sábado, 24 de marzo de 2018

Dios da un alma del purgatorio por las Horas de la Pasión

LAS HORAS DE LA PASIÓN

Imprimatur y Nihil Obstat 
Las horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo 
De Luisa Piccarreta 


Con Imprimatur dado en el año 1915 por el obispo de la Archidiócesis de Trani-Barletta-Bisciglie Mons. Giuseppe M. Leo Con Nihil Obstat dado en el año 1915 por San Annibale M. di Francia Con la Beatificación y Santificación de San Annibale M. Di Francia han sido aprobados por la Iglesia todos sus escritos y prefacios, y por tanto las obras de la sierva de Dios Luisa Piccarretta (S. E. Mons. Carata 23-1-91 en S. Domenico in Corato).

Es una serie de 24 meditaciones sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, precedida la presentación de la autora y la introducción escrita por su censor oficial y primer editor San Aníbal de Francia consta en el epílogo final. 

Está escrita especialmente para almas amantes de Jesucristo, que desean cultivar su vida espiritual, y para almas consagradas, como indica el Beato Aníbal de Francia. Les servirá para “internarse en los sentimientos del Corazón Santísimo de Jesús en sus divinos padecimientos” y obtener gozosos frutos de mayor amor y gratitud hacia Jesús, purificación del alma, progreso espiritual, fortalecimiento en las pruebas, mayor unión con Dios… 

Que la Sma. Virgen María, la primera en haber acompañado a Jesús en su camino de la Cruz y en rememorar después muchas veces en su corazón, volviendo a recorrerlo, el amor y el dolor por el que Jesús quiso redimirnos, haga que sean muchos los que, aprovechando la guía de este librito, gusten en acompañarla a Ella y a su Divino Hijo en la Vía Dolorosa ahora y en la Gloria y Dicha Celestial, en su compañía, después. 




De una carta de S. Aníbal a Luisa Piccarretta: 

“Son “escritos” que ya es necesario dar a conocer al mundo. Creo que producirán grandes frutos. Por cuanto la grandeza de esta ciencia del “Divino Querer” es sublime, igualmente estos escritos dictados celestialmente nos la presentan clara y límpida. Pero a mi parecer, ninguna inteligencia humana hubiera podido crearla”. Vuestro en J. C. Canónigo A. M. Di Francia Messina, 20.6.1924




Del valor y del Provecho del Ejercicio 
de Estas Horas de la Pasión:


Comienzo con transcribir una carta enviada a mí por la Autora: “Muy Reverendo Padre Annibale: Finalmente, le remito las Horas de la Pasión. Todo para gloria de nuestro Señor. Le envío también otras hojas en las que se contienen los efectos y las bellas promesas de Jesús para quien hace estas Horas de la Pasión. Yo creo que si quien las medita es pecador, se convertirá; si es imperfecto, se hará perfecto; si es santo, se hará más santo; si es tentado, encontrará la victoria; si sufre, encontrá en estas Horas la fuerza, la medicina y el consuelo; si su alma es débil y pobre, encontrará un alimento espiritual y un espejo donde mirarse continuamente para embellecerse y hacerse semejante a Jesús, nuestro modelo. Es tanta la complacencia que del ejercicio de estas Horas Jesús bendito recibe, que Él quisiera que hubiera un ejemplar en cada ciudad y pueblo y que se practicara, porque entonces sucedería como si en esas reparaciones Jesús sintiera reproducirse su misma voz y sus mismas oraciones tal como Él mismo las elevaba al Padre en las 24 horas de su dolorosa Pasión. Y si esto se hiciera por las almas en todas las ciudades y hasta en los más pequeños pueblos, Jesús me hace entender que la Justicia Divina quedaría en gran parte aplacada y serían en gran parte evitados y como aligerados los flagelos en estos tan tristes de dolores y de sangre. 

Haga UD. Reverendo Padre, una llamada a todos, para que tenga su cumplimiento esta obra que Jesús me ha hecho hacer. 

Quiero decirle que la finalidad de estas Horas de la Pasión no es la de narrar la historia de la Pasión, pues muchos libros hay que tratan este piadoso tema, y no habría sido necesario hacer uno más. La finalidad es la de uniros con nuestro Señor Jesucristo para hacernos corredentores en Él, aceptándonos el Padre Eterno como a su propio hijo. De aquí la importancia que tiene el meditar y reparar estas horas junto a Jesús, en algunos pasajes se bendice, en otros se da correspondencia, en otros se suplica, se pide, se implora, etc. 

Pero dejo a Ud. Padre Annibale, hacer conocer a todos esta finalidad de las Horas con un prólogo o introducción”. 

Las hojas con los escritos a que se refiere la Autora al principio de esta carta, contienen lo que Jesús le ha dicho en relación al ejercicio de las Horas, y son, con sus fechas, los siguientes:




9 de noviembre de 1906 


Encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando en la Pasión de nuestro Señor, y mientras esto hacía, él vino y me dijo: 


“Hija mía, me es tan grato quien siempre va rumiando mi Pasión, la siente y me compadece, que me siento como retribuido por todo lo que sufrí en el curso de mi Pasión. El alma, rumiándola siempre, llega a formar un alimento continuo en el que hay variados condimentos y sabores, que producen en ella diversos efectos. 


Entonces, si durante mi Pasión me dieron cadenas y cuerdas para atarme, el alma me desata y me da libertad; aquellos me despreciaron, me escupieron y me deshonraron, ella me aprecia, me limpia de esas escupitinas y me honra; aquellos me desnudaron y me flagelaron, ella me cura y me viste; aquellos me coronaron de espinas, me trataron como rey de burla, me amargaron la boca con hiel y me crucificaron; el alma, rumiando todas mis penas, me corona de gloria y me honra como su Rey, me llena la boca de dulzura y me da el alimento más exquisito, como es el recuerdo de mis mismas obras; me desclava de la Cruz y me hace resucitar en su corazón. 


Y por cada vez que todo esto hace, Yo como recompensa le doy una nueva vida de Gracia; de manera que ella es mi alimento y Yo me hago su alimento continuo. Así que, la cosa que más me gusta es que el alma rumie continuamente y siempre mi Pasión”.




10 de Abril de 1913 


Esta mañana, Jesús ha venido y estrechándome a su Corazón me ha dicho: 


“Hija mía, quien piensa siempre en mi Pasión forma en su corazón una fuente, y por cuanto más piensa tanto más esta fuente sea grande, y como las aguas que brotan son comunes a todos, esta fuente de mi Pasión que se forma en el corazón sirve para el bien del alma, para gloria mía y para bien de las criaturas.” 


Entonces yo le he dicho: “Dime, Bien mío, ¿qué cosa darás en recompensa a quienes hagan las Horas de la Pasión, tal como Tú me has enseñado?” 


Y Él: “Hija mía, estas Horas no las consideraré como cosas vuestras, sino como cosas hechas por Mí, y os daré mis mismos méritos, como si Yo estuviera sufriendo en acto mi Pasión, y así os haré conseguir los mismos efectos, según las disposiciones de las almas, y esto en la tierra, por lo que cosa mayor no podría daros; 


luego en el Cielo, a estas almas me las pondré de frente saeteándolas con saetas de amor y de contentos por cuantas veces habrán hecho las Horas de mi Pasión, y ellas me saetearán a Mí. 


¡Qué dulce encanto sea éste para todos los bienaventurados!”





6 de septiembre de 1913 


Estaba pensando en las Horas de la Pasión escritas, y como están sin Indulgencias, quien las hace no gana nada; en cambio hay tantas oraciones enriquecidas con muchas Indulgencias...


Y mientras esto pensaba, mi siempre amable Jesús todo benignidad, me dijo: 


“Hija mía, con las oraciones indulgenciadas se gana alguna cosa, en cambio las Horas de la Pasión son mis mismas oraciones, mis mismas reparaciones; son todo amor y han salido del fondo de mi Corazón. ¿Has acaso olvidado cuántas veces me he unido contigo para hacerlas juntos y he cambiado los flagelos en gracias para toda la tierra? Y es tal y tanta mi complacencia que en lugar de la Indulgencia le doy al alma un puñado de amor, que contiene precio incalculable de infinito valor. Además, cuando las cosas son hechas por puro amor, mi amor encuentra ahí su desahogo... y no es indiferente que la criatura dé alivio y desahogo al amor de su Creador”. 





