viernes, 11 de mayo de 2018

La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad. DÉCIMA PRIMERA MEDITACIÓN

ORACION A LA REINA DEL CIELO 
ANTES DE CADA MEDITACION 



Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.



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DECIMA PRIMERA MEDITACION

La Reina del Cielo durante los primeros tres años de su existencia, con sus mismos actos infantiles invita a Dios a descender a la tierra e invita a los hombres a vivir en la Divina Voluntad. 





EL ALMA A LA PEQUEÑA REINA CELESTIAL: 

Heme aquí de nuevo Contigo, querida Niña, en la casa de Nazaret. Mamacita mía, ¡cuán querida eres para mí! ¡Ah!, dame tus lecciones, a fin de que contemplando tu infancia, yo aprenda de Ti a vivir, aun en las acciones humanas más simples, en el Reino de la Divina Voluntad. 



LECCION DE LA PEQUEÑA REINA DEL CIELO: 

Querida hija, mi único deseo es el de tenerte a mi lado, sin ti me siento sola y no tengo a quien confiar mis secretos; son mis deseos maternales los que me atraen hacia ti y me llevan a darte mis lecciones para hacerte comprender cómo se vive en el Reino de la Divina Voluntad. El querer humano está mortificado por el alma que hace la Divina Voluntad y sufre continuas muertes delante de la Luz, de la Sabiduría, de la Santidad y de la Potencia de Ella; y si bien está sujeto a morir el querer humano y a morir continuamente, goza y desea que en él renazca y surja victoriosa y triunfante la Divina Voluntad, portadora de alegría y de felicidad sin término. 

Querida hija, si la criatura comprendiera y probara qué cosa significa hacerse dominar por el Divino Querer, aborrecería en tal forma la propia voluntad que estaría dispuesta a dejarse cortar en pedazos, antes que salir de El. 

Observa los primeros años de la infancia que pasé entre mis queridos padres. Ellos me amaban mucho y Yo era tan amable y bella, tan alegre, pacífica y llena de gracias infantiles, que era su joyel que raptaba sus afectos. Papá y mamá eran todo ojos para Mí y cuando me tomaban en sus brazos, sentían cosas insólitas y una vida divina palpitante en mi ser. 

Hija de mi Corazón, debes saber que en cuanto comenzó mi vida acá abajo, la Divina Voluntad principió a extender su Reino en todos mis actos. Así que mis oraciones, mis palabras, mis pasos, el alimento, el sueño, los pequeños servicios que hacía a mi madre, eran todos animados por la Voluntad Divina. 

Y como Yo te llevaba como hija incesantemente en mi Corazón, te llamaba en cada uno de mis actos, pues Yo deseaba hacer tus acciones en común con las mías, a fin de que en cada una de las tuyas, aun en las más indiferentes, se extendiera el Reino del Querer Divino. ¡Considera cuánto te amé...! Cuando rezaba, llamaba a tu oración en la mía, a fin de que ambas fueran valorizadas con un sólo valor y un sólo poder: el valor y el poder de la Divina Voluntad. Cuando hablaba, llamaba a tu palabra; cuando caminaba, llamaba a tus pasos y así al realizar las más simples acciones indispensables a la naturaleza humana, como traer agua, hacer la limpieza y otras cosas similares, Yo invitaba en estos mis actos a los mismos actos que tú habrías más tarde realizado, para hacerlos partícipes de las riquezas contenidas en la Voluntad Divina e invocaba por medio de cada suspiro mío y de cada movimiento al Verbo Divino para que descendiera a la tierra. 

Hija mía, si bien Yo había deseado tanto hacerte feliz y hacerte reinar Conmigo, las más de las veces vi con sumo dolor que mis actos quedaban aislados y que los tuyos se quedaban en tu voluntad, formando, cosa horrible de decirse, un reino no divino sino humano: ¡el reino de las pasiones, del pecado, de la infelicidad y de la desventura..! 

Tu Mamá lloraba entonces sobre tu desventura... y aún ahora, sobre cada acto de voluntad humana que realizas, sabiendo bien al estado miserable al cual te precipitas, derramo amargas lágrimas y no deseo otra cosa sino hacerte comprender el gran mal que haces. 

Escúchame: si das muerte a tu querer para que el Divino Querer tenga vida en ti, te serán concedidas, como por derecho, todas las alegrías y toda la felicidad. Todas las cosas serán comunes entre tú y tu Creador; las debilidades, las miserias te serán quitadas y te convertirás en la más querida de mis hijas y Yo te tendré en mi mismo Reino, para hacerte vivir siempre de Voluntad Divina. 



EL ALMA: 

Mamá Santa, ¿quién, al verte llorar, puede oponerte resistencia y rehusarse a escuchar tus lecciones? Yo con todo mi corazón te prometo no hacer jamás, jamás mi voluntad; y Tú, Mamá divina, no me dejes sola, ni siquiera un sólo instante; con el imperio de tu presencia da muerte a mi voluntad y vida permanente a la Divina en mí. 



PRACTICA:

 Para honrarme, me ofrecerás todos tus actos y me recitarás tres Aves Marías en memoria de los tres años que viví con mi mamá Santa Ana. 



JACULATORIA: 

Reina Poderosa, rapta mi corazón para encerrarlo en la Voluntad de Dios.

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