único Hijo: ¡Te quiero muerto y muerto en cruz!
Jesús moría en la Cruz, mientras nosotros nos salvábamos, Él que no conoció pecado, se hizo malhechor y nosotros que nos merecíamos en infierno nos salvábamos, ¡Qué precio tuvo que pagar Jesús, qué precio tuvo que pagar Dios! 

Ese es el amor de Dios, no tiene límites, es GRANDE.

Nunca pienses que Dios no te ama, y si el enemigo te quiere engañar diciéndote que Dios no te ama, mirá la Cruz y recordá lo que hizo por vos.

"Él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado.
Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados.
Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros.
Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca.
Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo.
Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca.
El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento."
Isaías. 53, 4-10

Este es Jesús, el Hijo de Dios, el Hijo de la Virgen María.


JESÚS SE DESPIDE DE SU MADRE. Las Horas de la Pasión

DE LAS 5 A LAS 6 DE LA TARDE 
PRIMERA HORA 

Jesús se despide de su Santísima Madre 



Oh Mamá Celestial, ya se acerca la hora de la separación y yo vengo a ti. Oh Madre, dame tu amor y tus reparaciones, dame tu dolor, pues junto contigo quiero seguir paso a paso al adorado Jesús. Y he aquí que Jesús viene y Tú con el alma rebosante de amor corres a su encuentro, pero al verlo tan pálido y triste, el corazón se te oprime por el dolor, las fuerzas te abandonan y estás a punto de desmayarte a sus pies. Oh dulce Mamá ¿sabes para qué ha venido a ti el adorable Jesús? Ah, ha venido para decirte su último Adiós, para decirte una última palabra y para recibir tu último abrazo... 

Oh Mamá, me estrecho a ti con toda la ternura de que es capaz este mi pobre corazón, para que estrechada y unida a ti pueda yo también recibir los abrazos del adorado Jesús. ¿Me desdeñas acaso Tú? ¿ No es más bien un consuelo para tu corazón tener un alma a tu lado y que comparta contigo las penas, los afectos y las reparaciones? 

Oh Jesús, en esta Hora tan desgarradora para tu ternísimo corazón qué lección nos das, lección de filial y amorosa obediencia para con tu Madre. ¡Qué dulce armonía la que hay entre María y Tú! ¡Qué suave encanto de amor que sube hasta el Trono del Eterno y se extiende para salvar a todas las criaturas de la tierra! 

Oh Celestial Madre mía, ¿sabes lo que quiere de ti el adorado Jesús? No quiere otra cosa sino tu última bendición. Es verdad que de todas las partículas de tu ser no salen sino bendiciones y alabanzas al Creador, pero Jesús al despedirse de ti quiere oír esas dulces palabras: “Te Bendigo...” . Y yo me uno a ti, oh dulce Mamá, y en las alas de los vientos quiero recorrer el Cielo para pedir al Padre, Al Espíritu Santo y a los ángeles todos un “Te Bendigo” para Jesús, a fin de que, yendo a Él, le pueda llevar sus bendiciones. Y aquí en la Tierra quiero ir a todas las criaturas y obtener de cada boca, de cada latido, de cada paso, de cada respiro, de cada mirada, de cada pensamiento, bendiciones y alabanzas a Jesús, y si ninguna me la quiere dar, yo quiero darlas por ellas. 

Oh dulce Mamá, después de haber recorrido y girado por todo para pedir a la Sacrosanta Trinidad, a los ángeles, a todas las criaturas, a la luz del sol, al perfume de las flores, a las olas del mar, a cada soplo de viento, a cada llama de fuego, a cada hoja que se mueve, al centellear de las estrellas, a cada movimiento de la naturaleza, un “Te Bendigo” vengo a ti y uno mis bendiciones a las tuyas. 

Dulce Mamá, veo que recibes consuelo y alivio y ofreces a Jesús todas mis bendiciones en reparación por todas las blasfemias y maldiciones que recibe de las criaturas. Pero mientras te ofrezco todo, oigo tu voz temblorosa que dice: “Hijo, bendíceme también Tú”. Y yo te digo, oh dulce Jesús mío, bendíceme a mí también al bendecir a tu Madre, Bendice mis pensamientos, mi corazón, mis manos, mis pasos y todas mis obras, y bendiciendo a tu Madre bendice a todas las criaturas. 

Oh Madre mía, al ver el rostro del dolorido de Jesús, pálido, acongojado y triste, se despierta en ti el pensamiento de los dolores que dentro de poco habrá de sufrir...Prevés su rostro cubierto de salivazos y lo bendices; su cabeza traspasada por las espinas, sus ojos vendados, su cuerpo destrozado por los flagelos, sus manos y sus pies atravesados por los clavos, y adonde quiera que Él está a punto de ir Tú lo sigues con tus bendiciones...Y junto contigo yo también lo sigo. Cuando Jesús será golpeado por los flagelos, traspasado por los clavos, golpeado, coronado de espinas, en todo encontrará junto con tu “Te Bendigo”, el mío. 

Oh Jesús, oh Madre, os compadezco. Inmenso es vuestro dolor en estos últimos momentos, tan inmenso que parece que el corazón del uno arranque el corazón del otro. Oh Madre, arranca mi corazón de la Tierra y átalo fuerte a Jesús para que estrechado a Él pueda tomar parte en tus dolores. Y mientras os estrecháis, os abrazáis, os dirigís las últimas miradas y los últimos besos, estando yo en medio de vuestros dos corazones, pueda yo recibir vuestros últimos besos y vuestros últimos abrazos.¿No veis que no puedo estar sin Vosotros, a pesar de mis miserias y frialdades? Jesús, Madre mía, tenedme estrechada a Vosotros, dadme vuestro amor, vuestro Querer, saetead mi pobre corazón, estrechadme ente vuestros brazos, y junto contigo, oh dulce Madre, quiero seguir pasa a paso al adorado Jesús con la intención de darle consuelo, alivio, amor y reparación por todos. 