Octubre de 1914 


Estaba escribiendo las Horas de la Pasión y pensaba para mí: “Cuántos sacrificios por escribir estas Horas de la Pasión, especialmente por tener que poner en el papel ciertos actos internos que solo entre mí y Jesús han pasado. ¿Cuál será la recompensa que Él me dará?”. Y Jesús haciéndome oír su voz tierna y dulce me dijo: 


“Hija mía, en recompensa por haber escrito las Horas de la Pasión, por cada palabra que has escrito te daré un alma, un beso”. Y yo: “Amor mío, eso para mí, pero a aquellos que las harán, ¿Qué les darás?”. 


Y Jesús: “Si las hacen junto Conmigo y con mi misma Voluntad, por cada palabra que reciten les daré también un alma, porque toda la mayor o menor eficacia de estas Horas de la Pasión está en la mayor o menor unión que tienen Conmigo, y haciéndolas con mi Voluntad la criatura se esconde en mi Querer y actuando mi Querer puedo hacer todos los bienes que quiero, aun por medio de una sola palabra; y esto cada vez que las hagan”. 


Otro día estaba lamentándome con Jesús porque después de tantos sacrificios para escribir las Horas de la Pasión, eran muy pocas las almas que las hacían, y entonces me dijo: 


“Hija mía, no te lamentes, aunque fuera solo una, deberías estar contenta. ¿No habría sufrido Yo toda mi Pasión aunque se debiera salvar una sola alma? Pues así también tú. Jamás se debe omitir el bien porque sean pocos los que lo aprovechan; todo el mal es para quien no lo aprovecha. Y como mi Pasión hizo adquirir el mérito a mi Humanidad como si todos se salvaran, a pesar de que no todos se salvan, porque mi Voluntad era la de salvarlos a todos, merecí según Yo quise y no según el provecho que las criaturas habrían querido recibir. Así tú, según tu voluntad se ha fundido con la Mía de querer hacer el bien a todos, así serás recompensada, todo el mal es de los que,pudiendo no las hacen. 


Estas Horas son las más preciosas de todas, que no son otra cosa que repetir lo que YO hice en el curso de mi vida mortal y lo que continúo en el Santísimo Sacramento. Cuando oigo estas Horas de mi Pasión, oigo mi misma voz, mis mismas oraciones, veo mi voluntad en esa alma, voluntad de querer el bien de todos y de reparar por todos, y Yo me siento transportado a morar en ella para poder hacer en ella lo que ella misma hace. 


¡Oh, cuánto quisiera que, aunque fuera una sola por pueblo, hiciera estas Horas de la Pasión; me oiría a Mí mismo en cada pueblo, y mi Justicia, en estos tiempos tan grandemente indignada, quedaría en parte aplacada”. Agrego que otro día estaba haciendo la Hora cuando la Mamá Celestial dio sepultura a Jesús, y yo la seguía junto para hacerle compañía en su amarga desolación para compadecerla. No tenía la costumbre de hacer esta Hora siempre, sino solo algunas veces, y estaba indecisa si la hacía o no, y Jesús bendito, todo amor y como si me rogara, me dijo:

 “Hija mía, no quiero que la descuides, la harás por amor mío y en honor de mi Mamá. Has de saber que cada vez que la haces, mi Mamá se siente como si Ella misma en persona estuviera en la tierra repitiendo su vida y, por lo tanto, recibe Ella la gloria y el amor que me dio a Mí en la tierra. Y Yo siento como si estuviera de nuevo mi Mamá en la tierra, sus ternuras maternas, su amor y toda la gloria que Ella me dio. Y por todo esto te tendré en consideración de madre...” Y entonces, abrazándome Jesús, me decía quedo, quedo al oído: ”Mamá, mamá...” y me sugería lo que hizo y sufrió en esta Hora la dulce Mamá, y yo la seguía...Y desde ese día en adelante no he descuidado esta Hora ayudada siempre por su gracia... 



4 de Noviembre de 1914 


Estaba haciendo las Horas de la Pasión, y Jesús, complaciéndose todo, me dijo: 


“Hija mía, si tú supieras la gran complacencia que siento al verte repetir estas Horas de la Pasión y siempre repetirlas, y de nuevo repetirlas, quedarías feliz. 


Es verdad que mis santos han meditado la Pasión y han comprendido cuánto sufrí, y se han deshecho en lágrimas de compasión hasta sentirse consumar por amor de mis penas, pero no lo han hecho así de continuo y siempre repetido con este orden. Así que puedo decir que tú eres la primera que me da este gusto tan grande y especial. Y al ir desmenuzando en ti hora por hora mi vida y lo que sufrí. Yo me siento tan atraído que hora por hora te voy dando el alimento y como contigo ese mismo alimento y hago junto contigo lo que haces tú. 


Debes saber que te recompensaré abundantemente con nueva luz y nuevas gracias; y aún después de tu muerte, cada vez que sean hechas por las almas en la Tierra estas Horas de mi Pasión, Yo en el Cielo te cubriré siempre de nueva luz y nueva gloria”. 




6 de noviembre de 1914 


Continuando las acostumbradas Horas de la Pasión, mi amable Jesús me ha dicho:


 “Hija mía, el mundo está en continuo acto de renovar mi Pasión, y como mi inmensidad envuelve todo dentro y fuera de las criaturas, así estoy obligado por su contacto a recibir clavos, espinas, flagelos, desprecios, escupitajos y todo lo demás que sufrí en mi Pasión, ..y aún más. 

Ahora bien, quien hace estas Horas de mi Pasión, a su contacto Me siento sacar los clavos, pulverizar las espinas, endulzar las llagas, quitar los salivazos; me siento cambiar en bien el mal que me hacen los demás; y Yo, sintiendo que su contacto no me hace mal sino bien, me apoyo siempre más en ella.” Después de esto, volviendo el bendito Jesús a hablar de estas Horas de la Pasión me ha dicho: 

“Hija mía, has de saber que con estas Horas, el alma toma mis pensamientos y los hace suyos, mis reparaciones, las oraciones, los deseos, los afectos y aún mis más íntimas fibras, y las hace suyas; elevándose entre el Cielo y la Tierra hace mi mismo oficio, y como corredentora dice conmigo:”Ecce ego mitte me”, quiero repararte por todos, responderte por todos e implorar el bien para todos”. 



23 de abril de 1916 


Continuando mi habitual estado, mi adorable Jesús se hacía ver todo circundado de luz, luz que le salía de dentro de su santísima Humanidad y que lo embellecía en modo tal que formaba una vista encantadora y raptora; yo quedé sorprendida y Jesús me dijo:


 “Hija mía, cada pena que sufrí, cada gota de sangre, cada llaga, oración, palabra, acción, paso, etc., produjo una luz tal en mi Humanidad de embellecerme de manera de tener raptados a todos los bienaventurados. Ahora, el alma, a cada pensamiento de mi Pasión, a cada compadecimiento, a cada reparación, etc. que hace, no hace otra cosa que tomar luz de mi Humanidad y embellecerse a mi semejanza, así que un pensamiento de más de mi Pasión será una luz de más que llevará un gozo eterno.” 



13 de octubre de 1916 


Estaba haciendo las Horas de la Pasión y el bendito Jesús me dijo: 


“Hija mía, en el curso de mi vida mortal, millones y millones de ángeles cortejaban a mi Humanidad y recogían todo lo que Yo hacía, los pasos, las obras, las palabras y aún mis suspiros y mis penas, las gotas de mi sangre, en suma, todo. 

Eran ángeles encargados de mi custodia, y para hacerme honor, obedientes a mis más pequeñas señales subían y bajaban del Cielo para llevar al Padre todo lo que Yo hacía. 

