sábado, 10 de marzo de 2018

Jesús de nuevo ante Caifás y después es llevado a Pilatos

DE LAS 6 A LAS 7 DE LA MAÑANA 
DECIMOCUARTA HORA 

Jesús de nuevo ante Caifás y después es llevado a Pilatos


 Dolorido Jesús mío, ya estás fuera de la prisión, pero estás tan agotado que a cada paso vacilas. Y yo quiero ponerme a tu lado para sostenerte cuando estés a punto de caer... Pero veo que los soldados te presentan ante Caifás, y Tú, oh Jesús mío, como sol apareces en medio de ellos, y aunque desfigurado, envías luz por todas partes... Veo que Caifás se estremece de gusto al verte tan malamente reducido, y a los reflejos de tu luz se ciega todavía más, y en su furor te pregunta de nuevo: “¿Así que tú eres verdaderamente el Hijo de Dios?” Y Tú, amor mío, con una majestad suprema, con una voz llena de gracia y con tu habitual acento tan dulce y conmovedor que rapta los corazones, respondes: “Sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios”. Y ellos, a pesar de que sienten en ellos mismos toda la potencia de tus palabras, sofocando todo y sin querer saber más, con voces unánimes gritan: “¡ Es reo de muerte, es reo de muerte!”. 

Caifás confirma la sentencia de muerte y te envía a Pilatos. Y Tú, Jesús mío, viéndote condenado, aceptas esta sentencia con tanto amor y resignación que casi la arrebatas al inicuo pontífice, y reparas por todos los pecados hechos deliberadamente y con toda malicia, y por todos aquellos que, en vez de afligirse por el mal, se alegran y exultan por el mismo pecado, y esto los lleva a la ceguera y a sofocar cualquier luz y gracia en ellos. 

Vida mía, tus reparaciones y plegarias hacen eco en mi corazón, y reparo y suplico en unión contigo. Dulce amor mío, veo que los soldados, habiendo perdido la poca estima que les quedaba de ti, viéndote condenado a muerte, añaden nuevas cuerdas y cadenas y te oprimen tan fuerte que impiden casi el movimiento a tu divina persona, y empujándote y arrastrándote, te sacan del palacio de Caifás... Turbas de populacho te esperan, pero nadie para defenderte; y Tú, divino sol mío, sales en medio de ellos queriendo envolverlos a todos con tu luz... Al dar los primeros pasos, queriendo encerrar en los tuyos todos los pasos de las criaturas, suplicas y reparas por quienes dan sus pasos para obrar con fines malos: Unos para vengarse, otros para matar, otros para traicionar, otros para robar, y para tantas otras cosas pecaminosas... Oh, cómo hieren tu Corazón todas estas culpas, y para impedir tanto mal oras, reparas y te ofreces a ti mismo por entero. 

Pero mientras te sigo, veo que Tú, sol mío Jesús, apenas comienzas a bajar del palacio de Caifás. Poco des– 122 – pués, te encuentras con María, nuestra hermosa y dulce Mamá. Y vuestras recíprocas miradas se encuentran, se hieren, y aunque os es un alivio el veros, de ahí nacen nuevos dolores: Tú, al ver a la dulce Mamá traspasada, pálida y enlutada, y la querida, Mamá al verte a ti, sol divino, eclipsado, cubierto con tantos oprobios, en lágrimas y con un manto de sangre... Pero no podéis disfrutar mucho el intercambio de miradas: Con el dolor de no poder deciros ni siquiera una palabra, vuestros corazones se dicen todo, y fundidos el uno en el otro, han de dejar de mirarse, porque los soldados lo evitan, y así, pisoteado y arrastrado, te hacen llegar a Pilatos. 

Jesús mío, me uno a mi doliente Mamá para seguirte, para fundirme junto con Ella en ti; y Tú, dirigiéndome una mirada de amor, bendíceme...

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