Oh Jesús, junto con tu Madre te beso el pie izquierdo suplicándote que quieras perdonarme a mí y a todas las criaturas por todas las veces que no hemos caminado hacia Dios. Beso tu pie derecho pidiéndote me perdones a mí y a todas las criaturas por todas las veces que no hemos seguido la perfección que Tú querías de nosotras. Beso tu mano izquierda pidiéndote nos comuniques tu pureza. Beso tu mano derecha pidiéndote me bendigas todos mis latidos, mis pensamientos, los afectos, para que recibiendo el valor de tu bendición sean todos santificados. Y bendiciéndome a mí bendice también a todas las criaturas y con tu bendición sella la salvación de sus almas. 

Oh Jesús, junto con tu Madre te abrazo y besándote el corazón te ruego que pongas en medio de vuestros dos corazones el mío para que se alimente continuamente de vuestros amores, de vuestros dolores, de vuestros mismos afectos y deseos, en suma, de vuestra misma Vida. 

Así sea. 



Las Horas de la Pasión
Luisa Picarreta

F: @mundocatolicoMC

miércoles, 21 de febrero de 2018

Jesús es el que te confiesa. Testimonio

Testimonio de una confesión. Parte 2

Luego de haber hecho una muy buena confesión con un sacerdote muy bueno, una confesión después de 8 años, salí muy contenta de la Iglesia y fue tan grande la gracia, que cuando caminaba mi cuerpo parecía que flotaba, claro! se me habían borrado todos los pecados. Estaba muy feliz, iba caminando y era tan real la sensación de que flotaba, que me daba vergüenza que la gente se diera cuenta que caminaba mal.

Pero... poco duró la felicidad,  porque el enemigo enseguida comenzó e ponerme malos pensamientos en la cabeza, me hizo ver que el sacerdote no tenía puesta la estola cuando me confesó y me decía que entonces la confesión no era válida! y yo pensaba, después de tantos años ... y al final para nada!!

Llegué a mi casa, y en la mente seguían esos pensamientos, cada vez eran más fuertes y cada vez me hacían dudar más. Entré a un foro católico en internet y ahí busqué a tres sacerdotes para preguntarles si la confesión era valida aunque el sacerdote no tuviera la estola. Busqué a tres para ver si los tres me contestaban lo mismo jaja. 

Yo sabía que iban a tardar por lo menos tres días en contestarme, y, no podía esperar tanto tiempo, el enemigo me atormentó tanto que ya estaba entrando en la desesperación.

Llegó la noche y seguía atormentándome, entonces le dije al Señor:

Señor, no puedo esperar tres días a que me contesten, mandame una señal, decime algo, háblame Señor, que tu siervo escucha. Y me dormí.

De repente tengo un sueño, me veo a mí, sentada en una sala toda blanca, era angosta, estaba sentada en el suelo y frente de mí estaba un chico también sentado en el suelo, a mi derecha había una puerta, la puerta se abre y entra un señor, vestido con pantalón de vestir, zapatos y camisa clara. El señor se sienta en el suelo al lado mio, yo me acerco al oído y le empiezo a contar mis cosas, termino de decirle todo, se para y se va hacia la puerta, yo me quedo mirando para adelante mio, donde estaba el chico, de repente me doy vuelta hacia la puerta, el señor estaba ya en la puerta abriéndola, lo empiezo a mirar desde abajo y me doy cuenta que no tenía los zapatos, estaba descalzo! Sigo mirando hacia arriba y ya no tenía el pantalón, comienzo a ver una túnica blanca bien brillante! sigo subiendo la vista, sigue la túnica blanca, llego hasta la cara, está de perfil, lo miro, se da vuelta, me mira y .... VEO QUE ES JESÚS! me mira y me sonríe y en su sonoriza me dice, sin hablar: 

"Cuando te vas a confesar con el sacerdote, soy Yo  el que te confiesa", y se va...

Me quedo mirando la puerta, y de repente, el chico que estaba sentado frente de mi, me dice: ¡¿Viste quién era?!!! Tenía las marcas en los pies!! (Las llagas).

Cuando me desperté, lo primero que recordé fue el sueño y dije: ME CONTESTÓ y me dio mucha risa el ver que en el sueño puso a una persona que me confirmara que era él, (el chico que dijo, tenía las marcas en los pies) Dios sabe que me cuesta creer, por eso hasta en los sueños me pone  a alguien que me diga, sí sí, es Él!! Que grande es Dios, está en todos los detalles!

Luego de tres días me contestaron los tres sacerdotes y los tres me dijeron lo mismo: La confesión es válida, si uno piensa que por no tener la estola la confesión no es válida, es que uno le está dando a la estola un sentido de superstición.

Y así tuve mis dos respuestas, la primera del Señor, la segunda de los sacerdotes.

EN EL SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN, ES JESÚS EL QUE TE CONFIESA. 

MMCHM.
F: @mundocatolicoMC




El pecado de impureza.

Vi al Señor Jesús atado a una columna, despojado de sus vestiduras y enseguida empezó la flagelación. Vi cuatro hombres que por turno azotab...