Ahora estos ángeles tiene un oficio especial, y cuando el alma hace memoria de mi vida, de mi Pasión, de mis oraciones, se ponen en torno a ella para recoger sus palabras, sus pensamientos, sus compadecimientos, y los unen con los míos y los llevan ante mi Majestad para renovarme la gloria de mi misma vida. Y es tanta la complacencia de los ángeles que, reverentes, se están en torno al alma para oír lo que dice y rezan junto con ella; por eso, con qué atención y respeto el alma debe hacer estas Horas, pensando que los ángeles toman de sus labios sus palabras para repetir junto a ella lo que ella dice.” Luego agregó:

 “Ante tantas amarguras que las criaturas me dan, estas Horas son los sorbos dulces que las almas me dan, pero ante tantos sorbos amargos que recibo, son demasiado pocos los dulces, por tanto, más difusión, más difusión”. 



9 de diciembre de 1916 


Estaba afligida por la privación de mi dulce Jesús, que si viene, mientras siento que respiro un poco de vida, quedo más afligida al verlo más afligido que yo y que no quiere saber de aplacarse, pues las criaturas lo constriñen, le arrancan otros flagelos, y mientras flagela, llora por la suerte del mundo y se oculta dentro de mi corazón, casi para no ver lo que sufre el hombre. Parece que no se puede vivir en estos tristes tiempos, y además parece que se está solo al principio de ellos. Entonces mi dulce Jesús, estando yo pensativa por mi dura y triste suerte de deber estar casi continuamente privada de Él, vino y poniéndome un brazo al hombro me dijo: 


“Hija mía, no acrecientes mis penas con afligirte, son ya demasiadas y Yo no espero esto de ti; es más, quiero que hagas tuyas mis penas, mis oraciones, y todo Yo mismo, de modo que pueda encontrar en ti otro Yo mismo. En estos tiempos necesito gran satisfacción y solo quien hace suyo a Mí mismo me la puede dar. Y lo que en Mí encontró el Padre, es decir, gloria, complacencia, amor, satisfacción, completas y perfectas y para bien de todos, Yo lo quiero encontrar en estas almas como otros tantos Jesús que me lo hagan a la par de Mí, y estas intenciones las debes repetir en cada Hora de la Pasión que hagas, en cada acción, en todo. Y si no encuentro mis satisfacciones...ah, para el mundo se habrá terminado; los flagelos lloverán a torrentes.¡Ah hija mía! ¡Ah hija mía!” 




2 de febrero de 1917 


Continuando mi habitual estado me encontré fuera de mí misma y vi a mi siempre amable Jesús todo chorreando sangre y con una horrible corona de espinas; con dificultad me miraba por entre las espinas y me dijo: 


“Hija mía, el mundo se ha desequilibrado porque ha perdido el pensamiento de mi Pasión. En las tinieblas no ha encontrado la luz de mi Pasión que lo ilumine y que haciéndole conocer mi amor y cuántas penas me cuestan las almas, pueda reaccionar y amar a quien verdaderamente lo ama, y la luz de mi Pasión, guiándolo, lo ponga en guardia de todos los peligros. En la debilidad no ha  encontrado la fuerza de mi Pasión que lo sostenga. En la impaciencia no ha encontrado el espejo de mi paciencia que le infunda la calma, la resignación; y ante mi paciencia, avergonzándose, tenga como un deber dominarse a sí mismo en las penas no ha encontrado el consuelo de las penas de un Dios, que sosteniendo a las suyas le infunda amor al sufrir. En el pecado no ha encontrado mi Santidad, que haciéndole frente, le infunda odio a la culpa. 

Ah, en todo ha prevaricado el hombre porque se ha separado en todo de quien puede ayudarlo. Por eso el mundo ha perdido el equilibrio. Ha hecho como un niño que no ha querido más conocer a su madre, con un discí-pulo que desconociendo al maestro no ha querido más escuchar sus enseñanzas ni aprender sus lecciones. ¿Qué será de este niño y de este discípulo? Serán el dolor de sí mismos y el terror y el dolor de la sociedad. Tal se ha hecho el hombre: terror y dolor, pero dolor sin piedad. 

¡Ah, el hombre empeora, empeora siempre más...y Yo lloro con lágrimas de sangre!” 



16 de mayo de 1917 


Encontrándome en mi habitual estado, estaba fundiéndome toda en mi dulce Jesús y luego me extendía toda en las criaturas para darles a todas por entero a Jesús. Entonces Él me dijo: 


“Hija mía, cada vez que la criatura se funde en Mí da a todas las criaturas un flujo de Vida Divina, y según tienen ellas necesidad obtienen su efecto: la que es débil siente la fuerza, la obstinada en la culpa recibe la luz, la que sufre recibe consuelo; y así de todo lo demás.” 

Después, me encontré fuera de mi misma y me hallaba en medio de muchas almas que me hablaban y parecían ser almas del Purgatorio y santos y nombraban a una persona conocida mía que había fallecido no hacía mucho, y oía: 

”Él se siente como feliz al ver que no hay alma que entre al Purgatorio que no lleve el sello de las Horas de la Pasión, y ayudada y rodeada por el cortejo de estas Horas toma sitio en lugar seguro. No hay alma que vuele al Paraíso que no sea acompañada por estas Horas de la Pasión. Estas Horas hacen llover del Cielo continuo rocío sobre la Tierra, en el Purgatorio y hasta en el Cielo.” Al oír esto decía yo para mí: 

“Tal vez mi amado Jesús, para mantener la palabra dada de que por cada palabra de las Horas de la Pasión daría un alma, hace que no haya alma salvada que no se haya servido de estas Horas. 

“Después he vuelto en mi misma, y habiendo visto a mi dulce Jesús le he preguntado si eso era cierto y Él me ha dicho: “Estas Horas son el orden del universo, ponen en armonía el Cielo con la Tierra y me detienen para que no destruya al mundo. Siento poner en circulación mi Sangre, mis Llagas, mis ansias de salvar a las almas y me siento repetir mi Vida. ¿Cómo podrían obtener las criaturas algún bien sino es por medio de estas Horas?. ¿Por qué dudas? La cosa no es tuya, sino mía; tú no has sido más que el esforzado y débil instrumento”. 



12 de julio de 1918 


Estaba rezando con cierto temor y ansiedad por un alma moribunda, y mi amable Jesús, al venir, me ha dicho: “Hija mía, ¿por qué temes? ¿No sabes tú que por cada palabra sobre mi Pasión, pensamiento, compasión, reparación, recuerdo de mis penas...se establecen nuevas comunicaciones de electricidad entre el alma y Yo, y por lo tanto el alma se va adornando de tan múltiples y diferentes bellezas? Esa alma ha hecho las Horas de mi Pasión y Yo la recibiré como hija de mi Pasión, vestida y adornada con mis Llagas. Esta flor ha crecido en tu corazón y Yo la bendigo y la recibo en el mío como una flor predilecta.” Y mientras esto decía, se desprendía una flor de mi corazón y emprendía el vuelo hacia Jesús... 




21 de octubre de 1921 


Estaba pensando en la Pasión de mi dulce Jesús, y entonces Él, al venir me ha dicho: 


“Hija mía, cada vez que el alma piensa en mi Pasión, se acuerda de lo que sufrí o me compadece, en ella se renueva la aplicación de mis penas, surge mi Sangre para inundarla, se ponen en camino mis Llagas para sanarla si está llagada o para embellecerla si está sana, así como también todos mis méritos para enriquecerla. El negocio que hace es sorprendente, es como si pusiera en un banco todo lo que Yo hice y sufrí y ganara el doble. 

Todo lo que Yo hice y sufrí está en acto continuo de darse al hombre, como el sol está en acto continuo de dar su luz y su calor a la tierra. Lo que Yo he obrado no está sujeto a agotarse, basta con que el alma lo quiera y por cuantas veces lo quiera para que reciba el fruto de mi vida. De modo que si se recuerda veinte veces, o cien, o mil , de mi Pasión, otras tantas gozará los efectos de Ella, pero...¡qué pocos son los que de Ella hacen tesoro! 

Con todo el bien de mi Pasión...y se ven almas débiles, ciegas, sordas, mudas, cojas, cadáveres vivientes que dan asco, y ¿por qué? Porque mi Pasión es olvidada. Mis penas, mis Llagas, mi Sangre, son fortaleza que quita las debilidades, son luz que da vista a los ciegos, son lengua que desata las lenguas y que abre los oídos, son camino que endereza a los cojos, son vida que hace resucitar a los muertos. 

