sábado, 26 de mayo de 2018

La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad. VIGESIMA SEPTIMA MEDITACION

ORACION A LA REINA DEL CIELO 
ANTES DE CADA MEDITACION 



Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos. Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.



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VIGESIMA SEPTIMA MEDITACION 

La Reina de los dolores en el Reino de la Divina Voluntad. 

Llega la hora del dolor. La Pasión. Llanto de toda la naturaleza. 





EL ALMA A SU MAMA DOLIENTE: 

Querida Mamá dolorosa, tus sublimes lecciones me hacen sentir la extrema necesidad de estar junto a Ti; hoy no me iré de tu lado para ser espectadora de tus acerbos dolores. Te pido la gracia de que pongas en mí tus dolores y los de tu Hijo Jesús y también su misma muerte. Deseo que mi voluntad muera continuamente y que en ella surja la Vida de la Divina Voluntad. 


LECCION DE LA REINA DEL CIELO: 

Querida hija, no me niegues tu compañía en mi amargura tan grande. La Divinidad ha ya decretado el último día de vida de mi Hijo Jesús. Ya un apóstol lo traiciona entregándolo en manos de los judíos para hacerlo morir, y mientras, El, en un exceso de amor, se oculta en el Sacramento de la Eucaristía para no dejar huérfanos a los hijos que con tanta ansia vino a buscar a la tierra. 

He aquí que Jesús está por morir y por tomar el vuelo hacia su Patria Celestial. ¡Oh, hija querida, el FIAT Divino me lo dio, en el FIAT Divino Yo lo recibí, y ahora al mismo FIAT lo entrego! ¡El Corazón se me desgarra, mares inmensos de dolor me inundan y siento que mi vida se acaba por los más atroces espasmos de dolor! 

Nada, nada habría podido negar al FIAT Divino y... si hubiera sido necesario, Yo no habría dudado en sacrificar a mi Hijo con mis mismas manos. El Divino Querer es omnipotente y Yo sentía en Mí misma, tal fortaleza, que prefería la muerte antes que negarle algo. Hija mía, mi Corazón Materno quedaba sofocado por penas inauditas al sólo pensar que mi Jesús, mi Dios, mi Vida, debía morir...! 

Este pensamiento era para tu Mamá el más cruel de todos los martirios. Qué heridas tan profundas de dolor se abrían en mi Corazón y como espadas cortantes lo traspasaban de lado a lado. 

Sin embargo, querida hija, me duele decirlo, en estos terribles dolores y en las angustias de mi Hijo amado estaba tu alma y tu voluntad humana. Nosotros la cubríamos con nuestros mismísimos dolores, la embalsamábamos, la fortificábamos a fin de que se dispusiera a recibir la Vida de la Divina Voluntad. 

¡Oh, si el FIAT Divino no me hubiera sostenido con su Potencia, Yo habría muerto tantas veces por cuantas fueron las penas que sufrió mi querido Jesús! ¡Cómo me sentí despedazar el Corazón cuando Lo vi por última vez, antes de la Pasión, pálido, con una tristeza de muerte en su Rostro! Con Voz temblorosa, como si quisiera sollozar me dijo: “Mamá, adiós, bendice a tu Hijo y dame la obediencia de morir; el tuyo y mío FIAT Divino me hizo concebirme en Ti; el mío y tuyo FIAT Divino me debe ahora hacer morir; pronto, Mamá querida, pronuncia tu FIAT y dime: te bendigo y te doy la obediencia de morir crucificado, así quiere el Eterno y así quiero también Yo”. 

Hija mía, qué dolor vivísimo sufrí en aquel instante y, sin embargo, pronuncié sin titubear mi FIAT, porque en Mí no existían penas forzadas, sino que todas eran voluntarias. 

Recíprocamente nos dimos la bendición, nos dirigimos una última mirada y luego... mi querido Hijo, mi dulce Vida partió, y Yo, tu doliente Mamá, quedé sola con mis penas. 

Pero si me quedé con mi dolor, con los ojos del alma no lo perdí nunca de vista; lo seguí al Huerto de los Olivos en su tremenda agonía y... ¡oh, cómo me sangró el Corazón al verlo abandonado por todos, aun por los más fieles y queridos Apóstoles! 

Hija mía, el abandono por parte de las personas amadas es uno de los mayores tormentos que el corazón humano puede sufrir en las horas tempestuosas de la vida. Pero mucho más íntimo fue aquel que sufrió mi Unigénito que tanto había amado y cubierto de beneficios a sus Apóstoles, y por los cuales estaba ahora a punto de dar su propia vida! 