Todos los remedios necesarios a la humanidad están en mi Vida y en mi Pasión, pero las criaturas desprecian la medicina y no se preocupan de los remedios, por eso se ve que con toda mi Redención...y el hombre perece en su estado, como afectado por una enfermedad incurable. 

Pero lo que más me duele es ver a personas religiosas que se fatigan por la adquisición de doctrinas, de especulaciones, de historias, pero de mi Pasión...¡nada!; de manera que mi Pasión muchas veces está lejos de las iglesias, lejos de la boca de los sacerdotes, por lo que su hablar es sin luz, y así las gentes se quedan más en ayunas que antes”.


FUENTE: Libro: Las horas de la Pasión.

Luisa Picarreta



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SAN ANIBAL DE FRANCIA 
Y LAS HORAS DE LA PASIÓN



Las enseñanzas que Nuestro Señor le dio a la Sierva de Dios Luisa Piccarreta sobre la Divina Voluntad, hicieron que en el P. Aníbal su espiritualidad fuera asumiendo una nueva característica, que llegó a transformar toda su vida interior, por lo que bien podemos decir que fue uno de los primeros Hijos de la Divina Voluntad y por lo tanto uno de los primeros apóstoles de la Divina Voluntad.
El P. Aníbal conoció a Luisa por el año de 1910, y por 17 años esta amistad espiritual se fue intensificando siempre más, como veremos, hasta el día de su nacimiento al cielo el 1 de junio de 1927.
Se le encontraba muy frecuentemente en casa de Luisa, de quien era confesor extraordinario, y en sus últimos años, fue designado por el Arzobispo de Trani director en todo lo que se refería a sus escritos, en vista a su publicación, y por tanto fue nominado Censor Eclesiástico de la Arquidiócesis de Trani-Barletta-Bisceglie.
Así mismo fue el primero que dio inicio a la publicación de los escritos de Luisa, siendo el primero de estos el libro de «Las Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo », escrito por Luisa hacía los años de 1913-1914, y del cual el Santo Aníbal hizo cuatro ediciones (1915, 1916, 1917, 1921) todas con el Nihil Obstat y el Imprimátur.
Casi inmediatamente después de haber conocido a Luisa, y mucho antes de conocer sus demás escritos, llegó a publicar uno de sus libros: "Las Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo" 
Cuatro ediciones llegó a hacer de este libro, siempre más numerosas. Le llegaban pedidos de toda Italia y hasta de varias partes del extranjero, de 50 y hasta de 100 copias, como lo hizo “una de las más renombradas librerías editoras del Vaticano, ¿cómo lo han llegado a saber?—decía—Es el buen Dios que trabaja”.
Uno de los hechos que más recordamos fue el de aquella ocasión, lo cuentan varios testigos, en que habiéndole el P. Aníbal, llevado el libro de las Horas de la Pasión al Santo Padre San Pío X —quien en varias ocasiones lo recibió privadamente, como también los Papas Benedicto XV y Pío XI—, mientras se lo enseñaba le leyó algunas páginas, cuando a un cierto momento el Papa lo interrumpió diciendo: “Así no, Padre; es de rodillas que se debe leer este libro, es Jesucristo quien habla.”

De este libro más tarde se hicieron otras dos ediciones en italiano, y dos más en alemán (¡de 25,000 ejemplares cada una!), y se prepararían ya las ediciones en francés, portugués, español, inglés y polaco.

Así escribía el Padre Aníbal unos meses antes de morir:
« He entrado en un estado moral y espiritual en el que me parece como que veo o siento la obra demoníaca del enemigo infernal. De noche y de día me asaltan haciéndome sentir desanimado y oprimido; siento en mí abandonos y desolaciones profundas, en fin, un estado interior tan lleno de angustia y penoso, que jamás he sentido una cosa igual.
A mi me parece que se está cumpliendo lo que ud. me escribió, es decir, que los demonios estaban llenos de rabia al verme ocupado en esta obra de la publicación de sus escritos. Y puesto que no pueden hacer nada contra mí externamente, ya que no camino por esos caminos, obran en mi interior para abatirme y hacer que mi salud ceda.
En todo esto me parece ver también que Dios lo está permitiendo todo para purificar mi alma de un modo muy singular, tal vez precisamente para la gran obra de la publicación de sus escritos ».
« Esta noche la he pasado malísimo física y espiritualmente; fue una hora penosísima: ¡No encontraba descanso alguno! El enemigo infernal me metía un pensamiento: “deja esta publicación; ojalá y nunca hubiera empezado”; pero yo le decía al enemigo: “¡No, no, no!” y bendecía a Jesús ».
« No le digo cómo es que siento temblar al demonio; es más, a muchos demonios, por eso hago continuos exorcismos en el nombre de Jesús ».
« Otra señal de que es de Dios, es la guerra tremenda que el enemigo me ha hecho para abatirme, permitiéndolo Dios, para que no iniciara mis oraciones en la Divina Voluntad».

Y en este párrafo que sigue podemos ver hasta que punto llegó el demonio para tratar de evitar que se publicaran los sublimes escritos de la Divina Voluntad:
« Le digo en el máximo secreto, que el demonio para abatirme, tomó la forma de una persona que conocemos para traerme noticias muy impresionantes y por las cuales me vinieron una especie de palpitaciones que estuvieron por matarme, pero después se descubrió el engaño.
El enemigo me sugiere: “¿No ves que esta publicación te está llevando a la tumba? ¿Porqué te metiste en esto?” »
Pero el Padre Aníbal fue siempre fiel a la Divina Voluntad y nunca desistió, su vida se había transformado; y aunque se encontraba en medio de una guerra con el demonio, él seguía perseverando, especialmente en su interior; así escribe poco antes de morir:
« Puesto que hasta ahora casi todas las noches duermo poquísimo a causa del insomnio y de aflicciones morales, opresiones, aprensiones, etc., un hermano laico, pacientísimo, ha estado velando todas las noches junto a mi cama y me reza las oraciones de la Divina Voluntad ».
La estima y el aprecio que tenía de Luisa era altísimo; bien se daba cuenta de la “gran obra de la Divina Voluntad” (como él decía) que Dios estaba haciendo en Luisa para bien de toda la humanidad:
« He tenido presente que todas mis aflicciones son amor de Jesús que está obrando en mí. Sus consejos y sugerencias me llenan de consuelo, pero yo todavía soy un niño en esta grande ciencia de la Divina Voluntad. Le agradezco muchísimo el ánimo que me infunde ».
« Ud. me confió una vez que Jesús en cierta ocasión le ofreció el don de hacer milagros y que ud. lo rechazó; ahora bien, pídale a Nuestro Señor con fe y amor, que al menos pueda ud. obrar el milagro de devolverme la salud. Esto se lo pido por esos 19 volúmenes que quiero publicar; ¡Oh, cómo será aniquilado el infierno! »

FUENTE: passioiesus.org

La sepultura de Jesús. Las Horas de la Pasión


VIGÉSIMA CUARTA HORA
De las 4 a las 5 de la tarde

La sepultura de Jesús




Doliente Mamá mía, veo que te dispones al último sacrificio, el de tener que dar sepultura a tu muerto Hijo Jesús, y resignadísima al Querer de Dios lo acompañas y con tus mismas manos lo pones en el sepulcro, y mientras recompones aquellos miembros tratas de darle el último adiós y el último beso, y por el dolor te sientes arrancar el corazón del pecho. El amor te clava sobre esos miembros, y por la fuerza del amor y del dolor tu Vida está a punto de quedar apagada junto con tu extinto Hijo. Pobre Mamá, ¿cómo harás sin Jesús? Él es tu vida, tu todo, y sin embargo es el Querer del Eterno que así lo quiere. Tendrás que combatir con dos potencias insuperables: El amor y el Querer Divino. El amor te tiene clavada, de modo que no puedes separarte; el Querer Divino se impone y quiere este sacrificio. Pobre Mamá, ¿cómo harás? ¡Cuánto te compadezco! ¡Ah, ángeles del Cielo, venid a levantarla de encima de los inmóviles miembros de Jesús, de otra manera morirá!

Pero, oh portento, mientras parecía extinta junto con Jesús, escucho su voz temblorosa e interrumpida por sollozos que dice: “Hijo amado, Hijo, éste era el único consuelo que me quedaba y que mitigaba mis penas: Tu Santísima Humanidad, desahogarme sobre estas llagas, adorarlas, besarlas, pero ahora también esto me viene quitado, el Querer Divino así lo quiere y Yo me resigno; pero debes saber, oh Hijo, que lo quiero y no lo puedo, al solo pensamiento de hacerlo me faltan las fuerzas y la vida me abandona. Ah, permíteme, oh Hijo, para poder recibir fuerza y vida para hacer esta amarga separación, que me deje toda sepultada en Ti, y que tome para Mí tu Vida, tus penas, tus reparaciones y todo lo que eres Tú. Ah, sólo un intercambio de vida entre Tú y Yo puede darme fuerza para cumplir el sacrificio de separarme de Ti.”

Afligida Mamá mía, así decidida, veo que de nuevo recorres esos miembros, y poniendo tu cabeza sobre la de Jesús, la besas y en ella encierras tus pensamientos, tomando para ti sus espinas, los afligidos y ofendidos pensamientos de Jesús, y todo lo que ha sufrido en su sacratísima cabeza. ¡Oh, cómo quisieras animar la inteligencia de Jesús con la tuya, para poder dar vida por vida! Y ya sientes que empiezas a revivir, con haber tomado en tu mente los pensamientos y las espinas de Jesús.

Adolorida Mamá, te veo besar los ojos apagados de Jesús, y quedas traspasada al ver que Él ya no te mira más. ¡Cuántas veces esas miradas divinas, mirándote, te extasiaban en el Paraíso y te hacían resurgir de la muerte a la vida! Pero ahora, al ver que ya no te miran te sientes morir, por eso veo que dejas tus ojos en los de Jesús y tomas para Ti los suyos, sus lágrimas, la amargura de esa mirada que tanto ha sufrido al ver las ofensas de las criaturas y tantos insultos y desprecios.

Pero veo traspasada Mamá que besas sus santísimos oídos, lo llamas y lo vuelves a llamar y le dices: “Hijo mío, ¿será posible que no me escuches más? Tú que aún en cada pequeño ademán me escuchabas, y ahora lloro, te llamo, ¿y no me escuchas? ¡Ah, el amor amoroso es el más cruel tirano! Tú eras para Mí más que mi misma Vida, ¿y ahora deberé sobrevivir a tanto dolor? Por eso, oh Hijo, dejo mi oído en el tuyo y tomo para Mí lo que ha sufrido tu santísimo oído, el eco de todas las ofensas que se repercutían en el tuyo, sólo esto me puede dar vida, tus penas, tus dolores.”

Mientras esto dices, es tanto el dolor, las congojas del corazón, que pierdes la voz y te quedas sin movimiento. ¡Pobre mamá mía, pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, cuántas muertes crueles no sufres!

Pero doliente Mamá, el Querer Divino se impone y te da el movimiento, y Tú miras el rostro santísimo de Jesús, lo besas y exclamas: “Adorado Hijo, cómo estás desfigurado, si el amor no me dijera que eres mi Hijo, mi Vida, mi todo, no te reconocería más, tanto has quedado irreconocible. Tu natural belleza se ha transformado en deformidad, tus mejillas se han cambiado a violáceas; la luz, la gracia que irradiaba tu hermoso rostro –que mirarte y quedar beatificada era lo mismo–, se ha convertido en palidez de muerte, oh Hijo amado, Hijo, cómo has quedado reducido, qué feo trabajo ha hecho el pecado en tus santísimos miembros, oh, cómo tu inseparable Mamá quisiera restituirte tu primitiva belleza. Quiero fundir mi rostro en el tuyo y tomar para Mí el tuyo, tus bofetadas, los salivazos, los desprecios y todo lo que has sufrido en tu rostro santísimo. ¡Ah! Hijo, si me quieres viva dame tus penas, de otra manera Yo muero.” Y es tanto el dolor, que te sofoca, te corta las palabras y quedas como extinta sobre el rostro de Jesús. ¡Pobre Mamá, cuánto te compadezco! Ángeles míos, vengan a sostener a mi Mamá, su dolor es inmenso, la inunda, la ahoga y ya no le queda más vida ni fuerzas. Pero el Querer Divino rompiendo estas olas de dolor que la ahogan, le restituye la vida.

Estás ya sobre la boca, y al besarla te sientes amargar tus labios por la amargura de la hiel que ha amargado tanto la boca de Jesús, y sollozando continúas: “Hijo mío, dile una última palabra a tu Mamá, ¿será posible que no deba escuchar más tu voz? Todas tus palabras que en vida me dijiste, como tantas flechas me hieren el corazón de dolor y de amor; y ahora viéndote mudo, estas flechas se remueven en mi lacerado corazón y me dan innumerables muertes, y a viva fuerza parece que quieran arrancarte una última palabra, y no obteniéndola me desgarran y me dicen: “Así que no lo escucharás más; no volverás a oír más su dulce acento, la melodía de su palabra creadora que en Ti creaba tantos paraísos por cuantas palabras decía.” Ah, mi paraíso ha terminado y no tendré otra cosa que amarguras, ah Hijo, quiero darte mi lengua para animar la tuya, dame lo que has sufrido en tu santísima boca, la amargura de la hiel, tu sed ardiente, tus reparaciones y plegarias, y así, oyendo por medio de éstas tu voz, mi dolor será más soportable, y tu Mamá podrá seguir viviendo en medio de tus penas.”

Mamá destrozada, veo que te apresuras porque los que están a tu alrededor quieren cerrar el sepulcro, y casi como volando pasas sobre las manos de Jesús, las tomas entre las tuyas, las besas, te las estrechas al corazón, y dejando tus manos en las suyas tomas para Ti los dolores y las perforaciones de aquellas manos santísimas. Y llegando a los pies de Jesús y mirando el desgarro cruel que los clavos han hecho en aquellos pies, pones en ellos los tuyos y tomas para Ti aquellas llagas y te pones en lugar de Jesús a correr al lado de los pecadores para arrancarlos del infierno.

Angustiada Mamá, ya veo que le das el último adiós al corazón traspasado de Jesús. Aquí te detienes, es el último asalto a tu corazón materno, te lo sientes arrancar del pecho por la vehemencia del amor y del dolor, y por sí mismo se te escapa para ir a encerrarse en el corazón santísimo de Jesús; y Tú viéndote sin corazón te apresuras a tomar el corazón Sacratísimo de Jesús en el tuyo, su amor rechazado por tantas criaturas, tantos deseos suyos ardientes no realizados por la ingratitud de ellas, los dolores las heridas que traspasan ese corazón santísimo y que te tendrán crucificada durante toda tu Vida. Y mirando esa ancha herida la besas y tomas en tus labios su sangre, y sintiéndote la Vida de Jesús, sientes la fuerza para hacer la amarga separación, por eso lo abrazas y permites que la piedra sepulcral lo encierre.

Doliente Mamá mía, llorando te suplico que no permitas que por ahora Jesús nos sea quitado de nuestra mirada, espera que primero me encierre en Jesús para tomar su Vida en mí, si Tú no puedes vivir sin Jesús, que eres la sin mancha, la santa, la llena de Gracia, mucho menos yo que soy la debilidad, la miseria, la llena de pecados, ¿cómo puedo vivir sin Jesús? Ah Mamá dolorosa, no me dejes sola, llévame contigo; pero antes deposítame toda en Jesús, vacíame de todo para poder poner a todo Jesús en mí, así como lo has puesto en Ti. Comienza conmigo el oficio materno que Jesús te dio estando en la cruz, y abriendo mi pobreza extrema una brecha en tu corazón materno, con tus mismas manos maternas enciérrame toda, toda en Jesús; encierra en mi mente los pensamientos de Jesús, a fin de que ningún otro pensamiento entre en mí; encierra los ojos de Jesús en los míos, a fin de que jamás pueda huir de mi mirada; pon su oído en el mío, para que siempre lo escuche y cumpla en todo su Santísimo Querer; su rostro ponlo en el mío, a fin de que mirando aquel rostro tan desfigurado por amor mío, lo ame, lo compadezca y repare; pon su lengua en la mía para que hable, rece y enseñe con la lengua de Jesús; sus manos en las mías para que cada movimiento que yo haga y cada obra que realice tomen vida de las obras y movimientos de Jesús; pon sus pies en los míos, a fin de que cada paso que yo dé sea vida para las otras criaturas, vida de salvación, de fuerza, de celo para todas las criaturas.