Al verlo sudar sangre me sentía agonizar con El y lo sostenía entre mis brazos maternos. Siendo Yo inseparable de El, sus amarguras se reflejaban en mi Corazón despedazado por el dolor y por el amor con mayor intensidad que si hubieran sido propios. Y así lo seguí toda la noche: no hubo pena ni ofensa que le hicieran que no resonara en mi Corazón. Y al alba, no pudiendo resistir más, acompañada por Juan, por Magdalena y por otras piadosas mujeres, lo quise seguir paso a paso, de un tribunal a otro, aun corporalmente. 

Querida hija, Yo sentía los golpes de los flagelos que llovían sobre el Cuerpo desnudo de mi Hijo, sentía las burlas, escuchaba las risas satánicas de los verdugos, sentía las heridas que le hacían en la cabeza cuando lo coronaron de espinas; lo vi cuando Pilatos lo mostró al pueblo con el Rostro desfigurado e irreconocible y me sentí aturdir por el grito de la plebe: “¡Crucifícale, crucifícale...!” Lo vi echarse la Cruz en sus espaldas, extenuado... 

No pudiendo soportar más apuré el paso para darle el último abrazo y limpiarle el rostro, todo bañado de sangre. Pero... para Nosotros no había piedad; los crueles soldados me lo alejaron, lo golpearon con las sogas y lo hicieron caer por tierra. Habiéndolo seguido hasta el Calvario asistí a los dolores inauditos y a las contorsiones horribles que El sufrió mientras lo crucificaban y lo levantaban en la cruz. 

Querida hija, ¡oh, con qué dolor inhumano y desgarrador sentí lacerar mi Corazón por no poder socorrer en tantas penas a mi Divino Hijo! Cada uno de sus espasmos repercutia en Mí y abría nuevos mares de dolor en mi sangrante Corazón. Solamente hasta que Jesús fue levantado me fue concedido estar a sus pies y en aquel instante supremo Yo recibí de sus labios en agonía el sagrado don de todos mi hijos, el sello de mi Maternidad y el soberano derecho sobre todas las criaturas. 

Poco después, entre tormentos inauditos, expiró... 

Toda la naturaleza se vistió de luto y lloró la muerte de su Creador: lloró el sol oscureciéndose y retirando horrorizado su luz de la faz de la tierra; lloró la tierra con un fuerte terremoto, abriéndose en diferentes  partes para anunciar la muerte de Aquél que la había sacado de la nada; las tumbas se abrieron, los muertos resucitaron y el velo del Templo se rasgó. Ante tal espectáculo todos fueron invadidos por el pánico y el terror, mientras que Yo, única entre todos, quedaba como petrificada, esperando a que depositaran entre mis brazos a mi Hijo muerto, antes de llevarlo a sepultar. 

Ahora escúchame, en mi intenso dolor quise hablarte de las penas que Jesús soportó, para mostrarte los graves males provocados por tu voluntad humana. Míralo en mi regazo...¡cómo está desfigurado! El es el verdadero retrato de los males que el humano querer causa en las pobres criaturas. Mi Dulce Hijo quiso sufrir tantos dolores para levantar a todas las voluntades humanas del abismo de todas las miserias en las cuales yacían; en cada una de sus penas y en cada uno de mis dolores. Nosotros incitábamos a los hombres a resurgir en la Divina Voluntad. Nuestro amor fue tan grande que para poner a salvo la voluntad humana la colmamos con nuestros sufrimientos y la encerramos en los mares inmensos de nuestros dolores. Este día de mística muerte para tu Mamá dolorosa es todo para Ti, tú depón a cambio en mis manos tu voluntad, a fin de que Yo la encierre en la llaga sangrante del costado de Jesús como la más bella victoria obtenida por su Pasión y Muerte y como el triunfo de mis acerbísimos dolores. 


EL ALMA: 

Mamá Dolorosa, tus palabras me hieren el corazón, porque me hacen ver que fue mi voluntad rebelde la primera causa de tantos padecimientos tuyos y de tu querido Hijo. Te pido que la encierres en las llagas de Jesús y la nutras con sus penas y con tus amargos dolores! 


PRACTICA: 

Para honrarme besarás las llagas de Jesús haciendo cinco actos de amor y me pedirás que mis dolores sellen tu voluntad en la herida de su Sagrado Costado. 


JACULATORIA: 

Las llagas de Jesús y los dolores de mi Mamá me den la gracia de hacer resurgir mi voluntad en la Voluntad de Dios.

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