Y ahora, afligida Mamá mía, permíteme que bese su corazón y que beba su preciosísima sangre, y Tú, encerrando su corazón en el mío haz que pueda vivir de su amor, de sus deseos y de sus penas. Y ahora toma la mano derecha de Jesús, rígida ya, para que me des con ella su última bendición.

Y ahora permite que la piedra cierre el sepulcro, y Tú, destrozada besas este sepulcro y llorando le dices tu último adiós y partes, pero es tanto tu dolor, que ahora quedas petrificada, ahora helada. Traspasada Mamá mía, junto contigo doy el adiós a Jesús, y llorando, quiero compadecerte y hacerte compañía en tu amarga desolación, quiero ponerme a tu lado, para darte a cada suspiro tuyo, a cada congoja y dolor, una palabra de consuelo, una mirada de compasión. Recogeré tus lágrimas, y si te veo desfallecer te sostendré en mis brazos.

Pero veo que estás obligada a regresar a Jerusalén por el camino por donde viniste. Unos cuantos pasos y te encuentras ante la cruz sobre la cual Jesús ha sufrido tanto y ha muerto, y Tú corres, la abrazas, y viéndola teñida de sangre, uno por uno se renuevan en tu corazón los dolores que Jesús ha sufrido sobre ella, y no pudiendo contener el dolor, sollozando exclamas:

“¡Oh! cruz, ¿tan cruel debías ser con mi Hijo? ¡Ah, en nada los has perdonado! ¿Qué mal te había hecho? No me has permitido a Mí, su dolorosa Mamá, darle ni siquiera un sorbo de agua cuando la pedía, y a su boca abrasada le has dado hiel y vinagre; mi corazón traspasado me lo sentía licuar y habría querido dar a aquellos labios mi licuado corazón para quitarle la sed, pero tuve el dolor de verme rechazada. Oh cruz cruel, sí, pero santa, porque has sido divinizada y santificada por el contacto de mi Hijo. Aquella crueldad que usaste con Él, cámbiala en compasión hacia los miserables mortales, y por las penas que Él ha sufrido sobre ti, obtén gracia y fuerza a las almas sufrientes, para que ninguna se pierda por causa de tribulaciones y cruces. Demasiado me cuestan las almas, me cuestan la Vida de un Hijo Dios; y Yo, como Corredentora y Madre las confío a ti, oh cruz.”

Y besándola y volviéndola a besar te alejas. Pobre Mamá, cuánto te compadezco, a cada paso y encuentro surgen nuevos dolores, que haciendo más grande su inmensidad y volviéndose más amargas sus oleadas, te inundan, te ahogan, y a cada instante te sientes morir.

Otros pasos más y llegas al punto donde esta mañana lo encontraste bajo el peso enorme de la cruz, agotado, chorreando sangre, con un manojo de espinas en la cabeza, las cuales, golpeando en la cruz penetraban más adentro y en cada golpe le daban dolores de muerte. La mirada de Jesús, cruzándose con la tuya buscaba piedad, y los soldados para quitar este alivio a Jesús y a Ti, lo empujaron y lo hicieron caer, haciéndole derramar nueva sangre; ahora Tú ves el terreno empapado con ella, y arrojándote a tierra te oigo decir mientras besas aquella sangre: “Ángeles míos, venid a hacer guardia a esta sangre, a fin de que ninguna gota sea pisoteada y profanada.”

Mamá doliente, déjame que te de la mano para levantarte y sostenerte, porque te veo agonizar sobre la sangre de Jesús. Pero nuevos dolores encuentras conforme caminas, por todas partes ves huellas de sangre y recuerdos del dolor de Jesús. Por eso apresuras el paso y te encierras en el cenáculo. También yo me encierro en el cenáculo, pero mi cenáculo es el corazón santísimo de Jesús; y de dentro de su corazón quiero venir sobre tus rodillas maternas para hacerte compañía en esta hora de amarga desolación. No resiste mi corazón dejarte sola en tanto dolor. Desolada Mamá, mira a la pequeña hija tuya, soy demasiado pequeña, y por mi sola ni puedo ni quiero vivir; ponme sobre tus rodillas y estréchame entre tus brazos maternos, hazme de Mamá, tengo necesidad de guía, de ayuda, de sostén, mira mi pobreza y sobre mis llagas derrama una lágrima tuya, y cuando me veas distraída estréchame a tu corazón materno, y vuelve a llamar en mí la Vida de Jesús. Pero mientras te ruego me veo obligada a detenerme para poner atención a tus acerbos dolores, y me siento traspasar al ver que conforme mueves la cabeza sientes que te penetran más adentro las espinas que has tomado de Jesús, con los pinchazos de todos nuestros pecados de pensamiento, que penetrándote hasta en los ojos te hacen derramar lágrimas mezcladas con sangre, y mientras lloras, teniendo en tus ojos la vista de Jesús pasan ante tu vista todas las ofensas de las criaturas. Cómo quedas amargada por esto, cómo comprendes lo que Jesús ha sufrido, teniendo en Ti sus mismas penas. Pero un dolor no espera al otro, y poniendo atención en tus oídos te sientes aturdir por el eco de las voces de las criaturas, y según cada especie de voces ofensivas de criaturas, penetrando por los oídos al corazón, te lo traspasan, y repites el estribillo: “¡Hijo, cuánto has sufrido!”

Desolada Mamá, cuánto te compadezco, permíteme que te limpie el rostro bañado en lágrimas y sangre, pero me siento retroceder al verlo amoratado, irreconocible y pálido, con una palidez mortal, ah, comprendo, son los malos tratos dados a Jesús que has tomado sobre Ti y que te hacen tanto sufrir, tanto, que moviendo tus labios para rezar o para dejar escapar suspiros de tu inflamado pecho, siento tu aliento amargo y tus labios quemados por la sed de Jesús.

Pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, tus dolores van creciendo siempre más, y parece que se den la mano entre ellos, y tomando tus manos en las mías, las veo traspasadas por clavos, y es en estas mismas manos que sientes el dolor al ver los homicidios, las traiciones, los sacrilegios y todas las obras malas, que repiten los golpes, agrandando las llagas y exacerbándolas cada vez más. Cuánto te compadezco, Tú eres la verdadera Mamá crucificada, tanto, que ni siquiera los pies quedan sin clavos; es más, no sólo te los sientes clavar, sino también arrancar por tantos pasos inicuos y por las almas que se van al infierno, y Tú corres a su lado a fin de que no caigan en las llamas infernales, pero aún no es todo, crucificada Mamá, todas tus penas, reuniéndose juntas, hacen eco en el corazón y te lo traspasan, no con siete espadas sino con miles y miles de espadas; mucho más que teniendo en Ti el corazón divino de Jesús, que contiene todos los corazones y envuelve en su latido a los latidos de todos, y ese latido divino conforme late así va diciendo: “Almas, Amor.” Y Tú, al latido que dice almas, te sientes correr en tus latidos todos los pecados y te sientes dar muerte, y en el latido que dice amor, te sientes dar vida; así que Tú estás en continua actitud de muerte y de vida. Mamá crucificada, cuanto compadezco tus dolores, son inenarrables; quisiera cambiar mi ser en lenguas, en voz, para compadecerte, pero ante tantos dolores son nada mis compadecimientos; por eso llamo a los ángeles, a la Trinidad Sacrosanta, y les ruego que pongan en torno a Ti sus armonías, sus contentos, su belleza, para endulzar y compadecer tus intensos dolores, que te sostengan entre sus brazos y que te cambien en amor todas tus penas.

Y ahora desolada Mamá, un gracias a nombre de todos por todo lo que has sufrido, y te ruego por esta tu amarga desolación, que me vengas a asistir en el punto de mi muerte, cuando mi pobre alma se encuentre sola, abandonada por todos, en medio de mil angustias y temores; ven Tú entonces a devolverme la compañía que tantas veces te he hecho en mi vida, ven a asistirme, ponte a mi lado y ahuyenta al enemigo, lava mi alma con tus lágrimas, cúbreme con la sangre de Jesús, vísteme con sus méritos, embelléceme con tus dolores y con todas las penas y las obras de Jesús; y en virtud de las penas de Jesús y de tus dolores, haz desaparecer todos mis pecados, dándome el total perdón, y expirando mi alma recíbeme entre tus brazos, ponme bajo tu manto, escóndeme de la mirada del enemigo y llévame al Cielo y ponme en los brazos de Jesús. ¡Quedamos en esto, amada Mamá mía!

Y ahora te ruego que des a todos los moribundos la compañía que te he hecho hoy, a todos hazles de Mamá, son momentos extremos y se necesitan grandes ayudas, por eso no niegues a ninguno tu oficio materno. Una última palabra: “Mientras te dejo, te ruego que me encierres en el corazón santísimo de Jesús, y Tú doliente Mamá mía, hazme de centinela a fin de que Jesús no me ponga fuera de su corazón, y que yo, aunque lo quisiera, no me pueda salir. Por eso te beso tu mano materna y bendíceme.


AMEN

LAS HORAS DE LA PASIÓN.
LUISA PICARRETA

viernes, 23 de marzo de 2018

Jesús muerto es traspasado por la lanza. El descendimiento de la cruz. Las horas de la Pasión


VIGÉSIMA TERCERA HORA
De las 3 a las 4 de la tarde

Jesús muerto es traspasado por la lanza. 
El descendimiento de la cruz

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Muerto Jesús mío, toda la naturaleza ha dado un grito de dolor al verte expirar y ha llorado tu dolorosa muerte, reconociéndote como su Creador. Miles de ángeles se ponen alrededor de tu cruz y lloran tu muerte; te adoran y te rinden homenajes de reconocimiento, confesándote como nuestro verdadero Dios y te acompañan al Limbo, a donde vas a beatificar a tantas almas que desde siglos y siglos yacen en aquella cárcel oscura y te suspiran ardientemente. Y yo, muerto Jesús mío, no puedo separarme de esta cruz, ni me sacio de besar y volver a besar tus santísimas llagas, señales todas ellas de cuánto me has amado, pero al ver las horribles laceraciones, la profundidad de tus llagas, tanto que descubren tus huesos, ay, me siento morir. Quiero llorar tanto sobre estas llagas para lavarlas con el agua de mis lágrimas, quiero amarte tanto para curarte todo con mi amor y restituir a tu irreconocible Humanidad su natural belleza, quiero abrir mis venas para llenar las tuyas con mi sangre y llamarte nuevamente a vida.

Vida mía, mi Jesús, ¿qué no puede el amor? El amor es vida y yo con mi amor quiero darte vida, y si no basta con el mío, dame tu amor y con él todo podré, sí, podré dar vida a tu santísima Humanidad. Pero, oh mi Jesús, aún después de muerto quieres decirnos que nos amas, atestiguarnos tu amor y darnos un refugio, un albergue en tu propio corazón, por eso, un soldado empujado por una fuerza suprema, para asegurarse de tu muerte, con una lanza te desgarra el corazón, abriéndote una llaga profunda, y Tú, amor mío, derramas las últimas gotas de sangre y agua que contiene tu ardiente corazón.

Ah, cuántas cosas me dice esta llaga, producida no por el dolor sino por el amor, y si tu boca está muda, me habla tu corazón y oigo que dice:

“Hija mía, después de haber dado todo, con esta he querido hacerme abrir un refugio para todas las almas en este mi corazón; este corazón abierto gritará continuamente a todos: “Vengan a Mí si queréis ser salvos, en este mi corazón encontraréis la santidad y os haréis santos, encontraréis el consuelo en las aflicciones, la fuerza en la debilidad, la paz en las dudas, la compañía en los abandonos. Oh almas que me amáis, si queréis amarme de verdad, vengan a morar siempre en este corazón, aquí encontraréis el verdadero amor para amarme y llamas ardientes para quemaros y consumiros todas de amor. Todo está concentrado en este corazón, aquí están contenidos los sacramentos, mi Iglesia, la vida de Ella y la vida de todas las almas. En este mi corazón siento las profanaciones que se hacen a mi Iglesia, las insidias de los enemigos, los ataques que le lanzan, a mis hijos conculcados, porque no hay ofensa que este mi corazón no sienta, por eso hija mía, tu vida sea en este mi corazón, defiéndeme, repárame, condúceme a todos hacia él.”

Amor mío, si una lanza ha herido tu corazón por amor mío, te ruego que con tus manos hieras mi corazón, mis afectos, mis deseos, toda yo misma, y que no haya parte en mí que no quede herida por tu amor. Unida con nuestra traspasada Mamá, que cae desmayada por el inmenso dolor al ver que te traspasan el corazón, y como paloma vuela a tu corazón para tomar el primer lugar para ser la primera reparadora, la reina de tu mismo corazón, intermediaria entre Tú y las criaturas. También yo junto con Mi Mamá quiero volar a tu corazón para oír cómo te repara y repetir sus reparaciones en todas las ofensas que recibes. Oh mi Jesús, después de tu muerte desgarradora y dolorosísima, parece que yo no debería tener más vida propia, pero en este tu corazón herido yo reencontraré mi vida, así que cualquier cosa que esté por hacer, la tomaré siempre de él. No daré más vida a los pensamientos, pero si quisieran vida, la tomaré de tus pensamientos; no tendrá más vida mi querer, pero si vida quiere, tomaré tu Santísima Voluntad; no tendrá más vida mi amor, pero si querrá vida la tomaré de tu amor. Oh mi Jesús, toda tu Vida es mía, esta es tu Voluntad, este es mi querer.

Muerto Jesús mío, veo que se apresuran a bajarte de la cruz; y tus discípulos José y Nicodemo, que hasta ahora habían permanecido ocultos, ahora con valor y sin temer nada quieren darte honorable sepultura, y por eso toman martillo y pinzas para cumplir el sagrado y triste descendimiento de la cruz, mientras que tu traspasada Mamá extiende sus brazos maternos para recibirte en su regazo.

Mi Jesús, mientras te desclavan, también yo quiero ayudar a tus discípulos a sostener tu santísimo cuerpo y con los clavos que te quitan, clávame toda a Ti, y junto con nuestra Santa Madre quiero adorarte y besarte, y después enciérrame en tu corazón para no salir más de él.



LAS HORAS DE LA PASIÓN.
LUISA PICARRETA

jueves, 22 de marzo de 2018

Tercera hora de agonía en la Cruz. Quinta, sexta y séptima Palabra. Muerte de Jesús


VIGÉSIMA SEGUNDA HORA

De las 2 a las 3 de la tarde

Tercera hora de agonía en la Cruz. Quinta, sexta y séptima palabra sobre la cruz. Muerte de Jesús


Mi crucificado moribundo, abrazada a tu cruz siento el fuego que quema toda tu santísima persona; el corazón te late tan fuerte, que levantándote las costillas te atormenta en modo tan desgarrador y horrible, que toda tu santísima Humanidad sufre una transformación que te hace irreconocible. El amor que incendia tu corazón te seca y te quema, y Tú no pudiendo contenerlo, sientes fuertemente el tormento, no sólo de la sed corporal por el derramamiento de toda tu sangre, sino mucho más por la sed ardiente de la salud de nuestras almas. Tú, como agua quisieras bebernos para ponernos a todos a salvo dentro de Ti, por eso, reuniendo tus debilitadas fuerzas gritas:

“¡Tengo sed!”
¡Ah! esta palabra la repites a cada corazón: “Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos, de tus deseos, de tu amor; agua más fresca y dulce no puedes darme, que tu alma. ¡Ah! no me dejes quemar, tengo sed ardiente, por lo cual no sólo me siento quemar la lengua y la garganta, tanto que no puedo más articular palabra, sino que me siento también secar el corazón y las entrañas. ¡Piedad de mi sed, piedad!” Y como delirante por la gran sed te abandonas a la Voluntad del Padre.
Ah, mi corazón no puede vivir más al ver la impiedad de tus enemigos, que en lugar de agua te dan hiel y vinagre, y Tú no los rechazas. Ah, comprendo, es la hiel de tantas culpas, es el vinagre de nuestras pasiones no domadas que quieren darte, y que en lugar de confortarte te queman de más. Oh mi Jesús, he aquí mi corazón, mis pensamientos, mis afectos, he aquí todo mi ser a fin de que Tú calmes tu sed y des un alivio a tu boca seca y amargada. Todo lo que tengo, todo lo que soy, todo es para Ti, oh mi Jesús. Si fueran necesarias mis penas para poder salvar aun una sola alma, aquí me tienes, estoy dispuesta a sufrirlo todo. A Ti yo me ofrezco enteramente, haz de mí lo que mejor te plazca.
Quiero reparar el dolor que Tú sufres por todas las almas que se pierden y la pena que te dan aquellas, a las cuales, mientras Tú permites que tengan tristezas, abandonos, ellas en vez de ofrecértelos a Ti como alivio de la sed ardiente que te devora, se abandonan a sí mismas y así te hacen penar más.


Sexta Palabra

Moribundo bien mío, el mar interminable de tus penas, el fuego que te consume, y más que todo el Querer Supremo del Padre que quiere que Tú mueras, no nos permiten esperar que puedas continuar viviendo. Y yo, ¿cómo podré vivir sin Ti? Ya te faltan las fuerzas, tus ojos se velan, tu rostro se transforma y se cubre de una palidez mortal, la boca está entreabierta, el respiro afanoso e intermitente, tanto, que ya no hay esperanza de que te puedas reanimar. Al fuego que te quema lo sustituye un hielo y un sudor frío que te baña la frente, los músculos, y los nervios se contraen siempre más por la acerbidad de los dolores y por las perforaciones de los clavos; las llagas se abren más y yo tiemblo, me siento morir. Te miro, oh mi bien, y veo descender de tus ojos las últimas lágrimas, mensajeras de la cercana muerte, mientras que fatigosamente haces oír aún otra palabra:

“¡Todo está consumado!”



Oh mi Jesús, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada más, el amor ha llegado a su término. Y yo, ¿me he consumido toda por tu amor? ¿Qué agradecimiento no deberé yo darte, cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia Ti? Oh mi Jesús, quiero reparar por todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu amor, y consolarte por las afrentas que recibes de las criaturas mientras te estás consumiendo de amor sobre la cruz.


Séptima Palabra

Mi crucificado agonizante, Jesús, ya estás a punto de dar el último respiro de tu vida mortal, tu santísima Humanidad está ya rígida, el corazón parece que no te late más. Con la Magdalena me abrazo a tus pies y quisiera, si fuera posible, dar mi vida para reanimar la tuya.
Entre tanto, oh Jesús, veo que reabres tus ojos moribundos y miras en torno a la cruz, como si quisieras dar el último adiós a todos, miras a tu agonizante Mamá que no tiene más movimiento ni voz, tantas son las penas que sufre, y con tu mirada le dices: “Adiós Mamá, Yo me voy, pero te tendré en mi corazón. Tú ten cuidado de los hijos míos y tuyos.” Miras a la llorosa Magdalena, al fiel Juan; y a tus mismos enemigos y con tu mirada les dices: “Yo os perdono y os doy el beso de paz.” Nada escapa a tu mirada, de todos te despides y a todos perdonas. Después reuniendo todas tus fuerzas y con voz fuerte y sonora gritas:

“¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”

E inclinando la cabeza expiras. Mi Jesús, a este grito toda la naturaleza se trastorna y llora tu muerte, la muerte de su Creador. La tierra tiembla fuertemente y con su temblor parece que llore y quiera sacudir las almas de todos para que te reconozcan como el verdadero Dios. El velo del templo se rasga, los muertos resucitan, el sol que hasta ahora ha llorado tus penas, retira horrorizado su luz. Tus enemigos a este grito se arrodillan, se golpean el pecho y dicen: “Verdaderamente este es el Hijo de Dios.” Y tu Madre, petrificada y moribunda, sufre penas más duras que la muerte.
Muerto Jesús mío, con este grito Tú nos pones también a todos nosotros en las manos del Padre, para que no se nos rechace; por eso gritas fuerte no sólo con la voz, sino con todas tus penas y con las voces de tus sangre:
“¡Padre, en tus manos pongo mi espíritu y a todas las almas!”
Mi Jesús, también yo me abandono en Ti, y dame la gracia de morir toda en tu amor, en tu Querer, rogándote que no permitas jamás, ni en la vida ni en la muerte, que yo salga de tu Santísima Voluntad. Quiero reparar por todos aquellos que no se abandonan perfectamente a tu Santísima Voluntad, perdiendo así, o reduciendo el precioso fruto de tu Redención. ¿Cuál no será el dolor de tu corazón, oh mi Jesús, al ver tantas criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí mismas? Piedad por todos, oh mi Jesús, piedad por mí. Beso tu cabeza coronada de espinas y te pido perdón por tantos pensamientos míos de soberbia, de ambición y de propia estima, y te prometo que cada vez que me venga un pensamiento que no sea todo para Ti, oh Jesús, y me encuentre en las ocasiones de ofenderte, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús, beso tus hermosos ojos bañados aún por las lágrimas y cubiertos por sangre coagulada, y te pido perdón por cuantas veces te ofendí con miradas malas e inmodestas; te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados a mirar cosas de la tierra, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús mío, beso tus sacratísimos oídos, aturdidos hasta los últimos momentos por insultos y horribles blasfemias. Y te pido perdón por cuantas veces he escuchado y he hecho escuchar conversaciones que nos alejan de Ti, y por tantas conversaciones malas que hacen las criaturas, y te prometo que cada vez que me encuentre en la ocasión de oír aquello que no conviene, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús mío, beso tu santísimo rostro, pálido, lívido, ensangrentado, y te pido perdón por tantos desprecios, insultos y afrentas que recibes de nosotros, vilísimas criaturas, por nuestros pecados. Yo te prometo que cada vez que me venga la tentación de no darte toda la gloria, el amor y la adoración que se te deben, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús mío, beso tu santísima boca, ardida y amargada. Te pido perdón por cuantas veces te he ofendido con mis malas conversaciones, por cuantas veces he concurrido a amargarte y a acrecentar tu sed; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de decir cosas que podrían ofenderte, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús mío, beso tu cuello santísimo y veo aún las marcas de las cadenas y de las cuerdas que te han oprimido, te pido perdón por tantas ataduras y por tantos apegos de las criaturas, que han añadido sogas y cadenas a tu santísimo cuello. Te prometo que cada vez que me sienta turbado por apegos, deseos y afectos que no sean para Ti, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Jesús mío, beso tus santísimos hombros y te pido perdón por tantas ilícitas satisfacciones, perdón por tantos pecados cometidos con los cinco sentidos de nuestro cuerpo; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de tomarme algún placer o satisfacción que no sea para tu gloria, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Jesús mío, beso tu santísimo pecho y te pido perdón por tantas frialdades, indiferencias, tibiezas e ingratitudes horrendas que recibes de las criaturas, y te prometo que cada vez que me sienta enfriar en tu amor, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Jesús mío, beso tus sacratísimas manos; te pido perdón por todas las obras malas e indiferentes, por tantos actos envenenados por el amor propio y por la propia estima; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no obrar solamente por tu amor, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús mío, beso tus santísimos pies y te pido perdón por tantos pasos, por tantos caminos recorridos sin recta intención, por tantos que se alejan de Ti para ir en busca de los placeres de la tierra. Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de apartarme de Ti, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y quiero encerrar en Él, junto con mi alma, a todas las almas redimidas por Ti, para que todas sean salvas, sin excluir ninguna. Oh Jesús, enciérrame en tu corazón y cierra las puertas de él, de modo que yo no pueda ver otra cosa que a Ti solo. Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de querer salir de este corazón, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, a ustedes doy mi corazón y el alma mía!”

El pecado de impureza.

Vi al Señor Jesús atado a una columna, despojado de sus vestiduras y enseguida empezó la flagelación. Vi cuatro hombres que por turno azotab...